Me sacaron el útero
Por Sara Delgado
Ese día estaba haciendo fiaca a la hora
de la siesta, y Juan vino a contarme que había llamado la ginecóloga. Ya
tenía los resultados. Hacía apenas una semana me habían hecho un PAP y
una biopsia, porque tenía un sangrado entre periodos, pero pensé que
estaba relacionado con que en diciembre junto con mi última cesárea me
había ligado las trompas.
Cuando entramos al consultorio, la
médica estaba con otra de más experiencia, y las dos se veían muy
serias. Nos sentamos y después de algunas palabras que vuelteaban el
asunto, la más joven fue al grano.
-Los estudios salieron mal, Sara. Encontramos un carcino.
Un zumbido se me metió en la cabeza. La boca se le seguía moviendo, la otra asentía y yo no escuche más nada.
-¿Cuál es mi diagnóstico?
-Cáncer de cuello de útero.
Mi recuerdo de ese momento es que yo
estallo, miro en perspectiva desde cierta altura y él está agachado,
levantando mis pedacitos del piso. Sé que me quede ahí dura, en la
silla, llorando. Las horas siguientes fueron llorar juntos a escondidas
de los chicos. La angustia era por ellos ¿Me voy a morir? ¿Quién lo iba a
ayudar a cuidarlos? Me recuerdo abrazando a Silvestre, el de 8 meses,
llorando y diciéndole ‘perdón hijo’. Se avecinaba una tormenta.
¿Cuento que tengo cáncer de útero?
Durante los primeros días elegí decir que era sólo cáncer, sin
especificar. Por alguna razón me daba vergüenza. Las mujeres ya no
deberíamos enfermarnos de esto, ni mucho menos una mina de 35 años como
yo, que tiene la posibilidad de tener obra social, controles,
información. Tanta como para saber, que para cuando termine el año, se
habrán muerto unas 1.900 argentinas, y que casi 5.000 habrán sido
diagnosticadas de lo mismo.
Lo que ocasiona el cáncer de útero
tampoco es fácil de digerir, porque el virus del papiloma humano es
responsable de la totalidad de los diagnósticos. Es casi una epidemia
que tiene cuatro de cada cinco activos sexuales. Es silencioso,
asintomático, en muchísimos casos se va sólo y en menos del 5 por
ciento, sobre todo en los cuerpos de las mujeres, puede quedar hasta
transformase en cáncer.
En Argentina logramos que haya una
vacuna gratuita para todos los chicos y chicas de 11 años. Es una
apuesta al futuro enorme e igualadora. Pensé ¿qué hubiera pasado si
Evita la recibía de piba en Los Toldos? La frase ¡Viva el cáncer! ¿No
existiría? De nuevo me vino a la mente la mesa desbocada de machos con
Alejandro Fantino, en donde se burlaron de eso. Si, ¡en 2017! Mostraban
el tren de Río Turbio, en mi provincia, al que el Kirchnerismo bautizó
“Eva Perón”. De la nada, a alguno que le pareció que la maquina era una
porquería dijo: “¡Pero ese tren es un cáncer!”, y reventaron todos de
risa. Me ofendo de nuevo.
Yo seguía diciendo sólo cáncer porque,
además, útero me daba muy íntimo. Entonces algo que había quedado muy
lejos me volvió a la memoria: la vez que un ex celoso y posesivo me dijo
en una discusión: “Andá, si vos tenés fiebre uterina, nena” ¿Fiebre
uterina? ¿Qué carajo?
Es que cuando hablamos de útero, traemos
prejuicios que nos instalaron allá lejos y hace tiempo. Los griegos y
los egipcios hablaban de una enfermedad femenina llamada ustera o
hystéra ¿Histérica les suena? ¡Claro! Tipos como Hipócrates, Aristóteles
y Platón creían que el útero era un órgano con vida propia, que migraba
por todo nuestro cuerpo en busca de calor a falta de sexo. No garchar
nos volvía locas. No importaba si en realidad era epilepsia o gripe, la
explicación en esa época era que el útero quería que cogiéramos.
Durante el medioevo, muchas mujeres
“histéricas” fueron declaradas brujas y las sometieron a tratamientos
crueles que terminaron en la hoguera. Pero ojo, no hacía falta estar con
alguna dolencia, sino que alcanzaba con tener pensamiento propio. En el
siglo XIX se implementó el masaje de clítoris, para que se nos pase la
calentura, o el dolor de muelas, o de espaldas.
Más para acá, las histéricas llegaron a
la cultura de masas con el histrionismo a disposición de fingir un
orgasmo en escena, bien gritón y mentiroso, o de mostrar ataques de
locura que terminaban en desmayos o llantos con lamentos desgarradores
¿Se acuerdan de la llorona? Los hombres, en cambio, pasaron de usas sus
penes como trofeos a agarrarse los testículos para jurar verdad en un
juicio. Igual, nada más osado que la propia Biblia para comprender que
nuestro útero siempre fue un castigo. Eva pisa el palito y se come la
manzana, pero nadie mira que la tipa quería la sabiduría. Ahí hay un
acto de rebelión hermoso. Sin embargo ¿cómo la castiga Dios? Haciéndola
parir con dolor y aclarándole que el deseo sólo iba a ser para Adán, su
dueño.
Por esos días todo estaba muy a flor de
piel. Respiraba profundo el aire frío y ventoso que anticipaba la
primavera del sur, el pasto que da a mi ventana me parecía de un verde
poderosísimo, al igual que la luz natural me daba nostalgia. Creo que
todo eso se llama cagazo.
Al día siguiente de mi diagnóstico, el
hospital público de Rio Gallegos me dio la posibilidad de internarme.
Todavía tenían que determinar en qué estadio estaba mi cáncer, para
saber si era operable o directamente iba a quimio y radioterapia (que
por cierto, no hay en toda Santa Cruz).
Para eso, a lo largo de varias
internaciones me hicieron una colonoscopia, buscando conocer si el
cáncer había trasladado del útero al recto, una cistoscopía, para ver si
no afectaba mi vejiga y finalmente, lo que se llama un ‘tacto bajo
anestesia´, verificando que esos resultados coincidieran con el palpado
de los dedos de las médicas. A todo lo superé con éxito. Mi
estadificación fue un cáncer 2ª que no había llegado a las paredes de la
pelvis. Por lo tanto, si me sacaban el útero, los ovarios y ganglios
linfáticos, tenía altísimas chances de curarme.
Hasta que lo supe los días pasaron
ligeros, fueron ocho y muchas horas de Google buscando testimonios de
mujeres que pasaron por lo mismo que yo. Es decir, que hayan sobrevivido
al cáncer de útero, pero que además hubieran entrado en la menopausia
antes de tiempo, como consecuencia de la falta de ovarios ¿Me voy a
sentir incómoda cuando escuche la frase ‘me sobran ovarios para tal
cosa’? El carnaval de angustia, la falta de esperanzas y la
desinformación que leí en varias historias, me hizo ver que ni enfermas
dejamos de sentir el rigor machista sobre nuestros cuerpos:
“Ya no me siento mujer” “Mi marido me
tiene paciencia pero tengo miedo que se vaya con otra” “Quería tener
otro hijo, ahora mi vida no tiene sentido”.
Mi histerectomía radical, o traducido,
la extirpación total de mi útero histérico, se hizo a las tres semanas
de mi diagnóstico. Es una de las cirugías más complejas de ginecología y
por lo tanto, de alto riesgo. Me operaron tres mujeres. Una de
cincuenta y pico, otra de cuarenta y tantos, y la última, de 35, como
yo. Mi vieja me contó que vio a la más grande sentada en el piso del
pasillo del quirófano, y a las otras dos apoyadas contra la pared. Las
tres con las caras transpiradas, riéndose, cómplices, después de haberme
operado cinco horas. Esa imagen me estruja el pecho.
Una internación de seis días, buena
analgesia y prácticamente ningún dolor. Con ese camino liberado, lo que
realmente tenía un peso gravitacional era la menopausia quirúrgica.
Estaba alterada por todo lo que había leído, pero además, ya tenía unos
sofocos que me abrazaban de repente a cualquier hora de la noche.
Cuando llegué a mi casa tuve que empezar
la sustitución hormonal, que es como tomar anticonceptivos pero con 2mg
de drospirenona y 1 mg de estradiol, para seguir teniendo estrógeno y
que no se me afine el pelo, no me den esos calores y prevenir la
osteoporosis.
Cuando tuve la primera caja de Gadofem,
me quedé mirándola. En la foto se veía a una mina grande, ni una cana,
con sonrisa de dientes demasiado blancos y perfectos, el pelo revuelto y
la actitud picarona. Pensé en qué buena imagen era esa para proyectar a
los cincuenta, y me largue a llorar desconsolada, con mi pastillita
rosa en la mano, pensando que yo ya era una ‘menopaúsica de mierda’.
Porque eso pensé de mí.
Pero de nuevo, ¿de dónde venía la bronca
con la menopausia? ¡Aha! La menopáusica de mierda se había dado cuenta
de que eso y vejez venían de la mano, en una sociedad en la que
disfrutamos de descartarnos, escondemos a los viejos y nos chifla la
juventud estética.
Eso tampoco es nuevo. Casi llegando al
1900 los científicos -que por supuesto seguían siendo varones-
prohibieron el sexo en la vejez por ser una desviación a la que llamaron
“paradoxia”. Es que el deseo, la libido, no estuvo bien vista para
aquellas mujeres que ya no tuvieran edad de tener hijos. La menopausia
tiene mala prensa porque la violencia simbólica tejió sobre nuestros
vientres una historia de viejas calentonas, posesas, convulsionantes,
que en el cine crearon la idea de la madura preferentemente adinerada,
que estaba al pedo, y se la agarraba con el jardinero, que tenía que ser
jovencito y rendidor.
Hoy, si buscamos “paradoxia” en
Internet, lo primero que aparece es un libro que vale 100 mangos y
relata la historia de una piba violada por el padre, que termina
convirtiéndose en una “depredadora sexual, masoquista y drogadicta”.
Y después están los mandatos sociales.
La psicóloga me pide que haga un duelo por el útero que ya no está. La
idea me resulta un tanto ‘cu-cu’. De todos modos soy mamá y entiendo que
no debe ser nada fácil para una mujer joven con menopausia quirúrgica
saber que eso nunca va a pasarle. Veo eso, y también veo el romance que
hay entre la violencia hacia los niños y los nacimientos no deseados. A
las childfree las tildan de perras egoístas ¿el instinto materno está en
el útero?
Sobrevivir a un cáncer es continuar con
nuestras vidas después de una situación terriblemente oscura ¿No
alcanza? Por supuesto que habrá cambios. Pero me niego a sufrir por
pérdidas que son más bien una fabricación machista de nuestra
femeneidad.
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