jueves, 9 de agosto de 2018


El espermatozoide tiene más funciones que el transporte de ADN al embrión


Un equipo de investigadores ha analizado proteínas del espermatozoide humano para identificar su origen y determinar su relevancia durante la fecundación, la embriogénesis y la herencia epigenética. Los científicos han podido identificar las proteínas que tienen un origen paterno y demuestran que el espermatozoide tiene una función más allá del transporte del ADN. 

<p>De izquierda a derecha, Meritxell Jodar, Rafael Oliva y Judit Castillo / Francisco Avia - Hospital Clínic</p>
De izquierda a derecha, Meritxell Jodar, Rafael Oliva y Judit Castillo / Francisco Avia - Hospital Clínic
Hasta hace poco el papel y la contribución del espermatozoide en el embrión se había minimizado a la transmisión del genoma paterno. Las nuevas tecnologías de secuenciación aportan nuevas herramientas para descifrar los mecanismos moleculares involucrados en la función del espermatozoide y evidencian que el gameto masculino es algo más que un vehículo para transportar la mitad del ADN del nuevo individuo.
De hecho, se ha encontrado que el espermatozoide lleva en el ADN diferentes marcas epigenéticas que pueden ser cruciales en el desarrollo temprano del embrión y la futura salud de la descendencia.

“En este estudio hemos encontrado 560 proteínas del espermatozoide que están involucradas en la modulación de la expresión génica a través de la regulación de procesos de transcripción, metilación del DNA y de las modificaciones en las marcas de las histonas, entre otros“, explica Meritxell Jodar, profesora asociada de la Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad de Barcelona e investigadora de la Fundación Clínic.
Conocer la composición proteómica de los gametos es esencial para entender las funciones reproductivas. La mayoría de las proteínas del espermatozoide están relacionadas con la espermatogénesis y la función del espermatozoide, pero también se han detectado grupos de proteínas que pueden tener un papel clave en la etapa de post-fertilización. Hasta ahora se han identificado 6.871 proteínas en el espermatozoide, 1.376 en el ovocito y 1.300 en blastocitos. Analizando más en detalle el proteoma del espermatozoide, hay 103 proteínas que tienen un papel en el proceso de fertilización y 93 están relacionadas con el desarrollo de los embriones tempranos.
“Estas proteínas podrían ser críticas en la regulación de la expresión génica tras la activación del genoma del embrión y, por tanto, podrían estar involucradas en la transmisión epigenética de fenotipos alterados asociados a los hábitos y estilo de vida del padre“, añade.

“El análisis integrado de los proteomas y transcriptomas del espermatozoide, el ovocito y el blastocisto, reveló un conjunto de proteínas en el embrión que tienen, exclusivamente, origen paterno. Algunas de ellas son cruciales para la correcta embriogénesis en la modulación del fenotipo de la descendencia“, explica Judit Castillo, investigadora del Institut d'investigacions Biomèdiques August Pi i Sunyer (IDIBAPS). “Por otra parte, el análisis de la expresión de las proteínas del espermatozoide, a nivel de RNA y proteína, en tejidos del tracto reproductivo masculino y de órganos periféricos, sugiere que algunas de las proteínas pueden tener origen fuera del testículo“, añade.
En este estudio, publicado en la revista Human Reproduction Update, también se ha realizado un análisis integrativo que ha permitido ampliar el conocimiento del papel del gameto masculino (su biología y función) en la generación del nuevo individuo.
Rafael Oliva sostiene que “ahora hemos hecho el análisis integrativo de datos ya publicados y datos propios del grupo y se ha elaborado el primer listado de proteínas que tienen un origen paterno. Los datos sugieren que las proteínas del espermatozoide son cruciales en la fertilización y la embriogénesis. Ahora hay que validar el listado y detallar su función a lo largo del proceso reproductivo“.
Referencia del artículo:
Judit Castillo, Meritxell Jodar, Rafael Oliva. "The contribution of human sperm proteins to the development and epigenome of the preimplantation embryo". Human Reproduction Update, dmy017, https://doi.org/10.1093/humupd/dmy017

YO FOLLO,TU COJES,ELLA FORNICA

Las extrañas prácticas sexuales de las prostitutas de la Antigua Roma

Las meretrices solían utilizar grandes pelucas rubias y se afeitaban y pintaban de rojo sus partes íntimas. Además, trabajaban habitualmente en burdeles apestosos regentados por un cruel proxeneta





Para los romanos la prostitución navegaba entre dos peligrosas aguas. A nivel social era vista como un mal necesario. Ejemplo de ello es que autores como
 Catón el Viejo (234-149 a. C.) la definieron como una auténtica bendición debido a que permitía a los jóvenes dar rienda suelta a sus más bajos deseos sin «molestar a las mujeres de otros hombres». Con todo, tan real como esta visión es que, según explica la doctora en historia Lucía Avial en «Breve historia de la vida cotidiana en el Imperio Romano» (Nowtilus, 2018), «los romanos situaron a las personas que ofrecían su cuerpo por dinero en los espacios más despreciables de la sociedad».Las películas de Hollywood son el cielo y el infierno de la divulgación histórica. Por un lado, permiten dar a conocer períodos olvidados de nuestro pasado al gran público. Por otro, en algunos casos caen en exageraciones que generalizan ideas erróneas entre los espectadores. Esto último es lo que ha ocurrido con la prostitución en la Antigua Roma. Una práctica que en la gran y en la pequeña pantalla se rodea de lujo y de glamour pero que, en realidad, solía llevarse a cabo en tugurios pestilentes y bajo la atenta mirada de un proxeneta ansioso de que el «servicio» terminara para que pasara el cliente siguiente. Otro tanto sucedía con unas meretrices que carecían de lujos y que eran consideradas, de forma literal, la «infamia» de la sociedad.
¿Cuál es la verdad de la prostitución en esta época? La realidad es que esta práctica fue evolucionando durante la República y el Imperio. Además, lo que sí está claro es que el «oficio más viejo del mundo» aparece ya en los orígenes de la propia ciudad. Así lo afirma la historiadora Carmen Herreros González en su dossier «Las meretrices romanas: mujeres libres sin derechos». Y es que, en sus palabras, los mismos fundadores de Roma fueron amamantados por una trabajadora del sexo. «En efecto, la tradición habla de una loba, la lupa, que en latín no quiere decir sino puta y que se refiere a la que, habiendo hecho gozar al dios Marte, recibió en recompensa por el placer proporcionado casamiento con un hombre inmensamente rico», explica la autora.


Mal necesario

Desde ese momento la prostituta es una figura que se puede encontrar de forma perpetua en Roma. Sin embargo, no fue hasta la Segunda Guerra Púnica (aquella en la que Aníbal plantó cara a las legiones entre los años 218 a. C. y 201 a. C.) cuando se empezó a entender la lujuria como una parte del ocio del ciudadano. Así lo afirma Rubén Montalbán, investigador del Departamento de Antropología, Geografía e Historia de la Universidad de Jaén, en su informe «Prostitución y explotación sexual en la Antigua Roma»: «A partir de entonces aparece como un elemento indisociable de la vida romana. Se observaba como una actividad necesaria para evitar peligros a las matronas [mujeres con un comportamiento irreprochable] casadas».
El mismo comediante Plauto (254 a. C. - 184 a. C) dejó claro esta visión de la prostitución en uno de sus múltiples textos: «Nadie dice no, ni te impide que compres lo que está en venta, si tienes dinero. Nadie prohíbe a nadie que vaya por una calle pública. Haz el amor con quien quieras, mientras te asegures de no meterte en caminos particulares. Me refiero a que te mantengas alejado de las mujeres casadasviudasvírgenes y hombres y éfebos hijos de ciudadanos.

Pintura mural de un prostíbulo
Pintura mural de un prostíbulo

De la misma opinión era el escritor del siglo I Valerio Máximo, quien narró una curiosa historia en la que un padre decidió enviar a su hijo a un lupanar para que se desfogara y dejara de importunar a una mujer que ya compartía la vida con otro hombre.
El propio Catón el Viejo (también apodado «el Censor» por su defensa de la virtud y la moral romana) veía positiva la existencia de los lupanares. En una ocasión incluso felicitó a un joven al que vio salir de un prostíbulo ya que, con aquella práctica, evitaba molestar a una matrona. La misma Herreros, en su estudio «Sequere me: tras la huella de las prostitutas en la Antigua Roma», desvela que «incluso los hombres casados eran justificados» cuando mantenían relaciones sexuales con una meretriz porque, así, «saneaban su matrimonio». «Esto demuestra que actuaban en favor de la salud pública», afirma el historiador Jean-Noël Robert en «Eros romano: sexo y moral en la Roma antigua».

Los romanos creían que la prostitución evitaba que los jóvenes molestaran a las mujeres casadas

Sin embargo, aunque la prostitución era entendida como un mal necesario, la meretriz («meretrix», la que «se ganaba la vida ella misma») era despreciada por el ciudadano de a pie. «En la sociedad romana, la infamia era el principal rasgo que caracterizaba a este oficio, ya que se consideraba que las prostitutas carecían de dignidad moral precisamente por el hecho de ejercer la prostitución», señala Avial. En sus palabras, estaban en el escalón más bajo de la sociedad debido a que «ponían a la venta su cuerpo sin dedicarlo exclusivamente a la procreación, como hacían las demás mujeres».
Herreros añade que estas mujeres eran consideradas «personas torpes», «apelativo que hacía referencia en el derecho romano tanto a la bajeza moral como a la incapacidad de ser titular de ningún derecho».

Tipos de prostitutas

¿Cómo llegaba una mujer romana a convertirse en una prostituta? Lo más habitual es que, tanto en la época de la República como del Imperio, la meretriz proviniera de una familia extremadamente pobre que había decidido abandonarla al nacer. También podían ser pordioserasesclavas que eran obligadas a vender su cuerpo o delincuentes. Con todo, Herreros desvela que también había ciudadanas libres que se sentían atraídas por este tipo de vida o jóvenes violadas que optaban por este trabajo tras haber soportado la marginación. «Estas últimas sufrían un estigma social que las culpaba a ellas de la violación», añade Avial.
Dentro de estos grupos había diferentes categorías. La más alta era la de cortesana. Estas eran prostitutas de lujo bellasrefinadas y con buenos modales que podían pasar meses con sus clientes. Solían ser respetadas por los hombres que las contrataban y hasta se les permitía participar en las conversaciones masculinas y dar su opinión (algo impensable para el resto de meretrices).

Pintura de un lupanar romano
Pintura de un lupanar romano

Con todo, debían mostrar a su cliente el mismo respeto que tendrían a su marido, un comportamiento que no era habitual en el resto de prostitutas. «En ningún caso este respeto debe confundirse con el “affectio maritalis” [el amor que se profesan las parejas], porque lo que estaba en juego era realmente la profesionalidad de la prostituta», explica la propia Herreros y la también historiadora Mari Carmen Santapu Pastor en su estudio conjunto «Prostitución y matrimonio en Roma ¿Uniones de hecho o de derecho?».
A continuación estaban las mesoneras venteras, mujeres que no eran prostitutas como tal, pero que regentaban una posada y decidían ganarse un dinero extra manteniendo relaciones sexuales con los clientes. De hecho, era habitual que los romanos asociaran el oficio de tabernera con el de meretriz. «Estas mujeres solían estar casadas, pero a los maridos no les importaba» completan las autoras. La última categoría era la de aquellas jóvenes que no tenían dinero para sobrevivir o esclavas que mantenían relaciones sexuales en un burdel.
Dependiendo del prestigio de la prostituta en cuestión, los clientes solían pagar entre dos dieciséis ases (lo que equivalía a un denario de plata) por mantener una relación sexual con ella. La característica principal era que siempre se entregaba el dinero por adelantado. Solo para hacernos una idea de lo que costaba un «servicio», los legionarios romanos cobraban, a principio del siglo II, un sueldo de 300 denarios al año. Al menos, así lo explican Joël Le Gall y Marcel Le Glay en su libro «El imperio romano», editado por Akal.

La dureza del prostíbulo

De entre todos los lugares en los que se solía practicar el sexo con prostitutas, los «fornices» («prostíbulos») eran los más populares. Eran tugurios ubicados en los barrios más concurridos. En palabras de Herreros, en el Subura (entre las colinas del Quirinal y Viminal) se hallaban las meretrices más populares, mientras que en el Trastévere (el corazón de la ciudad) se podían encontrar los burdeles más sucios y pestilentes.
«El superpoblado barrio de Subura es el que poseía la peor fama de toda Roma, siendo el refugio de ladrones, sicarios, lanistas, lenones y prostitutas de la más baja condición social», completa Montalbán. Según Plauto, en este último era posible «alquilar a las prostitutas más baratas» y se podía ver a padres prostituyendo a mujeres e hijas para sobrevivir. «En estos barrios de calles estrechas habitaban en pequeñas insulae las prostitutas de la condición social más baja, sin higiene alguna y compartiendo habitaciones normalmente con compañeras de oficio, debido a los altos precios que debían pagar por los alquileres», añade Montalbán.

El barrio en el que se encontraban las prostitutas que prestaban servicios más baratos era el de Subura, un auténtico nido de depravación

En todo caso, era muy sencillo toparse los prostíbulos una vez dentro de los barrios, ya que los dueños ubicaban en sus puertas un falo de piedra pintado en rojo bermellón. «El pene erecto se consideraba un símbolo de buena suerte, por lo que era muy habitual encontrarlo también en los carteles que indicaban los servicios que allí se ofrecían», añade la autora de «Breve historia de la vida cotidiana en el Imperio Romano».
El interior de los prostíbulos era repugnante ya que, además del mal olor, sus paredes estaban decoradas con pintadas obscenas hechas a mano por los clientes. Las prostitutas trabajaban en pequeñas «cellae» o habitaciones donde recibían a los clientes. En la puerta de las mismas, el dueño podía poner el nombre de la meretriz (que solía ser falso) y su especialidad sexual. Estas estancias, al igual que las exteriores, eran pintadas con escenas obscenas.
En los lupanares reservados a la plebe, los más paupérrimos, las «cellas» eran más bien cuevas o cavernas subterráneas abovedadas llamadas «fornis» Horacio, escritor de la época, afirma que estas estancias despedían un hedor nauseabundo que aquellos que pasaban por ellas llevaban consigo mucho tiempo después.


El personaje más controvertido de todo el prostíbulo era el «leno» («chulo»). A efectos prácticos era el dueño del local y el encargado -entre otras cosas- de contratar o comprar a las esclavas que ejercerían la prostitución. «Tenía muy mala reputación porque se trataba de un hombre sin escrúpulos. Se caracterizaba por la falta de honradez y por el hecho de que no podía acceder a los cargos públicos», desvela Herreros.
A su vez, era el encargado de controlar que los clientes no excedieran el tiempo establecido para el coito. «A esto debemos añadir que el acto sexual en el mundo romano no contaba con los preámbulos amorosos que hoy día parecen fundamentales», completa la experta. Ejemplo de ello es la inscripción que se puede leer, todavía a día de hoy, en un lupanar de Pompeya: «Llegué aquí, follé, y regresé a casa».
Para terminar, el «leno» también contaba con varias fichas o monedas en la que había grabada una posición sexual. A pesar de que existe cierta controversia alrededor de las mismas, es más que probable que fueran utilizadas por el «chulo» para que los clientes extranjeros pudieran seleccionar la «especialidad» que querían recibir.

Prácticas sexuales

Más allá de la tiranía del «chulo», lo que está claro es que las prostitutas eran las protagonistas indiscutibles. Todos los autores coinciden en que las meretrices solían ubicarse en la puerta de los lupanares para tratar de atraer clientes. Para ello iban ataviadas con túnicas cortas de colores chillones o incluso transparentes. Lo más curioso es que no se ponían estos vestidos solo por llamar la atención de los hombres, sino porque, según la ley, debían usar una ropa diferente a la de las matronas para evitar malos entendidos. A pesar de todo, según fueron pasando los años las «mujeres decentes» (como eran conocidas) fueron adoptando estos ropajes.
A su vez, y después de que las conquistas de las legiones llevaran hasta la ciudad a mujeres rubias, era habitual que las prostitutas se tiñeras los cabellos de este color o -si no disponían del dinero suficiente- se compraran una peluca. «Esta blonda peluca hecha con cabellos o crines dorados, teñidos, parece haber sido la parte esencial del disfraz completo que la cortesana se ponía para ir al lupanar, donde entraba con un nombre de guerra o el de profesión», desvela Juan Pons en su decimonónica «Historia de la prostitución en todos los pueblos del mundo: desde la antigüedad más remota hasta nuestros días». Este complemento lo mantenían incluso en el prostíbulo.

Las prostitutas usaban pelucas rubias y se maquillaban para diferenciarse de las matronas romanas

Para diferenciarse todavía más de las matronas, y para lograr cautivar a los clientes, Herreros afirma que las prostitutas solían cubrirse toda la cara con «afeites variados», ponerse coloretes en las mejillas, «agrandarse los ojos con carboncillo», pintarse con una espesa capa de maquillaje untarse los pezones con purpurina dorada. De esta guisa, una meretriz de una edad considerable podía engañar a los hombres y extender su vida laboral unos años más.
También era habitual que se afeitasen siempre que el dinero se lo permitiera, ya que era bastante caro. Todo el cuerpo pasaba por la cuchilla, incluyendo sus partes íntimas, que -según la experta- «pintaban de rojo bermellón» y no cubrían con ropa interior.
No obstante, algunas de las prostitutas consideraban innecesarios estos cuidados ya que lo habitual era que el acto sexual se practicase al caer de la noche. Antes era un privilegio de recién casados. De hecho, mantener relaciones en una estancia muy iluminada no era adecuado. Y otro tanto pasaba con la ropa. «Estaba muy mal visto que las mujeres hicieran el amor completamente desnudas, incluidas las prostitutas», añade la autora.

Representación de un prostíbulo romano
Representación de un prostíbulo romano

Las meretrices tampoco podían usar zapatos, aunque era habitual que se saltasen esta norma y se grabasen en las sandalias palabras como «Sequere me» («Sigueme»). Estos términos quedaban inscritos en el polvo cuando caminaban y los clientes los seguían para encontrarse con ellas.
Pero lo más llamativo de las prostitutas es que fueron una figura transgresora. En la sociedad romana, el hombre era quien tenía el rol dominante en todos los sentidos y, entre ellos, se incluía el sexual. Durante el coito, debía ser siempre la figura activa. Sin embargo, las meretrices lograron equipararse a ellos. Así pues, no era raro que solicitaran a sus clientes que les hicieran «fellationes» o «cunilinguus», prácticas que solían relegar a quien las llevaba a cabo a un nivel inferior. «La peor acusación que se le podía hacer a un ciudadano era la de ser poco viril, es decir, actuar como pasivo en el amor», añade, en este caso Avial. Ellas, no obstante, lo lograron.



Amar demasiado no es amar

El codependiente es la madre del ludópata que le paga las deudas a su hijo. O la persona que vuelve una y otra vez con una pareja que la humilla. Siente que quiere ayudar al otro, pero solo activa sus problemas.
Sin ti no soy nada es una conocida canción de Amaral. También sería un acertado título para un libro que versara sobre una de las maneras más destructivas de relacionarse con la pareja: la codependencia emocional. Una forma de entregarse al otro que, en el imaginario romántico, se entiende como el amor más grandioso. Tan grandioso que supone la autoinmolación. Alguien codependiente se enfrasca en un tipo de sentimiento que no se corresponde con el amor, aunque a ellos les parezca que es así. Se trata de un sentimiento enorme e inmanejable, que no nace de un sano afecto o deseo por alguien, sino de una dolorosa carencia: “Necesito que me necesites”, como lo resume la psicóloga sanitaria Cayetana Egusquiza.

Amar demasiado no es amar
Esta especialista en terapia familiar sistémica destaca como uno de los rasgos fundamentales de estas personas su “afán por rescatar, olvidándose de sí mismas y anteponiendo las necesidades y problemas del otro a los propios”. Los codependientes viven una vida que no es la suya, sacrificando sus necesidades y deseos, y esto les provoca un sufrimiento y un estado de ansiedad que trastornan sus rutinas. Suelen llegar a la consulta con problemas de sueño, ansiedad, dificultades para la concentración, alteraciones alimentarias. Anulados como individuos con necesidades y deseos personales, se vuelven obsesivos. Y acaban desarrollando conductas de control hacia aquellos a quienes desean mantenerse atados.
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A estas personas les cuesta poner límites, incluso aunque su pareja les haga daño. Es la madre del ludópata que le paga a su hijo las deudas de juego, o la persona que vuelve una y otra vez con una pareja que la somete a continuas humillaciones para alimentar su ego. Este eterno volver a caer en el abuso, una tendencia evidentemente dañina, tiene un porqué: “El codependiente busca sentirse necesitado o útil, y esto es más fácil de conseguir junto a una persona con problemas; a este tipo de personalidad le cuesta alejarse de una relación problemática porque, aunque le hiere, activa su función de rescatador”, explica Egusquiza.
La simbiosis es perfecta: un codependiente y alguien con problemas o con trastornos psicológicos son dos piezas de un puzle que encajan a la perfección. En lugar de beneficiarse de la unión, ambos alimentan sus disfunciones. “El codependiente es una figura fundamental para alimentar la conducta problemática de su protegido”, ilustra la psicóloga. “Lejos de ayudarle —como es su intención—, mantiene activo el problema”. En el caso de la madre que paga las deudas del hijo, ella cree que le ayuda cuando en realidad está favoreciendo que no asuma las consecuencias de sus actos y, por tanto, no se enfrente a su problema. Él la necesita a ella para que se haga cargo, material y emocionalmente, de su vida; ella necesita que él la siga necesitando… Un enredo perverso.
En el tratamiento de pacientes con adicciones, los psicólogos suelen atender a su entorno afectivo más próximo para detectar relaciones con personas codependientes que entorpezcan, sin ser conscientes, la curación. En algunos casos de maltrato continuado en la pareja, ya sea físico o psicológico, también se puede dar esta situación de codependencia de la víctima, cuando esta es incapaz de cortar el vínculo.

La salida pasa por enfrentar el problema. “Dejar de racionalizar y de justificar; hay que entender de dónde viene y qué mantiene activa esa necesidad de ser necesitado y centrarse en el cuidado propio”, explica Egusquiza. Es importante tener claro que eliminar conductas de codependencia no significa abandonar al otro, incluso puede ser todo lo contrario. Implica saber poner distancia, de forma que cada uno comience a hacerse cargo de lo suyo. Que se haga responsable de sus actos y sus consecuencias. Para desactivar la codependencia no es imprescindible, por tanto, romper la relación: basta con centrar el foco en uno mismo. “No hay que pretender cambiar al otro, sino modificar nuestra manera de comunicarnos y de actuar con él; así se cambiará la relación”, asegura Egusquiza. Hacia dónde, ya se verá. Pero que será un lugar mejor, seguro.
Pero, al margen de estos casos de gravedad, existen muchas maneras de permanecer atados a relaciones abusivas por miedo al abandono. Es lo que la psicóloga Silvia Congost denomina “enganche tóxico”. Es decir, creer que no se puede vivir sin la otra persona. Para la experta, la codependencia supone “la incapacidad de romper una relación cuando se sabe que es necesario hacerlo” porque te provoca más sufrimiento que bienestar. Aunque Cayetana Egusquiza asegura que cualquiera, en algún momento de su vida, puede caer en un episodio de dependencia leve, señala que existe un factor de riesgo en personas cuya infancia se ha desarrollado en una familia con “patrones disfuncionales: adicciones, trastornos psicológicos, abusos o negligencia emocional… O padres que no han podido prestar la adecuada atención por alguna circunstancia”.

Stephen Stahl: «Hemos criminalizado la enfermedad mental»

El profesor Stephen Stahl, uno de los psiquiatras más reconocidos internacionalmente, cree que el estigma de la enfermedad mental está en muchas ocaiones relacionado con la falta de información o desinformacion

Stephen Stahl

Stephen Stahl -

En España, la Salud Mental es la gran olvidada de la asistencia sanitaria. ¿Cómo se puede hacer comprender a los gestores de su importancia en un contexto global de bienestar y salud?El profesor Stephen Stahl es uno de los psiquiatras más reconocidos internacionalmente. Profesor adjunto de Psiquiatría en la Universidad de California y presidente del Instituto de Educación en Neurociencias, compagina su labor de clínico, investigador y docente. Además, como divulgador ha escrito más de una docena de libros, incluido el libro de texto más vendido del campo de la psicofarmacología,'Stahl's Essential Psychopharmacology’; el manual clínico ‘Essential Psychopharmacology Prescriber's Guide’, y la novela ‘Shell Shock’, donde aborda el tema del síndrome postraumático. El pasado mes de julio participó en una jornada sobre depresión que ahondó en el viaje hacia la recuperación completa en esta enfermedad que organizó Laboratorios Servier.
Ojalá supiese la respuesta, porque no ocurre sólo en España, sino en todo el mundo. Es difícil entender la diferencia entre un problema de ánimo y enfermedad. No existe un análisis de sangre, por lo que no es algo objetivo. De hecho, los problemas mentales han sido tratados por los sacerdotes o por los chamanes, y la realidad es que el estigma ha sido tan profundo a lo largo de los siglos que está demostrado que es muy difícil hacer entender la importancia de la salud mental. Pero creo que la mejor respuesta a su pregunta es la información. La mayoría de las personas tiene estigma porque no están informados.

Los problemas mentales han sido tratados por los sacerdotes o por los chamanes, y la realidad es que el estigma ha sido tan profundo a lo largo de los siglos que está demostrado que es muy difícil hacer entender la importancia de la salud mental

Hay reconocidos profesionales de la medicina que han despreciado la psiquiatría, lo he visto a menudo a lo largo de mi carrera. Creen que es una especialidad estúpida, que no somos verdaderos médicos y que los pacientes son falsos. Y luego, ¿qué pasa si tienen un hijo con esquizofrenia o su hija se suicida? De repente, se dan cuenta de que es real. Esto ocurre porque no tenían información. Hay mucha información errónea y lo que podemos hacer es intentar ofrecer información objetiva. Llevará mucho tiempo, pero creo que ayudará.


El número de personas con trastornos mentales está creciendo en el mundo. ¿No cree que se están medicalizando problemas de la vida que no llegan a ser trastornos mentales?
Algunos de los trastornos actuales se encuentran dentro de la normalidad. Es decir, ser algo ansioso puede ser apropiado: es supervivencia. Si un tigre te está persiguiendo, deberías estar ansioso; y eso es normal. Pero cuando causa incapacidad y desorden, puede ser un trastorno mental. Ese es el problema, definir ese punto.
¿Por qué la depresión es tan difícil de curar?
Probablemente porque las personas no quieren pensar que tienen depresión y, por ello, no reciben tratamiento. Y también porque el tratamiento a veces no es el adecuado. Pero sí que hay medicamentos eficaces: la depresión puede curarse.
Hay evidencias que muestran un tercio de las personas que en tratamiento, no lo cumple; también sabemos las terapias funcionan a partir de los dos o tres meses. Pero lo más importante es que el 25% de las personas con depresión ni siquiera obtiene una prescripción, y las que sí, no siguen la terapia más de 30 días. Y, de las que llegan al mes, solo la mitad alcanzan los 60 días. Por lo tanto, ya no se trata de que la depresión sea difícil de tratar, sino de que no se trata adecuadamente. Resulta clave reconocer la enfermedad y recibir tratamiento temprano, completo y exhaustivo.
Una persona depresiva, ¿nace o se hace?
Nace y se hace. Me explico: nunca se hereda casi ninguna enfermedad mental, sino el riesgo. Dicho riesgo no es suficiente para estar enfermo, debe sumarse el estrés y circunstancias ambientales. Por esta razón, la respuesta es sí, nace, pero también se nutre de la naturaleza, que puede conducir a la enfermedad, o no.
En nuestro país tenemos una lacra con el número de mujeres asesinadas por sus parejas. ¿Qué son los celos? ¿Pueden justificar comportamientos de ese tipo?
Tengo una colega con la que he trabajado en este tema, al que denominamos “Sick Love”. ¿Es el amor enfermizo una enfermedad mental? En cierto modo sí, ya que existe una probabilidad de que un sujeto resulte un acosador, narcisista e incluso un psicópata. Normalmente, estas personas atraen a las mujeres gracias a su actitud carismática —en ocasiones son atractivos físicamente—, pero estos sujetos no están enamorados de la persona, sino del sentimiento de amor que sienten hacia él. Este sujeto quiere dicho amor porque es narcisista y no le interesa nada más. Cuando la ruptura llega, es cuando la mujer empieza a darse cuenta de esa actitud y rompe toda relación y deja de amar a esa persona. Es en ese momento cuando el sujeto narcisista se siente herido y reacciona de forma agresiva.

¿Es el amor enfermizo una enfermedad mental? En cierto modo sí, ya que existe una probabilidad de que un sujeto resulte un acosador, narcisista e incluso un psicópata

¿Qué parece la inclusión de la adicción a los videojuegos como un trastorno mental que ha hecho la OMS?
Creo que hay todo tipo de adicciones más relevantes, como la adicción a la comida. Para ser un trastorno tiene que interferir con tu funcionamiento y causar estrés. Si solo tienes 13 años y juegas demasiado a los videojuegos, quizás no desarrolles las mejores habilidades para enfrentarte al mundo real, pero no creo que sea un trastorno mental. Tal vez las personas que están tan involucradas que pierden su trabajo o su pareja por este tipo de problema, puedan tener un trastorno mental, pero creo que todos somos adictos. Una vez fui a un crucero. Fue solo una semana, y ya a la mitad del crucero, estuve dos días sin Internet y estaba desesperado. Pero eso no es un trastorno mental, aunque no esté bien.
¿Cómo debe ser el psiquiatra del siglo XXI?

En EE.UU., el hospital psiquiátrico más grande del mundo está en la cárcel del condado de Los Ángeles. El segundo más grande en Nueva York, una cárcel. Y el tercero en el Condado de Cook, en Chicago, otra cárcel. Básicamente hemos criminalizado la enfermedad mental. El psiquiatra del siglo XXI tiene que trabajar en cárceles, porque es allí donde están los pacientes con enfermedades graves. Sería bueno si pudieran tener un trato más humano. Además, los psiquiatras del siglo XXI deberían saber mucho sobre el cerebro, sobre medicamentos y tener conocimientos de psicoterapias.