miércoles, 7 de febrero de 2018

ESTOS RACISTAS SE VAN A OFENDER


CIEN

Los primeros británicos eran negros con ojos azules

El análisis del ADN del hombre de Cheddar, que vivió en Inglaterra hace 10.000 años, revela sorprendentes resultados sobre sus rasgos genéticos

La recreación del Hombre de Cheddar aparecerá en un documental de televisión del Channel 4 británico
El hombre de Cheddar fue descubierto en 1903 en la popular cueva de Gough, en el condado de Somerset, suroeste de Inglaterra. Se trata del esqueleto más antiguo y casi completo de nuestra especie, Homo sapiens, que se haya encontrado nunca en Gran Bretaña. «Hasta hace poco, suponíamos que los humanos se adaptaron rápidamente para tener una piel más clara tras entrar en Europa hace unos 45.000 años», explica Tom Booth, investigador postdoctoral que trabaja con la colección de restos humanos del museo. «La piel pálida absorbe mejor la luz ultravioleta y ayuda a los humanos a evitar la deficiencia de vitamina D en climas con menos luz solar», señala.Los primeros británicos modernos no se parecían a lo que cualquiera podría imaginar como un inglés típico. El análisis del ADN del hombre de Cheddar, un esqueleto mesolítico que marca el inicio de la ocupación continuada en lo que ahora es una isla hace unos 10.000 años, ha revelado algo sorprendente. Según han dado a conocer científicos del Museo de Historia Natural de Londres, este individuo era negro y tenía los ojos azules.
Sin embargo, este antiguo inglés tiene los marcadores genéticos de pigmentación de la piel generalmente asociados con el África subsahariana. El descubrimiento, por raro que parezca, es consistente con otros restos humanos mesolíticos descubiertos en toda Europa.
«Es solo una persona, pero también un ejemplo de la población de Europa en ese momento», dice Booth. «Tenían la piel oscura y la mayoría ojos de un color claro, azul o verde, y cabello castaño oscuro», describe. En este sentido, el de Cheddar demuestra que los rasgos genéticos que creemos que van habitualmente juntos, no tienen por qué hacerlo. Además, parece que los ojos claros entraron en Europa mucho antes de que lo hicieran la piel pálida o el cabello rubio, que no aparecieron hasta después de la llegada de la agricultura.
Como dice el investigador, el hallazgo «nos recuerda que no se pueden hacer suposiciones sobre cómo era la gente en el pasado en función de cómo se ven las personas en el presente, y que la relación de rasgos que estamos acostumbrados a ver no ha sido siempre la misma».

Una vida compleja

El hombre de Cheddar era un cazador-recolector del Mesolítico, un humano completamente moderno, que medía unos 166 centímetros de altura y murió a los veinte años. Su esqueleto muestra una forma de pelvis estrecha, que generalmente se encuentra en las mujeres. No está claro si un agujero en su frente fue provocado por una infección o por un daño realizado en el momento de la excavación. Al igual que todos los humanos en toda Europa en ese momento, el Hombre de Cheddar era intolerante a la lactosa y no podía digerir la leche como adulto.
En la época en la que vivía, Gran Bretaña estaba unida a la Europa continental y el paisaje se estaba volviendo densamente boscoso. Probablemente, se dedicaba a cazar ciervos y uros (unos grandes bovinos), a pescar peces de agua dulce y a recolectar semillas y nueces. «Vivía una vida bastante compleja», dice Booth. Aunque junto a su esqueleto no aparecieron restos animales ni culturales, otros sitios del Mesolítico ofrecen pistas sobre la dieta y el tipo de vida de sus coetáneos. En Star Carr, un asentamiento mesolítico en el norte de Yorkshire unos 1.000 años más antiguo, los arqueólogos ha descubierto cráneos de ciervo rojo (que pueden haber sido usados como «tocados» o una especie de ornamentos para la cabeza), piedras semipreciosas que incluyen ámbar, hematita y pirita y un colgante de pizarra esculpido conocido como el arte mesolítico más antiguo de Gran Bretaña. Aunque es imposible decirlo con certeza, tipos similares de objetos podrían haber sido familiares para el Hombre de Cheddar.
Esqueleto del hombre de Cheddar
Esqueleto del hombre de Cheddar-Museo de Historia Natural

Una rara sepultura

La mayoría de los restos humanos mesolíticos que datan de ese período fueron descubiertos en cuevas. Cerca del lugar donde se encontró al hombre de Cheddar hay otra cueva conocida como Aveline's Hole, uno de los cementerios mesolíticos más grandes de Gran Bretaña. Allí aparecieron los restos de unas 50 personas, todas depositadas en un corto período de 100 a 200 años.
Pero el caso del hombre de Cheddar es bastante inusual porque estaba solo. «No está claro si había sido enterrado o simplemente cubierto de sedimentos a lo largo del tiempo por depósitos minerales naturales en la cueva -apunta Booth-, así que podría haber sido especial, o podría haberse acurrucado y muerto allí».
De acuerdo con varios relatos victorianos, una gran cantidad de huesos, dientes de animales extintos, cuchillos de sílex e instrumentos de hueso fueron, desgraciadamente, extraídos del sitio y descartados. Algunos pueden haber pertenecido a ocupaciones anteriores de la cueva, pero es posible que otros hubieran ofrecido pistas adicionales sobre la vida del hombre de Cheddar.

ADN antiguo

El cráneo del hombre de Cheddar
El cráneo del hombre de Cheddar
Obtener ADN antiguo no es fácil. En cuanto un organismo muere, comienza a descomponerse. Los científicos necesitan un hueso denso donde el ADN haya podido protegerse lo más posible. En este caso, utilizaron el peñasco, un hueso del oído interno, que es el más denso del cuerpo humano. Además, las condiciones de la cueva, con una temperatura fresca y constante y con capas de depósitos minerales naturales, ayudaron a la preservación.
Después de extraer el ADN, el equipo definió millones de fragmentos distribuidos aleatoriamente en el genoma para crear una «biblioteca» genética del hombre de Cheddar y poder realizar su retrato en 3D, realizado por especialistas en reconstrucciones paleontológicas.
Los científicos recuerdan que los británicos actuales comparten aproximadamente el 10% de su ascendencia genética con la población europea a la que pertenecía el hombre de Cheddar, pero no son descendientes directos. La población mesolítica a la que pertenecía este individuo fue reemplazada en su mayoría por los agricultores que emigraron a Gran Bretaña más tarde. Sin embargo, este hallazgo, como otros muchos, nos sirve para recordar la irracionalidad y el desvarío inmenso que es el racismo.

YA NO HAY PELOTAS DE TRAPO


Matando emoticones a garrotazos

Acerca de las nuevas formas de expresar emociones, del empobrecimiento del lenguaje y del asesinanto de la clínica a manos de los datos
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Autor: Daniel Flichtentrei 
"Pero si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento." George Orwell
Natalia tiene 29 años, el año pasado tuvo una tromboflebits de la pierna izquierda que se resolvió sin secuelas. Hace una semana me consultó por un episodio de alteración de la fluencia verbal, cefalea y desorientación sin foco neurológico de pocos minutos de duración. Las imágenes cerebrales no mostraron alteraciones, el ecocardiograma fue normal. Le solicité estudios de trombofilia, anticuerpos anticardiolipina, antifosfolípidos, FAN y antinúcleo. Le indiqué anticoagulación oral, reposo y observación. Toma anticonceptivos desde hace seis años que suspendí en la primera consulta. Cinco días más tarde me volvió a ver porque presentó dos episodios de hematuria macroscópica. Le hice con urgencia un coagulograma con RIN y corregí la dosis de dicumarínicos, no repitió el sangrado. Hace diez días que no recibo noticias suyas pese a que le pedí que me informara a diario de su evolución. Decidí llamarla por teléfono, no me contestó, dejé un mensaje de voz. Un rato más tarde me envió un mensaje de Whatsapp que, ya que no uso ese medio regularmente, solo vi al día siguiente. El mensaje era breve, primitivo, pictográfico:
Me quedé unos minutos mirando la imagen en la pantalla del teléfono. Le respondí tecleando con torpeza extrapiramidal, apretando dos a tres letras a la vez, borrando y volviendo a escribir, luchando contra el obstinado sistema de texto predictivo que insistía en escribir palabras que yo jamás había escrito: “Hola Natalia, por favor ampliame un poco tu respuesta: ¿volviste a tener problemas para hablar? ¿apreció sangre otra vez en la orina? ¿suspendiste los anticonceptivos?”
Necesito historias, no solo datos, para entender lo que le ocurre a un paciente. Pero algunos de ellos parecen haber adoptado la misma estúpida idea que la mayoría de la medicina de nuestros días: la era de la información es la era de los datos crudos y de la interacción a distancia. Me importa muy poco lo que crea el mainstream médico en el mundo, pero siento una enorme frustración cuando sus delirios de Big Data infestan a los pacientes que son sus principales víctimas.
Los estudios acerca de los cambios en el uso del lenguaje con los medios virtuales son contradictorios. Hay apocalípticos e integrados, tenofílicos y tecnofóbicos. Sus metodologías de investigación y sus conclusiones apuntan más a confirmar sus propios prejuicios culturales que a evaluar el posible deterioro que las nuevas modalidades lingüísticas imponen a las habilidades cognitivas, de razonamiento y de expresión. Según datos de 2015 de la empresa Swyft Media cada día se envían 6.000 millones de emojis, el 8% de los datos de los mensajes son emoticones. Afirma Noam Chomsky que: "El lenguaje de hoy no es peor que el de ayer. Es más práctico. Como el mundo en que vivimos", pero yo no estoy tan seguro. Es posible que se gane en algunos aspectos pragmáticos pero se pierde en los expresivos. La megalengua universal empobrece la comunicación, deja sin matices lo dicho, nos condena a una neolengua orwelliana que no solo manipula lo que puede decirse sino lo que puede sentirse y pensarse. Reduce la palabra a la mano rupestre de las cuevas de Altamira.
El psicólogo Albert Mehrabian, profesor emérito de la Universidad de California - Los Ángeles (UCLA), afirmó a mediados del siglo pasado, que, cuando conversamos con alguien, el 7% de la comunicación es verbal, el 38% es vocal (tono de voz, silencios) y el 55% es no verbal (gestos, postura, proxémica).
La decodificación de un mensaje intersubjetivo, algo elemental en la clínica médica, requiere de un entrenamiento -que demora años en alcanzarse- en la atención a señales verbales y no verbales y en su interpretación. No me detendré aquí a analizar el significado de otros recursos clínicos, hoy también devaluados para el idólatra enfático de los datos desnudos, como los que proceden del contacto físico con los pacientes. La comunicación humana es compleja y multidimensional, su reducción a lo denotativo mutila los aspectos connotativos que son fundamentales en medicina. El juicio clínico no es el producto meramente aditivo de la información bruta sino la conclusión cualitativa de una exploración que no se limita a lo explícito. Es posible que en otros ámbitos ajenos a la medicina existan fenómenos adaptativos a los cambios en el uso de la lengua que sean menos dramáticos de lo que imaginamos. Una lengua está viva, se transforma, aunque no siempre para mejor. El lenguaje configura el modo en que pensamos, aporta las categorías mediante las cuales entedemos lo real. En la práctica clínica, esa metamorfosis pone en escena una epistemología que hoy confunde a la medicina con la ciencia, a la consulta médica con el laboratorio, a la comunicación con la decodificación de variables mensurables; en fin, al padecimiento humano con sus mediadores fisiológicos.
Mientras manejaba por la Avenida General Paz sonó el tono de mensajes del celular. Estaba ansioso por conocer su respuesta a mis preguntas. Estacioné sobre la banquina, busqué mis anteojos, abrí el teléfono, recorrí dos o tres veces una multitud de íconos cuyo significado ignoro y que jamás he usado, hasta identificar el de Whatsapp. Por fin tendría la información de mi paciente que me tenía tan preocupado. Su mensaje fue menos breve que el anterior, pero igual de enigmático y brutal para un sobreviviente de la era verbal como yo:
La llamé por teléfono, no me contestó. Necesitaba hablar con ella, escuchar el tono de voz con el que me contaba cómo estaba evolucionando, percibir la intensidad del relato, las pausas de silencio, su prosodia, el ritmo de su respiración, imaginar los gestos que acompañarían lo que me decía; repreguntar. Quería conversar. Como un dinosaurio clínico en extinción buscaba información más narrativa y compleja que su austero OK.
 “Hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio. Que las que sospecha tu filosofía.”, William Shakespeare
El New England Journal of Medicine acaba de publicar en su blog que en medicina ambulatoria los estudios muestran que, pese al aumento de sofisticados estudios complementarios, el 89,4% de los pacientes se encuentran en un área donde no tenemos diagnóstico pero aún así mejoran (el área 2 del gráfico).
No hay datos que expresen lo que sucede en la mayoría de los casos, en todo caso hay solo datos negativos que informan lo que nuestros pacientes no tienen pero nada dicen de lo que padecen. Ese territorio de incertidumbre se llama medicina. El objeto de la clínica es el padecimiento humano, no la corrección de variables. Entre la futilidad y la relevancia se extiende el áspero territorio de la existencia de las personas, de sus tristezas y sus alegrías, de lo que los lleva a nuestros consultorios buscando un alivio a dolores que no siempre podemos nombrar con un diagnóstico preciso. Es en los intersticios del relato, en ese espacio que el laboratorio no ve y que la aritmética no señala donde sucede la mayor parte del padecimiento de las personas. No me refiero solo a la subjetividad, ni muchos menos a la sobreinterpretación descabellada de tantas disciplinas que niegan a la ciencia, nada de eso. Hablo de trastornos disfuncionales, de signos y de síntomas que resultan evidentes al ojo experto pero que ningún dato objetivo saca a la luz. De lo que existe más allá de la reducida cuadrícula de nuestras categorías. Son enfermedades que no cumplen con los criterios de demarcación estrechos que la medicina tiene para tipificar el padecimiento.
Las emociones son detectores instintivos universales de valor, ponen un sello valorativo a las cosas, las personas y las situaciones. Son marcadores somáticos primitivos que, después, la corteza prefrontal analiza, designa y clasifica. Le asignan a la experiencia un valencia o tono emocional con el que se las almacena en la memoria para ser convocadas cuando sea necesario. Son una clave que organiza el mundo. Suele olvidarse que una emoción comunica mediante su expresión física dando señales a los otros de nuestros estados personales. Pero también lo hacen con nosotros mismos, nos "dicen" qué estamos sintiendo y qué necesitamos. Esta función dual permite a los individuos co-participar de sus propios estados subjetivos, compartir sus mundos internos. Muchas veces sin apelar a la palabra ponen en escena una "resonancia" compartida que nos da información compleja, muy difícil de expresar pero imprescindible tanto para nuestros semejantes como para nosotros mismos. Nos conectan con un un nivel interior muy profundo que nos "dice", en un lenguaje anclado en el cuerpo mediante sensaciones, el valor que le asignamos a lo vivido. Comprendo lo que otro siente a través de lo que siento yo, re-sonamos juntos (identificación proyectiva). Esta relación emocional establece un vínculo que se retroalimenta de señales de ambas partes (feedback positivo) que no solo expresa a los otros lo que sentimos sino que nos permite averiguarlo a nosotros. Su propia naturaleza multidimensional excede los límites del lenguaje verbal y, desde ya, no puede mutilarse en el lecho de Procusto de un tonto emoticón. El periódico inglés The Guardian publica hoy un nota cargada de un optimismo a mi juicio aterrador y distópico: el gobierno japonés estimula la creación de "robots empáticos" para suplir la carencia de enfermeras y cuidadores ante la creciente demanda de asistencia de ancianos en soledad. No cuenten conmigo...

Pensé todo esto detenido durante algunos minutos al costado de la General Paz. Arranqué el auto rodeado por un campamento de cientos de familias de personas despedidas de su trabajo; los saludé, toqué bocina para mostrales mi solidaridad con ellos. Me respondieron con sus brazos en alto, agradecidos. Puse un CD (sí, yo todavía uso CDs), subí el volumen. A mis espaldas la tarde caía sobre el río. La música me llevó de la mano, me fui encendiendo. Fui desde los emoticones de Natalia a la brutalidad de los despidos de personas cuyo dolor tampoco entra en una planilla de cálculo ni en en estúpida "carita triste" de WhatsApp.
“Estás llamando a un gato con silbidos.
El futuro ya llegó,
llegó como vos no lo esperabas.
Todo un palo, ya lo ves”

Mientras volvía a casa tuve ganas de salir a matar emoticones a garrotazos.

LA MUTILACION MENTAL DE LOS CATOLICOS NO SE INCLUYE

Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital

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La mutilación genital, entendida como “todos aquellos procedimientos consistentes en alterar o dañar los órganos genitales femeninos por razones que nada tienen que ver con decisiones médicas”, según la ONU,es una violación de los derechos humanos. Cada año se le mutilan los genitales a cerca de tres millones de niñas. Se calcula que en el mundo hay al menos 200 millones de niñas y mujeres mutiladas. El 6 de febrero se celebra el Día Internacional de Tolerancia Cero con esta práctica.
Además, refleja una desigualdad entre los sexos muy arraigada y constituye una forma extrema de discriminación. La práctica viola sus derechos a la salud, la seguridad y la integridad física e incluso el derecho a la vida en los casos en que el procedimiento acaba provocando la muerte.
Para erradicar la mutilación genital femenina es necesario realizar esfuerzos coordinados que involucren a las comunidades enteras y que se enfoquen en los derechos humanos y en la igualdad de género. También deben atenderse las necesidades de salud sexual y reproductiva de las mujeres y niñas afectadas.
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Biomedicina y Salud
El Roto