jueves, 3 de diciembre de 2009

¿LA GENTE ES TONTA?

"A mí, además de operarme el pecho, me quitaron el alma"

No siempre una cirugía estética consigue un cuerpo diez. La noticia de la muerte de la ex Miss Argentina Solange Magnazo ha reactivado las voces de alarma que recuerdan que pasar por una operación de cirugía estética no es como ir a la peluquería. “Una vez que la persona se ha sometido a la intervención no se puede arrepentir”. Ezequiel Rodríguez, presidente de la Sociedad Española de Cirugía Plástica y Reparadora, recuerda a todo aquél que piense en realizarse una operación de este tipo que antes de meterse en quirófano pregunte los riesgos que se corren en la sala de operaciones. Porque, aunque "sean pocos los casos que la operación no salió como esperaba", hay veces que el culto al cuerpo se paga demasiado caro.

Magnazo había sido Miss Argentina en 1994 y, con 38 años, lucía por las pasarelas un auténtico cuerpazo. Pero la modelo seguía sin estar conforme con su físico y la semana pasada se sometió a un tratamiento estético en los glúteos. Algo se complicó, porque sufrió una embolia pulmonar que le desembocó en la muerte. Los medios argentinos echan la culpa a unas inyecciones de polimetilmetacrilato (PMMA) de más.

Para Rodríguez, es imposible “equivocarse en una operación en la que hay que inyectar de 1 a 2 mililitros de PMMA. Habrían tenido que meterle 100 para que le provocara el edema”. El motivo de su fallecimiento no está todavía claro, pero no hay duda de que algo falló. “Tal vez se sometió a una liposucción, no a un tratamiento de glúteos. Una de sus contraindicaciones es, como le ha sucedido a la modelo, un edema pulmonar”, reconoce el doctor.

Entre las contraindicaciones más comunes resaltan “las infecciones, los hematomas -que se curan con drenajes-, las embolias pulmonares -ante los que se inyectan anticoagulantes- y problemas de cicatrización”. Virginia es una alicantina que hoy tiene 40 años y que conoce muy de cerca la cirugía y sus complicaciones. Cuando tenía 36 y después de haber tenido a su hijo, se sometió a una mamoplastia para sentirse mejor. Una operación que, según cuenta, le ha cambiado la vida: “A mí, además de operarme el pecho, me quitaron el alma”, asegura.

Para Virginia, como para otra mucha gente, la cirugía plástica va mucho más allá de los límites determinados por los cánones estéticos del momento. Era la solución a un problema que supera los límites de lo físico y quería despojarse de un complejo que tenía solución. "Y, por lo que me vendieron, demasiado fácil". Al problema económico, los 6.500 euros que pagó a tocateja por la operación al Instituto Pérez de la Romana de Alicante, donde se operó, sumó poco después las secuelas físicas y psíquicas que todavía hoy le pesan como una losa.

El coste de este tipo de intervenciones es uno de los handicaps que durante mucho tiempo los alejaron de los ciudadanos de a pie. Sabedores de la pasta gansa que ganaban, algunos centros de estética pusieron a disposición del consumidor sistema de financiación para avalar el ‘arreglo’. Así se acercaron muchos al sueño de un cuerpo corregido y mejorado. “A mí me intentaron colar una hipoteca con el BBVA, pero como soy extranjera necesitaba un aval bancario y yo quería costearlo sin que nadie tuviera nada que ver. Así que lo rechacé”, cuenta Virginia.

Al tercer día de la operación, la herida no cicatrizaba al ritmo que le habían asegurado. “Llamé al centro y me atendió Elena, la chica encargada del teléfono de urgencias que ni siquiera era enfermera. Me dijo que no me preocupara, que en tres días estaría cerrada”. La infección siguió revelándose hasta que todo terminó en una visita diaria durante seis meses a la clínica para curarse la cicatriz. “Ahí descubrí que el príncipe que me habían vendido en la primera consulta era una rana. Siempre me cogían la última del día, aunque me citaran a las 6 de la tarde, y cuando decidí curarme yo en mi propia casa, ni siquiera recibí en tres meses una llamada del doctor Federico Pérez de la Romana, el que me operó. Me sentí totamente abandonada”. El sueño de lucir un pecho normal se convirtió en una pesadilla que le dejó sin trabajo y sin autoestima. “El coste psicológico ha sido mucho más pesado que el económico. A la ‘bendita’ operación, debí sumar los costes de nuevas pruebas, medicamentos diarios, y las consultas psicológica que necesité”.

Su abogado, Raúl Díez, ha visto cómo en los últimos años se han multiplicado los casos denunciados por supuestas negligencias médicas tras una cirugía estética. “Mis clientes llegan a mí totalmente abatidos porque se sienten engañados, estafados”. Nadie les explicó detalladamente los riesgos a los que se sometían en la operación. “Y cuando ésta fallaba, se intentaban lavar las manos”. El médico de Virginia alegó en el juicio que acaba de ganar la paciente que la infección la cogió en el quirófano; que la sala era alquilada y que, por tanto, las quejas debían ir para el hospital, no para él. Por eso Díez reclama a las clínicas homologadas más sinceridad, “que cuenten con pelos y señales los riesgos que corre el paciente, uno a uno, detalladamente”. Y, sobre todo, “que se le someta un test psicológico para ver si la persona está preparada para cambiar su físico ya que, muchas veces, no queda como le han vendido o como desearía”.

Las últimas cifras facilitadas por la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética hablan de 400.000 intervenciones al año en España, encabezando el ranking europeo y sólo superada por Estados Unidos, México y Argentina. Las mujeres de 22 a 45 años son las más consumidoras. Por operaciones, se llevan la palma los aumentos de pecho, liposucciones, correcciones abdominales, cirugía de párpados y el lifting.

Eliminar complejos de toda la vida

Rodríguez recuerda que mucha gente llega a la intervención con una patología previa de base: se miran al espejo y no se aceptan a sí mismos. El doctor considera que hay casos en los que se puede arreglar un problema psíquico a través de la eliminación del defecto físico: “Una parte importante de nuestras vidas es nuestro aspecto exterior y eso es incuestionable. De manera que si hay un elemento de nuestra anatomía que consideramos, y que es objetivamente, deficitario, arreglándolo podemos solucionarlo. Lo que es un 'complejo' de toda la vida que puede eliminarse tal cual”, asegura. Como aquél que tenía las orejas despegadas y se las puso en su sitio. El problema está cuando uno se somete a todas las operaciones de cirugía estética que se le antoja sólo por sentirse mejor. “Hay otro grupo de gente que quiere vivir en una eterna juventud. El especialista debe activar el radar ante estos consumidores de cirugía estética compulsivos, hacerles ver que tienen un problema y enviarlos al especialista adecuado: el psicólogo”.

Sus recomendaciones para todos los usuarios son concisas: “Todo el mundo tiene que asegurarse de que quien le atiende es un profesional cuya titulación responde al tratamiento que le está aplicando”, recomienda. "Existe el riesgo. Mínimo, pero existe. Si no se lo cuentan, no se fíe”, recomienda.
Otro de los problemas es que casi nadie habla del tema y se intenta negar la evidencia por todos los medios. El cirujano plástico reconoce que “sólo entre amigas muy íntimas se confiesan este tipo de arreglitos. Poca gente reconoce que se ha sometido a una intervención de este tipo, ni cuando es demasiado obvio".

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