¿Somos capaces de modificar nuestros pensamientos?
La ciencia defiende que gracias a la plasticidad neuronal del cerebro es posible, pero con constancia
La neurobiología defiende que el ser humano es capaz de poder modificar los pensamientos GYI
Todos
los cambios en la vida cuestan. Incluso los más, a priori, digeribles
(cambio de trabajo, de residencia…) casi siempre comportan algún tipo de
contrariedad. Por no hablar de los más profundos (de pareja, de
hábitos) que requieren de una dosis de tesón, esfuerzo y, por qué no
decirlo, sufrimiento. Pero a la postre, es factible hacerlos, no es una
utopía. A unos les llevará más tiempo, a otros menos, pero no son un
imposible.
Sin embargo, ¿qué pasa cuando hablamos de
cambios más abstractos? ¿De algo tan intangible como pueden ser los
pensamientos?
Quizás, muchos defenderán que ese tipo de modificaciones son una
quimera, algo inviable. Sobre todo si hablamos de esos pensamientos
recurrentes que nos acompañan constantemente y que, en algunos casos,
incluso pueden llegar a ser muchas veces paralizantes. Pues bien, la
ciencia nos dice que incluso este aspecto es posible modificarlo.
¿Y dónde está la clave?, se preguntarán. La respuesta es clara: en la
plasticidad de nuestro
cerebro. “La plasticidad es la capacidad de modificar, y la conducta es muy modificable”, explica a
LaVanguardia.com Manuel Nieto Sampedro, neurocientífico responsable del
grupo de Plasticidad Neuronal del Instituto Ramón y Cajal del CSIC.
“Lo único que hay que hacer es persistir en una modificación. El
sistema nervioso se modifica por repetición”, añade. Es como aquel
deportista que mejora sus prestaciones a base de entrenamiento continuo,
repitiendo una acción hasta la saciedad.
El uso repetido de una conexión sináptica, entre dos células nerviosas, produce lo que se denomina
potenciación de larga duración,
que se asocia con el aprendizaje y la memoria. “Es un fenómeno
electrofisiológico que conduce a cambios morfológicos. Una cosa que es
fisiología, actividad eléctrica, produce una modificación anatómica”,
esgrime Nieto.
Gracias a la constancia, a la repetición, “un
contacto pequeño entre dos células nerviosas se puede hacer más grande,
más eficaz”. “Si para comunicar una célula con otra hace falta 1
picovoltio [una billonésima de voltio], cuando la comunicación está
‘potenciada’ con 0,1 ya sería suficiente. Eso quiere decir que con una
señal mucho más pequeña se producen resultados incluso más grandes que
antes de potenciarse”, agrega este investigador del CSIC.
De la teoría a la práctica
La ciencia nos dice que nuestro cerebro es moldeable, que nuestro
sistema nervioso se puede modificar a través de la repetición y que, en
consecuencia, tenemos la capacidad de
modificar algo tan intangible como son nuestros
pensamientos recurrentes. La teoría está clara. Pero, todo esto, llevado a la práctica, ¿cómo se hace? Una vía posible es, sin duda, la
meditación.
“Con la meditación, y eso se ha demostrado científicamente, disminuye
la ansiedad y la depresión (mejora el estado de ánimo). Además, da más
ecuanimidad, nos permite relacionarnos mejor con los otros y en general
nos tranquiliza”, relata el médico y profesor de Psicobiología de la
Universidad de Valencia,
Vicente Simón.
Las técnicas meditativas que se utilizan son, básicamente, de
concentración. Se trata de focalizar la atención en una cosa y
mantenerla. Esa es la idea a grandes rasgos: concentrarnos en cosas que
nos aporten bienestar y llegar a tolerar o desechar poco a poco las que
nos incomoden. “Es inicialmente difícil, porque simplemente no estamos
entrenados para ello”, arguye Simón. “Normalmente, la mente va de aquí
para allá. Los orientales la llaman la 'mente mono', porque salta de un
lado a otro”, agrega. El secreto, como no se cansa de repetir Manuel
Nieto Sampedro, radica en la persistencia. Una persistencia que
comportará con el tiempo cambios en nuestro sistema neuronal.
Una gran cantidad de estudios científicos avalan la meditación como
fuente de beneficio para el cerebro. En 2011, por ejemplo,
investigadores de la Universidad de Yale comprobaron, a partir de
imágenes cerebrales, que las personas que practican con frecuencia son
capaces de
apagar las áreas del cerebro relacionadas con soñar despierto y las divagaciones.
En el mismo año, psiquiatras del Hospital General de Massachussets comprobaron, en un estudio publicado en la revista
Psychiatry Research,
que ocho semanas de meditación podían comportar cambios en las regiones
cerebrales relacionadas con la memoria, la autoconciencia, la empatía y
el estrés. Detectaron, a través de las imágenes obtenidas por
resonancia magnética, un incremento de la densidad de materia gris en el
hipocampo, una zona muy importante para el aprendizaje y la memoria, y
en estructuras asociadas a la autoconciencia, la compasión y la
introspección.
En la actualidad, la meditación “se utiliza, de
forma clínica, para prevenir la recaída en la depresión”, apunta el
doctor Simón. “También se están desarrollando muchos programas clínicos
para tratar otras patologías: ansiedad, drogodependencias, trastorno
límite de personalidad, trastornos de alimentación, etc.”. En todos los
casos, la meditación supone una herramienta más de las que conforman el
protocolo de actuación.
Todo el mundo puede practicarla
La práctica de la meditación no sólo comporta beneficios a las personas
con algún tipo de problema, sino que “aporta bienestar a todo aquel que
la practique”. “Es cuestión de motivación y fuerza de voluntad para
empezar. Lo que cuesta más es encontrar 15 ó 20 minutos al día y
reservarlos para llevar a cabo la práctica”, reflexiona Simón.
Cabe tener en cuenta que de la misma manera que nuestro cerebro tiene
capacidad para aprender, también cuenta con la posibilidad de
desaprender. “La potenciación de una conexión puede perderse. Somos
animales reversibles. Una ‘potenciación de larga duración’ se puede
adquirir a base de repetir algo, pero se puede perder a base de repetir
lo mismo a frecuencia e intensidad distintas”, sentencia el neurobiólogo
Manuel Nieto.