Enojate, hermana
Mamushkas feministas
Imagen: Sebastián Freire
Me
he fascinado soberanamente esta semana con el caso de “Sol Pérez y el
engaño del evento”. Sol Pérez es una mujer que habla del clima en un
programa de cable, que baila en lo de Tinelli, y que dicen ha llegado a
la fama por una cola infernal. ¿Pero es esto posible? No lo creo. ¿No
hay acaso miles de colas infernales? Claro que las hay, y no todas las
colas infernales pueden vivir de sus colas infernales. Y ahora sí, voy a
elogiar sin titubear a las Kardashian. Acéptenlo: son graciosas. Son
cinco hermanas superficiales que aman el dinero. ¿Son eso sólo? ¿No hay
acaso miles de personas superficiales que aman el dinero? Claro que las
hay y no nos da ganas de verlas. Las Kardashian te hacen reír. En
definitiva, no creo que un culo haga famoso a nadie, creo que hay
personas con un carisma o un algo distinto como para lograr que su culo
sea famoso.
La noticia es la siguiente: Sol Pérez es invitada a conducir un evento, en un momento de la velada se da cuenta de que hay un viejo vendado en el escenario al que ella tiene que bailarle. No lo hace, no estaba en el arreglo. Pérez se muestra indignada en los medios, y expresa que la han hecho sentir una “prostituta”. Al mismo tiempo, Georgina Orellano, de Ammar, hace un descargo sobre los dichos de Sol Pérez con la intención de vaciar de estigmatizacion a la palabra “prostituta”. Batalla que apoyo fervientemente. Desde que conozco la las trabajadoras sexuales muchas de mis ideas feministas han virado para siempre, y ahora cada vez que me encuentro usando la palabra “prostituta” peyorativamente siento como un arakiri en el centro del pecho. Así es como sucede, así cambiás tu forma de hablar, ciertas palabras comienzan a dolerte en determinado contexto, y tu organismo de a poco las desecha. Quizás a Sol esta batalla lingüística no le importó, o quizás sí, entiendo, de todos modos, la militancia de Georgina de utilizar esta situación para visibilizar esta problemática, tan feminista, de querer torcer la cultura arraigada en el inconciente desde el lenguaje.
No voy a hablar de trabajo sexual, porque no me corresponde, solo me animo a una reflexión con pretensiones semióticas. “Prostituta” como lo usó Sol y como lo usamos la mayoría de las personas, es “quien hace cosas indignas por dinero”. Hay mujeres que les gusta ser trabajadoras sexuales, y hay mujeres que aman mostrar el culo. ¿Qué es lo indigno? ¿Cuál es la parte del cuerpo que está bien vender? ¿Y cual la qué está mal? ¿Cuántos son los trabajos que jamás podrías hacer? ¿Cuál es la explotación menos peor? ¿Cuál es el culo de trola y cuál es el culo de moda? ¿Por qué la vagina es sagrada, pero la salud que dejás en un trabajo en el que te explotan no lo es?
En el empoderamiento que supone la libertad de vivir de la imagen propia sin culpa, hay que aceptar el goce que les supone a estas mujeres el ser admiradas, y a la vez hay que aceptar la cantidad de mujeres que no viven de su imagen, que no han decidido esto para nada, pero se les exige que cumplan con el canon hegemónico de belleza o sensualidad de las mujeres que sí. Y acá se arma el lío, como si algo pudiera ser feminista y no serlo al mismo tiempo. Creo que hay una mirada lasciva requerida, y otra que no lo es, y en un mundo ideal no debiera haber juicio de valor sobre ninguna de las dos opciones. Las trabajadoras sexuales me han enseñado una cosa que ha terminado siendo mi eje en estos debates: no tengo derecho a decirle a otra mujer qué hacer con su cuerpo, ni cuando se trata de cuestiones reproductivas, ni cuando se trata de cuestiones comerciales. No tengo derecho a subestimar a ninguna mujer que está expresando claramente lo que quiere y cómo lo quiere. Ese es mi faro. Pero enseguida se cae el faro ¿Cuáles son las mujeres que pueden expresar realmente lo que piensan y quieren sin perder, por ejemplo, su trabajo? Esta complejidad de mamushkas de cuestiones feministas solo se solucionan leyendo, debatiendo, repensando sin cesar. Pero hay una buena noticia: que Sol Pérez sienta la libertad de poder quejarse de un viejo pajero desubicado es un triunfo de la nueva ola del feminismo, en los ochenta no nos hubiéramos ni enterado y que las trabajadoras sexuales salgan a decirle que ser prostituta no es indigno, es parte del mismo triunfo.
La noticia es la siguiente: Sol Pérez es invitada a conducir un evento, en un momento de la velada se da cuenta de que hay un viejo vendado en el escenario al que ella tiene que bailarle. No lo hace, no estaba en el arreglo. Pérez se muestra indignada en los medios, y expresa que la han hecho sentir una “prostituta”. Al mismo tiempo, Georgina Orellano, de Ammar, hace un descargo sobre los dichos de Sol Pérez con la intención de vaciar de estigmatizacion a la palabra “prostituta”. Batalla que apoyo fervientemente. Desde que conozco la las trabajadoras sexuales muchas de mis ideas feministas han virado para siempre, y ahora cada vez que me encuentro usando la palabra “prostituta” peyorativamente siento como un arakiri en el centro del pecho. Así es como sucede, así cambiás tu forma de hablar, ciertas palabras comienzan a dolerte en determinado contexto, y tu organismo de a poco las desecha. Quizás a Sol esta batalla lingüística no le importó, o quizás sí, entiendo, de todos modos, la militancia de Georgina de utilizar esta situación para visibilizar esta problemática, tan feminista, de querer torcer la cultura arraigada en el inconciente desde el lenguaje.
No voy a hablar de trabajo sexual, porque no me corresponde, solo me animo a una reflexión con pretensiones semióticas. “Prostituta” como lo usó Sol y como lo usamos la mayoría de las personas, es “quien hace cosas indignas por dinero”. Hay mujeres que les gusta ser trabajadoras sexuales, y hay mujeres que aman mostrar el culo. ¿Qué es lo indigno? ¿Cuál es la parte del cuerpo que está bien vender? ¿Y cual la qué está mal? ¿Cuántos son los trabajos que jamás podrías hacer? ¿Cuál es la explotación menos peor? ¿Cuál es el culo de trola y cuál es el culo de moda? ¿Por qué la vagina es sagrada, pero la salud que dejás en un trabajo en el que te explotan no lo es?
En el empoderamiento que supone la libertad de vivir de la imagen propia sin culpa, hay que aceptar el goce que les supone a estas mujeres el ser admiradas, y a la vez hay que aceptar la cantidad de mujeres que no viven de su imagen, que no han decidido esto para nada, pero se les exige que cumplan con el canon hegemónico de belleza o sensualidad de las mujeres que sí. Y acá se arma el lío, como si algo pudiera ser feminista y no serlo al mismo tiempo. Creo que hay una mirada lasciva requerida, y otra que no lo es, y en un mundo ideal no debiera haber juicio de valor sobre ninguna de las dos opciones. Las trabajadoras sexuales me han enseñado una cosa que ha terminado siendo mi eje en estos debates: no tengo derecho a decirle a otra mujer qué hacer con su cuerpo, ni cuando se trata de cuestiones reproductivas, ni cuando se trata de cuestiones comerciales. No tengo derecho a subestimar a ninguna mujer que está expresando claramente lo que quiere y cómo lo quiere. Ese es mi faro. Pero enseguida se cae el faro ¿Cuáles son las mujeres que pueden expresar realmente lo que piensan y quieren sin perder, por ejemplo, su trabajo? Esta complejidad de mamushkas de cuestiones feministas solo se solucionan leyendo, debatiendo, repensando sin cesar. Pero hay una buena noticia: que Sol Pérez sienta la libertad de poder quejarse de un viejo pajero desubicado es un triunfo de la nueva ola del feminismo, en los ochenta no nos hubiéramos ni enterado y que las trabajadoras sexuales salgan a decirle que ser prostituta no es indigno, es parte del mismo triunfo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario