lunes, 12 de marzo de 2012

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Atrapa a un fantasma

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Fantasma en fuga

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'¿Has leído mi última novela?', preguntó Alejandro Dumas a su hijo. '¿La has leído tú?', le respondió el hijo con lengua viperina. Su padre había escrito El conde de Montecristo con un tal Maquet, que no aparecía ni en los agradecimientos del libro; la segunda parte se la encargó directamente a un portugués llamado Hogan que no hacía demasiadas preguntas. Dumas fue un pionero del ghostwriting, la contratación de escritores fantasmas, o negros, esos autores que "trabajan anónimamente para lucimiento y provecho de otro", como dice el libro gordo con menos tacto que un sarmiento.

El presidente del Gobierno no suele escribir sus discursos (y últimamente no suele ni leerlos, como diría el hijo de Dumas), ni el Papa sus encíclicas, ni el presentador del telediario sus noticias. Usan a negros clásicos: los que escriben pero no firman. Pero hay otros fantasmas mucho peores: los que firman pero no escriben. En las revistas médicas, para ser más exactos. Son médicos de gran prestigio, verdaderos líderes de la profesión en su campo, la clase de médicos de los que se fían muchos otros médicos. Y que cobran de la Big Pharma por estampar su acreditada firma en unos artículos que no han escrito, y que a menudo -- otra vez el efecto Dumas-- ni siquiera han leído.

El médico Xavier Bosch, del Hospital Clínic de Barcelona, el abogado Bijan Esfandiari, de una firma de Los Angeles especializada en malas prácticas médicas, y el filósofo Leemon McHenry, de la Universidad Estatal de California, argumentan hoy en PLoS Medicine que los ghostwriters son tan dañinos que urge perseguirlos por lo penal. Creen que hay pruebas suficientes de perjuicio a los pacientes en los casos del antiepiléptico Neurontín (Pfizer), el antiinflamatorio Vioxx (Merck), los antidepresivos Seroxat (Glaxo) y Besitrán (Pfizer otra vez), la píldora antiobesidad Fen/phen (Wyeth) y el paliativo hormonal de la menopausia Prempro (triplete de Pfizer). Según los datos más recientes (referidos a 2008), el 20% de los artículos que publican las cinco revistas médicas de mayor impacto está contaminado de fantasmas.

"Lo realmente deshonesto", explica Bosch en un correo electrónico, "es que la industria busca a una personalidad científica, algún médico prestigioso con experiencia sobrada en esa enfermedad o fármaco y, a cambio de una remuneración, que puede llegar a ser muy elevada, estampa su firma en el artículo, sin opción a revisar sus contenidos. Lo que hacen estos artículos es minimizar los efectos indeseables y maximizar la eficacia del fármaco en cuestión".

Según el investigador del Clínic, el ghostwriting "es una práctica claramente fraudulenta, y la respuesta de todos los sectores implicados --revistas, agencias públicas, la propia industria, universidades-- ha sido claramente pobre; por eso la única opción es la responsabilidad penal, dirigida especialmente contra los guest authors (los que firman y cobran); sus artículos, diseñados por la industria, son capaces de hacer cambiar las prácticas de prescripción de muchos médicos, y el perjudicado es el paciente".

Parece ser que a los fantasmas se los atrapa igual que a los pájaros: metiéndolos en una jaula.