El amor depende más de la memoria que de las hormonas
La química puede influir bastante en el deseo sexual, pero muy poco en nuestro comportamiento amoroso
En las entrevistas por “S=EX2:
La Ciencia del Sexo” es muy frecuente que me pregunten por la química
del sexo y del amor, como asumiendo que son un poco lo mismo.
Yo siempre empiezo respondiendo que aunque conectados, sexo y amor son procesos neurofisiológicos muy diferentes.
Las hormonas sí condicionan el deseo sexual
Y hay numerosos ejemplos de ello: Las
hembras animales sólo están en celo cuando ovulan, sin ser conscientes
de su ciclo, simplemente porque una combinación hormonal determinada las
hace sentir excitadas. A los transexuales que previo a una operación
pene-vagina les bajan los niveles de testosterona les disminuye el deseo
sexual, mientras que aumenta en los que para masculinizar su cuerpo
reciben suministro de testosterona. Los fármacos contra la depresión que
aumentan los niveles de serotonina suelen perjudicar seriamente el
deseo y la función sexual, mientras que los dopaminérgicos la elevan. Y
la prolactina liberada tras el orgasmo contribuye a la saciedad y
reducción repentina de deseo. La química corporal interna sí condiciona
el comportamiento sexual.
Obvio que en nuestra especie el sexo
tiene un componente psicosociocultural innegable, que casi siempre suele
mandar por encima del instinto de hormonal. Pero biológicamente
hablando, la reproducción es una de las funciones primordiales de
cualquier ser vivo, y tiene absoluto sentido que la selección natural
haya codificado minuciosamente unos circuitos moleculares del deseo.
Exagerando con la oxitocina
El amor es diferente. Cierto que la
evolución también ha favorecido que algunas especies de mamíferos y aves
formen parejas estables sucesivas que se apoyen en el cuidado de su
descendencia, y que en ello hay hormonas involucradas como la oxitocina o
la vasopresina. Pero el amor es una emoción mucho más sofisticada que
no se puede reducir a lo químico.
Y no me hagáis trampa: ya sé que en
última instancia toda actividad mental tiene un sustrato químico. Pero
no va de eso. A lo que me refiero es que cuando alguien mira a su pareja
y siente que la ama, el desencadenante inicial de esta emoción no es un
chorro de oxitocina entre sus neuronas, sino los recuerdos del pasado
vivido juntos o las proyecciones del futuro que está por venir. La
memoria –consciente o inconsciente- influye infinitamente más que las
hormonas en el amor romántico.
La etapa inicial de enamoramiento
enajenador es otra historia. Ese es un amor más engañoso, adictivo y
transitorio, y quizás sí más condicionado por fluctuaciones hormonales.
Pero quienes superada esta etapa fantasiosa sigan juntos queriéndose e
ilusionados con su relación, no será porque sus circuitos neuronales se
hayan quedado hackeados químicamente, sino porque cuando sonríen a su
amado o amada recuerdan las múltiples experiencias buenas y malas que
les han unido, y se entusiasman con los proyectos vitales o familiares
que juntos van a emprender.
Puede ser que al recordar esto se
liberen ciertos niveles de oxitocina generando una sensación de
bienestar y satisfacción. Pero esa oxitocina es una consecuencia no una
causa, y acudir a ella para justificar el amor es una simplificación
demasiado extendida entre los comunicadores científicos. En realidad la
química es bastante superflua para explicar el amor de largo plazo entre
humanos.
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