Ciencia desnortada
Sobre los perversos incentivos de la investigación y la autocrítica de los científicos
Autor: Gonzalo Casino Fuente: IntraMed / Fundación Esteve
En ciencia, como en todas las actividades humanas, no es oro todo lo que reluce. La investigación científica tiene una aureola de integridad y autenticidad que no se corresponde con las miserias que están denunciando los propios científicos. Hay demasiada mala ciencia, vienen a resumir los protagonistas de esta empresa global que persigue la verdad y el conocimiento por encima de todas las cosas. Y hay mala ciencia porque existen incentivos económicos y profesionales que están pervirtiendo su auténtico sentido: hacer buenas preguntas, responderlas con estudios y métodos impecables, replicarlos, perfeccionar las explicaciones teóricas y hacer nuevas preguntas. Una encuesta realizada por el medio digital estadounidense Vox ha propiciado entre los científicos un saludable ejercicio de autocrítica con una sencilla pregunta: “Si pudiera cambiar una cosa acerca de cómo funciona la ciencia de hoy, ¿cuál sería y por qué?”
Aunque la encuesta carece de pretensiones científicas, los 270 investigadores que han respondido la pregunta, en su mayoría de los campos de la biomedicina y las ciencias sociales, airean una serie de disfunciones que quizá no eran conocidas por el gran público. Los autores del reportaje resumen las quejas de los científicos en siete grandes problemas, entre ellos la falta de rigor metodológico y la falta de replicación. Aunque no todos son igual de graves, la mayoría tienen un nexo común: la azarosa, conflictiva (por los conflictos de intereses) y perversa financiación de la ciencia. Más que la escasez de fondos, lo preocupante es que demasiado a menudo se financia la espectacularidad, el renombre de los autores y la promesa de novedad en detrimento de la calidad. Los despropósitos en la financiación han llevado a algunos a proponer la adjudicación de fondos públicos (la financiación privada es otro problema añadido) mediante sorteo. Al fin y al cabo, se quejan, el sistema actual es en esencia una lotería, pero sin los beneficios del azar. Así, al menos, se reducirían los estímulos más dañinos.
Algunos científicos llevan tiempo denunciando que se incentivan los resultados positivos (aunque a menudo se aprende más de los negativos); los estadísticamente significativos (aunque muchas de estas investigaciones hagan aportaciones insignificantes); los sorprendentes y atractivos para el público (aunque su relevancia sea escasa), y en general los novedosos antes que los confirmatorios. La falta de estímulos para replicar las investigaciones, cuando no la imposibilidad material de reproducirlos por falta de transparencia en los métodos, están socavando un pilar básico de la ciencia: la necesidad de replicar las investigaciones y confirmar, o no, sus resultados. No se trata solo de que la ciencia pueda ser falsable, que con ser importante no deja de ser un requisito entre otros, sino de que pueda avanzar perfeccionando las explicaciones científicas y renovando las preguntas de investigación gracias a los resultados negativos y no confirmatorios.
Ciertamente hay ahora más científicos de gran nivel y más ciencia excelente que en ninguna otra época, pero también es cierto que nunca como ahora ha habido tanta ciencia mediocre y casi superflua. Muy probablemente las relaciones entre cantidad y calidad son complejas, variables según el campo de conocimiento y no necesariamente directas. Asimismo, nunca como ahora ha habido tantas muestras de periodismo científico de gran calidad y, a la vez, tal cantidad de ejemplos de periodismo mediocre, engañoso y sensacionalista. Una de las “siete plagas” que denuncian con razón los científicos es precisamente la deficiente comunicación de la ciencia. Pero este excelente reportaje de Julia Belluz, Brad Plumer y Brian Resnick en Vox muestra que el buen periodismo científico sigue siendo necesario y no tiene nada que ver ni con la complacencia ni con la veneración de una actividad, la ciencia, que también tiene sus miserias y perversiones.
Aunque la encuesta carece de pretensiones científicas, los 270 investigadores que han respondido la pregunta, en su mayoría de los campos de la biomedicina y las ciencias sociales, airean una serie de disfunciones que quizá no eran conocidas por el gran público. Los autores del reportaje resumen las quejas de los científicos en siete grandes problemas, entre ellos la falta de rigor metodológico y la falta de replicación. Aunque no todos son igual de graves, la mayoría tienen un nexo común: la azarosa, conflictiva (por los conflictos de intereses) y perversa financiación de la ciencia. Más que la escasez de fondos, lo preocupante es que demasiado a menudo se financia la espectacularidad, el renombre de los autores y la promesa de novedad en detrimento de la calidad. Los despropósitos en la financiación han llevado a algunos a proponer la adjudicación de fondos públicos (la financiación privada es otro problema añadido) mediante sorteo. Al fin y al cabo, se quejan, el sistema actual es en esencia una lotería, pero sin los beneficios del azar. Así, al menos, se reducirían los estímulos más dañinos.
Algunos científicos llevan tiempo denunciando que se incentivan los resultados positivos (aunque a menudo se aprende más de los negativos); los estadísticamente significativos (aunque muchas de estas investigaciones hagan aportaciones insignificantes); los sorprendentes y atractivos para el público (aunque su relevancia sea escasa), y en general los novedosos antes que los confirmatorios. La falta de estímulos para replicar las investigaciones, cuando no la imposibilidad material de reproducirlos por falta de transparencia en los métodos, están socavando un pilar básico de la ciencia: la necesidad de replicar las investigaciones y confirmar, o no, sus resultados. No se trata solo de que la ciencia pueda ser falsable, que con ser importante no deja de ser un requisito entre otros, sino de que pueda avanzar perfeccionando las explicaciones científicas y renovando las preguntas de investigación gracias a los resultados negativos y no confirmatorios.
Ciertamente hay ahora más científicos de gran nivel y más ciencia excelente que en ninguna otra época, pero también es cierto que nunca como ahora ha habido tanta ciencia mediocre y casi superflua. Muy probablemente las relaciones entre cantidad y calidad son complejas, variables según el campo de conocimiento y no necesariamente directas. Asimismo, nunca como ahora ha habido tantas muestras de periodismo científico de gran calidad y, a la vez, tal cantidad de ejemplos de periodismo mediocre, engañoso y sensacionalista. Una de las “siete plagas” que denuncian con razón los científicos es precisamente la deficiente comunicación de la ciencia. Pero este excelente reportaje de Julia Belluz, Brad Plumer y Brian Resnick en Vox muestra que el buen periodismo científico sigue siendo necesario y no tiene nada que ver ni con la complacencia ni con la veneración de una actividad, la ciencia, que también tiene sus miserias y perversiones.
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