Calidad de vida vs. longevidad
El cardiólogo italiano Marco Bobbio propone no obsesionarse con prolongar la vida.
VOZ
POLÉMICA. Bobbio está en contra de la prolongación artificial de la
vida. También, del exceso en estudios y análisis a los pacientes.
“Mi padre decía que la persona culta es aquella que le da valor a la duda. Y es lo que hago cotidianamente ejerciendo la medicina”, dice Marco.
Periodista: La medicina preventiva es una rama con muchas historias de éxito para contar, pero a uste no lo convence totalmente… ¿por qué?
Marco Bobbio: Hay una exageración en las medidas que buscan evitar la difusión de las enfermedades. El médico debería intervenir menos y esperar un poco más a que las cosas sigan su curso natural. Creo en las intervenciones en situaciones agudas, como en el caso de un paciente que está siendo víctima de un infarto o de un derrame cerebral. Pero desconfío un poco de las medidas a largo plazo. Los tratamientos de la medicina moderna hacen que las personas vivan más. Se vive más, pero no se vive tan bien. Son poquísimas las personas que llegan a una edad avanzada sin problemas. La vida se prolongó. Pero también se acrecentó el malestar asociado al envejecimiento. Y no hay cura para ese malestar. Es lo que yo llamo “la paradoja de la medicina”. Veo personas que tienen 85 o 90 años y dicen todo el tiempo que están cansadas.
Periodista: ¿Cómo armonizar su propuesta con la premisa de la medicina de hacer todo lo que esté a su alcance para hacer que los pacientes vivan cada vez más?
Bobbio: Los cuidados preventivos pueden llevar a una persona hasta los 90 años con un sistema cardiovascular funcionando muy bien. Pero esos cuidados no pueden eliminar por completo todos los problemas que van asociados con la edad avanzada, como la dificultad de locomoción, la pérdida de memoria y el cansancio. La tecnología de los exámenes y la mejora de los medicamentos son dos recursos muy capaces para mantener a una persona viva por mucho tiempo más, pero hasta ahora no ha sido posible desarrollar mecanismos que sean capaces de proporcionar calidad de vida a los pacientes de edad avanzada.
Periodista: Una mujer de 50 años descubre al hacerse su chequeo anual que tiene un cáncer de mama en una fase inicial. En esas circunstancias, las probabilidades de cura superan el 90%. Sin medidas preventivas ella estaría condenada, ¿no?
Bobbio: Las pesquisas contra el cáncer de mama son uno de los pocos exámenes que tienen una capacidad preventiva comprobada. En ese caso hipotético, es innegable que la prevención sería decisiva. El problema surge cuando los médicos no respetan los valores y las necesidades de sus pacientes, creyendo que lo que les ofrecen es siempre lo mejor. No se pregunta ni siquiera qué es lo que el paciente quiere. Muchas veces la cuestión es darle el derecho de no seguir un determinado tratamiento, si esa fuera su voluntad.
Periodista: Conocer el riesgo de desarrollar una dolencia, por menor que sea, ¿no ayuda al paciente a organizar su vida?
Bobbio: Eso sería cierto si, al descubrir que tenemos una enfermedad, fuésemos siempre capaces de eliminarla. Pero el punto es que raramente es posible cambiar la historia de un trastorno. Las dificultades comienzan por los exámenes que identifican al problema. Los pacientes creen que los exámenes dan siempre una respuesta definitiva. ¿El tumor es benigno o es maligno? ¿La placa de grasa se va a expandir o no? Cualquier examen tiene lo que se conoce como resultado falso negativo o falso positivo. En caso de un falso negativo, el paciente se va tranquilo a su casa, aún cuando en realidad pueda tener un cáncer. Entonces, cuando un estudio o análisis confirman que hay alguna enfermedad, el paciente se somete a innumerables procedimientos invasivos y, posiblemente, a un procedimiento que lo va a mutilar. Actualmente hay un exceso de determinismo en la práctica de la medicina.
Periodista: Se calcula que, en promedio, uno de cada cinco estudios dan un falso positivo o un falso negativo. ¿Es un número muy alto, no?
Bobbio: La tasa de los falsos positivos y de los falsos negativos depende del tipo de examen, de la manera en que es aplicado y de las condiciones de su realización. Una regla para saber si vale la pena someter a un examen de detección precoz es conocer los datos globales de su eficacia.
Periodista: ¿Cuál es el pecado más evidente que los médicos cometen actualmente?
Bobbio: La mayoría de los médicos son muy arrogantes, y tratan de imponer su punto de vista a toda costa. Parte de la culpa es de las sub-especialidades médicas, un fenómeno reciente en la medicina. Ellas son necesarias para la comprensión más profunda de una enfermedad, pero cuando el médico se concentra en una pequeña porción de una determinada afección, pasa a ver al paciente de manera fragmentada. Los médicos de hoy día solo saben hablar de cuestiones referentes a sus subespecialidades. No del paciente. La postura de los especialistas es que para cada problema hay una única solución. Los exámenes y tratamientos están determinados por los estudios científicos, sin mayores reflexiones. Si una persona sufre un infarto en San Pablo, en Nueva York o en la India, es tratado básicamente de la misma manera. Son, evidentemente, buenos abordajes, pero que funcionan bien con un paciente promedio. Cuando el enfermo busca ayuda médica, los profesionales deberían comprender que es un individuo único, no un promedio. Esto parece una obviedad, pero no se tiene en cuenta. Cada paciente tiene una historia que debe ser tenida en cuenta. Y eso implica, muchas veces, no seguir las directrices médicas. Hay quienes quieren someterse a tratamientos menos eficaces, pero menos invasivos. También hay personas que no quieren prolongar la vida si no tienen calidad de vida. La decisión tiene que ser primordialmente del paciente.
Periodista: En el final de su vida su padre, el filósofo Norberto Bobbio, no fue sometido a ningún tratamiento extraordinario. ¿Eso fue una decisión suya?
Bobbio: En octubre del 2003, mi padre cumplió 94 años en condiciones bastante buenas. Estaba un poco limitado físicamente, ya no salía de casa, como mucho lograba caminar del cuarto de baño a la sala de estar. Festejamos su cumpleaños en su casa, pero dos días después se contagió una neumonía y fue al hospital, con una fuerte dificultad para respirar. Fue tratado con antibióticos, antitérmicos y recibió oxígeno. Se recuperó y volvió a su casa, el 6 de enero del 2004. Al día siguiente empeoró drásticamente, volvió la fiebre y su estado general se agravó. Tuvimos entonces que tomar una decisión, en cuanto a si dejar que fuera entubado y que recibiera alimentación artificial. Yo dije que no quería eso. Pensé que hasta hacía poco tiempo atrás mi padre tenía una vida maravillosa. Pero desde hacía tres años solo sentía que estaba deprimido, y en los últimos meses repetía con frecuencia la expresión latina “taedium vitae”, para decir que estaba cansado de la vida. A partir de aquel momento solo recibió el soporte médico necesario para controlar el malestar causado por la enfermedad. Incluso cuando su corazón empezó a latir más irregularmente, las enfermeras me preguntaban qué tenían que hacer. Nada, les respondí. El 9 de enero falleció.
Periodista: ¿Cómo puede estar seguro un médico de cuándo es la hora de interrumpir un tratamiento?
Bobbio: Es muy difícil, independientemente de la situación del paciente. Se trata siempre de una decisión que debe ser tomada con el paciente o sus parientes. Pero siempre trato de seguir la lógica de un movimiento médico que nació en la última década y se llama Slow Medicine (Medicina lenta), y del cual formo parte. El lema es practicar una medicina lo menos invasiva posible, que respete la voluntad del paciente.
Periodista: ¿Qué piensan sus pacientes de sus opiniones?
Bobbio: Los que no están de acuerdo no vuelven más. Pero le puedo garantizar que la mayoría vuelve.
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