El capitalismo farmacéutico contra la salud y el conocimiento
Richard J. Roberts fue Premio Nobel de Medicina. Él y Phillip Allen Sharp fueron premiados por el descubrimiento de los intrones en el ADN eucariótico y el mecanismo gen splicing, el empalme de genes. Entrevistado por La Vanguardia en julio de 2007 [1], RJR afirmaba cosas sensatas del siguiente tenor: “La investigación en la salud humana no puede depender tan sólo de su rentabilidad económica. Lo que es bueno para los dividendos de las empresas no siempre es bueno para las personas... La industria farmacéutica quiere servir a los mercados de capital…” “Como cualquier otra industria”, apuntilló el entrevistador. RJR no cayó en la pueril trampa: “Es que no es cualquier otra industria: estamos hablando de nuestra salud y nuestras vidas y las de nuestros hijos y millones de seres humanos… Si sólo piensas en los beneficios, dejas de preocuparte por servir a los seres humanos… He comprobado como en algunos casos los investigadores dependientes de fondos privados hubieran descubierto medicinas muy eficaces que hubieran acabado por completo con una enfermedad”.
Por qué dejaron de investigar, se le preguntó. La respuesta del Nobel: “Porque las farmacéuticas a menudo no están tan interesadas en curarle a usted como en sacarle dinero, así que esa investigación, de repente, es desviada hacia el descubrimiento de medicinas que no curan del todo, sino que hacen crónica la enfermedad y le hacen experimentar una mejoría que desaparece cuando deja de tomar el medicamento… Pues es habitual que las farmacéuticas estén interesadas en líneas de investigación no para curar sino sólo para convertir en crónicas dolencias con medicamentos cronificadores mucho más rentables que los que curan del todo y de una vez para siempre. Y no tiene más que seguir el análisis financiero de la industria y comprobará lo que le digo”. Puso algunos ejemplos.
Se han dejado de investigar antibióticos porque eran demasiado efectivos y curaban del todo. “Como no se han desarrollado nuevos antibióticos, los microorganismos infecciosos se han vuelto resistentes y hoy la tuberculosis, que en mi niñez había sido derrotada, está resurgiendo y ha matado este año pasado a un millón de personas”.
Sobre el Tercer Mundo señalaba RJR: “Ése es otro triste capítulo: apenas se investigan las enfermedades “tercermundistas”, porque los medicamentos que las combatirían no serían rentables. Pero yo le estoy hablando de nuestro Primer Mundo: la medicina que cura del todo no es rentable y por eso no investigan en ella”.
Preguntado sobre las afirmaciones del Nobel –“¿exageraba mucho Richard J. Roberts? ¿Estaba cegado por alguna ideología izquierdista que ofuscaba su mente?”-, el científico franco-barcelonés Eduard Rodríguez Farré comentaba: “No, en absoluto, estoy totalmente de acuerdo. Si bien la industria ha generado medicamentos de gran valor, no puede haber duda sobre ello, también es cierto lo que indica (y denuncia) Roberts. No son incompatibles ambas afirmaciones” [2].
¿Es sólo eso siendo mucho ese “eso”? ¿No hay más residuos tóxicos en este lodazal? Sí, los hay.
Miguel Jara comentaba recientemente un caso relacionado con el laboratorio multinacional Pfizer [3].
Pfizer ha sido acusado de practicar “una conducta delictiva” y de financiar “un oscuro sistema de coimas y sobornos a los médicos en el marco de la cadena de comercialización de los medicamentos”, según ha dictaminado el Juzgado Nacional de lo Criminal de Instrucción Número 27 de Buenos Aires. Pfizer ha quedado “envuelto en un escándalo de imprevisibles consecuencias para la multinacional, ya que el juez de Instrucción Alberto Baños y la secretaria del juzgado María Noé Rodríguez recomendaron enviar los antecedentes al Juzgado Nacional en lo Penal Económico Número 8 para que determine la gravedad de las conductas delictivas y las eventuales condenas penales”.
El laboratorio opera así: identifica a los denominados ‘médicos-negocios’, aquellos con mayor potencial prescriptor, y envía a un agente de propaganda médica “a captar su voluntad mediante el ofrecimiento de diversos beneficios económicos como puede ser la entrega de un determinado electrodoméstico o un cheque o dinero en efectivo, de tal manera se asegura que aquél recete sus productos”.
El propio Jara explica cosas muy similares en su libro Laboratorio de médicos : lo mismo que ocurre en Argentina sucede cotidianamente en España “con numerosos laboratorios sin que las autoridades judiciales españoles actúen”. Los grandes laboratorios no conocen fronteras y tienen prácticas parecidas a lo largo y ancho del “mundo globalizado”. Es la Internacional del Capital(y el mal)
¿Era aquello y es también esto? ¿No hay más? Sí hay más. Tomo pie en el excelente artículo de Milagros Pérez Oliva en el diario global-imperial del pasado martes 10 de julio [4].
Hace 8 años, en 2004, se supo que GSK [GlaxoSmithKline] había ocultado una información, apenas “un pequeño detalle”: entre los niños y adolescentes tratados con Paxil [5], un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina usado para tratar la depresión, se producía una mayor tasa de pensamientos y conductas suicidas.
Al ser descubierta, digámoslo así, la Big Pharma llegó a un acuerdo extrajudicial. Por él se comprometía a publicar todos los datos de sus estudios clínicos. “Todos” es todos. De hecho, en 2007 un cambio normativo en Estados Unidos obligaba a las farmacéuticas a publicar los datos de los estudios clínicos que realizaran. No algunos, todos los datos.
La nueva normativa permitió otro pequeño descubrimiento: GSK había ocultado también datos comprometedores de Avandia, un fármaco que se recetaba para tratar la diabetes. La propia Glaxo había iniciado en 1999 un estudio secreto para averiguar si el fármaco en cuestión era más seguro que Actos, de Takeda, otra compañía farmacéutica global que absorbió Nycomed y que cuanto menos presenta dos faltas ortográficas elementales en su página web [6].
Los resultados de la investigación fueron desastrosos para GSK: no solo no era más eficaz el fármaco de la competidora sino que el suyo presentaba un significativo mayor riesgo de daño cardiaco.
Los resultados, una obviedad desde cualquier punto de vista próximo a una honestidad básica, deberían haberse comunicado a las autoridades sanitarias. Pero no se hizo.
En lugar de ello, GSK hizo todo tipo de maniobras para evitar que trascendieran. Una investigación del The New York Times reveló en 2010 correos internos entre directivos de la Big Pharma en los que se advertía que los datos del estudio no debían ver, bajo ningún concepto , la luz del día (ni siquiera las sombras en noches estrellada).
Los riesgos de Avandia fueron confirmados, tiempo después, en un estudio independiente de un cardiólogo de Cleveland. GSK reconoció finalmente que conocía los riesgos de Avandia desde 2005. ¡Rectificar es de sabios!
¿Ya está? ¿Paz y más tarde gloria? No lo crean: una mentira más sumada a otras mentiras. Son sistemáticos. Investigaciones posteriores probaron que la compañía ya tenía conocimiento de los efectos adversos no declarados desde antes de su comercialización, en 1999, y no sólo permitió que se prescribiera sin ninguna advertencia sino que hizo todo lo posible por ocultarlo sabiendo que había alternativas más seguras para los pacientes. ¡La salud humana no cuenta en sus cuentas!
Sin perdón, sin piedad, con la cuenta de resultados siempre por delante, en esas manos estamos. Que Avandia mantuviera su cuota de mercado era una cuestión “estratégica” para GSK, en un momento, señala MPO, en que su portafolio estaba huérfano de nuevos productos. Lo demás es nota a pie de página para las plegarias familiares de los domingos.
Entre los documentos ahora conocidos figura un informe interno en el que la compañía evaluaba el coste que tendría la revelación de los efectos adversos: 600 millones de dólares entre 2002 y 2004. Ese fue el punto, no la salud de las personas ni la veracidad de la información y del conocimiento. Al capitalismo realmente existente esas consideraciones le parecen ruidos, palabras pueriles o enunciados asignificativos. Puro non sense. Como el Caroll de Alicia en tierra de maravillas o a través del espejo.
En el trasfondo de lo anterior, señala MPO, subyace el giro estratégico emprendido por muchos laboratorios farmacéuticos a finales de los ochenta del siglo pasado con la finalidad de incrementar los beneficios -¡toda vale por la pasta!-, “no por la vía de obtener nuevos y mejores fármacos, algo que resulta cada vez más costoso, sino por la de conseguir nuevas indicaciones para sus viejos medicamentos”. La estrategia incluye la creación artificial de enfermedades, el intento, culminado con éxito en ocasiones, de convertir “procesos naturales en la vida como la menopausia, la tristeza o la timidez, en patologías susceptibles de ser tratadas con fármacos”. En esa estrategia seguimos inmersos, no muy distanciada de los señalado por el Nobel Richard J. Roberts.
¡Me olvidaba! GlaxoSmithKline es la tercera mayor farmacéutica del mundo. Su facturación en 2010 fue de 33.998 millones de euros, un 10% más que los recortes (es decir, hachazos) que la troika gobernante y dominante y el gobierno servil ultraconservador de Rajoy y sus muchachos y muchachas pretenden imponer a la ciudadanía menos favorecida.
PS. Para no cargas las tintas en GSK -la situación señalada está lejos de ser un “caso singular”-, vale la pena recordar también el caso de Abbott, otra farmacéutica. Tomo de nuevo pie en el artículo de MPO: Abbott extendió el uso de un anticonvulsivo aprobado en 1983 para tratar la epilepsia y el trastorno bipolar a otras patologías en las que no tenía ninguna eficacia probada (como la agitación en ancianos con demencia senil). ¿Cómo lo consiguió? El laboratorio pagó durante unos diez años a médicos y residencias de ancianos para que prescribieran el fármaco.
¡Como unos angelitos bondadosos! Por si hubiera alguna duda: palabras del máximo responsable ejecutivo de la división del fármaco Paxil, Barry Brand, ante la junta de accionistas de GSK: “El sueño de todo comercial es dar con un mercado por conocer o identificar, y desarrollarlo. Eso es justamente lo que hemos logrado hacer con el síndrome de ansiedad social” [7]. Grandes aplausos, corazones exaltados. ¡Viva el mal, viva el Capital!
Notas:
[1] Lluís Amiguet, en la contra de La Vanguardia, 27 de julio de 2007. http://hemeroteca.
[2] Para el comentario de Eduard Rodríguez Farré, véase ERF y SLA , La ciencia en el ágora. Mataró (Barcelona), El Viejo Topo, 2012.
[3] http://www.migueljara.com/
[4] M. Pérez Oliva, “Medicamentos en busca de enfermedad”. El País , 10 de julio de 2012, pp. 28-29.
[5] El Paxil era un viejo antidepresivo, la paroxetina. Como señala MPO, “volvía al mercado con nuevos ropajes y, por supuesto, nueva indicación”. Desde los foros de salud pública se criticó al laboratorio por esta manipulación. Respuesta de los responsables de GSK: culparon a la prensa por distorsión. ¡La mejor defensa es un ataque despiadado y falsario!
[6] La frase, faltas no excluidas: “Construyendo una compañia [sin acento] farmaceútica [¡con acento en la ‘u’1] global Nycomed se ha unido a Takeda en Octubre de 2011”. http://www.nycomed.com/es/
[7] Tomado también del citado artículo de Mercedes Pérez Oliva
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