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miércoles, 6 de mayo de 2015
CAMBIAR DE MONTA ES VIEJO EN LA PAMPA
Las erecciones retornan antes con parejas nuevas
por Pere Estupinyà
/
Evolutivamente hablando, en muchas
especies no tiene sentido que los machos quieran volver a copular con
una hembra inmediatamente después de haberla inseminado. Repetir es un
gasto de energía y de esperma frente a la posibilidad de que aparezca en
escena una nueva hembra en celo.
Ratas copulando para un experimento en la Concordia University (Montreal). (Credit: Pere Estupinyà, S=EX2)
Por eso la selección natural ha diseñado el “período refractario”:
un tiempo tras la eyaculación en que la apetencia sexual disminuye
drásticamente, y no hay manera de volver a tener una erección. Salvo
excepciones (que las hay), en humanos el período refractario puede durar
desde minutos en un joven, a varias horas en un adulto.

Pero el período refractario no depende
sólo de la edad y del estado de salud. La evolución es más inteligente
de lo que pensamos, y de la misma manera que ha diseñado el maldito
período refractario para que no tengamos erecciones y perdamos recursos
con una hembra ya inseminada, también ha diseñado un fenómeno curioso:
El Efecto Coolidge. El Efecto Coolidge se refiere a que el
tiempo refractario necesario para tener una nueva erección se acorta si
aparece una pareja nueva.
La lógica biológica es aplastante: la
selección natural quiere que pierdas la erección y apetencia sexual para
que no copules seguido con la misma hembra, pero que las recuperes de
inmediato si aparece una nueva.
La mayoría de humanos no notan el efecto
coolidge porque no van enrollándose con varias parejas el mismo día
(amantes y swingers aparte). Pero las ratas (cuyos mecanismos
neurofisiológicos de la función sexual no son tan diferentes a los
nuestros) vaya si lo notan… si encierras a un macho en una jaula con 4
hembras en celo, se las cepillará a todas hasta quedar exhausto. Aunque
ellas se le continuarán insinuando, el macho ya no mostrará ningún
interés por sus sensuales lordosis (origen evolutivo del twerking). Pero
si de repente en la celda pones una rata nueva, el agotado macho cogerá
fuerzas de donde sea y se tirará de golpe a perseguirla. Efecto
coolidge en acción.
De hecho las bases neurológicas del
Efecto Coolidge es lo que está estudiando Jorge Rojas en la Universidad
de Guadalajara, a quien conocí cuando presentaba su trabajo en el
congreso de la Society for Neuroscience en Washington DC.
Jorge sospecha que el mecanismo por el
que la apetencia y erección vuelven más rápido ante una nueva pareja es
que el estímulo novedoso aumenta los niveles de dopamina. Para comprobar
si esa hipótesis es cierta, diseñaron un fármaco que incrementa los
niveles de dopamina tras la eyaculación… y oh milagro!: las ratas macho
que tomaban el fármaco repetían más coitos con la misma hembra que los
que no lo tomaron. Realmente el período refractario se acortaba. Cierto
que para mantener erecciones y extender relaciones puedes recurrir a
técnicas más naturales, como por ejemplo los orgasmos sin eyaculación
propios del tantra. Pero… ayudarnos a echar varios seguidos, podría
ser bien útil! 

EN ARGENTINA, UNA INVESTIGACION CONSTATO DAÑOS GENETICOS EN NIÑOS EXPUESTOS AL GLIFOSATO
Por Pedro Lipcovich
Los autores señalan que “no existen en la Argentina estudios que analicen los efectos genotóxicos producidos en los niños por la exposición a sustancias químicas”. El trabajo se propone examinar esos efectos para niños con exposición a plaguicidas por inhalación. El método utilizado es el “monitoreo genotoxicológico” que, a partir de células de la mucosa bucal, detecta daños genéticos y se viene aplicando en distintos países para poblaciones expuestas a agentes tóxicos.
Los investigadores estudiaron una muestra de 50 niños de Marcos Juárez, ciudad de 27.000 habitantes que “está rodeada por zonas cultivadas”; precisan que “los plaguicidas más utilizados en la zona son glifosato, en sus diferentes formulaciones líquidas o granuladas, y los insecticidas cipermetrina y clorpirifós en formulaciones líquidas”.
Las edades de los chicos de la muestra iban de los 4 a los 14 años, con una media de 9 años. Del total, 27 residían a menos de 500 metros de los lugares de aplicación de plaguicidas y 23 vivían a más de 500 metros (la ley provincial 9164 prohíbe la aplicación a menos de 500 metros de plantas urbanas). También tomaron, como grupo de control, 25 niños de la ciudad de Río Cuarto, residentes “por lo menos a 3000 metros de áreas de pulverización con plaguicidas” y “considerados no expuestos”. Así, el total de niños testeados fue de 75, 31 varones y 44 mujeres.
El ensayo se realizó en células de la mucosa bucal, obtenidas mediante hisopos estériles, como ya es habitual para análisis de ADN. Para cada niño se levantó “una historia clínica ambiental que interrogó sobre datos demográficos, tipo de exposición a plaguicidas, patologías, síntomas persistentes y estilo de vida”.
Analizados los resultados, “se encontró una media de 5,20 micronúcleos (indicadores de daño genético) cada mil células en las muestras de Marcos Juárez contra 3,36 cada mil en las de Río Cuarto” (un 55 por ciento más). Particularmente en el muestro efectuado en marzo/abril –al cabo de pulverizaciones continuas que duran de cuatro a seis meses–, el indicador de daño genético en niños de Marcos Juárez se eleva a 5,78 micronúcleos cada mil células.
Y hay más. Los investigadores compararon el daño genético en chicos que viven hasta 500 metros de las pulverizaciones con el daño en chicos que viven hasta 1095 metros, ya por fuera del límite legal de seguridad, y encontraron que “la frecuencia de micronúcleos no muestra diferencias significativas” con los que viven más cerca: “Tratándose de una ciudad relativamente pequeña, este resultado pone de manifiesto que las pulverizaciones podrían alcanzar, por vía aérea, a toda la localidad, y que la población se encuentra sometida a una exposición extremadamente alta y continua, dado que vive rodeada por los cultivos. Debería tomarse en cuenta este dato al momento de establecer resguardos ambientales en localidades que se encuentren rodeadas de cultivos donde se pulveriza”.
Los investigadores señalan que “el marcador utilizado detecta un nivel de daño que todavía es reversible”, lo cual “permite tomar las medidas necesarias para disminuir o suprimir la exposición al agente tóxico y de ese modo disminuir o prevenir el riesgo de desarrollar neoplasias (cánceres) y otras alteraciones patológicas”.
El riesgo de las fumigaciones
El estudio de la Universidad Nacional de Río Cuarto,
publicado en la revista de la Sociedad Argentina de Pediatría, detectó
que los chicos de la ciudad cordobesa de Marcos Juárez presentan casi un
55 por ciento más de anomalías que nenes no expuestos a plaguicidas.

En
niños que viven cerca de lugares donde se fumiga con glifosato y otros
plaguicidas se constataron daños genéticos, que podrían conducir a
enfermedades como la leucemia y que ya estarían ocasionando síntomas
como broncoespasmo y hemorragias nasales. La investigación –publicada en
la revista de la Sociedad Argentina de Pediatría– fue efectuada por la
Universidad Nacional de Río Cuarto: en una muestra de chicos de Marcos
Juárez, ciudad cordobesa “rodeada por cultivos”, se registró casi un 55
por ciento más de anomalías que en nenes no expuestos a plaguicidas. Las
alteraciones genéticas son más en los chicos que viven a menos de 500
metros de las fumigaciones (límite permitido por la ley local) pero se
detectan aun en chicos que viven a más de un kilómetro. Los resultados
del estudio –en sintonía con estudios anteriores sobre trabajadores
rurales– plantean varias cuestiones urgentes: a) la distancia de
seguridad para agrotóxicos en zonas pobladas no se estaría cumpliendo;
b) aun si se cumpliera, resultaría insuficiente, ya que se detectó daño
aumentado en niños residentes a más de 1000 metros de las
pulverizaciones; c) el pronto reconocimiento del problema permitiría
encarar los problemas de salud de los niños ya afectados, ya que, según
advierten los investigadores, los daños registrados “todavía pueden
revertirse”.
La investigación fue publicada en Archivos Argentinos de Pediatría,
firmada por Delia Aiassa, Nora Gorla, Alvaro Méndez, Fernando Mañas,
Natalia Gentile y Natalí Bernardi, todos integrantes del grupo Genética y
Mutagénesis Ambiental (GEMA), de la Universidad Nacional de Río Cuarto.Los autores señalan que “no existen en la Argentina estudios que analicen los efectos genotóxicos producidos en los niños por la exposición a sustancias químicas”. El trabajo se propone examinar esos efectos para niños con exposición a plaguicidas por inhalación. El método utilizado es el “monitoreo genotoxicológico” que, a partir de células de la mucosa bucal, detecta daños genéticos y se viene aplicando en distintos países para poblaciones expuestas a agentes tóxicos.
Los investigadores estudiaron una muestra de 50 niños de Marcos Juárez, ciudad de 27.000 habitantes que “está rodeada por zonas cultivadas”; precisan que “los plaguicidas más utilizados en la zona son glifosato, en sus diferentes formulaciones líquidas o granuladas, y los insecticidas cipermetrina y clorpirifós en formulaciones líquidas”.
Las edades de los chicos de la muestra iban de los 4 a los 14 años, con una media de 9 años. Del total, 27 residían a menos de 500 metros de los lugares de aplicación de plaguicidas y 23 vivían a más de 500 metros (la ley provincial 9164 prohíbe la aplicación a menos de 500 metros de plantas urbanas). También tomaron, como grupo de control, 25 niños de la ciudad de Río Cuarto, residentes “por lo menos a 3000 metros de áreas de pulverización con plaguicidas” y “considerados no expuestos”. Así, el total de niños testeados fue de 75, 31 varones y 44 mujeres.
El ensayo se realizó en células de la mucosa bucal, obtenidas mediante hisopos estériles, como ya es habitual para análisis de ADN. Para cada niño se levantó “una historia clínica ambiental que interrogó sobre datos demográficos, tipo de exposición a plaguicidas, patologías, síntomas persistentes y estilo de vida”.
Analizados los resultados, “se encontró una media de 5,20 micronúcleos (indicadores de daño genético) cada mil células en las muestras de Marcos Juárez contra 3,36 cada mil en las de Río Cuarto” (un 55 por ciento más). Particularmente en el muestro efectuado en marzo/abril –al cabo de pulverizaciones continuas que duran de cuatro a seis meses–, el indicador de daño genético en niños de Marcos Juárez se eleva a 5,78 micronúcleos cada mil células.
Y hay más. Los investigadores compararon el daño genético en chicos que viven hasta 500 metros de las pulverizaciones con el daño en chicos que viven hasta 1095 metros, ya por fuera del límite legal de seguridad, y encontraron que “la frecuencia de micronúcleos no muestra diferencias significativas” con los que viven más cerca: “Tratándose de una ciudad relativamente pequeña, este resultado pone de manifiesto que las pulverizaciones podrían alcanzar, por vía aérea, a toda la localidad, y que la población se encuentra sometida a una exposición extremadamente alta y continua, dado que vive rodeada por los cultivos. Debería tomarse en cuenta este dato al momento de establecer resguardos ambientales en localidades que se encuentren rodeadas de cultivos donde se pulveriza”.
Los investigadores señalan que “el marcador utilizado detecta un nivel de daño que todavía es reversible”, lo cual “permite tomar las medidas necesarias para disminuir o suprimir la exposición al agente tóxico y de ese modo disminuir o prevenir el riesgo de desarrollar neoplasias (cánceres) y otras alteraciones patológicas”.
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