Protesta mundial contra el cautiverio de delfines y ballenas
Este sábado, 6 de junio, el movimiento ‘Empty the tanks’ convoca
protestas en ciudades de todo el mundo para informar y concienciar sobre
el maltrato que esconden los delfinarios y pedir a los ciudadanos que
no contribuyan con su entrada a mantener ese oscuro negocio.
En España hay protestas convocadas en Madrid, Barcelona, Benidorm, Tenerife, Lanzarote, Gran Canaria, Tarragona, Valencia y Mallorca.
En España hay protestas convocadas en Madrid, Barcelona, Benidorm, Tenerife, Lanzarote, Gran Canaria, Tarragona, Valencia y Mallorca.
Dicen que la expresión de los delfines es su mayor
maldición, un rictus que los humanos identificamos con una sonrisa pero
que puede esconder un indescriptible sufrimiento y que proporciona la
coartada perfecta a quienes se lucran con su tortura y a quienes,
simplemente, prefieren no hacerse preguntas porque saben que no podrían
asumir las respuestas.
Los cetáceos son uno de los
tipos de animales más observados por el hombre desde tiempo inmemorial, y
hoy disponemos de información sobre ellos que nos obliga incluso a
dudar de que seamos los más inteligentes sobre este planeta. Sabemos,
por ejemplo, que su lóbulo frontal cerebral está proporcionalmente más
desarrollado que en el hombre, lo cual puede indicar una mayor capacidad de sentir y gestionar emociones y de procesar un lenguaje con nociones abstractas y con conciencia de sí mismo. Lo que vamos averiguando sobre ellos nos indica que nos queda mucho por saber, y apunta a que nos sorprenderá.
Sabemos que en libertad los delfines se divierten viendo
su propio reflejo en las máscaras de los submarinistas, que hacen
muecas, se observan a sí mismos con interés ante un espejo e identifican
a cada miembro de su grupo. Sabemos que todos los cetáceos viven en manadas que aglutinan a los núcleos familiares, con fuertes lazos emocionales
entre sí, con identificación de los distintos miembros del grupo, con
comportamientos solidarios y con diferentes dialectos según la zona en
la que habiten. Sabemos que nadan cientos de kilómetros cada día, se
sumergen hasta unos setenta metros de profundidad, se mantienen ocupados
gran parte del día, y su esperanza de vida supera los cincuenta años y
puede llegar hasta noventa en el caso de las orcas hembras.
Los cetáceos
tienen curiosidad, pueden experimentar motivación, son solidarios, se
dejan llevar por su creatividad, son capaces de utilizar instrumentos y
comparten sus experiencias y trucos con los demás miembros de
su grupo. Tienen un lenguaje único en cada uno de esos grupos con el que
pueden referirse incluso a conceptos abstractos, y los científicos
hablan incluso de una “cultura” propia de los cetáceos que para los
humanos es aún un mundo por descubrir.
SECUESTRO, CASTIGO, PRISIÓN, SOLEDAD
Todo se trunca en cautividad.
Su vida, su familia, sus hábitos, sus necesidades. Todo queda reducido a
un tanque que –en el mejor de los casos- recorren en apenas unos
aleteos, donde son forzados a convivir con congéneres a los que no
conocen y con los que a veces ni siquiera pueden entenderse, separados
de sus familias y de sus crías cuando las tienen, y entrenados con
crueles métodos basados en el miedo y el castigo para hacerles entender y
asumir que su vida depende de nosotros y que preservarla requiere
responder adecuadamente a exigencias que nada tienen que ver con su
naturaleza. Todo para entretener con números circenses a quienes se
dejan llevar por el deseo de verlos de cerca sin pararse a pensar
siquiera qué están pagando con su entrada.
La
realidad que esconden esas entradas es lo que organizaciones e
iniciativas de todo el mundo llevan años intentando mostrar, y cada vez
con mayor eco: desde SOS delfines,
por ejemplo, explican que, debido a la alta mortalidad de los cetáceos
en cautividad, la población de cautivos es insostenible para mantener la
creciente industria de los delfinarios, por lo que en los últimos años se ha incrementado la captura de animales salvajes para suministrar a esos centros.
Esas capturas, relatadas en el documental The Cove,
se llevan a cabo con una extraordinaria brutalidad. Son auténticas
cacerías. Despiadadas. Debido a su carácter social, la captura de un
solo individuo puede afectar profundamente las estructuras sociales de
la manada, y algunos que se libran del cerco acaban muriendo por las
heridas, por el estrés que les provoca el acoso al que son sometidos, o
al ver morir o ser capturados a miembros del grupo. Una vez capturados,
angustiados aún por la experiencia vivida y separados de su grupo, son
recluidos en pequeños tanques donde solo pueden nadar en círculos y
apenas sumergirse, lo cual aumenta su ansiedad y su debilidad. En esos
tanques son sometidos a castigos y a privación de alimento para
enseñarles a obtenerlo cumpliendo las exigencias de los entrenadores.
Los que “sirven” son vendidos a delfinarios de todo el mundo. Los demás
son vendidos para carne, a un precio infinitamente menor.
Incluso los nacidos en cautividad mantienen las necesidades de los
animales salvajes y sufren de ese mismo shock al verse recluidos. Esa
ansiedad aumenta cuando son separados de sus madres para ser trasladados
a otros delfinarios en cualquier parte del mundo. Las madres, dicen
quienes han dejado de trabajar en esos centros y hablan con libertad,
pueden estar semanas paralizadas, llorando en un rincón del tanque,
llamando sin cesar a su cría. En muchas ocasiones esas crías viajan
miles de kilómetros en contenedores a bordo de un avión hasta el otro
extremo del mundo.
Aunque en los delfinarios se
empeñen en mentir a los visitantes, la esperanza de vida de estos
animales se reduce considerablemente en cautividad, y la caída sistemática de la aleta dorsal de las orcas macho es un síntoma inequívoco de su imposibilidad de adaptación
a los tanques artificiales. Ya no hay duda de que es un síntoma de
depresión del que apenas hay constancia entre los ejemplares en
libertad.
Se ha comprobado que los cetáceos en
cautividad dejan de utilizar el sonar, el sistema que les permite “ver
gracias al sonido”, porque las ondas rebotadas en las paredes de los
tanques les provoca gran ansiedad, al igual que los ruidos que suelen
acompañar a los espectáculos.
AGRESIONES POR DESESPERACIÓN
El estrés, la ansiedad, la frustración llega a provocarles comportamientos autolesivos e incluso suicidas,
tornando agresivos a unos animales que en condiciones naturales rara
vez se enfrentan a los humanos. Los ataques hicieron célebre a Tilikum,
una orca apresada cerca de Islandia en 1983 y actualmente cautiva en el
Sea World de Orlando. Su historia centra el documental Blackfish,
en el que trabajadores de ese grupo de parques desvelan la realidad de
lo que ocurre con las orcas en cautividad y las artimañas de sus
responsables para no renunciar a un lucrativo negocio. Otra orca mató a
su entrenador en Loroparque (Tenerife) y un delfín atacó a su
entrenadora en el Oceanográfico de Valencia.
En todo
el mundo hay evidencia de más de cien ataques en las pocas décadas que
han transcurrido desde que estos animales son exhibidos en cautividad de
forma generalizada. Esos ataques, insisten los expertos, son fruto del
estrés y la frustración que les genera la cautividad. Pero el negocio
sigue adelante: según datos de National Geographic correspondientes a
enero de este año, en el mundo hay 2.913 cetáceos en cautividad, de los
cuales 56 son orcas, y el resto delfines, belugas y otras especies. De
ellos, 543 están en Japón, país que centra la captura de estos animales
en la tristemente famosa cala de Taiji; 529 en Estados Unidos; 321 en
México; 296 en Europa; 294 en China y 930 en el resto del mundo. Aunque
la cifra va fluctuando, en España hay unos noventa delfines, dos belugas y seis orcas en cautividad.
El argumento de que estos centros contribuyen a la conservación de las
especies se cae por su propio peso: apenas hay investigaciones viables
de cetáceos en cautividad que puedan contribuir a esa finalidad, pero
las capturas de animales salvajes sí ponen en peligro su conservación, y
la endogamia está a la orden del día en los delfinarios. Además, no hay
constancia de que los espectáculos circenses contribuyan a la
preservación de los cetáceos.
En libertad rara vez
los cetáceos se acercan a los humanos, pero en cautividad los delfines
son forzados a nadar con personas, lo cual supone un factor añadido de
estrés para ellos, y los expertos alertan de que esas actividades pueden
ser por ello potencialmente peligrosas para quienes participan en
ellas.
Iniciativas como Sos Delfines o la Dolphin Connection
centran sus esfuerzos en informar y concienciar a los ciudadanos para
que no alimenten el negocio acudiendo a estos centros, conscientes de
que la tortura de estos animales terminará cuando deje de ser rentable, y
eso pasa porque dejen de tener visitantes.
Las
normas que regulan la estancia de animales “salvajes” o “exóticos” en
zoológicos establecen que deben estar siempre en ambientes similares a
los de su hábitat. Es fácil concluir que ningún tanque artificial puede
parecerse al mar, y que saltar pasando por unos aros para coger una
sardina de la boca de un humano no tiene nada que ver con los hábitos de
un cetáceo en libertad. Por tanto, es fácil concluir que nuestro deseo
de ver a esos animales de cerca no puede estar por encima de su propia
vida. Empty the tanks es una llamada a nuestra conciencia para asumir la evidencia y actuar en consecuencia.
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