jueves, 7 de septiembre de 2017


¿Por qué no podemos parar de comer?

Un investigador en biología molecular que estudia los mecanismos de la saciedad y el apetito nos revela un mundo de conocimiento al que los médicos no solemos acceder y que es imprescindible para comprender las enfermedades del presente
Autor: Dra. María Julia Lomoborizio, Dr. Ricardo Mastandueno / Video Ary Kaplan Nakamura Fuente: IntraMed 
"Cuanto más comprendemos cómo funciona le organismo más entendemos sus patologías"
Los médicos muchas veces vemos una "fotografía" del momento en que una enfermedad se hace presente y no la "película" completa de su razón de ser en la evolución de la especie. Las patologías del presente hacen imprescindible ampliar el espectro de nuestra mirada para responder, no solo a la pregunta acerca de "qué ocurre", sino "por qué sucede". El diálogo con las ciencias básicas es una instancia que nuestra realidad reclama con urgencia. Sin comprender la historia completa de lo que asistimos en nuestros consultorios nunca podremos tener una perspectiva integradora que nos ayude a resolver problemas que nos exceden. El Dr. Marcelo Rubinstein tiene el conocimiento profundo y la habilidad para comunicarlo de modo que, al mismo tiempo, nos anseña y nos entusiasma. Escucharlo es una ocasión para aprender y disfrutar del magnífico espectáculo de la inteligencia compartida con la sencillez y la claridad de quienes saben de verdad.
"¿Por qué el hipotálamo se está equivocando al fijar cuánto tenemos que comer?"


Marcelo Rubinstein, investigador superior del CONICET y Director Interino del Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular “Dr. Héctor N. Torres” (INGEBI, CONICET) fue incorporado como nuevo miembro de la Academia Mundial de Ciencia (TWAS, The World Academy of Science), una institución que incentiva el avance de la ciencia en países en desarrollo. Durante la 27ma. Reunión de la Academia, en Ruanda, se anunció su incorporación junto a 39 científicos del mundo y será galardonado durante el encuentro el año próximo. “Tener una distinción de estas características es siempre es una confirmación de que nuestras investigaciones produjeron un impacto significativo, es muy importante el reconocimiento en el contexto de países como el nuestro, donde las condiciones no son las mismas que en los países más desarrollados”, asegura Rubinstein, quien además es profesor asociado del Departamento de Fisiología, Biología Molecular y Celular en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de Universidad de Buenos Aires.
Este año fue el único argentino en tener esta distinción. En 2014 había obtenido el premio que otorga la TWAS, en Biología por sus investigaciones en genética de la conducta asociada a las adicciones, además de haber desarrollado en la región tecnologías de transgénesis y genética molecular en ratones.
En el INGEBI dirige el Laboratorio de Animales Transgénicos. Fue International Research Scholar del Howard Hughes Medical Institute durante 15 años y recibió numerosas distinciones a lo largo de su carrera, destacándose una beca de la John S. Guggenheim Foundation. Fue dos veces ganador del Premio Bernardo Houssay otorgado por la Sociedad Argentina de Biología y recibió la Medalla Ranwell Caputto, entregada por la Sociedad Argentina de Investigaciones en Neurociencia. “Este tipo de premios y nominaciones que reciben con alta frecuencia los científicos argentinos son consecuencia de una tradición local que debe transformase definitivamente en una política de estado que atraviese el presente de cada gobierno y que funcione como un engranaje clave de la maquinaria productiva de nuestro país”, confía.

¿Por que no podemos parar de comer? | Marcelo Rubinstein | TEDxRiodelaPlata

SIGAN DICIENDO BOLUDECES LOS RELIGIOSOS


La materia orgánica, más antigua que el Sistema Solar

Compone más del 40% del cometa en el que aterrizó la misión Rosetta
La materia orgánica, más antigua que el Sistema Solar
JOSÉ MANUEL NIEVES -
Los que piensan que «ahí arriba» tiene por fuerza que haber vida en alguna parte cuentan, a partir de ahora, con un nuevo argumento en el que apoyarse. Los científicos de la misión europea Rosetta, en efecto, la misma que el año pasado consiguió volar en paralelo al cometa Churyumov Gerasimenko e hizo aterrizar el módulo Philae sobre su escarpada superficie, acaban de descubrir, analizando los datos de esa histórica misión, que más del 40% del total de la masa del cometa estaba compuesta de materia orgánica. Y lo que es más: esas moléculas se originaron en el espacio interestelar mucho antes, incluso, de que nuestro Sistema Solar empezara a formarse.
Jean-Loup Bertaux y Rosine Lallement, de la Universidad de Versailles Saint-Quentin-en-Yvelines y del Observatorio de París, hallaron en el núcleo cometario importantes cantidades de carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno, los elementos esenciales de la vida en la Tierra.
Desde hace más de 70 años, los investigadores saben que al analizar los espectros de muchas estrellas los instrumentos recogen, también, absorciones del espacio «vacío» que hay entre ellas. Esas absorciones, llamadas «Diffuse Interstellar Bands» (Bandas Estelares Difusas o DIBs) se atribuyben a la presencia de moléculas orgánicas complejas. Y no son pocos los investigadores que, como el astrofísico norteamericanoTheodore Snow, creen que esas moléculas espaciales constituyen, ni más ni menos, que la mayor reserva conocida de material orgánico del Universo.
Se da el caso, además, de que esa materia orgánica se suele encontrar siempre, o casi siempre, en las mismas proporciones. Por supuesto, las densas nubes de polvo y gas de las que nacen las estrellas constituyen una excepción, ya que en su centros, donde la materia es más densa, las DIBs disminuyen. La razón es que las moléculas orgánicas tienden a agruparse especialmente en esas regiones, y la materia agrupada absorbe menos radiación de la que flota libremente en el espacio.
Las nebulosas primitivas terminan contrayéndose para formar sistemas solares como el nuestro, con estrellas, planetas y, por supuesto, cometas. La misión Rosetta nos ha enseñado que los núcleos cometarios se forman, precisamente, por la lenta y continua acumulación de partículas, que los van haciendo cada vez mayores. Al principio del proceso, las diminutas partículas se van uniendo para formar granos más grandes, que a su vez se combinan entre sí dando lugar a fragmentos aún mayores, y así sucesivamente hasta llegar a formar un núcleo cometario de hasta varios kilómetros de diámetro.
De este modo, las antiquísimas moléculas orgánicas que poblaban la nebulosa primitiva de la que surgieron el Sol y sus planetas (y que son las responsables de las DIBs) se fueron agregando e incorporándose a granos que terminaron por crecer hasta convertirse en auténticos núcleos de cometas. Y allí permanecieron durante casi 5.000 millones de años.
Una misión que viajara a un cometa y regresara después a la Tierra con muestras permitiría llevar a cabo completos análisis de laboratorio de ese material orgánico y revelar, por fin, la verdadera identidad de la materia interestelar responsable de las líneas de absorción que aparecen en los espectros estelares.
La perspectiva, desde luego, es alucinante. Si las moléculas orgánicas de los cometas surgieron, efectivamente, en el espacio interestelar, y si jugaron, como así parece, un importante papel en la aparición de la vida en la Tierra. ¿No podrían haber hecho lo mismo en muchos otros mundos de nuestra de otras galaxias?