Los medicamentos falsos en África o la crónica de una catástrofe anunciada
Guin Guin Bali
A finales de julio, unos días antes de iniciar mis vacaciones, recibí una llamada urgente de mi madre que reside en Kinshasa, la Capital de la República Democrática del Congo, comunicándome el ingreso de mi padre en un centro médico por una fuerte diarrea y otras complicaciones debido a la edad. Me transmitió el parte médico y lo que le habían prescrito. Y me pidió encarecidamente que le comprase medicamentos en España “porque, decía, no nos fiamos de las farmacias locales; ya que en muchas de ellas se vende tiza”. Menos mal que al día siguiente viajaba un amigo sevillano al Congo que, gustosamente, llevó el pedido a mi madre. Aprovecho estas líneas para agradecerle. Esta circunstancia me llevó a reflexionar larga y tendidamente sobre un hecho irrefutable que viven angustiosamente las familias africanas, y que yo mismo he padecido en más de una ocasión: los medicamentos falsos o falsificados.
Sin querer entrar en elucubraciones científicas (porque el debate está abierto), y siguiendo a la OMS, diremos que un medicamento falso o falsificado es aquel que, de forma deliberada, se presenta como un medicamento, pero que ha sido fraudulentamente fabricado, etiquetado y distribuido. Es algo que se parece a un medicamento pero del cual no se conocen ni su origen ni su composición. Y no dispone de las cuatro características que debe tener un medicamento, que son calidad, seguridad, eficacia e información. Suelen ser “medicamentos” fabricados en unas condiciones que no tienen nada que ver con las condiciones en las que se fabrican en un laboratorio farmacéutico.
Aunque es difícil obtener cifras precisas, se calcula que los medicamentos falsificados representan más del 10% del mercado farmacéutico mundial.
Si bien esta práctica existe en todas las regiones, los países en desarrollo son los que se llevan la peor parte, pues, según se estima, el 25% de los medicamentos que se consumen en ellos han sido falsificados. Y se considera que en determinados países, especialmente en África, ese porcentaje alcanza hasta un 50%.
Las consecuencias de los medicamentos falsos en África son devastadoras. No olvidemos que esos supuestos medicamentos contienen polvo de ladrillo, disolventes industriales, pinturas de asfalto o anticongelantes, todos ellos productos tóxicos para el ser humano. Así lo ha confirmado un estudio reciente (enero 2012), de los investigadores de la Universidad de Oxford (Reino Unido) tras analizar medicamentos incautados en once países africanos.
Los costes humanos son altos y las consecuencias a menudo irreversibles. El uso de medicamentos de baja calidad o falsos suele provocar complicaciones graves y, en muchos casos, la muerte prematura. Cada año se registran en África más de 200.000 muertes relacionadas directamente con esos “fármacos” que, por otra parte, hacen un flaco favor a la lucha contra la malaria y otras enfermedades.
El lucrativo negocio de falsificación de medicamentos que inundan el mercado africano procede de los países asiáticos. Los mayores laboratorios de los mismos se ubican, según todas las investigaciones, en China e India. Varios motivos explicarían, a nuestro entender, la facilidad con la que penetran en el mercado africano. En primer lugar, la debilidad de los sistemas administrativos y de control. La mayoría de los estados africanos no tienen ni medios ni personal preparado para detectar y hacer frente a los medicamentos falsos cada vez más sofisticados. Si los traficantes de falsos medicamentos logran infiltrarse en el mercado de los países desarrollados dónde los controles son eficaces, nos podemos imaginar la facilidad con la que lo pueden hacer en África.
En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, el contrabando y la corrupción, - que constituyen un mal endémico del continente debido a la debilidad de la Administración - , se convierten en aliados perfectos para los traficantes de medicamentos. Hay pocos obstáculos que impiden el movimiento de medicamentos de contrabando en una región en donde el contrabandismo está extendido, las comunicaciones deficientes y las autoridades reguladoras de los medicamentos son, en su mayoría, impotentes o inactivas.
En tercer lugar, la escasez crónica y el suministro intermitente de medicamentos debido a una financiación gubernamental irregular y una mala gestión de los medicamentos allanan el camino a falsos medicamentos. Esto conduce a que dónde no llegue la acción gubernamental con fármacos verdaderos, los contrabandistas ocupen el espacio con medicamentos falsos.
Finalmente, el alto índice de analfabetismo y pobreza. Con una alfabetización generalmente baja, la concienciación pública de la existencia de medicamentos falsos se ve reducida. Por otra parte, las personas con pocos recursos que enferman en una sociedad dónde no existe una sanidad pública para todos, no pueden permitirse el lujo de comprar medicamentos caros (y auténticos). Por tanto, analfabetos y pobres, que muchas veces no son conscientes del peligro que representa hacerse con una alternativa aparentemente más barata, representan un “mercado ideal” para los empresarios sin escrúpulos.
¿Qué hay que hacer para revertir esta situación?
Debido a la escasa incidencia del problema en los países desarrollados, la comunidad internacional parece no tomarse muy en serio la amenaza de los medicamentos falsos. Y prueba de ello es que ni siquiera se ha llegado a encontrar una definición unánimemente aceptada de medicamento falso.
Internacionalmente, además, hay una falta de consenso sobre los problemas que rodean la producción, exportación e importación de estos productos potencialmente letales. En consecuencia, no existe una legislación eficaz entre fronteras que controle la piratería de medicamentos o es inadecuada. De hecho, existen regulaciones en algunos países exportadores que facilitan el camino a los productores y exportadores de medicamentos falsos; los importadores son libres de realizar declaraciones falsas acerca de los productos y éstos entran con facilidad en los caóticos sistemas de distribución de medicamentos.
Iniciativas como el Acuerdo internacional de Cotonou (Benín) de 2009, impulsado por la Fundación Chirac y apoyado por los jefes de estados africanos, que proponía luchar eficazmente contra el tráfico de medicamentos falsos, no han conseguido detener la libre circulación de los mismos.
Mientras tanto, en África se avecina un desastre de dimensiones imprevisibles. La proliferación de medicamentos falsificados contra la malaria, por ejemplo, amenaza con echar atrás el progreso logrado hasta ahora para combatir dicha enfermedad. Los entendidos en la materia sostienen que estos productos son contraproducentes para los pacientes, ya que podrían crear resistencia a los fármacos auténticos al contener niveles bajos e ineficientes de compuestos farmacológicos.
Entre las muchas estrategias para luchar contra esta plaga, que debería tener el mismo tratamiento que el tráfico de drogas, nosotros destacaríamos cuatro: actuación en los países de origen, actuación en el punto de entrada, actuación en el mercado y la capacitación del público.
Sería recomendable que los países exportadores de medicamentos extremarán la vigilancia y los controles en las plantas de fabricación como actuación preventiva. Luego, en los puntos de entrada a los países africanos se debería fortalecer los servicios de inspección e implementar una vigilancia más eficaz. Y como medida complementaria a la anterior y ante la permeabilidad de las fronteras africanas, vigilar e inspeccionar los puntos de venta al público. Y, por último y quizá más importante, capacitar al público, a las víctimas potenciales, a través de las campañas de concienciación sobre el peligro de los medicamentos falsos.
Pero el punto de partida está en la toma de conciencia internacional de que los falsos medicamentos constituyen una verdadera amenaza para la salud mundial y que en África están causando un verdadero desastre.
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