viernes, 10 de agosto de 2018

INVESTIGADORES CULIBLANCOS PREJUICIOSOS


HOMO ERECTUSLa pereza del Homo erectus influyó en su extinción

Un estudio de la Universidad Nacional Australiana se apoya en las evidencias halladas en las excavaciones arqueológicas que se realizaron en 2014 en el yacimiento de Saffaqah (Arabia Saudí).

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Paladar original de un Homo erectus / Wikipedia


La pereza contribuyó, en parte, a la extinción del Homo erectus, un homínido extinto que habitó la Tierra en un período que abarca entre unos 1,8 millones de años y 350.000 años antes de nuestra era, informaron hoy fuentes científicas.
El estudio de la Universidad Nacional Australiana, publicado en la revista científica PLoS One, se apoya en las evidencias halladas en las excavaciones arqueológicas que se realizaron en 2014 en el yacimiento de Saffaqah (Arabia Saudí) sobre las antiguas poblaciones humanas que datan de la Edad Temprana de Piedra.
La investigación reveló que esta especie extinta utilizó "estrategias de menor esfuerzo" para fabricar herramientas y recolectar su materia prima en ese lugar de la Península Arábiga, según el estudio de la Universidad Nacional Australiana (ANU, en inglés).
Las evidencias de ese yacimiento arqueológico muestran que sus herramientas "eran comparativamente de menor calidad" que las que produjeron especies como los primeros Homo sapiens o los Neanderthals.
Shipton remarcó que las evidencias recolectadas en Saffaqah muestran que los Homo erectus fabricaban sus herramientas con las rocas que encontraron cerca de su campamento en lugar de desplazarse un poco más lejos a una cantera con material de mejor calidad.
"Ellos sabían que estaban allí (cuesta arriba), pero parece que debido a que ya tenían suficiente recursos adecuados pensaron que no debían molestarse", comentó el experto.
"Realmente da la impresión de que no se hubieran esforzado ni tampoco dan la sensación de ser exploradores que miraron al horizonte ni de tener la misma capacidad de maravillarse como nosotros", comentó Shipton en un comunicado de la ANU.
Esta "pereza" se sumó a la incapacidad de adaptarse a los cambios climáticos de esos Homo erectus, lo que probablemente fue clave en su extinción, según Ceri Shipton, autor del estudio.
"No hubo un progreso del todo y sus herramientas nunca se encontraron muy lejos de los que ahora son lechos de los ríos secos. Creo que al final el ambiente fue demasiado seco para ellos", dijo el académico de la ANU.
Los restos de sedimentos del ambiente que los rodeaba muestra que éste cambiaba, pero éstos seguían comportándose y haciendo lo mismo en lugar de adaptarse.

LOS MURCIANOS TIENEN COJONES MEDIO SECOS


¿Bóxer o slip? La ciencia nos revela lo más saludable

La investigadora alicantina Lidia Mínguez ha realizado un estudio en la Universidad de Harvard para analizar las mejores formas de cuidar de el semen

¿Bóxer o slip? la pregunta típica que ahora, por fin, tiene respuesta. A pesar de lo que algunos creen, esta no es una cuestión de moda, si no de salud reproductiva. La revista científica Human Reproduction nos otorga la solución al dilema gracias a la investigadora Lidia Mínguez. La alicantina, que actualmente trabaja en el Departamento de Salud Ambiental de la Universidad de Harvard, realizó un estudio sobre 656 pacientes con problemas reproductivos.

Este estudio ha conseguido demostrar que el uso de slip empeora significativamente la calidad del semen y provoca un descenso del 25% en su concentración. Por el contrario, los hombres que usan boxer tienen un 17% más de esperma y un 33% más de espermatozoides ‘nadadores’en una eyaculación.

Los beneficios del uso del bóxer ya eran conocidos anteriormente, sin embargo, este es el estudio más amplio sobre el tema y ha develado algunos datos desconocidos hasta el momento, como que el cuerpo intenta compensar la baja calidad del semen del usuario de slips produciendo en mayor medida la hormona FSH, encargada de producir mayor cantidad. Según Mínguez este "es un mecanismo compensatorio que no se había descrito hasta ahora”.

Tampoco jacuzzis o ciclismo habitualmente

En consecuencia, si uno desea mantener o aumentar su fertilidad, es recomendable evitar ciertos hábitos como la utilización de slip, bañarse en jacuzzis o practicar ciclismo habitualmente. La explicación se encuentra en la temperatura óptima para los testículos. El esperma moriría a los 37º C de nuestro cuerpo, "esa es la razón por la que los testículos están fuera, para poder estar a dos grados menos", asegura la investigadora. Por ello, cuanto más ajustado es un calzoncillo peor resulta para la calidad del esperma.

Pero Mínguez puntualiza: "Hablamos de probabilidades, puede ocurrir perfectamente que llegue la persona con los calzoncillos más apretados del mundo y un superesperma". Además, la alicantina evita el alarmismo con un dato apenas conocido para la mayoría de las personas: "La espermatogénesis tarda alrededor de tres meses, por lo que basta ese tiempo para revertir el efecto perjudicial de los mismos".

Otras investigaciones sobre el semen

Lidia Mínguez trabajó en Murcia antes de trasladarse a los Estados Unidos. Allí se quedó horrorizada al descubrir, a través de la investigación de su tesis doctoral, que la calidad del semen de los jóvenes murcianos es “catastrófica”. Cinco años después continúa trabajando para solucionar la falta de concienciación: "En ese primer estudio, los participantes me decían: 'A mí no me digas mis resultados, que me rayo'".

En otra investigación reciente, la investigadora ha demostrado los beneficios del consumo de pescado para la calidad del semen a pesar de la alta concentración de emrcurio en algunos pescados contaminados: "Es porque los beneficios del omega 3 del pescado superan a los perjuicios del mercurio".

Actualmente, Mínguez continúa estudiando desde Harvard la relación de distintos químicos con el estilo de vida y la dieta.

SI EL 55 % DE LA POBLACIÓN SON MUJERES,¿PORQUE HAY UN 60 % EN CONTRA DEL ABORTO?


Aborto, Iglesia y gobiernos “progresistas”

Periodista


Manifestantes a favor de la despenalización del aborto, concentradas en la Plaza del Congreso, en Buenos Aires. EFE/David Fernández
Manifestantes a favor de la despenalización del aborto, concentradas en la Plaza del Congreso, en Buenos Aires. EFE/David Fernández
No es cierto que penalizando la interrupción del embarazo se impida abortar a la mujer. A las mujeres no se nos puede impedir que abortemos. No he conocido a ninguna mujer que, decidida a hacerlo, no lo haya hecho. Conocemos, eso sí, aquí, en Argentina y en cualquier otro lugar, muchachas que han perdido el útero, mujeres desangradas, mutiladas e incluso muertas. La cuestión no es si la mujer aborta o no. La mujer aborta, punto. Sea católica, musulmana, judía, pobre, rica, joven, madura, monja o mediopensionista. La cuestión es cómo lo hace, en qué condiciones. En cuanto a las niñas, el asunto es feroz, porque se las obliga a parir. Con diez, doce, catorce años. Se las obliga a gestar y a parir, en la inmensa mayoría de los casos tras sufrir violaciones. Y a eso le llaman pro-vida.
Así pues, siendo lo anterior innegable en el caso de las mujeres más o menos adultas, queda meridianamente claro de qué va la negativa a legalizar el aborto: No se trata de impedir que interrumpan su embarazo, sino de un castigo contra la mujer por el simple hecho de reclamarse soberana de su cuerpo, de exigir el manejo de su propia maternidad, su autonomía a la hora de ser.
A nadie se le escapa que en el centro de todo este asunto se encuentra la Iglesia. La Iglesia católica, en el caso de España y Argentina, cuyo Senado acaba de rechazar la despenalización del aborto. La capacidad de repartir prebendas, de lobby, la penetración de los partidos políticos y las instituciones públicas por parte de la Iglesia es la herramienta. Pero en el caso de España, muy en particular en su labor “educativa”. Como ya expliqué en un artículo aquí mismo, en España hay alrededor de 4.000 centros privados concertados. De ellos, el 65% pertenecen a la Iglesia católica. Esto supone que más de un millón de escolares se forman cada año en dichas instituciones. O sea, que se forman en un relato que no solo castiga el hecho de ser mujer (Eva, origen de la mujer, es culpable de todos los males y la virginidad es la madre de todas las virtudes) sino que adoctrina en la afirmación de que la posibilidad de que una mujer decida sobre su propio cuerpo y sobre su maternidad es una abominación y va contra la vida. No entraré a discutir qué entiende esa gente por “vida”, pero sí que mientras millones de ciudadanos y ciudadanas alcancen la edad adulta habiendo sido de tal manera adoctrinados, la lucha por los derechos de la mujer es un camino extraordinariamente difícil y frustrante.
Alguien podría argumentar que cada familia tiene derecho a que sus hijos se eduquen según los criterios que les venga en gana. Por supuesto que no, ya que una sociedad debería impedir que la educación perpetúe discriminaciones, y en el caso de la Iglesia católica la discriminación de la mujer, así como de toda opción sexual diferente de la heterosexualidad, es palmaria. Pero más allá de eso, y mucho peor, debemos plantearnos con urgencia los más de 4.000 millones y medio de euros que el Estado destina a la Iglesia católica en concepto de “educación”. Mientras el Estado sufrague la educación en la desigualdad, la discriminación y la penalización de la mujer por ser mujer en general, y por hacer el uso de su cuerpo que le venga en gana en particular, mientras esto siga siendo así, la vida de las mujeres corre peligro, y es una vida peor, más ardua y dolorosa que la de los hombres.
Los mismos gobiernos (en este caso los socialistas) que dicen apoyar la despenalización del aborto son los que siguen hinchando las arcas católicas para que eduquen a la ciudadanía del futuro en lo contrario. ¿Para qué? Pues como ya es evidente que la mujer que quiere abortar, aborta, lo hacen como forma de castigo. Los gobiernos conservadores y las instituciones religiosas, sí, pero también aquellos que siguen nutriendo de dinero a la bestia.

La hidatidosis está más presente entre la población de lo que se pensaba


La hidatidosis es una enfermedad parasitaria vinculada al contacto con animales en entornos rurales y doblemente olvidada porque se piensa que la higiene ha hecho que pase a la historia. Sin embargo, no es así, según un estudio internacional, en el que han participado cerca de 25.000 personas de Bulgaria, Rumanía y Turquía. La investigación, que se enmarca dentro de un amplio proyecto europeo con participación española, ha detectado quistes hidatídicos en personas de todas las edades. 

<p>Ovejas en Rumanía. / Pixabay</p>
Ovejas en Rumanía. / Pixabay
La hidatidosis es una grave patología parasitaria causada por larvas de un tipo de gusano denominado Echinococcus granulosus que puede pasar del perro al hombre a través de hospedadores intermedios como el ganado, especialmente, las ovejas. 

Hasta ahora existían muy pocos datos epidemiológicos de esta enfermedad parasitaria que afecta tanto a animales como al ser humano y que, lejos de erradicarse, sigue muy presente en la población rural de Bulgaria, Rumanía y Turquía, países que abarca esta investigación, y probablemente también en otros contextos.
Un grupo internacional de investigadores en el que participa el Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Salamanca (IRNASA, centro del CSIC) ha publicado un estudio en la revista The Lancet Infectious Diseases que demuestra que la prevalencia de la hidatidosis es más alta de lo que se pensaba.
Tras realizar pruebas ecográficas a cerca de 25.000 personas de forma voluntaria en los años 2014 y 2015, los investigadores hallaron quistes hidatídicos en el 0,41% de los casos tanto en Rumanía como en Bulgaria y en el 0,59% en Turquía. Los diagnósticos de la enfermedad incluyen todas las edades, también niños, y todas las provincias estudiadas.
El trabajo se enmarca dentro del proyecto europeo HERACLES, que finalizará el próximo mes de septiembre tras cuatro años de investigaciones. Entre los diversos objetivos de esta iniciativa, uno de los más importantes era la realización de un cribado poblacional en los tres países elegidos, que se llevó a cabo con ecógrafos portátiles, al tiempo que se adiestraba al personal sanitario de las zonas rurales en el manejo de estos aparatos, que sirven para diagnosticar muchas otras enfermedades. Una vez finalizado el proyecto, el equipamiento se donaba a centros de salud locales y los pacientes eran derivados a los hospitales correspondientes para su tratamiento.
Por lo tanto, “este proyecto tenía un gran valor añadido”, destaca Mar Siles, firmante del artículo y directora del IRNASA. En cuanto al estudio epidemiológico en sí mismo, no se había hecho antes de forma tan amplia. "Queríamos definir cuántos habitantes sufrían esta enfermedad entre la población rural y se ha visto que el porcentaje era bastante más grande de lo esperado según las referencias que teníamos”, añade.
Una enfermedad doblemente olvidada
“Es una enfermedad olvidada”, asegura la investigadora, “pero en los países desarrollados está doblemente olvidada porque la gente cree que ya no existe y no es verdad”. Gracias a la higiene, los casos se han reducido notablemente en las últimas décadas en países como España, pero aún así “yo recibo dos o tres llamadas al año de pacientes crónicos que han llegado a casos extremos en los que incluso se plantean amputaciones”. 

Además, “las estadísticas oficiales subestiman claramente el número de personas afectadas”, tal y como evidencia este estudio. Aunque los datos pertenezcan a Bulgaria, Rumanía y Turquía, es probable que en el oeste del continente europeo la situación también esté subestimada.
Como en otras enfermedades olvidadas, el escaso número de pacientes hace que no tenga interés económico y que resulte casi imposible acceder a financiación para realizar estudios tanto epidemiológicos como de diagnóstico y tratamiento, que presentan todavía muchas dificultades. En este sentido, el carácter de enfermedad olvidada hace que falten especialistas con un conocimiento profundo de esta patología, necesarios para una atención adecuada a los pacientes.
“Está muy extendida la idea de que ya no existe, que solo hay pacientes residuales de hace 30 años, pero aquí también hemos hecho estudios y hemos visto que aún hay transmisión, evidenciada por la presencia de casos pediátricos autóctonos. El problema es que tarda mucho en dar síntomas, puedes contraer la enfermedad y que pase más de una década antes de que se manifieste”, comenta la experta.
Un proyecto europeo con excelentes resultados
La revista The Lancet Infectious Diseases le ha querido dar especial relevancia a esta investigación colocándola en su portada del mes de julio de 2018, además de dedicarle un editorial. “Consideran que ha sido extraordinario que hayamos obtenido financiación para estudiar esta enfermedad que no importa a nadie más que a los pacientes”, destaca Mar Siles.
Mar Siles
Mar Siles y la técnico de laboratorio María González. / DiCYT
El balance del proyecto HERACLES es “muy positivo” en todos sus aspectos, no solo en la parte de investigación epidemiológica. “Se ha creado un registro europeo de pacientes y la Organización Mundial de la Salud nos ha solicitado una guía de manejo clínico muy práctica que servirá para orientar a los médicos”, comenta.
El IRNASA ha colaborado en todas las vertientes del proyecto, pero especialmente en las relacionadas con la biología molecular, como el desarrollo de nuevas dianas para el diagnóstico, y también en la creación de una colección de muestras de la enfermedad.
Otro de los aspectos destacados del proyecto se centró en la búsqueda de nuevos fármacos, en concreto, en “una nueva formulación que permite aumentar la solubilidad de un compuesto que ha sido patentada dentro del proyecto”. Ahora esta parte del trabajo puede derivar en un nuevo proyecto europeo para el que ya se ha solicitado financiación dentro del programa Horizonte 2020. El objetivo sería comenzar a realizar ensayos con pacientes.
Referencia bibliográfica
Tamarozzi, Francesca et al. (2018). "Prevalence of abdominal cystic echinococcosis in rural Bulgaria, Romania, and Turkey: a cross-sectional, ultrasound-based, population study from the HERACLES project". The Lancet Infectious Diseases 18(7): 769–778 julio de 2018. DOI: https://doi.org/10.1016/S1473-3099(18)30221-4