¿Sociedad medicalizada?
Ponemos el protagonismo de nuestra salud en sustancias químicas extrañas a nuestro organismo y abandonamos nuestra colaboración y responsabilidad
En la sociedad se percibe una cierta indiferencia ante el tema del consumo de drogas y se acepta como mal menor en un ejercicio de permisividad que se confunde perversa e intencionadamente con la tolerancia. La misma mantiene factores de riesgos muy importantes y aleja de su responsabilidad muchas de las medidas protectoras en una ignorancia que pone en peligro su propia estructura y que ofrece argumentos para que el fenómeno se desarrolle de manera incontrolable. Un problema ignorado nunca es un problema resuelto.
Actualmente y de forma evidente, la industria farmacéutica, con la finalidad de mejorar la calidad de vida de las personas, está consiguiendo, con una propaganda muy estudiada, imponer la necesidad de consumir medicamentos como remedio para las realidades normales de la vida, al señalar a éstas como patológicas: valoran las modificaciones fisiológicas normales como alteraciones que pueden ser resueltas con fármacos y juegan con el derecho a la felicidad que todo el mundo desea para evitar cualquier molestia o malestar. El error de medicalizar la conducta y las emociones consolida un hábito farmacológico que alimenta una farmacodependencia de difícil solución, porque se encuentra enraizada en unos supuestos científicos aceptados por un contexto que aplaude esa conducta.
Las drogas son diversas, desde suplementos de calcio, vigorizantes capilares, antiarrugas, potenciadores musculares, refuerzo de la memoria o laxantes de fibra vegetal, hasta antidepresivos, estimulantes sexuales o cualquier tipo de molestia o pequeños trastornos que son esencialmente transitivos. La pérdida de la libido por el estrés o la edad, las funciones digestivas alteradas por una deficiente alimentación, los estados de ánimos turbados por la convivencia e incluso los llamados "pecados capitales" que representan el origen de graves alteraciones mentales, son subsidiarias de medicamentos que todo lo resuelven y ponemos el protagonismo de nuestra salud en sustancias químicas extrañas a nuestro organismo y abandonamos nuestra colaboración y responsabilidad en los estados de salud que representan la piedra angular de una vida sana. En este contexto, las llamadas drogas ilegales aparecen también como auténticos remedios terapéuticos rápidos y fáciles de conseguir por su gran disponibilidad. De una manera ingeniosa se está introduciendo en internet una farmacia directa en la que la venta de medicamentos se hace sin pasar por ningún control sanitario y sin información clara de las indicaciones, dosis, duración y de los efectos secundarios, contraindicaciones, interacciones etc.
La industria farmacéutica propone un conjunto de productos que resuelven todos los problemas, aunque en realidad apenas resuelven algo: agravan los presentes, crean los latentes y resucitan los pasados. El arte de inventar enfermedades representa para esta industria su salvación económica, y es que con gran maestría transforman las molestias y achaques cotidianos en desórdenes mentales y en síntomas alarmantes los procesos normales. El objetivo es grabar en ellos el sello de enfermedad para ofrecer su particular vademécum.
Contemplando el anterior escenario, ¿qué sucedería si durante algunos días desaparecieran del mercado la cocaína, heroína, cannabis, alcohol... también los lexatines, orfidales, trankimazines, alprazolanes, diacepanes, fluoxetinas etcétera" y los remedios terapéuticos para patologías banales y transitorias?
La estrategia de las compañías farmacéuticas ha sido crear una preocupación obsesiva por nuestro cuerpo y que configura en nuestra mente un miedo a toda alteración y, por retroalimentación, se refuerza la génesis de lo que queremos evitar. El círculo de la creación de una patología se cierra de manera eficaz y así se alcanza la meta: aumentar su clientela de necesitados vitalicios y multiplicar sus beneficios.
Y es que el ser humano es un homo viator, un caminante que, en busca de la felicidad que tanto ansía, utiliza todo lo que valora como bueno para esta meta, y las drogas legales o ilegales aparecen como un señuelo, un anzuelo en el que muchos se enganchan, y la fábrica de ilusiones se convierten en fábrica de frustraciones que le hacen disfrutar de la vida olvidándose que están vivos.
No hay nada tan revolucionario como el sentido común, y éste nos dice que nada se cambia sino existe previamente una idea, un pensamiento: crear un estado de opinión terapéutico sobre las drogas es una responsabilidad de todos.
En manos sabias, el veneno es medicina; en manos necias, la medicina es veneno.
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