Bajas silenciosas
Por Juan Gelman
Se producen en soledad y secreto entre los efectivos estadounidenses que combaten o combatieron en las guerras que W. Bush lanzó y Barack Obama continúa. Junio fue el mes más cruel: se suicidaron 32 soldados, un número superior al de cualquier mes de la guerra de Vietnam. Once no estaban en actividad y siete de los restantes cumplían servicio en Irak y/o Afganistán. Son cifras oficiales (www.defense.gov, 15-7-10). En el 2009 segaron su propia vida 245 efectivos y la cifra se superaría este año: 145 se suicidaron en el primer semestre y 1713 lo intentaron sin éxito. La tasa es más alta que la correspondiente a la población civil de EE.UU.
El militar Tim Embree testimonió el 25 de febrero ante la Comisión de Asuntos relativos a los Veteranos de la Cámara de Representantes. Declaró en nombre de los 180.000 asociados de Veteranos Estadounidenses de Irak y Afganistán (IAVA, por sus siglas en inglés), países a los que fue enviado a combatir dos veces. “El año pasado se quitaron la vida con sus propias manos más efectivos de los que cayeron en combate en Afganistán –señaló–. La mayoría de nosotros conoce a un compañero que lo hizo al regresar a casa y los guarismos no incluyen siquiera a quienes se suicidan al terminar su servicio: están fuera del sistema y sus muertes suelen ser ignoradas” (//iava.org, 15-7-10). Tal vez no fueran seres humanos, apenas material desechable.
Embree recordó las cifras publicadas por el semanario Army Times, que divulga noticias del ejército y posibilidades de carrera en la institución: “18 veteranos se suicidan cada día y se registra un promedio mensual de 950 intentos suicidas entre veteranos que reciben del departamento federal correspondiente algún tipo de tratamiento (www.armytimes.com, 26-4-10)”. Se trata de veteranos de todas las guerras que EE.UU. desató en tierras extranjeras y padecen, en general, de PTSD. Antes se lo llamaba neurosis de guerra o fatiga de combate o shock y aun otros nombres. El PTSD los reúne a todos.
La publicación mensual Archives of General Psychiatry dio a conocer una investigación independiente sobre 18.300 soldados examinados a los tres meses y al año de ser enviados a Irak: del 20 al 30 por ciento sufrían de PTSD y una depresión profunda agobiaba al 16 por ciento (//archpsyc.amaassn.org, junio de 2010). Se explica la dificultad de los veteranos para reintegrarse a la vida civil, la violencia hogareña que protagonizan, los matrimonios rotos, la drogadicción y los suicidios. A fines del 2009, según cifras del Departamento de Veteranos del gobierno, más de 537 mil de los 2,04 millones que sirvieron en Irak y Afganistán pidieron atención médica (www.ptsd.va.gov, febrero 2010).
La dificultad se agrava porque regresan a un país con un desempleo cada vez mayor. Según una investigación de la IAVA, el 14,7 de los veteranos son desocupados, un 5 por ciento superior al promedio nacional (//iava.org, 2-4-10). Aumenta así el número de los que han perdido su vivienda. Un informe de la National Coalition for the Homeless indica que el 33 por ciento vive a la intemperie y que un millón y medio corre el riesgo de quedarse sin techo debido a la pobreza y la falta de apoyo oficial (www.nchv.org, septiembre 2009). Están ausentes de estas cifras los veteranos físicamente incapacitados para buscar y mantener un trabajo.
Kevin y George Lucey, padres de un soldado que se quitó la vida, contaron una de las tantas historias que los números ocultan. El 22 de junio del 2004, su hijo Jeff, de 23 años, se colgó en el sótano de la casa (www.democracynow.org, 9-8-10). Era cabo del cuerpo de marines y había regresado de Irak en julio del año anterior. La madre relató que al mes de participar en la invasión enviaba cartas a su novia en las que hablaba de las “cosas inmorales” que él estaba haciendo. Una vez en el hogar, Jeff comenzó a soltar frases inconexas sobre Nasiriya, la ciudad al sudeste de Bagdad en la que tuvo lugar la primera gran batalla de los invasores contra el ejército regular iraquí. Un día recibió a su hermana Amy con lágrimas en los ojos diciéndole que era un asesino. Antes de suicidarse, dejó sobre su cama las chapas de identificación de dos efectivos iraquíes que había matado aunque no portaban armas. Jeff solía mirarlas con frecuencia.
Los psiquiatras y psicólogos militares carecen de conocimientos para enfrentar estas dolencias. Mark Russel, comandante de la Marina especializado en enfermedades mentales, descubrió que el 90 por ciento del personal que cumple esas funciones no tiene la formación necesaria para atender el PTSD. Se limita a prescribir drogas como el Paxil, el Prozac o el Neurontin, que acentúan y hasta producen los síntomas, y a devolver a los soldados a sus unidades (www.usatoday, 17-1-07).
El lunes pasado, el presidente Obama declaró ante una convención de veteranos discapacitados en Atlanta que su gobierno estaba haciendo los máximos esfuerzos para prevenir el suicidio y otras consecuencias del PTSD. Para el padre de Jeff, eso es pura hipocresía.
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