viernes, 15 de mayo de 2015

¿Quién decide lo que comes?

La consolidación de los grandes productores de comida durante el siglo XX les permite hoy en día el tener un gran poder dentro de las discusiones de nuevas leyes, así como ser la única fuente de ciertos tipos de alimentos consumidos.
Se estima que uno de cada tres dólares que se gastan en comida en Estados Unidos pasa por Wal-Mart; en las supertiendas, productores como Monsanto, Tyson, Nestlé, Kraft, Cargill o McDonald’s tienen un mercado seguro que suma miles de millones de dólares al año. Son ellos los que tienen la última palabra en la política alimentaria. Hoy en día, las leyes le permiten a estas empresas hacer pasar intereses comerciales por intereses políticos a expensas de los consumidores y de la idea misma de democracia.
Las 10 compañías más grandes de comida rápida controlan el 47% de todo el mercado.Juntas, estas industrias pueden modificar brutalmente las economías locales: el fin de las tiendas de abarrotes y de las microeconomías de autoconsumo.
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Los ejemplos pueden extenderse a todas las industrias

Apenas cuatro compañías gigantescas procesan el 80% de la carne vacuna, y solamente cuatro distribuidores alimentan el 50% de las tiendas donde se compra carne. Pero la realidad es que la industria de la comida gastó unos $40 millones de dólares al año cabildeando con el gobierno federal en 2011; y la industria biotecnológica (dentro del rubro donde opera con toda impunidad Monsanto) ha gastado más de $500 millones de dólares en campañas y contribuciones políticas desde 1999.
A raíz de esto fue que la “Ley Monsanto” (que exime a los productores de diferenciar la comida genéticamente modificada de la no modificada a través de etiquetas) aprobada recientemente haya abierto camino para dos leyes que el presidente Obama aprobará el próximo verano, el Trans-Pacific Partnership y el Transatlantic Free Trade Agreement, acuerdos comerciales que benefician primero los intereses corporativos y financieros que los de los consumidores.
Probablemente la resistencia de las microeconomías no derrote al gigante corporativo, pero al menos en nuestra vida diaria podemos elegir conscientemente aquello que queremos comer y aquello que no, sabiendo que hay alimentos que no hacen bien ni a nuestro cuerpo ni a la economía macro.

40 grandes marcas monopolizan nuestra alimentación

De un estudio realizado por el Instituto de Estudios Superiores de Empresa sobre la competencia en la distribución y la industria en España se ha llegado a la conclusión que los alimentos que consumimos casi lo monopolizan 40 grandes marcas. Por ejemplo, si bebemos un refresco posiblemente sea Coca-Cola, si nos tomamos un yogur será un Danone, o si tomamos cacao posiblemente acudamos a Nestlé.
Los resultados de este estudio van en contra de la creencia generalizada de que la marca del distribuidor, comúnmente conocida como marca blanca, es la más consumida.
De los productos analizados vemos como el mercado de los snacks está hábilmente controlado por PepsiCo que controla el 81,3% del mismo. Algo parecido ocurre con los refresco de cola donde el 86,4% de lo que consumimos viene de una misma empresa, Coca-Cola.
A la vista de estos datos vemos que, a pesar de existir numerosos productos y de las barreras que ya ponen las grandes superficies a las marcas, seguimos consumiendo los productos de toda los mismos productos. El punto negativo de que unas pocas marcas suministren todos los productos que consumimos es que pueden manejar la subida y bajada de precios a su antojo, pudiendo llegar a un sistema de oligopolio que solo beneficiaría a las grandes marcas.

Dato para informarse un poco más

El largometraje documental “Food Inc.” muestra el funcionamiento de la industria alimentaria de EE.UU y los procesos que se ocultan al consumidor con el consentimiento de las agencias reguladoras y de control gubernamentales. Revela que el suministro de alimentos de EE.UU está controlado por un puñado de corporaciones que a menudo anteponen los beneficios a la salud del consumidor, al sustento de agricultores y granjeros y a la protección del medio ambiente.
En Norteamérica, cinco compañías de comida rápida determinan, con su poder de compra masivo, las reglas del juego para todo el sector agroganadero (condicionando incluso a los pequeños granjeros): desde qué cultivos monopolizan la producción hasta cómo se engorda y faena al ganado. El resultado es un sistema en el que la comida rápida, más barata que la saludable, ha copado restaurantes y supermercados, provocando daños a veces letales y augurando un futuro de obesidad y diabetes generalizado, mientras crece sin control un sector de empleo barato y desprotegido y el lobby que mantiene a raya a las entidades gubernamentales que deberían estar fiscalizándolo.
Apoyado en las investigaciones de Eric Schlosser para su ‘bestseller’ “Fast Food Nation” y en el libro de Michael Pollan “The Omnivore’s Dilemma (El dilema del omnívoro)”, el documental saca a la luz datos estremecedores sobre lo que comemos y cómo se produce y su efecto en la actividad económica y la salud del consumidor. Aunque este documental investiga la situación de la industria alimentaria en Estados Unidos, sus revelaciones hablan de una clara tendencia global.

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