domingo, 14 de febrero de 2016

Cerebro enamorado: Mucho más que «química»

Después del enamoramiento hay que construir el amor, una tarea que depende de nuestro cerebro más racional


Pilar Quijada.

Pérdida de apetito, sensación de euforia, pensamientos repetitivos, que rayan a veces en la obsesión, noches en vela, sensación extraña en el estómago, inquietud y hasta taquicardia... Son síntomas que todos hemos experimentado en alguna ocasión. Tienen su origen en nuestro cerebro y se deben a una «tormenta» de neurotransmisores, las sustancias químicas que transmiten los impulsos nerviosos de una neurona a otra. Afortunadamente, el diagnóstico no es nada preocupante. Se trata de un enamoramiento, que no es otra cosa que «prendarse de amor de alguien», como recoge el diccionario de la RAE, con un lenguaje algo desfasado.
En lo que sí estamos al día es en sus mecanismos neurobiológicos y desde hace unos años sabemos bastante de este sentimiento intenso del ser humano. Entre otras cosas, porque algunos neurocientíficos se dedican a escanear los cerebros de personas enamoradas y ver qué regiones aparecen más activas. Se han identificado también las sustancias químicas responsables de lo que ocurre en nuestro cerebro cuando nos enamoramos. Los medios de comunicación nos hacemos eco de ellas y ahora palabras como dopamina, oxitocina, o serotonina resultan familiares.
Para algunas personas, esta investigación es muy interesante y ayuda a desentrañar la forma en que entendemos una de nuestras experiencias más básicas. Para otras, por el contrario, tal «intromisión» es un poco inquietante porque sugiere que el amor, nuestra más preciada y misteriosa emoción, no es más que el resultado de un puñado de sustancias químicas producidas en el cerebro. 

Condicionantes culturales

Es cierto que la adrenalina hará que nuestro corazón vaya más rápido al ver o pensar en la persona amada. Que la dopamina se ocupará de que solo tengamos ojos para ella. Que los bajos niveles de serotonina nos llevarán a recordarla de modo obsesivo. Pero, antes de eso, ¿por qué nos fijamos en esa persona concreta y no en otra? No faltan quienes dirán que viene dictado por los genes y que hay pocas casualidades en la elección, salvo la de cruzarnos con la persona adecuada.
Sin embargo, algunos estudios sugieren que influyen factores ambientales: preferimos rostros que nos recuerden a personas significativas, como padres, hermanos, amigos o parientes... Incluso nos mostramos un poco narcisistas, como prueba un curioso estudio, en el que los investigadores manipularon las fotos de los participantes para que no pudiera reconocerse. Luego las mezclaron con las de otras personas desconocidas y la sorpresa fue que la mayoría consideró su imagen modificada la más atractiva.
Y hay más. Elegida la persona, ¿qué hace que la relación vaya bien? ¿Por qué algunas parejas establecen lazos duraderos y otras no lo consiguen? Según los expertos, intervienen varios factores. Y algunos se gestan en la infancia, como las pautas de crianza, que determinan la forma de establecer relaciones en el futuro. La confianza y cariño en el hogar generan un apego seguro, que tiende a reproducirse con la pareja.
La inteligencia emocional también cuenta. Reside en el lóbulo frontal, el director de orquesta del cerebro quien debería mandar. Ahí se graban las normas, prejuicios o preferencias que después condicionarán elecciones tan importantes como la de encontrar pareja. Puede que la química esté en la base del amor, pero nuestra voluntad es quien le lleva a buen puerto. O no...