El prestigioso neurocientífico portugués Antonio Damasio repasa el importante papel que ha tenido la emoción en la evolución de la cultura humana.
En el título de uno de sus ensayos más populares, Antonio Damasio (Lisboa, 1944) afirmaba que El cerebro creó al hombre: lo que nos distingue de otros animales, aunque a estas alturas nos pueda sonar a obviedad, es nuestra capacidad de razonar. Pero en su nuevo libro, El extraño orden de las cosas (Destino, 2018), el neurocientífico portugués -seguramente la mayor celebridad mundial en cuanto a la divulgación de los misterios de la mente- va aún más allá, pues sostiene que antes de la razón, estuvo la emoción, y que de ahí surge nuestra cultura. "El intelecto suele ponerse a un nivel muy por encima", nos explica en una sala interior de La Pedrera, el emblemático edificio de Gaudí, "porque con nuestra inteligencia hemos desarrollado el arte, la ciencia y la moral. Pero la pregunta que tendríamos que hacernos es por qué. ¿Por qué queremos, por ejemplo, la medicina? Porque sufrimos y tenemos miedo a la muerte. ¿Y por qué queremos la tecnología? Porque nos incomoda el clima y necesitamos refugiarnos. Y empezamos a cantar porque eso nos genera felicidad".
Antes de cada gran avance intelectual, sostiene Damasio, no hubo un reto de la razón, sino un sentimiento irreprimible que necesitábamos dominar por una simple cuestión de supervivencia y mejora de la especie. Ese proceso se conoce como homeostasis, y afecta a todos los seres vivos, pues implica un intercambio de materia y energía con el mundo exterior para regular la condición interior, hacerla más estable y, por tanto, más proclive al desarrollo y la mejora. Una técnica propia de la homeostasis es el metabolismo -algo que une a las bacterias con organismos pluricelulares como usted y yo-, pero también lo es el desarrollo y la gestión de un sentimiento, y eso es lo que nos diferencia de la bacteria, o de una mascota. "Lo que hacemos no lo hacemos para estar vivos", prosigue Damasio, pues para estar vivos nos bastaría con respirar y alimentarnos. "Lo hacemos para sentirnos vivos. Y como se trata de sentir, no es suficiente con el intelecto".
El razonamiento de Damasio puede parecer sorprendente, por el enorme sentido común que despliega. Es evidente que Dante escribió la Divina comedia por amor, que Shostakovich compuso la mayor parte de su música movido por la frustración y el rencor, y que no sería posible la literatura de terror sin el sentimiento primario del miedo a lo desconocido, como sostenía Lovecraft. Ninguno de estos nombres, y ningún artista, comienza a crear sólo por medir sus capacidades intelectuales. Pero según Damasio, esto no se comprende en la comunidad científica de la que él participa. Aunque nacido en Lisboa, desde hace años reside en California y, como explica un poco en voz baja, vive rodeado de lo que identifica como "gente de Silicon Valley", a la que sólo le interesa el dinero y le mueve otro sentimiento, la codicia. En ese ámbito, el influjo que el materialismo ha proyectado sobre la ciencia ha relegado al ser humano sensible a una categoría menor, en comparación con el ser humano racional.
"A nadie en el mundo de las artes hay que explicarle que los sentimientos nos hacen ser lo que somos", prosigue. "Pero en la ciencia, sobre todo en las ciencias físicas y algunas humanas, como la psicología, hay una larga tradición de negar el sentimiento. Y ahora más que nunca, los gobiernos apoyan aquellas disciplinas que facilitan el crecimiento económico: matemáticas, ingeniería... Es por eso por lo que no hay apenas dinero para música o humanidades".
De este modo, en El extraño orden de las cosas el esfuerzo de Damasio pasa por revalorizar la emoción en el debate científico, y situarlo antes que la razón en la cadena biológica de los hechos que han formado y desarrollado al ser humano inteligente y el más grande de sus logros intelectuales, la cultura. Esa cadena crece -después de la cultura, Damasio sitúa la razón, la ética, la moral y la civilización-, pero siempre a partir de un origen sentimental que todavía es motor de nuestras acciones.
Puesto que es la capacidad de entender los sentimientos lo que nos distingue de las bacterias o los gatos, es el mismo cuerpo lo que nos diferencia de las máquinas. "Estoy a favor de las inteligencias artificiales", asegura, "pero me opongo a quien diga que algún día un ordenador podrá sentir como tú o yo. El neurosistema de un computador los hace mejores a nosotros en cálculo, las matemáticas las aprenden fácil, el lenguaje lo pueden llegar a adquirir, pero la parte del ser no la llevan bien. Sin un cuerpo, no pueden experimentar el dolor, el miedo o el placer, y por tanto no pueden regular la vida. Nunca serán mejores que nosotros".
'La razón no es lo que nos diferencia de los animales'
"Nosotros somos conscientes de que somos mortales porque tenemos sentimientos", sostiene Damasio. Así que no es la razón lo que nos diferencia de los animales, sino la capacidad de sentir y comprender esas emociones. "Un perro y un gato también tienen sentimientos, pero les falta el intelecto para comprender qué es la muerte, y reconocerla, cuando la ven, como una condición que les puede afectar a ellos. No somos más humanos por ser más inteligentes, sino por tener una mente conectada a un cuerpo que siente, y capaz de traducir esos sentimientos en una motivación para mejorar nuestra homeostasis".
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