Con la iglesia hemos topado, amigo cordero: la religión por encima de derechos y compasión
Dinamarca se ha sumado a Islandia, Polonia, Noruega y Suecia en la
prohibición de sacrificar animales para consumo humano sin aturdimiento
previo, según rituales como el Halal (musulmán) y el Kosher (judío). En
España, sin embargo, solo en Mercabarna un 35% de corderos y terneras se
degüellan según la sharia o ley islámica.
Coincidiendo con la Pascua cristiana, donde en Italia es tradicional el consumo de corderos, Igualdad Animal ha presentado una nueva investigación en granjas y mataderos de aquel país, ofreciendo impactantes imágenes de corderos degollados sin aturdimiento previo. El vídeo de la investigación forma parte de la campaña “Salva un cordero”, que el año pasado logró reducir en un 40% el consumo de corderos durante la Pascua italiana.
Coincidiendo con la Pascua cristiana, donde en Italia es tradicional el consumo de corderos, Igualdad Animal ha presentado una nueva investigación en granjas y mataderos de aquel país, ofreciendo impactantes imágenes de corderos degollados sin aturdimiento previo. El vídeo de la investigación forma parte de la campaña “Salva un cordero”, que el año pasado logró reducir en un 40% el consumo de corderos durante la Pascua italiana.
“A todos los que matáis en nombre de un dios, os espero en el infierno” (Lucca Capiotto)
Vaya por delante mi respeto a las diferentes creencias religiosas, y
junto a él mi rechazo a toda práctica que suponga maltrato físico o
emocional para un ser vivo, la imponga la fe, un gobierno, una secta o
una voz que suena en nuestro interior. Aclaro también que estoy en
contra de sacrificar a un ser vivo para comérselo, sea su agonía laica o
piadosa.
Dinamarca, siguiendo el ejemplo de
Islandia, Polonia, Noruega o Suecia, entre otros, prohibió el 17 de
febrero el sacrificio de animales según rituales que no permiten su
aturdimiento previo. La nueva ley impide que se acabe con la vida de
vacas, terneros, pollos o cualquier criatura comestible por “no impura”
utilizando los métodos Kosher (judío) y Halal (musulmán),
ordenados por sus respectivas religiones. El viceministro israelí de
asuntos religiosos la calificó de antisemita, los islamistas dijeron que
atenta contra sus derechos, tacharon al Gobierno de poco democrático e
invitaron al boicot de productos daneses. En ambos casos insisten en que
aturdir a los animales es incompatible con las normas de su fe. Con la
Iglesia hemos topado, otra vez, amigo cordero. Superada la quema de
gatos por parte de la católica en la Edad Medía al considerarlos
demoníacos (Mahoma los quería porque su gata Muezza le salvó de la
mordedura de una serpiente), nos encontramos con la tortura de aves y
mamíferos de la mano de judíos y musulmanes en una especie de deja vu sangriento y secular.
El Kosher viene descrito en el Talmud, libro judío de leyes orales y
tradiciones; el Halal en la Sharia, código de conducta según el derecho
islámico. Esos textos recogen requisitos para el sacrificio de las
criaturas destinadas al consumo de su carne y niegan el aturdimiento antes del degüello.
Imaginemos que somos una vaca a la que van a matar sin ofender a Alá ni
a Jehová. Nos inmovilizarán, tal vez aprisionándonos entre las paredes
de un corral metálico, y nos sujetarán la cabeza. El desangrado total es
una pieza clave en este mandamiento divino, así que nos colgarán de las
patas traseras para asegurar una buena hemorragia. Mirando a La Meca en
un caso y ante un rabino, en el otro, nos seccionarán de un tajo la
tráquea, el esófago, la yugular y la carótida, la espina dorsal ha de
quedar intacta. Y nosotros, o sea, esa vaca, obedeciendo al Corán o La
Torá, lo estaremos viendo y sintiendo. Cada golpe de hierro, cada
centímetro de acero, cada bocanada más de sangre y menos de aire. El
olor de nuestra muerte. Ahorrarnos un instante de pánico y dolor sería pecar,
y entre la hipotética condena propia o el seguro tormento ajeno, el
segundo le incomoda menos al único que puede decidir en este cruel
binomio: el hombre.
Entre diez y quince segundos,
las ovejas y cabras. Unos sesenta, las vacas y el doble, las terneras.
Tiempo de sufrimiento, digo. Eso asumiendo, claro, que el matarife sea
hábil, que no tenga un mal día o no se haya distraído, que el animal no
se mueva, etc. Así que partiendo de estos mínimos podemos llegar a
varios minutos de agonía, terrible, pero eso sí, virtuosa para los
verdugos y clientes de la cruenta y prolongada ejecución. ¿Podemos
comprender que el segundero del reloj marcará eternidades en cada
movimiento para los degollados? ¿Podemos?
Judíos y
musulmanes aseguran que a los animales les evitan con sus métodos un
sufrimiento presente en los que incorporan aturdimiento (sic). ¿Cómo? Si
le clavamos una aguja a un ciudadano inconsciente y a otro que no lo
está, ¿cuál chillará? La mentira tiene las patitas cortas y el traspiés
se llama contradicción. En las condiciones para un sacrificio Kosher se
dice: “No desollar previo a la insensibilidad”. ¿No quedamos en que no
les dolía? Cristophe Buhot, presidente de la Federación de Veterinarios
Europeos (ni rabino ni ayatolá, veterinario), indicó que con estos
rituales la pérdida del conocimiento es lenta y el animal está estresado durante todo el proceso.
Claro que duele, claro que aterra, ¿cómo no va a hacerlo?, tanto como
que la ciencia y la decencia se arrodillen ante la falsedad y el miedo.
Estos códigos de costumbres incluyen deberes o prohibiciones que en
España, como en otros países donde el Talmud o la Torá no son textos
incuestionables a los que se les debe acatamiento y sometimiento, nos
merecerán respeto, aunque creamos anacrónico o descabellado que
transgreda la ley tomar un vino kosher tocado de cualquier manera por un
gentil, comer y beber con la mano izquierda o bostezar durante la
oración. Respeto, sí, pero sólo a veces, porque hay otras reglas que por
atacar derechos fundamentales, por vulnerar la ley y retrotraernos al
pasado son inadmisibles y directamente constituirían delito de llevarse a
cabo aquí. Hablo por ejemplo de las Ofensas Hadd, que en ciertas
regiones islámicas imponen la pena de lapidación o azotes por
infidelidad conyugal o la amputación de una mano al ladrón.
Sabemos que si un afgano islamista residente en Calatayud azota a su
esposa porque ella coqueteó con el cartero, sería juzgado y sentenciado
de acuerdo a nuestro Código Penal, que es también el suyo, le guste o
no, por mucha Sharia que haya leído. Y eso no es despreciar otras
costumbres, no es burlarse de la interpretación de su doctrina
religiosa, es algo más mundano y fundamental, algo que tiene prioridad
sobre cualquier credo, sobre cualquier dogma: el respeto a los derechos
de los demás, a la libertad, a la vida. Y necesitamos, exigimos, que los
ataques a esos bienes inalienables sean sancionados porque es la única
garantía que tenemos para proteger a los que, en condiciones de
inferioridad, indefensión o desamparo, resultan víctimas propiciatorias.
Y también, por supuesto, porque el progreso moral y científico nos
demandan que esos principios -no los abusos- adquieran carácter
universal y que el conocimiento -no el oscurantismo- sea puesto a su
servicio. ¿O es que alguien se declara partidario del ensañamiento?,
¿alguno inclinado a prolongar el dolor de un ser inocente? Todo eso
pretende la ley, nuestra ley. O no, a veces, no siempre, según, depende…
La Ley 32/2007 vigente en España sobre el “Cuidado de animales, en su explotación, transporte, experimentación y sacrificio”, dictamina en su Artículo sexto que: “Las
instalaciones y los equipos de los mataderos, así como su
funcionamiento, evitarán a los animales agitación, dolor o sufrimiento
innecesarios”. Pero unas líneas después llega la aberración en forma de exclusión, porque contempla que: “Cuando
el sacrificio de los animales se realice según ritos propios de
Iglesias, Confesiones o Comunidades religiosas inscritas en el Registro
de Entidades Religiosas, y las obligaciones en materia de aturdimiento
sean incompatibles con las prescripciones del respectivo rito religioso,
las autoridades competentes no exigirán su cumplimiento siempre que las
prácticas no sobrepasen los límites del artículo 3 de la Ley Orgánica
7/1980 de Libertad Religiosa”,que dice: “El ejercicio de
los derechos dimanantes de la Libertad Religiosa y de Culto tiene como
único límite la protección del derecho de los demás al ejercicio de sus
libertades públicas y derechos fundamentales, así como la salvaguardia
de la seguridad, de la salud y de la moralidad pública, elementos
constitutivos del orden público protegido por la Ley en el ámbito de una
sociedad democrática”.
Entonces, no ser sometido a un sufrimiento evitable, ¿no es un derecho
fundamental?, ¿o tal vez el sistema nervioso de una ternera sacrificada
en Mataró funciona si el matarife nació en Jaén y se anula si lo hizo en
Teherán? Lo de la moralidad pública se las trae, no sabemos si es que
la vaca tiene que agonizar con las ubres tapadas. Un dato:
en Mercabarna, donde un 35% de corderos y terneras se degüellan según
el rito islámico, utilizan un box giratorio para el ganado vacuno
prohibido en el Reino Unido desde 1992 por razones éticas y de bienestar
animal.
¿Qué es todo esto?, ¿una ruleta
macabra en la que se evita la angustia de seres inocentes “de vez en
cuando”?, ¿el reconocimiento de que una creencia religiosa está por
encima del maltrato a un ser vivo?, ¿o simplemente
una farsa en la que un mercado lucrativo y la trastienda del miedo
comparten escenario con una justicia que, llena de resquicios, pretende
nadar y guardar la ropa? La Comisión Europea,
al establecer una normativa obligando al aturdimiento, demostró
modernidad y valentía; cuando redactó la excepción para los degolladeros
regidos por preceptos religiosos hizo gala de una profunda cobardía y
primitivismo. Y España secunda las últimas.
Las
declaraciones en Francia de Dominique Langlois, presidente de la
Asociación Nacional Interprofesional del Ganado y de la Carne, hablan de
un engaño a los consumidores: en ciertos mataderos se sacrifica a todos los animales siguiendo el rito del desangrado.
Las partes delanteras y las vísceras se envían certificadas a las
carnicerías musulmanas, en tanto que las traseras van a parar al círculo
normal sin que el cliente final sepa de qué forma ha muerto esa
criatura. Mohamad Moussaoui, presidente del Consejo Musulmán de Francia,
apuntó que la idea de etiquetar la carne halal o kosher fomentaría el resentimiento contra ambas minorías.
Palabras suyas: “Estigmatizaría a musulmanes y judíos como las
comunidades que no respetan los derechos de los animales y eso generaría
tensiones”. No necesita mayor explicación.
La globalización y el multiculturalismo no pueden ser sangrientos.
La solidaridad con los pueblos y el respeto a sus costumbres, algo
necesario y enriquecedor, no deben traducirse en legitimar la crueldad
porque forme parte de su acerbo, ha de ser condenada sin que quepa una
sola justificación o exención. En Dinamarca, como en España. Ni una
sola.
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