martes, 2 de noviembre de 2010

por favor, ¿hay un médico a bordo?





(porque nunca está de más sonreír a los encantos de nuestra profesión)


Los médicos somos propiedad pública, de día, de noche, en casa o de vacaciones, siempre accesibles y encendidos.

Ahora, en verano, habrá millones de vuelos y cientos de personas que se encontrarán mal a miles de metros del suelo. Entonces se oirá el famoso y temido 'por favor, ¿hay un médico a bordo?'.
El resto de los pasajeros continuarán tranquilos, disfrutando de su viaje, con la seguridad de que nunca se va a oír por el altavoz anuncios que digan 'por favor, ¿hay una peluquera a bordo? Hay una señora muy despeinada'. O, 'si hay un arquitecto, por favor, que se pase por cabina que el piloto necesita una segunda opinión sobre los planos de su casa'. Y, mucho menos, 'tenemos un pleito entre dos pasajeros que quieren apoyar el brazo en el apoyabrazos a la vez, ¿hay un abogado en el avión?'. No, claro, qué tontería. La salud es, al fin y al cabo, lo único realmente importante y el médico siempre está en la obligación de cumplir con su misión de buen samaritano de lujo.

El problema es que una llamada de este tipo es complicada. El susodicho facultativo se puede haber tomado unas cuantas cervecitas de esas que ahora hay que pagar, o a lo mejor le aterroriza volar y lleva un colocón a valium.


Pero lo peor es la especialidad.
'Hola soy médico, ¿en qué puedo ayudar?'. Y al decirlo ves a esta señora detrás agarrándose el pecho y algo azulada. Si eres psiquiatra, forense, anatomo-patólogo, microbiólogo, incluso traumatólogo o cualquiera de las otras especialidades bien lejanas a la urgencia médica, en ese momento no sabes dónde meterte o incluso te arrepientes de no haber metido calzoncillos/bragas de recambio en el equipaje de mano. No puedes hacerte el loco, porque probablemente seas el único del avión que sabe a qué lado está el hígado, pero claro, de ahí a hacerte responsable de la señora color pitufo, va un mundo. El psiquiatra puede asegurarse de que la señora no se deprime mientras se muere y el traumatólogo le puede revisar las caderas y, si sobrevive, proponerle una prótesis. El forense, si se espera un ratito, lo mismo es útil y el anatomopatólogo puede ir revisando los filetes de la comida, más no.Lo cierto es que uno no puede pedir a la azafata que sea más específica y lance un aviso tipo: 'por favor, si hay un médico de familia-de urgencias-cardiólogo-internista o intensivista, que dé un paso adelante y los demás médicos, que callen para siempre'. No, porque un médico es un médico y si hasta los familiares y amigos no distinguen categorías y le consideran a uno 'chica para todo', mucho más un extraño. Porque ser el médico de la familia tiene su miga y tiene connotaciones variadas. La responsabilidad que te cae encima el día que entras en la facultad, nunca la viste venir. En caso de problemas graves de salud de alguien cercano te conviertes en el cabecilla, filtro, traductor, mensajero y representante de tu tribu. Hasta el familiar más extrovertido o fanfarrón, el que siempre elige el vino, en la vida real, te pasa la batuta y te quedas solo ante el peligro.


Y ante los pequeños altercados de salud de tu gente más cercana, siempre estás ahí, a cualquier hora e independientemente de tu especialidad o de la distancia para atender las ansiedades, preguntas y aclaraciones.Hay hermanos de los que sólo sabes cuando tienen un niño malo, cuñados plastas de los que te cuentan hasta cuando les sale un grano, hermanas que te obligan a decidir si ponen las vacunas de pago a sus hijos o no, tíos que te cogen por banda para hablarte de un hombro que les duele o madres que te leen cifra por cifra sus análisis de sangre esperando que tú, por supuesto, te sepas todos los valores normales.

Uno se va haciendo a ello, disfrutando de esa manera peculiar de querer a tu familia, imaginando lo aburrido que debe ser que los familiares te llamen sólo para contarte las vacaciones o los problemas con la hipoteca.
Haces una medicina distinta, en algunos casos incómoda, pero en otros, tremendamente agradecida. Siempre recordaré las veces que desde Inglaterra y por teléfono tuve el privilegio de diagnosticar bronquiolitis o 'croup' a algún que otro sobrinillo. Y, además de las azafatas, cajeras de supermercado y familiares para los que siempre estás de guardia y listo para salir corriendo a una llamada de altavoz o teléfono, están todos esos extraños que aprovechan cualquier momento para hacerte una consulta. Siempre me acuerdo de un fontanero que vino a arreglarme la ducha, trabajo que le llevó un par de minutos, y después, al enterarse de que yo era médico, me consultó durante un rato por las amigdalitis de su niño, los problemas ginecológicos de su mujer y sus propios dolores de espalda y seguidamente me atizó una cuenta que me dejó el bolsillo temblando (sin recibo, claro). Se me pasó por la cabeza la situación contraria, ver yo a este hombre como paciente y luego, como el que no quiere la cosa, pedirle que me arregle la lavadora rota, gratis claro. No, qué locura, por favor, un médico es de todos y para todo. Así que esto es lo que hay, que a los médicos, todo el mundo disfruta criticándolos, pero a ver en qué otra profesión vive uno siempre de guardia... En fin, disfruten del verano que luego tienen todo el invierno para ponerse malos.