miércoles, 28 de mayo de 2014

Me llevo sobre la piel

DEL EDITOR AL LECTOR(CLARIN DE BUENOS AIRES)
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El piercing se ha convertido en moda. Y como la moda del tatuaje, tiene que ver con una nueva cultura del cuerpo, con una demanda de mayor libertad corporal.
El cuerpo se muestra, se libera y se experimenta con él.
Modificarse y hacerse otro es un modo de apropiarse de uno buscando un cambio.
No está implicada sólo la imagen: también se trata de explorar qué se puede sentir. Se erotizan zonas y en el imaginario de estas intervenciones, lo erótico puede ser tanto autoerótico como un atractivo para los otros, un juguete para un posible goce nuevo.
Las tintas que dibujan y penetran la piel y las perforaciones y los adornos metálicos o de plástico tienen un origen ritual. Hoy el ritual es más artificial y publicitario aunque en un punto se trata de lo mismo: experimentar y compartir la experiencia.
Se hace sobre uno mismo pero se hace para la mirada de los otros, para no pasar inadvertido. El propósito es generar identificación y pertenencia a una tribu.
Tatuajes y piercings excluyen a los que no quieren o no se animan a esa búsqueda y por eso los consideran conformistas o tibios. Es más fácil retornar de un piercing que de un tatuaje. Quien se incrustó un piercing puede quitárselo y la cicatrización de la herida que deja es rápida. Los tatuajes son otra cosa: marcas que se hacen para quedar por siempre. Borrarlas puede ser tan complicado como extirpar un tumor. La vuelta atrás no sólo es difícil. Es cara y peligrosa.
Llama la atención esta manera adolescente de estar a la moda. Pasa la moda o aquello que se apoderó de la cabeza de uno en un momento y el cuerpo queda con la marca; el recuerdo de un experimento con ánimo de eternidad, como la huella de querer hacerse una obra de arte o el nombre de la persona amada.
Y a veces el amor se va y el tatuaje queda y hay que reinscribir sobre lo inscripto para modificar un nombre a quien se le prometió llevar para siempre en el cuerpo y por lo tanto en el alma. Uno queda solo, con la piel y los agujeros a merced del paso de los años y buscando qué otro experimento se puede hacer.
No sólo los jóvenes buscan ese querer decir a través de lo que se agrega al cuerpo.
Los grandes que ven la vida verdadera en la juventud quieren ser como ellos, sentir como ellos, acceder a las mismas promesas de intensidad. Quieren volver a ser jóvenes con un artificio pero como sólo se trata de moda, del modo de presentarse ante los otros buscando atraer o llamar la atención, más pronto que tarde el cuerpo y la vida siguen su curso como si nada.
Apenas resisten el paso del tiempo y las miradas de uno mismo, que se van alejando del entusiasmo inicial y nos dejan con la sensación de que las promesas de reconocimiento nunca son colmadas. Hoy son tatuajes y piercings, mañana habrá otras promesas.

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