La medicina deja de mirarse al ombligo
Hoy es el Día del Médico en homenaje a Carlos Juan Finlay Barrés, médico y científico cubano que descubrió que la transmisión de la fiebre amarilla era ocasionada por un vector intermediario como el mosquito Aedes aegypti. Sobre la medicina hoy opinó para Télam el Dr. Marcelo Pellizzari, director del Hospital Universitario Austral,de la Patagonia argentina
El esfuerzo sistemático de adoptar la perspectiva del paciente y
de conseguir una experiencia positiva en sus interacciones con los
distintos procesos de atención médica ha devuelto al sistema de salud de
Estados Unidos su coordenada más precisa.
Presionados por los seguros de salud, que han decidido reembolsar a los hospitales norteamericanos de acuerdo a los niveles de satisfacción de los usuarios, el sistema se enfoca ahora más en el paciente. Y esto comienza a expandirse por el resto del mundo.
Tomado en su sentido más genuino se trata de un giro enérgico, de un volver a las raíces, de un recomenzar en su primordial vocación. En medio de una carrera interminable de novedades tecnológicas, de exigencias técnicas, de productividad, de procesos imbricados, aparece otra vez el norte claro para la medicina.
Cuando los profesionales de la salud y todo el personal no están enfocados sistemáticamente en satisfacer las necesidades de los pacientes, poco a poco, inconscientemente, su mirada recae sobre sí mismos.
La propia conveniencia antecede a las necesidades del otro: así es la naturaleza humana.
"Los procesos de atención no están diseñados para los pacientes y familiares sino para el beneficio de los centros de atención y sus empleados", según un Discussion paper del Instituto de la Medicina de Estados Unidos (febrero de 2015). De esa situación se está empezando a salir ahora, porque no es bueno competir por el centro de la escena; corresponde al paciente, él es la estrella.
Dado este giro, se comienza a pensar de una forma diferente, se organizan los cuidados de una forma diferente. Atenderse no puede ser más una carrera de obstáculos. Un tren fantasma con múltiples estaciones de terror: fallas en procesos, indiferencia afectiva, dificultades de accesibilidad, burocracia desgastante.
Tiene que haber alguien que por fin mire a los ojos para entrar con afecto en el mundo de la frustración, del dolor, de la angustia, de los miedos. No es fácil, cada persona tiene percepciones diferentes. Cada paciente es distinto.
Hay dos actitudes clave para desarrollar en el personal de salud: una es la compasión. Para poder ayudar a los demás hay que sufrir un poco con ellos, estar de su lado. Es necesario sentir una cierta tristeza por el padecimiento del otro. En Disney, que llevan años trabajando la experiencia desde el mundo del entretenimiento afirman: - "Lo nuestro es satisfacer las necesidades emocionales de las familias y divertirnos juntos". Un hospital sin compasión es como Disney sin alegría y divertimento.
La otra es la empatía, que engloba distintas dimensiones. Una dimensión emotiva -sentir lo que sienten-, una cognitiva -imaginar lo que sienten-, y por último una comunicativa y expresiva, que lleva a conectar y a entenderse.
Acudir a un hospital no suele ser una experiencia agradable, no hay que olvidarlo. El desafío es hacer sentir al paciente confortado, cómodo, escuchado. Muchos pacientes no pueden adaptarse a los sistemas organizativos, a las pequeñas comodidades que cada uno se forja en su puesto de trabajo.Hay que aprender a adaptarse a ellos y resolver sus preocupaciones y problemas. Un hospital sin compasión es una fábrica. No queremos fábricas para nuestros enfermos. Las fábricas no curan, no acompañan, no entienden de dolor. Es necesario trabajar por crear una atmósfera de confianza, de esperanza, de apoyo.
La expansión del conocimiento y la tecnología tiene el peligro de volvernos a los que trabajamos en la salud "mecánicos" de la enfermedad, expertos en hardware. Es necesario, es vital, pero no alcanza. Hace falta entregar muchas veces al día, "micro momentos" de afecto, de cariño, de interés, allí es donde se unen los corazones, donde se humaniza el servicio más noble.
La forma de comunicar juega un rol central. Comunica nuestro rostro, la forma de vestirse, la sonrisa. Todo lo que ven, oyen y huelen. Por eso hay que esmerarse en dar una buena bienvenida, un sincero apretón de manos, en llamar por el nombre, en mirar a los ojos, en escuchar sin interrumpir, en hacer un esfuerzo por ir más allá y entender qué necesidades tienen, cuáles son sus valores, qué es lo que realmente les preocupa. Eso es ponerse en el lugar del otro, así nos gusta que nos traten a nosotros. Para eso hay que dejar de mirarse al ombligo. Ese es el desafío que hoy está movilizando al sector de la salud y al cual hay que subir a todos.
El aporte de cada uno es vital y el resultado final, mucho mayor que la simple suma de las partes.
Presionados por los seguros de salud, que han decidido reembolsar a los hospitales norteamericanos de acuerdo a los niveles de satisfacción de los usuarios, el sistema se enfoca ahora más en el paciente. Y esto comienza a expandirse por el resto del mundo.
Tomado en su sentido más genuino se trata de un giro enérgico, de un volver a las raíces, de un recomenzar en su primordial vocación. En medio de una carrera interminable de novedades tecnológicas, de exigencias técnicas, de productividad, de procesos imbricados, aparece otra vez el norte claro para la medicina.
Cuando los profesionales de la salud y todo el personal no están enfocados sistemáticamente en satisfacer las necesidades de los pacientes, poco a poco, inconscientemente, su mirada recae sobre sí mismos.
La propia conveniencia antecede a las necesidades del otro: así es la naturaleza humana.
"Los procesos de atención no están diseñados para los pacientes y familiares sino para el beneficio de los centros de atención y sus empleados", según un Discussion paper del Instituto de la Medicina de Estados Unidos (febrero de 2015). De esa situación se está empezando a salir ahora, porque no es bueno competir por el centro de la escena; corresponde al paciente, él es la estrella.
Dado este giro, se comienza a pensar de una forma diferente, se organizan los cuidados de una forma diferente. Atenderse no puede ser más una carrera de obstáculos. Un tren fantasma con múltiples estaciones de terror: fallas en procesos, indiferencia afectiva, dificultades de accesibilidad, burocracia desgastante.
Tiene que haber alguien que por fin mire a los ojos para entrar con afecto en el mundo de la frustración, del dolor, de la angustia, de los miedos. No es fácil, cada persona tiene percepciones diferentes. Cada paciente es distinto.
Hay dos actitudes clave para desarrollar en el personal de salud: una es la compasión. Para poder ayudar a los demás hay que sufrir un poco con ellos, estar de su lado. Es necesario sentir una cierta tristeza por el padecimiento del otro. En Disney, que llevan años trabajando la experiencia desde el mundo del entretenimiento afirman: - "Lo nuestro es satisfacer las necesidades emocionales de las familias y divertirnos juntos". Un hospital sin compasión es como Disney sin alegría y divertimento.
La otra es la empatía, que engloba distintas dimensiones. Una dimensión emotiva -sentir lo que sienten-, una cognitiva -imaginar lo que sienten-, y por último una comunicativa y expresiva, que lleva a conectar y a entenderse.
Acudir a un hospital no suele ser una experiencia agradable, no hay que olvidarlo. El desafío es hacer sentir al paciente confortado, cómodo, escuchado. Muchos pacientes no pueden adaptarse a los sistemas organizativos, a las pequeñas comodidades que cada uno se forja en su puesto de trabajo.Hay que aprender a adaptarse a ellos y resolver sus preocupaciones y problemas. Un hospital sin compasión es una fábrica. No queremos fábricas para nuestros enfermos. Las fábricas no curan, no acompañan, no entienden de dolor. Es necesario trabajar por crear una atmósfera de confianza, de esperanza, de apoyo.
La expansión del conocimiento y la tecnología tiene el peligro de volvernos a los que trabajamos en la salud "mecánicos" de la enfermedad, expertos en hardware. Es necesario, es vital, pero no alcanza. Hace falta entregar muchas veces al día, "micro momentos" de afecto, de cariño, de interés, allí es donde se unen los corazones, donde se humaniza el servicio más noble.
La forma de comunicar juega un rol central. Comunica nuestro rostro, la forma de vestirse, la sonrisa. Todo lo que ven, oyen y huelen. Por eso hay que esmerarse en dar una buena bienvenida, un sincero apretón de manos, en llamar por el nombre, en mirar a los ojos, en escuchar sin interrumpir, en hacer un esfuerzo por ir más allá y entender qué necesidades tienen, cuáles son sus valores, qué es lo que realmente les preocupa. Eso es ponerse en el lugar del otro, así nos gusta que nos traten a nosotros. Para eso hay que dejar de mirarse al ombligo. Ese es el desafío que hoy está movilizando al sector de la salud y al cual hay que subir a todos.
El aporte de cada uno es vital y el resultado final, mucho mayor que la simple suma de las partes.
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