viernes, 31 de agosto de 2018

¿ENFERMEDAD O NO SABER FOLLAR?

SALUD SEXUAL

Contra el tabú de la eyaculación precoz

  • Del 13% de los andaluces que reconoce que padecen la disfunción sexual, sólo un 37% busca solución

Un 4% de la población andaluza reconoce que ha dejado una relación por este motivo.Un 4% de la población andaluza reconoce que ha dejado una relación por este motivo.
Un 4% de la población andaluza reconoce que ha dejado una relación por este motivo. M. G.


La eyaculación precoz es un tema tabú y afecta a alrededor de un 20% de la población masculina, pero del 13% de los andaluces que reconoce que ellos o sus parejas padecen la enfermedad, sólo un 37% de éstos buscan solución consultando con un especialista. Según un estudio realizado por Sondea para los laboratorios Casen Recordati, el 83% de los andaluces aseguran que la principal razón para no tratar la patología es la vergüenza.
La eyaculación precoz se considera una eyaculación que, de forma persistente o recurrente, tiene lugar antes o poco después de la penetración y antes de lo que la persona, y su pareja, desean. A pesar de ser la disfunción sexual más frecuente en el varón, independiente de la edad, la eyaculación precoz es una patología que está infradiagnosticada. Aunque el 13% de los andaluces reconoce que él o su pareja sufre la enfermedad, cerca de un 37% dice conocer a alguien que la padece.
La doctora Ana Rosa Jurado, sexóloga y presidenta del Instituto Europeo de Sexología de Marbella, explica que "los hombres suelen mostrarse reacios a hablar del problema por la naturaleza personal del mismo, pero compartirlo con un especialista es el primer paso para mejorar la salud sexual de los pacientes". Según se desprende de los resultados del informe elaborado para Casen Recordati, más de un 60% de los encuestados andaluces con eyaculación precoz o con pareja con la patología afirma que no ha visitado a un especialista para buscar solución. El 83% de los andaluces cree que la razón principal para no buscar solución es la vergüenza.

Cómo afecta a la vida en pareja

Según la doctora Jurado, "es un problema frecuente y genera angustia o ansiedad. Se suele crear un círculo vicioso en el que la reacción emocional del paciente y la pareja a la patología puede exacerbar y perpetuar el problema". De hecho, el 95% de los andaluces encuestados afirman que la eyaculación precoz afecta a la vida en pareja.
Dos de cada tres andaluces piensan que este problema provoca en quién la padece baja autoestima y falta de confianza, y que perjudica la vida íntima y sentimental al no satisfacer a la pareja. En cuanto a ésta, el 63% de los encuestados asegura que puede padecer estrés y ansiedad ante las relaciones, llegando a evitarlas; y cuatro de cada diez dice que la patología perjudica la vida íntima de las parejas, llevando incluso a la infidelidad o la ruptura. De hecho, casi siete de cada diez andaluces piensan que el papel de la pareja es fundamental para sobrellevar y tratar la patología y, aunque el 87% asegura que comenzaría una relación sabiendo de antemano que existe ese problema, más de un 4% reconoce que ha dejado una relación por esta enfermedad.

Tratamiento para mejorar la vida sexual

A pesar de que el 97% de los encuestados andaluces conoce en qué consiste la enfermedad, el 66% asegura que no sabe de ningún tratamiento que la mejore. "Hasta ahora, no había tratamientos tópicos autorizados y los médicos sólo podíamos ofrecer un tratamiento sistémico autorizado a los varones con eyaculación precoz", asegura el doctor Ignacio Moncada, urólogo y secretario general de la Asociación Española de Andrología, Medicina Sexual y Reproductiva.
"Es fundamental que los pacientes con eyaculación precoz sepan que se les puede ayudar a controlar la eyaculación y que su vida sexual puede mejorar al contar, desde ahora, con el primer tratamiento de uso tópico autorizado para la eyaculación precoz", destaca Carlos Badiola, director médico de Casen Recordati.
De acuerdo con el estudio de Casen Recordati, Castilla y León y Cataluña (ambos con un 17%) son las regiones de España en las que más encuestados han reconocido que ellos o sus parejas padecen esta disfunción. Los riojanos, por su parte, son los españoles que aseguran conocer a más gente que padece la patología (38%), seguidos de catalanes y andaluces (ambos con un 37%).

jueves, 30 de agosto de 2018

Qué son los escaramujos, las nuevas neuronas que tienen fascinados a los científicos

Reproducción de una rosa mosqueta o escaramujos.Derechos de autor de la imagenUNIVERSIDAD DE SZEGED&TAMAS LAB
Image captionReproducción de una rosa mosqueta o escaramujos descubierta solo en humanos.
Los científicos han descubierto un nuevo tipo de neurona que solo han hallado en humanos.
La han llamado escaramujos, o rosehip en inglés (rosa mosqueta), porque su apariencia se asemeja a la de una rosa sin los pétalos. Y su hallazgo puede servir a los especialistas para conseguir entender mejor los trastornos cerebrales.
Los resultados de este grupo internacional de 34 científicos se han publicado en la revista especializada Nature Neuroscience y abre la puerta a un nuevo rediseño del cerebro humano tal y como lo conocemos ahora, aseguran los investigadores en su estudio.
El hallazgo, que ha sido posible gracias a la colaboración entre la Universidad de Szeged, en Hungría, y el Instituto Allen para la Ciencia Cerebral, con sede en Seattle, Estados Unidos, puede ayudar a explicar por qué muchos tratamientos experimentales para desórdenes cerebrales han funcionado en ratones pero no en personas.

Nunca visto

Los escaramujos forman parte un subtipo de neuronas llamadas inhibidoras, aquellas que detienen la acción de otros organismos celulares cerebrales. Su morfología tiene intrigados a los científicos, ya que parece que la unión con su pareja celular se hace solo a través de una parte muy específica de su masa.
"Esto puede significar que controlan el flujo de información de forma muy específica", aclara el neurólogo Gábar Tamás, de la universidad húngara de Szeged y coautor del estudio.
Imagen del cerebroDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionLa principal función de las neuronas es recibir, procesar y transmitir información a través de señales químicas y eléctricas.
Pero todavía falta por esclarecer cuál es su función específica, solo tienen claro que es especial porque nunca antes los científicos se habían encontrado con un cuerpo celular de estas características.
"Es especial por su forma, sus conexiones y también por los genes que contiene", explicó Trygve Bakken, coautor de la investigación y neurocientífico del Instituto Allen.
Por el momento los investigadores saben dónde se encuentran y esto les hace entender que pueden tener una función significativa en nuestro organismo.
Están en la capa 1 del cerebro, también llamada neocórtex, la más externa y encargada de la consciencia, una característica considerada exclusivamente humana y de extrema importancia. Los daños en el neocórtex pueden afectar seriamente las habilidades cognitivas de un ser humano.

Una explicación ... ¿a los errores?

Según los científicos que realizaron el estudio, el hecho de que estas células no hayan podido encontrarse, entre otros, en los animales más demandados por los laboratorios (los ratones) podría explicar que muchos de los experimentos que se practican después en humanos no hayan tenido los mismos resultados que con los roedores.
El descubrimiento, hecho tras el análisis del tejido cerebral de varios cerebros humanos, puede dar lugar a la creación de modelos más precisos y ajustados de nuestro órgano más importante.
Y para ello el equipo investigador tiene una demanda.
Ratón observado por un microescopio de laboratorio.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionUna gran parte de los experimentos que se llevan a cabo en laboratorios se realizan en ratones antes de ser probados en humanos.
"Si queremos entender cómo funciona el cerebro humano, debemos estudiar a los seres humanos o a especies que estén estrechamente relacionadas", señaló en un comunicado Bakken.
Los siguientes pasos para la investigación serán explorar la corteza externa de primates y después en personas que sufran trastornos neuropsiquiátricos, para comprobar si presentan alteraciones.

LOS MUSULMANES NO BEBEN Y SON IGUAL DE ESTUPIDOS QUE LOS CATOLICOS,JUDIOS,PROTESTANTES......


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Es nocivo tomar incluso una sola cerveza, sugiere el estudio, que fue observacional y ha sido cuestionado por expertos.CreditPeter Nicholls/Reuters
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Tan solo una bebida alcohólica al día aumenta ligeramente el riesgo que tiene una persona de presentar problemas de salud, de acuerdo con un nuevo estudio.
Los autores también concluyeron que no hubo beneficios a la salud con ningún nivel de consumo de alcohol, un hallazgo contrario a muchas investigaciones previas y lineamientos de salud pública en muchos países.
El análisis, realizado en 195 países y territorios desde 1990 hasta 2016, se basó en 694 fuentes de datos y analizó 592 estudios para determinar los riesgos a la salud de la ingesta de alcohol. Aunque el estudio está entre los más grandes de su tipo, también fue observacional; relacionó el consumo en toda una población con las tendencias de salud promedio.
Los métodos no fueron convincentes para muchos expertos.
El especialista en estadística de la Universidad de Cambridge David Spiegelhalter, por ejemplo, escribió acerca de la conclusión del estudio: “Afirmar que no hay un nivel ‘seguro’ no parece un argumento para ser abstemio. No hay un nivel seguro de conducción, pero los gobiernos no recomiendan que la gente evite conducir autos”.

También diseñaron un método para distinguir el consumo de alcohol entre los turistas del de las poblaciones residentes y relacionaron los datos de consumo con veintitrés resultados en la salud, desde accidentes automovilísticos, suicidios y tuberculosis, hasta cirrosis hepática, enfermedades cardiovasculares y distintos
 tipos de cáncer.Los investigadores se basaron en datos de ventas y encuestas para calcular la prevalencia del consumo de alcohol en cada país, e hicieron estimaciones del consumo de bebidas estándar diarias. Estas representan diez gramos, o cerca de 0,01 mililitros de alcohol etílico puro: el equivalente a 100 mililitros de vino tinto con un nivel alcohólico de trece por ciento; 355 mililitros de cerveza con un porcentaje de alcohol de 3,5, o treinta mililitros de whisky de 80 grados.
En 2016, fueron contabilizados como bebedores el 25 por ciento de las mujeres y el 39 por ciento de los hombres; cerca de 2400 millones de personas en todo el mundo. Las mujeres consumían en promedio 0,73 tragos al día y los hombres, 1,7.
Las tasas de ingesta de alcohol varían mucho por país, pero en general el estudio encontró que mientras mayor era el nivel de ingresos promedio del país, mayor era la prevalencia del consumo alcohólico.
El estudio, publicado en la revista médica The Lancet, concluyó que el consumo de alcohol está implicado en 2,8 millones de muertes al año en todo el mundo, lo que lo convierte en el séptimo factor de riesgo de muerte e incapacidad.
Entre las personas de 15 a 49 años, beber alcohol es el único factor de riesgo más común de muerte e incapacidad. En 2016, el alcohol representó el 6,8 por ciento de las muertes en hombres y el 2,2 por ciento en mujeres.
“La diferencia principal entre el alcohol y el cigarro es que a nadie le sorprende que fumar sea malo”, dijo la autora principal, Emmanuela Gakidou, profesora de ciencias de la medición para la salud de la Universidad de Washington.
“Pero sí causa mucha sorpresa, incluso entre los expertos, que el alcohol sea tan malo para las personas como en realidad lo es”.
Muchos estudios y la mayoría de los lineamientos de salud sugieren que el consumo moderado de alcohol —una o dos bebidas al día— es seguro e incluso podría reducir el riesgo de presentar cardiopatías, infartos o diabetes.
Sin embargo, Gakidou y sus colegas encontraron que solo un trago por día durante un año aumenta ligeramente los problemas de salud relacionados con el alcohol, de una tasa de 914 por cada 100.000 personas a 918 por cada 100.000 personas.

Por una psicología sin ajardinamientos

por Marino Pérez


El catedrático de Psicología Marino Pérez pone en duda la credibilidad de la psicología positiva y la califica como “una ciencia que hay que sostener con alegatos porque no se sostiene por sí misma”


Sin dejar de reconocer la legitimidad de la carta de la Sociedad Española de Psicología Positiva y su comprensible defensa de la psicología positiva, no dejan de llamar la atención algunas “debilidades”, más que “fortalezas”, del alegato. Por lo pronto, parece que la propia psicología positiva abandona la “resiliencia” y la “positividad” a favor del cabreo y del malhumor, cuando encuentran algo que nos les gusta. De todos modos, lo que más sorprende, como defensa del carácter científico de la psicología positiva, es ver que, según parece también, es una ciencia sin teoría: “no es una teoría, sino un campo de estudio”, se dice. La psicología positiva se reconoce o arroga como la “ciencia de la felicidad” y, sin embargo, no tendría, entonces, una teoría de la felicidad, que investigarían sin saber qué es (si fuera así, sería como aquellos que fueran a explorar el polo Oeste sin plantearse qué es un polo terrestre).

Pero lo cierto es que la psicología positiva tiene teoría, cómo no, siendo una de sus más conspicuas formulaciones la distinción entre hedonismo y eudaimonía, junto con el supuesto crecimiento en espiral (“upward spiral”) del mutuo fortalecimiento entre las emociones positivas, las relaciones sociales y la salud física. Se trata de una teoría debida a Barbara Fredrickson, considerada una de las investigadoras con mayor perfil científico dentro de la psicología positiva, que ella y sus colaboradores tratan de fundamentar con análisis matemáticos y bases genómicas. Una vez más, porque no es la primera, un análisis crítico de sus estudios muestra que están plagados de problemas que van desde la teoría y la conceptualización, pasando por las mediciones, a los análisis estadísticos e interpretaciones de los “hallazgos”. De uno de estos análisis críticos se hace eco la revista Materia, del que viene esta espiral de comentarios, y que tanto parece cabrear a la psicología positiva. En realidad, con quien debieran estar cabreados es con la reincidencia de Fredrickson.
Mejor nos iría a los psicólogos con la Psicología, sin más, que ya bastantes problemas tiene para establecer su campo científico, como para ajardinarlo y quedarse con lo que florece. Mejor le iría a la Psicología, sin andar por las ramas y sin dividirla en positiva y negativa.Si hubiera que quedarse con que la psicología positiva es un “campo de estudio”, en vez de una teoría, ello de por sí no define una ciencia. Si bien una ciencia tiene un campo (de teorías, conceptos, términos, procedimientos, métodos, etcétera), con algún “cierre” o recurrencia lógica y empírica, un campo de estudio sin teoría o con teorías “por los suelos” no se ve que sea una ciencia. Desde luego, no sería una gran ciencia, si acaso una ciencia que hay que sostener con alegatos porque no se sostiene por sí misma. Dejando aparte consideraciones de este tipo (difíciles de eludir si se quiere tratar a fondo del asunto), la pregunta sería de qué y cómo se puebla el campo de la psicología positiva. A lo que parece, de meter en su campo todo lo relacionado con “lo positivo” de la psicología de siempre y acotarlo con rótulos y vallas de psicología positiva, de modo que no se puede tocar ni entrar con “malas noticias”. ¿Es que la psicología no estaba interesada en el bienestar hasta la llegada de la psicología positiva en el año 2000?
— Marino Pérez, catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo

miércoles, 29 de agosto de 2018

CUENTO DE FIN DE VERANO


Bájate las bragas

Publicado por 
Imagen: Film4.
Este relato forma parte de nuestro libro Tócate.
Estoy en la cocina. Azulejos de color celeste que nunca me gustaron. Mesada de mármol. Pila de aluminio. Abro la nevera. Hora del almuerzo. Dos tomates y un pepino. No hay más. Los miro con una sensación parecida al desánimo y me consuelo pensando en el pan congelado que, rociado con aceite de oliva virgen extra, dará cierta contundencia a un menú de solitaria que se está repitiendo con excesiva frecuencia. Mientras cojo los tomates con una mano y empuño el pepino con la otra me pregunto por el significado de excesiva y de frecuencia. Hay otras preguntas que surcan el aire. Las aparco. Lavo los tomates. Noto la piel dura contra la palma. La temperatura. Los seco con el trapo de cocina que, todavía con las manos húmedas, extraigo del primer cajón del mueble de madera que hay junto al lavavajillas. Los abro por la mitad. El jugo se desparrama sobre el mármol junto a las pepitas. Entonces agarro el pepino. Demasiado grande para mí sola, pienso. Pero si dejo la mitad en la nevera acabaré por tirarlo. Decido comérmelo entero. Quizás me queda alguna lata de atún. Miro en la despensa y bingo. Pongo a tostar el pan. Me encanta el olor del pan tostado. Abro la lata de atún. Me mancho. Me cago en todo. Es un vestido del color de los azulejos que me he puesto esta mañana. De los pocos frescos y bonitos que tengo para andar por casa. Me ha saltado aceite justo en el escote. Suerte que no me he puesto sujetador. Detesto los lamparones de aceite. En fin.
Pelo el pepino. Le dejo algunos trozos de piel. Dicen que así no repite. No sé si es cierto. A mí me funciona. Justo cuanto voy a cortar la primera rodaja, me suena el móvil. Por norma general no contesto cuando como ni cuando estoy a punto de comer, pero el número desde el que llaman me resulta extraño y siento curiosidad. Tampoco me va de un rato. Es sábado. No tengo nada mejor que hacer. «¿Diga?». «Bájate las bragas».
Cuelgo deprisa. Como si quien ha llamado me estuviera viendo. Como si me estuviera espiando. Voz de mujer. Una voz desconocida y aterciopelada. Una voz imperativa. Decidida. Una voz que me ha calentado como hace tiempo que no me calienta nada ni nadie. La gente es tan previsible en general. Tan poco osada.
Me apoyo contra el mármol. Me subo poco a poco el vestido con la punta del pepino. Me moriría de vergüenza si alguien me viera. O quizás me gustaría que alguien me viera. Lo que no me gusta es la palabra pepino. Pienso en las muchas ventajas que tiene la vida en solitario. Con la punta del pepino me aparto las bragas hacia un lado. Me excita notar la frialdad, la piel rugosa. Entonces recuerdo la orden, «bájate las bragas». Obedezco. Solo me las bajo un poco. Hasta dejar al descubierto el pubis, las nalgas. Me acaricio, primero de a poco, después más deprisa. Cierro los ojos y me acuerdo de aquella vez en que un egipcio me pintaba los ojos en un comercio lleno de pequeñas botellas de perfume, de su cuerpo envuelto en una túnica marrón y de la erección con la que me empujaba mientras me miraba a los ojos y me los delineaba con un pincel untado de kohl en aquel silencio de aromas mezclados, suspendidos bajo un atardecer que El Cairo consiguió grabarme en la memoria corporal. Me corro. Me limpio con la palma de la mano. Soy una cerda, pienso, porque no voy a lavarme y porque tampoco voy a lavar el pepino. Así, tal como está, voy a cortarlo para la ensalada, a mezclarlo con el tomate, a rociarlo de aceite y atún, a metérmelo en la boca y a tragármelo todo.
Fin de la historia, creo yo, una vez termino de almorzar y me tumbo en el sofá a dormitar un rato. Pero no. La llamada vuelve a mi cabeza y la intriga es inevitable. ¿Ha sido un número al azar? ¿Se trata de alguien que me conoce? ¿Una que quiere conocerme? ¿Cómo sabe mi número? ¿Quién? ¿Por qué me ha puesto a mil?
Intento deducir el tipo de mujer por la voz. Quizás, más que deducirlo, imagino lo que deseo. Morena, seguro. Solo me ponen las morenas. Boca generosa. Pechos grandes. Estatura media. No demasiado delgada. Femenina, pero al estilo lésbico: no para gustar a hombres ni a mujeres heterosexuales. Exclusivamente bollo. Joven, pero no tanto. La experiencia es un grado y, puesta a soñar, para qué limitarme. Desinhibida, pero con la típica timidez de quien prefiere una llamada anónima a una red de contactos. ¿Se habrá hecho una paja también ella? Puedo imaginarla, claro. Estamos en primavera, así que va ligera de ropa. Quizás unos shorts y una camisa bastante transparente. Sin ropa interior. Tras la llamada sonríe. Comprende su éxito. Mejor dicho, lo intuye. ¿Volverá a llamar? ¿Cuándo?
Lo único que me ha dicho es «bájate las bragas». Si por lo menos me hubiese llamado por mi nombre… «Andrea, bájate las bragas». Pero no. El colmo de la brevedad. No puedo averiguar si sabe quién soy, si me ha llamado a mí o a cualquiera.
Cojo el móvil, miro las llamadas recibidas. Reviso el número de teléfono. No me suena de nada. Lo agendo para ver si tiene WhatsApp. Tiene. La foto es una mierda de cactus. ¿Un cactus? ¿Qué le pasa? ¿Qué quiere decir? ¿Soy huraña? ¿Soy de México? ¿Bióloga? ¿Rara que te cagas? ¿No vas tener puta idea de quién soy a menos que me llames?
Me duermo un rato. Quiero estar descansada para mi cita de esta noche. Una rubia hot que me presentaron el lunes unas amigas que están hartas de tenerme soltera. «Necesitas una amante, Andrea. Estás insoportable. Esta chica te va a encantar. Pon algo de tu parte, en serio, ya va siendo hora de que olvides a la tarada». Con el término «tarada» mis adorables amigas se refieren a una tipa con la que mantuve una relación absurda durante algún tiempo.
¿Qué me pongo? Concéntrate en la ropa interior, Andrea, me digo. Y reza por que ella haga otro tanto. Por fuera de negro, por dentro de azul noche. La gama del deseo de hoy. Me miro al espejo por enésima vez antes de salir.  Allá vamos.
Cuando llego al restaurante la rubia me está esperando. Vestida para matar. Cruce de piernas fastuoso con túnel hacia el centro metafórico de su cuerpo, falda corta de color tostado, tobillos aupados en sandalias con plataforma, camisa blanca con gemelos y con un escote en apariencia casual que deja entrever un sostén de encaje granate que, si no me equivoco, le queda algo pequeño y termina muy cerca de sus pezones. Si no fuera rubia sería perfecta; sonrío, le digo que no se levante para saludarme pero ya lo ha hecho, le rodeo la cintura para dirigir un beso muy cerca de su boca que ella mueve para encontrar la mía y humedecerla con una sutil apertura de los labios. Tiene claro a lo que hemos venido. No se anda con rodeos. No voy a permitir que me cohíba.
Asisto maravillada a su manera sexual de empuñar los cubiertos, de llevarse la comida a la boca, de chupar la cuchara del postre, de mirarme mientras lo hace y darme a entender que está lamiendo otra cosa.
A la noche, ya en su casa, en una cama de sábanas de lino sin duda planchadas para la ocasión, música de jazz clásico, las no menos de treinta velas encendidas mientras desaparezco un momento en el lavabo, los aceites de masajes en la mesita de noche al alcance de la mano, la sonrisa que todo lo pide y todo lo da, allí y en ese ambiente, ofrezco el do de pecho con la frase telefónica de la mañana en la cabeza, que me excita y estimula sin que yo lo quiera e incluso sin que lo acepte. La rubia tiene las nalgas duras y redondas. Le digo «bájate las bragas». Lo hace como si hubiese esperado que se lo pidiera. Antes le he quitado el sostén que, en efecto, resultaba demasiado pequeño para sus pechos, que he lamido con una gula evidente. Me monto en sus nalgas. Gime. Le tapo la boca con una mano mientas con la otra entro en ella. Me muerde los dedos, los aparto dolorida, pero es ella quien grita. Se ha corrido. Su pelo rubio huele a frutas. Su sudor a resina. Su espalda a tierra mojada. Suspiro. Muevo mi sexo entre sus nalgas. Entonces me corro yo. Horas después, nos dormimos agotadas.
Le beso los hombros cuando nos despertamos. Coloco la cara entre sus senos. La respiro. Ella suspira. La toco. Está empapada. Le abro las piernas con mis pies. Tanto como puedo. La penetro. Se mueve al ritmo de mi deseo. Me deslizo al ritmo del suyo. Me penetra. Y estando así, una dentro de la otra, rozándose con precisión nuestros cuerpos, tenemos un orgasmo común y salvaje.
Mientras me hace el desayuno me pregunto cuánto tiene que ver la llamada de la mañana anterior con el nivel de placer al que he llegado. Por qué lo oculto se nos instala en un lugar inconfesable. Me sirve café, tostadas y zumo recién hechos en la terraza. Apenas hablamos. Mirarnos, eso sí. Más de reojo que de frente. No nos conocemos apenas. Me pregunto qué debe de estar pensando ella. Siento que debo irme cuanto antes.
«Ya nos llamaremos», le digo desde el ascensor. Pero no le he pedido el teléfono ni le he dado el mío. «Claro», dice ella. Y cierra la puerta del apartamento antes de que acabe de taparme a mí la del ascensor.
Salgo de casa de la rubia intentando recordar cómo se llama. Es un nombre con ese. Silvia no. Sara. Sandra. No, no. Sonia. Tampoco, joder. Cómo se llama. Susan. Sí, eso es. Susan. Me tranquilizo. Ok, sé cómo se llama. Y qué. Ni que fuera un concurso y hubiese premio.
Me doy cuenta de que me entretengo con el tema del nombre para no pensar en el teléfono de las bragas —he decidido bautizarlo así—. Joder, cómo puedo estar pensando en esa guarrada en vez de centrarme en la noche que acabo de pasar con Susan —ahora me repito su nombre feliz de haberlo recordado; cuántas veces no ha sido así—, que es lo mejor que me ha pasado en los últimos meses, no cabe duda, y resulta que en lugar de flipar con ella sigo colgada de una mierda de llamada que además casi seguro que fue un error. Que me den. En serio, Andrea, no vas bien, me digo. Has perdido el norte. No se lo cuentes a nadie.
Voy caminando. No vivo lejos de la rubia. Saco el móvil del bolsillo. Miro las llamadas recibidas. No lo hagas, me digo. No tienes que hacerlo. Andrea, no pienses con los ovarios. Te mueres de ganas. Quieres conocer a esa tía descarada. Quieres follártela. Boca arriba, boca abajo. Bajarle las bragas, que te las baje. Bajaros las bragas las dos a la vez. Solo un poco, lo suficiente. ¿En serio?
¿Llamaría a Susan si tuviera su teléfono? Oficialmente no lo tengo. No sería difícil hacerme con su número. Pero averiguarlo sería mostrar demasiado interés. Ella tal vez piense lo mismo. ¿Cine? No me apetece. ¿Amigas? No tengo ganas. ¿Y qué quiero?
Llego a casa. Cojo el móvil. Le doy a la tecla verde. Llamando. El corazón se me acelera. El teléfono al que llama está desconectado o fuera de cobertura. Mierda. Mierda. Mierda. Acción fallida. No estás pensando, Andrea. Estás atontada. Verá la llamada perdida. Confirmación de tu interés. ¿Por qué quieres meterte en un lío?
Voy a la cocina, ni siquiera enciendo la luz. Imagino que acaba de llamarme. Imagino que me ha dicho: «Me gusta que me hayas obedecido. Ahora no te las bajes. Tócate». Me desabrocho el cinturón. Botón, cremallera. Me cuesta meter la mano por los vaqueros, tan ceñidos. Me ayudo por fuera con la otra mano. Actúo con las dos. Adelante y atrás, cada vez con más intensidad. No puedo estar más mojada. El orgasmo me deja con las piernas temblando. Apoyada en el mármol, frío. Mantengo la mano caliente por debajo de las bragas.
Lunes. Me voy a la tele. Me doy cuenta de que miro a todo el mundo como indagando. Como si me propusiera y fuera posible averiguar quién es. Cuando digo que miro a todo el mundo me refiero a las mujeres. Para mí, en ese sentido, ni existe ni ha existido ni va a existir nada más. Me fascinan, me pueden, me encantan, me seducen, me enloquecen. Y ahora que sospecho que hay una que me desea en secreto, que no en silencio, me derrito por averiguar quién es.
Cruzo miradas, sonrío más que de costumbre. Busco cercanías. Ser presentadora de televisión es un obstáculo. Hay demasiadas posibilidades y casi ninguna pista. En maquillaje creo notar que la maquilladora me toca con mayor intención que otras veces. Intento darle permiso con comentarios de doble sentido, pero no avanza. La de vestuario me ayuda con la ropa de un modo que a mí me parece distinto, cómplice; le pido que se pruebe una de mis blusas, se la abotono, la miro en el espejo, se incomoda; tiene novio, y lo sé, pero nunca se sabe con las que de pronto quieren probar. La productora me abraza feliz por el éxito de una gestión reciente que nos va a permitir entrevistar a Jennifer Aniston, de quien llevo años enamorada. Le pregunto si le va a dar un ataque de celos. Se ríe y no aprovecha el comentario. Una de las cámaras me guiña dos o tres veces el ojo mientras esperamos en plató. Le miro el culo de un modo más explícito que nunca. De nada sirve. No hay respuestas.
Exagero. Sobredimensiono. No tiene por qué ser alguien del trabajo. Tengo un montón de seguidoras. Cualquiera de ellas podría haber decidido dar un paso. ¿Y si es una broma de mis amigas? Las mato, te lo juro que las mato bien muertas. Cucarachas.
Resumamos la semana. Teatros, entrevistas, cines, programas, reuniones, velocidad, estrés, agenda apretujada y el móvil a todo gas y sin llamadas del teléfono de las bragas. Yo tampoco insisto. No olvido ni espero. Pero llega el sábado otra vez.
Susan me ha mandado un e-mail —qué raro que en vez del teléfono haya pedido a mis amigas el correo electrónico— para citarme en un japonés. Acepto. La cena es de lo más estimulante. Usa los palillos para atrapar las piezas de sushi pero también para separarme el escote de la piel y recorrer el borde de mi sostén hasta colocar uno de los palillos justo en medio, entre mis pechos, de modo que noto la humedad que conserva después de que ella se lo haya llevado a la boca para limpiarlo con la lengua. Me sonríe. Me digo que es la rubia de carácter menos rubio que he conocido en mi vida. Hemos entrado descalzas al tatami, así que coge uno de los cubitos en que se está enfriando el blanco que hemos pedido y, después de recorrerse con él la boca, lo lleva hasta los dedos de uno de mis pies, el que le queda más cerca. Me da escalofríos y placer. Me acaricia con el hielo, lo retira un instante y vuelve a pasearse con él por mi tobillo mientras se le derrite entre las manos. Yo me dejo hacer. La devolución llegará cuando alcancemos la cama.
Salimos a la calle incendiadas. Nos sobra la ropa. Caminamos deprisa. De vez en cuando nos empujamos hasta cualquier pared para besarnos.
En su casa, en el ascensor, le arrebato con la boca el sostén de puntilla, esta vez de color verde inglés. Le aparto con la lengua el tanga a juego. Abro la boca en sus pechos. Tropiezo con sus pezones, los busco, los pierdo, los huelo, los muerdo. La acaricio con las manos y después con el cuerpo. Entramos en la casa. Nos desnudamos una a la otra camino del dormitorio. No llegamos, nos detenemos en la alfombra blanca y mullida de la sala. Allí la aplasto, damos vueltas, me aplasta, damos vueltas, nos encajamos, nos cabalgamos, nos miramos, cerramos los ojos, sudamos, gemimos. Se convierte en una noche larga, tan larga que se hace de día sin que termine. De pronto la luz que entra desde la terraza nos sorprende. Por la noche no bajamos las persianas, así que ahora es tan de día fuera como dentro. Estoy rendida. La rubia no. Me coloca boca abajo, con la cabeza mirando hacia la terraza. Entonces me fijo en lo que se ve justo al nivel de mis ojos. Lo reconozco enseguida. Es el cactus de su foto de WhatsApp. Abro las piernas. Me tiene. Antes de seguir le pregunto: «O sea, que eres tú. Y eres morena, ¿verdad?». Se mete dentro de mí mientras contesta, inmóvil, un instante: «Creí que nunca ibas a darte cuenta».
Estudio presentado en ESC Congress 2018

Tómate unas vacaciones largas, podrían prolongar tu vida


Investigadores finlandeses han seguido durante 40 años la evolución de más de mil ejecutivos con al menos un factor de riesgo de enfermedad cardiovascular. Los resultados revelan que para reducir la mortalidad no solo es importante llevar una vida saludable y tomar los medicamentos adecuados, también reducir el estrés, y unas vacaciones de más de tres semanas ayudan a conseguirlo.
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<p>La reducción del estrés y unas vacaciones de más de tres semanas (algo inalcanzable para muchas personas) pueden ayudar a reducir el riesgo de enfermedad cardiovascular, según los resultados del estudio. / Pixabay</p>
La reducción del estrés y unas vacaciones de más de tres semanas (algo inalcanzable para muchas personas) pueden ayudar a reducir el riesgo de enfermedad cardiovascular, según los resultados del estudio. / Pixabay
Tomarse vacaciones podría prolongar la vida. Esa es una de las conclusiones de un estudio realizado a lo largo de cuatro décadas y presentado este martes en el congreso que la Sociedad Europea de Cardiología (ESC Congress 2018) celebra entre el 25 y 29 de agosto en Múnich (Alemania).
"No piense que llevar un estilo de vida saludable va a compensar tener un trabajo demasiado duro y sin vacaciones", señala Timo Strandberg, profesor de la Universidad de Helsinki (Finlandia) y coautor del trabajo, aceptado para su publicación en The Journal of Nutrition, Health & Aging. "Las vacaciones pueden ser una buena forma de aliviar el estrés", añade el experto.

De forma aleatoria los voluntarios se dividieron en dos grupos: uno de control (610 hombres) y otro de intervención (612 individuos) con el que se trabajó durante cinco años. El grupo de intervención recibió asesoramiento verbal y por escrito cada cuatro meses para que sus integrantes realizaran actividad física aeróbica, comieran siguiendo una dieta saludable, lograran un peso adecuado y dejaran de fumar.
El estudio se basa en los datos de 1.222 ejecutivos varones de mediana edad, nacidos entre 1919 y 1934 y reclutados para el denominado Helsinki Businessmen Study en 1974 y 1975. Los participantes tenían al menos un factor de riesgo de enfermedad cardiovascular (tabaquismo, presión arterial alta, colesterol alto, triglicéridos elevados, intolerancia a la glucosa o sobrepeso).
Cuando estos consejos para mejorar su salud no fueron efectivos, este grupo también recibió los medicamentos que se recomendaban en aquel momento para disminuir la presión sanguínea (betabloqueantes y diuréticos) y los lípidos (clofibrato y probucol). Por su parte, los ejecutivos del grupo de control recibieron la atención médica habitual y los investigadores no los vieron.
Un resultado inesperado
Como recogieron los estudios de aquella época, al final del experimento el riesgo de enfermedad cardiovascular se redujo en un 46% en el grupo de intervención en comparación con el de control. Sin embargo, en el seguimiento de 15 años que se hizo después, durante 1989, se descubrió que había habido más muertes en el grupo de intervención que en el de control. ¿Qué había pasado?
El análisis presentado ahora ha extendido aquel seguimiento de la mortalidad a 40 años (hasta 2014), utilizando registros nacionales de defunciones y examinando datos inéditos sobre las cantidades de trabajo, sueño y vacaciones que tuvieron los participantes. Los investigadores volvieron a encontrar que la tasa de mortalidad fue significativamente más alta en el grupo de intervención que en el de control hasta 2004. Después, hasta 2014, las tasas de mortalidad de ambos grupos fueron las mismas.
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Evolución de la mortalidad en los grupos de intervención y control a lo largo de los años. / European Society of Cardiology
Según los datos, las vacaciones más cortas se asociaron con un exceso de muertes en el grupo de intervención, donde además se observó que los hombres que como mucho se fueron tres semanas de vacaciones tuvieron un 37% más de probabilidades de morir de 1974 a 2004 que aquellos que pudieron disfrutar de un periodo vacacional más largo. El tiempo de vacaciones, sin embargo, no tuvo impacto en el riesgo de muerte dentro del grupo de control.

El profesor reconoce que el manejo del estrés no formaba parte de la medicina preventiva en la década de los 70, pero ahora se recomienda para las personas con riesgo de enfermedad cardiovascular. Además, actualmente hay más medicamentos disponibles para reducir los lípidos (estatinas) y la presión arterial (inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina, bloqueantes de los receptores de angiotensina, bloqueantes de los canales de calcio).
Strandberg aporta una explicación: "En nuestro estudio, los hombres con vacaciones más cortas trabajaban más y dormían menos que los que tenían vacaciones más largas. Este estilo de vida estresante podría haber invalidado cualquier beneficio de la intervención. Incluso pensamos que la intervención en sí misma también puede haber tenido un efecto psicológico adverso en estos hombres, al aportar estrés a sus vidas".
"Nuestros resultados no indican que la educación sanitaria sea perjudicial”, subraya Strandberg. “Más bien, apuntan que la reducción del estrés es una parte esencial en los programas destinados a reducir el riesgo de enfermedad cardiovascular; sin olvidar que los consejos sobre el estilo de vida se deben combinar sabiamente con el tratamiento farmacológico moderno para prevenir los eventos cardiovasculares en individuos de alto riesgo”.