domingo, 13 de agosto de 2017

TODOS SOMOS MISIONEROS Y ROGAMOS EN LA ENTREPIERNA


En defensa de la postura del misionero

La posición más clásica del repertorio sexual lucha por librarse de su pasado eclesiástico y reivindica su carácter romántico e intenso.

postura del misionero
La postura del misionero, ese clásico también en el cine. En la imagen una escena de 'El gran Gatsby'. 

A la postura del misionero le pasa lo que le ocurrió a muchas folclóricas, cantantes, escritores y artistas; cuya obra se asoció, sin motivo, con el régimen político coetáneo en sus respectivos países. En una forma simplista de pensamiento que se resume en una frase no demasiado brillante: “Si no eras perseguido, es que estabas con ellos”.
En cuestión de sexo, la postura que nos ocupa lo tiene todavía más crudo porque durante siglos fue la única aprobada por la Iglesia Católica para hacer el amor entre esposos, con el camisón puesto y la luz apagada. Por si fuera poco, debe su nombre a que los primeros misioneros cristianos incentivaron a las culturas que consideraban ‘inferiores’ a abandonar otras posiciones más ‘animales’ en favor de ésta, que creían la más civilizada, casta y apta para la procreación.
Se dice que el cura Johannes Teutonicus, en 1215, fue el primero en anunciar que solo había una postura natural para el coito, la del misionero, y en Summae Confessorum, un libro guía para el confesor, se estipulaba la durabilidad de los castigos referentes a las infracciones sexuales. Por ejemplo, si ella estaba encima durante el acto, la pena era de 3 años de prisión (la máxima); para la postura lateral, sentada, de pie o la penetración por detrás bastaban 40 días, y la masturbación mutua se penaba con un mes a la sombra. Comprenderán que con estas normas tan estrictas, salpimentar la vida en pareja era un ejercicio solo apto para kamikazes.
Pero esta postura sexual no solo ha tenido que cargar con el sambenito de ser cómplice eclesiástica, sino que más tarde fue vista como la metáfora hecha carne del patriarcado machista y del sometimiento de la mujer. Él encima y ella debajo, con poca capacidad de iniciativa, acorralada y sin posibilidad de escapatoria. Todavía hoy se lee que en esta posición el hombre es quien dirige, lleva el ritmo, la intensidad del movimiento y la profundidad de la penetración, mientras ella yace inerte boca arriba. ¿Es eso la descripción de la postura del misionero o la de un acto de necrofilia?, porque mi concepto del sexo es otro e implica, siempre, a dos personas en movimiento.
Según Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona, del Instituto Iberoamericano de Sexología y presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología, “en el misionero, la mujer no tiene por que ser necesariamente un elemento pasivo. Con el movimiento y vasculación de la pelvis, controla también el ritmo y el ángulo de penetración y al tener las manos libres puede utilizarlas para estimularlo a él o a sí misma, tocándose el clítoris o los pezones. Es cierto que la mujer controla menos en esta posición, pero eso puede ser interesante en casos en los que la mujer no es capaz de soltarse o abandonarse, ingrediente imprescindible para alcanzar el orgasmo”.
Una cierta sumisión o sentimiento de estar a merced del otro puede ser también un ingrediente altamente erótico, sin llegar a adentrarse en los terrenos el sadomaso. Cuando tachan a esta postura de ‘vainilla’, automáticamente me viene a la cabeza una secuencia de la película El beso de la pantera (1982), en la que el personaje a quien da vida el actor John Heard se ve forzado a atar a la cama a Nastassja Kinski, porque la mujer que le vuelve loco tiene la extraña costumbre de convertirse en pantera cada vez que hace el amor. El misionero es la única postura posible para esta relación abocada al fracaso que empieza cuando Kinski seduce a Heard subiendo una escalinata y quitándose la ropa. Escena que ha pasado a la historia en el apartado del cine erótico.
postura del misionero
Mayor contacto corporal, donde puedes besar y mirar al otro
Curiosamente, cuando pregunto a mis amigas, la mayoría se confiesan fans del misionero, aunque la combinen con otras. Carmen, 39, Madrid, señala como “el contacto visual añade un elemento un tanto intelectual y hasta trascendente, interesante en medio de tanta carne y corporeidad. Ver a alguien en pleno acto sexual, ver sus expresiones, su cara de placer, de esfuerzo, de vértigo es una de las mejores cosas del sexo. Cuando dicen que el goce no vienen de lo físico sino de la mente creo que es verdad y el efecto de mirar al otro, que es algo más cerebral que visceral, a mi me produce bastante excitación”.
Para Antonia, 48 años, Sevilla, “relacionar una postura con un rol de género es una banalidad. ¿Se supone que las mujeres liberadas tenemos que estar encima y hacer todo el trabajo?, ¿no es eso otra forma de sometimiento: ellos relajados y tumbados y nosotras dale que te pego? Yo diría que mi repertorio de posturas es variado, sin llegar a ser una licenciada en Kamasutra; pero a veces, cuando quiero relajarme, me encanta tumbarme y dejar que él lleve las riendas y marque el ritmo”. Mientras que para Patricia, 50 años, Palma de Mallorca, “esta es la postura más romántica y excitante principalmente por dos factores: es donde mayor contacto corporal hay y en la que mejor puedes seguir besándote. Para mi son importantes los besos, y no solo en los preliminares sino durante toda la relación. Fíjate en las películas porno. Las malas nunca incorporan besos entre las parejas; mientras que en las buenas no paran de hacerlo, incluso durante el coito”.
Ser capaz de efectuar la postura del misionero es también una forma que tienen los hombres de medir su estado físico, su capacidad de maniobra. “Con los años esta es una de las posturas que más les cuesta a ellos”, apunta Francisca Molero, “porque se requiere una cierta fuerza y unas articulaciones resistentes y, en personas maduras, las molestias articulares son frecuentes. Poder seguir efectuando esta posición les da una cierta seguridad, una sensación de normalidad, de que las cosas siguen como siempre. Curiosamente, esta postura es la que más veces desaconsejamos en terapia si existen problemas de eyaculación precoz; pero no porque sea mala en si misma sino porque muchos hombres no saben mover bien la cadera y la penetración bien hecha exige un movimiento en forma de ola y no uno rígido que acelera la eyaculación”.
Según la Asociación Americana de Educadores, Consejeros y Terapeutas Sexuales, el misionero sirve también para tonificar los glúteos del hombre y la pelvis y muslos de ambos, y es la mejor para fortalecer los vínculos afectivos de la pareja. Y, por si fuera poco, los movimientos de cadera que la mujer efectúa en esta coreografía ayudan a aliviar el cansancio y masajean los riñones. Según la medicina tradicional china, estos órganos son algo así como nuestras baterías, los que almacenan la energía de la vida y cuando ésta se acaba nos morimos.

los yijadistas tambien tienen sexo

El tratado árabe más erótico

El otro Kamasutra: el libro del siglo XV que nos enseña los misterios del sexo

'El jardín perfumado' demuestra que la manera en que se vivió la sexualidad fuera de nuestra civilización fue muy distinta de lo que pensábamos

Foto: Miniatura erótica persa de 1630.
Miniatura erótica persa de 1630.
“Alabado sea Alá, que ha puesto los mayores placeres del hombre en las partes naturales de la mujer y ha destinado las partes naturales del varón para que la hembra disfrute”. De esta forma da comienzo ‘El jardín Perfumado’, manual sobre sexo y, al mismo tiempo, compendio de relatos eróticos, escrito en Túnez en el siglo XV por el Jeque Nefzawi.
Consejos sobre las mejores técnicas en la cama, advertencias sobre la salud en la práctica amatoria, recetas y remedios naturales para curar enfermedades venéreas, una listas completa con los diferentes nombres que se han dado a los órganos reproductores, instrucciones para la correcta interpretación de los sueños e incluso descripciones sobre cómo es el acto en el mundo animal… Todo ello con narraciones intercaladas que intentan ofrecer un contexto práctico al lector.
Para su traductor, Richard Burton, la obra era única en su género por “la seriedad con la que se presentan los asuntos más obscenos y lascivos”
‘El Jardín Perfumado’ se presenta, en definitiva, como una miscelánea que llegó a tener en el mundo árabe una reputación perfectamente equiparable a la de obras como ‘Las mil y una noches’, y que desde nuestra perspectiva moderna debería llevar a replantearnos muchos lugares comunes que, aún hoy, mantenemos sobre la civilización que dio a la luz esta obra.

¿Manual sobre sexo o pornografía?

El libro empezó a cobrar relevancia en Occidente gracias a la traducción inglesa realizada en el siglo XIX de un manuscrito francés por el explorador, geógrafo, soldado, cartógrafo, poeta, diplomático, lingüísta, y orientalista, Richard Burton. Al igual que sucede con el 'Kamasutra', ‘El jardín perfumado’ tiene un propósito didáctico, si bien algunos de sus temas pueden resultarnos más escabrosos que los del texto indio, como, por ejemplo, las diferentes alternativas que existen para alargar el tamaño de los genitales masculinos.
Para Burton, la obra era única en su genero por “la seriedad con la que son presentados los asuntos más obscenos y lascivos”. No todas las ideas recogidas son, por supuesto, originales. Como el propio orientalista señalaba, la descripción de los diferentes posiciones, así como los movimientos recomendados para que las sensaciones sean más intensas, son préstamos que beben claramente de las fuentes de la India.
Estos libros estaban aprobados por la religión. Sus consejos se concebían como parte de las dádivas que Alá regaló al ser humano
A diferencia de la obra de Vātsyāyana, el libro de Nefzawi utiliza, sin embargo, la parte narrativa para dar descripciones muy detalladas de las formas con las que llevar a cabo el coito que, probablemente, harían enrojecer hasta al mismísimo autor indio. La traducción francesa utilizada por Burton contenía, además, un capítulo incompleto dedicado a la homosexualidad y a la pederastia que no se publicó en la edición inglesa. Cuando Burton falleció en 1890, se encontraba trabajando, precisamente, en la recuperación de dicho episodio.
Ante el temor a un posible escándalo, justo después de la muerte de Burton, su mujer Isabel acabó quemando este último legado: “De dos mil hombres, catorce lo examinarían, probablemente, con un fin científico. Los demás lo leerían de manera sucia, lo compartirían con sus amigos y el daño sería irreparable”, defendía. Su acto explica, sin duda, más cosas sobre la moral victoriana de la época que sobre cómo se ha entendido realmente el erotismo fuera de los límites de nuestra civilización.

La sexualidad en Oriente Medio

Para muchos occidentales que asocian hoy el mundo árabe con un universo repleto de tabúes sexuales, parece inimaginable que una obra semejante haya podido ser engendrada en el seno de esta cultura. La arqueóloga y antropóloga Sarah Irving, destaca a la 'BBC' cómo tratados como ‘El jardín perfumado’ nos deberían quitar de la cabeza muchos de estpes prejuicios: “Lejos de ser un volumen ‘underground’ de pornografía medieval, este tipo de libros estaban aprobados por la religión, y sus consejos eran concebidos como parte de las dádivas que Alá había regalado al ser humano”. De hecho, el público al que originariamente estaba destinado el libro era el de los hombres casados y su finalidad real era la de servir como una mera guía sexual.
El sexo en el mundo árabe no solo no es un tabú, sino que en determinados contextos se presenta como toda una celebración de la vida
En el lado opuesto de este tipo de interpretaciones se encuentra la visión hipersexualizada que los orientalistas tenían sobre la región y su cultura, donde las fantasías occidentales parecían llevarse a cabo de una forma extrema e inconcebible. Ambas ideas, la pacata y la hipersexualizada, se encuentran claramente sesgadas, si bien la primera denota, probablemente, una mayor ignorancia.
Buena culpa de ello se halla en las concepciones particularmente erróneas que aún mantenemos de clásicos como ‘Las mil y una noches’. Mientras buena parte de los relatos recogidos en la obra han sido adaptados a nuestro contexto en forma de películas de aventuras o de dibujos animados (‘Aladino’, ‘Simbad’, ‘Alí Babá y los cuarenta ladrones’, etc.), la realidad es que los cuentos originales tenían una base nada inocente y muy sexualizada: “Es obvio que el contenido fuertemente sensual e incluso pornógrafico de ‘Las mil y una noches’ corre paralelo al de otros ejemplos de la literatura árabe”, escribe el historiador británico Robert Irwin en un prólogo a una edición de 2010.
Miniatura erótica persa.
Miniatura erótica persa.
Efectivamente, los ejemplos que certifican la importancia del sexo durante el periodo medieval en esta región del planeta no faltan: el diálogo sobre las preferencias sexuales de los hombres ‘Alghilman wa Aljawari’ de Al-Jahiz o la ‘Enciclopedia del Placer’ de Al-Katib son dos buenas muestras.
“El árabe es el lenguaje del sexo” cuenta la protagonista de la novela ‘El sabor de la miel’ de la escritora siria contemporánea, Salma Al Neimi. Como otros autores antes de ella, el sexo en el mundo árabe no solo no es un tabú, sino que en determinados contextos se presenta como toda una celebración de la vida. Aunque la religión y las normas sociales dicten cómo debe ser el comportamiento de sus ciudadanos en público, tras las puertas de las alcobas y las tapas de su literatura, los hombres siguen siendo hombres y las mujeres siguen siendo mujeres.