¿Esclavos de nuestro cerebro o seres absolutamente libres?
Una tendencia que se refleja en libros como Subliminal: Cómo tu mente cambia tu comportamiento (Pantheon) de Leonard Mlodinow o El poder del hábito: por qué hacemos lo que hacemos de Charles Duhigg. En ellos, se parte de la idea de que nuestras decisiones diarias se encuentran condicionadas por los impulsos de nuestro sistema nervioso y determinados por el pack biológico con el que venimos de serie y que poco o nada podemos hacer respecto a ello. Por ejemplo, Duhigg afirma en su libro que no podemos cambiar nuestros hábitos; como mucho, desarrollar unos nuevos. Por su parte, Mlodinow ha publicado un libro llamado El paseo del borracho: Cómo el azar influye en nuestras vidas (Pantheon), que también señala lo pasivo de nuestras vidas. Se trata de una visión polémica, en cuanto que despoja al ser humano de su libre albedrío y lo reduce a una máquina sometida a los embates del ambiente y de su propia biología, que se limita a recibir estímulos y reaccionar en consecuencia.
Dónde trazar la línea
El doctor José Antonio Portellano Pérez, neuropsicólogo y profesor titular del Departamento de Psicobiología de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense, se muestra en desacuerdo. ”Creo en el libre albedrío”, señala. “Algunos le dan un sentido moral, otros un sentido religioso, pero si no existiese la capacidad para tomar decisiones por uno mismo, los seres humanos actuaríamos como autómatas”. En un sentido semejante se manifiesta Laura García Agustín, psicóloga clínica, escritora y directora de Clavesalud: “Pueden contar lo que quieran”, afirma con contundencia. “La biología es un sustrato que determina nuestro desarrollo. Es evidente que traemos unas determinadas características, pero la gente puede desarrollarse de una manera u otra”.
Sin negar la importancia que pueda tener el uso de psicofármacos en ciertos casos, no se debe medicalizar la salud mental tanto como habitualmente se hace“Lo que debemos tener presente es que hay que poner la biología a nuestro servicio”, prosigue García Agustín. “Por así decirlo, son los mimbres con los que trabajamos, que pueden ser de una manera u otra, mejores o peores. Pero está en nuestras manos desarrollarlos de una manera u otra”.
Medicación o terapia
Otra consecuencia de dicha concepción es el exagerado protagonismo que la medicina ha adquirido en los últimos tiempos, como solución respecto a diferentes problemas: en definitiva, el camino fácil que busca en lo químico la solución de todos los problemas humanos. Para los expertos consultados, se ha producido un proceso de medicalización de los tratamientos. “Sin negar la importancia que pueda tener el uso de psicofármacos en ciertos casos, no se debe medicalizar la salud mental tanto como habitualmente se hace, privando a las personas de tratamientos psicológicos de probada eficacia”, señala Portellano.
Laura García Agustín añade que “lo que ocurre en muchas ocasiones es que los pacientes piden directamente una pastilla, porque impera la ley del mínimo esfuerzo. Todo requiere un proceso que lleva tiempo y trabajo. Hay que cambiar el paradigma de lo fácil y lo rápido”. Y recuerda que “ahora, por ejemplo, se está recetando mucha paroxetina, que tiene unos grandes efectos secundarios”.
Otros pensadores se encuentran en una línea semejante, como es el caso de Richard J. Davidson, que a pesar de provenir del campo de la neurología, defiende la neuroplasticidad como una forma de cambiar nuestro cerebro a través de nuestra conducta. Se invierte la perspectiva: en lugar de estar condicionados por nuestro cerebro y nuestra configuración inicial, Davidson defiende que la materia gris puede ser alterada por nuestra actitud. En ese sentido, José Antonio Portellano recuerda que “cuando una persona mantiene pensamientos y actuaciones positivas, se produce un incremento en la liberación de dopamina en dicho núcleo, lo que a su vez repercute en el sentimiento de bienestar emocional”.
Los fármacos son como el chocolate del loro. No eliminan el problemaAdemás, Portellano realiza una última propuesta que ya se realiza en otros países, y que trataría de frenar este auge de lo farmacológico. “La salud mental en España está excesivamente medicalizada, lo que supone un coste muy elevado para la Sanidad”, recuerda. “Recientemente algunos países como el Reino Unido han puesto a miles de psicólogos en los centros de atención primaria y se están empleando tratamientos psicológicos para mejorar la salud mental de la población como alternativa a los métodos tradicionales. Los resultados están siendo muy esperanzadores hasta el momento”.
Manejar o ser manejados
Ambos expertos señalan la necesidad de un cambio de paradigma en el que la importancia de la medicina se relativice a favor de la terapia, una vía cuyos efectos son más prolongados. Se trata de una discusión que prolonga el debate inicial, en la medida en que al contrario de lo que ocurre con la química, el paciente es agente de su propia curación, y por lo tanto influye en un mayor grado su voluntad y libre albedrío para decidir que quiere salir adelante.
“Si una persona presenta un cuadro de ansiedad, se puede recurrir al uso de psicofármacos o al tratamiento psicológico”, señala Portellano. “En el caso de que se utilice una medicación contra la ansiedad (benzodiacepinas), es posible que disminuyan los síntomas de ansiedad porque se logra una modificación en aquellas áreas de cerebro implicadas. Pero el locus de control es externo, ajeno a la voluntad del sujeto. Por el contrario, si se ha empleado tratamiento psicológico eficaz, la mejoría conseguida mediante técnicas de relajación, detención del pensamiento, etc., se debe al propio sujeto, instruido por el psicoterapeuta. El locus de control de la ansiedad está en el paciente”.
Laura García Agustín recuerda de qué forma suele plantear la terapia en estos casos. “Es fundamental que una persona sepa por qué funciona así. Así que primero le explicamos lo que le ocurre, y más tarde, cómo puede salir de ahí. Aunque se pueda tener una cierta tendencia por ejemplo a la depresión, nadie está condenado. Es fundamental que el paciente sepa que puede hacer algo: he visto gente aniquilada que en dos meses se había recuperado”. Y García Agustín concluye señalando que “los fármacos son como el chocolate del loro. No eliminan el problema, cuando dejas la medicación vuelves al punto inicial”.
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