miércoles, 22 de junio de 2011




Por Julio Majul (*)

El tema que quizá sea más importante para debatir, en materia de política económica, es ignorado (en los dos sentidos que se puede usar la palabra) por la clase dirigente argentina.

A políticos, economistas, la clase dirigente en general, no se les ocurre pensar qué haremos con el dilema entre la sojización de la economía y el cuidado de la salud de los argentinos.

El centro de la política económica kirchnerista ha sido, y sigue siendo, la soja. Ella explica, casi por sí sola, la existencia de los superávits gemelos: el superávit fiscal, o sea los ingresos estatales superiores a los desbordados gastos; y el superávit del sector externo, o sea la subsistencia de exportaciones superiores a importaciones más transferencias al exterior.

Así, pareciera que el llamado “modelo sojero” es una especie de panacea argentina; la concreción del nuevo milagro económico. Ingresos a los grandes productores agrícolas de una magnitud sencillamente increíble para nosotros, laburantes comunes de la Argentina; y dinero para el Estado a raudales. Por supuesto que es inevitable la existencia de diversas formas de corrupción: fugas de capital por decenas de miles de millones de dólares, no pago de tributos por medio de las habituales avivadas de los grandes grupos económicos, son parte de la “normalidad” económica nacional.

El grado de dependencia de la economía argentina con respecto a la soja es tan elevado, que resulta sencillamente impensable cortar abruptamente el vínculo.

Ni kirchneristas, ni peronistas disidentes, ni radicales, ni nadie (para ser reales) piensan en abandonar esta sojadependencia, a la que visualizan como fuente de ingresos abundantes.

Ni se les ocurre tampoco pensar en lo peligroso de esta dependencia de un cultivo agrícola.

Hace poco, el diario ultrakirchnerista MIRADAS AL SUR publicó una nota donde se considera a las materias primas “heroínas de la recuperación económica”, y no se menciona ni una vez, en dos páginas dedicadas al tema, los efectos en la salud humana y el ambiente en general.

Pareciera que todos los poderosos, y quienes aspiran a serlo, están chochos con nuestra Nación como sojadependiente.

LA CARA HORRIBLE DEL MODELO

Como todos sabemos, los agroquímicos (en especial pero no solamente) el glifosato, son fuente de toda clase de males horrendos para la salud de los humanos, primero de los que viven en lugares donde se siembra soja, pero en definitiva la paulatina contaminación de ríos hará que todos estemos afectados por esta tragedia cotidiana.

Los multiplicados casos de cánceres de variada clase, los corroborados e indiscutibles casos de espeluznantes afecciones, las muertes nunca esclarecidas de los chicos de Gilbert, en Gualeguaychú; de mucha gente fallecida por causa directa de los agrotóxicos, denunciados y probados por gente tan seria como el doctor Daniel Verzeñassi y científicos de distintas especialidades, de todas partes de la Argentina, no dejan duda que la sojización acarrea muerte. Tan simple y claro como eso: la soja es muerte.

Lo dijo hace poco el eminente científico del CONICET Andrés Carrasco, estudioso de la cuestión desde su especialización como embriólogo.

Carrasco dio conferencias en Gualeguaychú y Paraná, ambas sobre los agrotóxicos y en especial el glifosato.

El periodista Tirso Fiorotto enunció en una nota periodística lo siguiente: “Las conclusiones de las investigaciones realizadas por Andrés Carrasco en laboratorio pasaron a ser en estos meses el mayor obstáculo para la continuidad de un sistema de producción a gran escala, y en plena expansión, realizado por grupos concentrados de la economía y con alta incidencia de sectores de la especulación financiera volcados a competir con las pymes clásicas de los cultivos.

Y es que este científico de larga trayectoria demostró en laboratorio que una agricultura basada en el uso de productos químicos, que genera enormes dividendos al Estado nacional, a los pooles de siembra, a las multinacionales que proveen las semillas transgénicas y el herbicida, o que monopolizan las exportaciones (Monsanto, Cargill, entre otras); esa agricultura está exponiendo al riesgo de malformaciones de todo tipo a los seres vivos de la región.

El modelo contamina la naturaleza, y pone en peligro la salud incluso de las personas”.

En resumen, a los sojeros se los acusa de provocar muerte y contaminaciones que serán duraderas por muchos años, en suelo, agua, aire.

¿AND NOW WHAT?

Como no tenemos poxipol, hay que pensar qué se deduce de todo esto.

Decir que la cuestión es extremadamente grave parece una obviedad; pero no lo es si verificamos que a nadie de los poderosos de la Argentina parece interesarles la cuestión. Y obsérvese que decimos “a nadie” le importa, porque realmente no hemos escuchado ni a un solo poderoso, político, economista, empresario, sindicalista; nadie, absolutamente, plantear seriamente la situación y (menos aún) alguna posible solución.

Muchos ambientalistas se aferran al dogma: hay que prohibir todos los agroquímicos sospechosos, cueste lo que cueste. No nos parece del todo razonable este planteo, que causaría un daño irreversible a la economía actual de la Nación.

Hay que pensar en soluciones graduales, pero soluciones. No lo que habitualmente hacen nuestros politiquitos: poner parches para hoy, y mañana que se arregle el que venga. Típico pensamiento bustista o montielista, pero extensible a cualquier dirigente de primera línea entrerriano.

No es posible asistir al aumento desaforado de distintas formas de cáncer y malformaciones de todo tipo, como ocurre en Gualeguaychú hoy, y plantear la cuestión en términos de “que cierre Botnia y no se permita más ningún agroquímico”, o “todo se irá corrigiendo con el tiempo, no hagamos olas”.

Ni un extremo ni el otro son valederos: uno hace inviable la solución, y el otro eterniza la agresión a la humanidad y a nuestra tierra, que es la de nuestros hijos y nuestros nietos.

Yo no tengo soluciones, mis conocimientos científicos son mínimos y no alcanzan para proponer soluciones valederas, posibles; pero al menos es menester formar conciencia de que esto así, no va más. Y que si no hallamos formas de ir liquidando las contaminaciones de todo tipo, nuestra tierra será yerma. Y a corto plazo.

EN ENTRE RÍOS, TERRIBLE

Según datos oficiales, el setenta por ciento (70%) de la superficie cultivable en nuestra provincia, se siembra con soja.

Año a año, a medida que los gobiernos se olvidan de promocionar la ganadería, los otros granos no contaminantes, la cosa se agrava.

El gobierno fuerza a los campesinos a dejar sus tierras, alquilarlas porque su escala de producción no les rinde, como lo evidencian todas las estadísticas, aún alguna amañada, que indican el progresivo despoblamiento del campo entrerriano y su explotación por pooles de financistas.

Ante esta realidad, es menester que los gobernantes y los aspirantes a serlo, al menos tomen conciencia de lo que está en juego, y llamen a quienes pueden ayudar para buscar soluciones prácticas, factibles y urgentes.

Según la agencia especializada en negocios agrarios “Openagro” la rentabilidad de los cultivos de soja aumentará, para esta cosecha, en alrededor del 20%. ¿Quién convence al productor de maíz que siga haciéndolo, cuando el Estado le pone mil trabas, y su vecino siembra soja y esta cosecha le rendirá, en dólares, 20% más que la anterior?

O sea: ¿quién le pone el cascabel al gato?

(*) Miembro de la Junta Americana por los Pueblos Libres. Publicada en Revista EL COLECTIVO Nº 31.

elcolectivo2004.blogspot.com

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Tomado de Voz Entrerriana

Ver también:
Documental Hambre de soja.


Soja, transgénicos y agronegocios vs. Agricultura Familiar: modelos en disputa

REDES – Amigos de la Tierra Uruguay pone a disposición de la ciudadanía en general una nueva revista que analiza el desarrollo transgénico en el Cono Sur y pone especial atención en nuestro país. Con el nombre “La coexistencia excluyente. Transgénicos en el Cono Sur – El caso uruguayo”, la publicación contó con el apoyo de la Fundación Heinrich Böll de Alemania y Amigos de la Tierra Internacional.

El Cono Sur es una región de fundamental importancia en la producción de alimentos a nivel mundial. Es por esto que las corporaciones transnacionales del sector de los agronegocios han dedicado mucho esfuerzo en introducir la tecnología transgénica en la región.

El avance de los agronegocios en esa zona (con los transgénicos como pieza clave) ha generado una serie de impactos ambientales y sociales aún no ponderados por los gobiernos de turno, alerta el nuevo texto. Entre esos impactos se destaca el desplazamiento de comunidades campesinas e indígenas, el avance de la frontera agrícola sobre los bosques, el aumento de la contaminación ambiental y de los perjuicios a la salud gracias al mayor uso de agrotóxicos, la apropiación de los conocimientos tradicionales locales y la violación de la soberanía de los pueblos.

En particular, el agronegocio sojero se ha desarrollado espectacularmente en los últimos diez años. En Uruguay, la expansión de la soja ha desplazado a la agricultura familiar, entre otras cosas porque ha conducido a un sostenido proceso de aumento de los precios de arrendamiento de las tierras. En la zafra 2008-2009 se cultivaron 580.000 hectáreas de soja en el país (habían sido 10.000 hectáreas en la zafra 2000-2001). Prácticamente el 100 por ciento de la soja uruguaya es transgénica, conocida con el nombre RR (Roundup Ready, resistente al herbicida glifosato) y perteneciente a la empresa estadounidense Monsanto, la mayor productora de semillas modificadas genéticamente del mundo. Los otros dos trangénicos que se pueden producir y comercializar en Uruguay son el maíz MON 810, también de Monsanto, y el maíz Bt11, de la empresa suiza Syngenta.

La principal organización de agricultores familiares de Uruguay, la Comisión Nacional de Fomento Rural, ha solicitado al gobierno que tome medidas para poner límites a la expansión de los agronegocios y evitar que desaparezca la agricultura familiar.

Los cultivos transgénicos ocupan en la actualidad cerca de 37 millones de hectáreas en el Cono Sur, lo que equivale a un tercio del área de cultivos transgénicos a nivel mundial. El principal cultivo es la soja, pero también se siembran maíz y algodón transgénicos. El país con mayor área de cultivos transgénicos a nivel global es Argentina, con cerca de 19 millones de hectáreas, seguido por Brasil con 14,5 millones.

Si lo desea, acceda aquí a la versión completa en formato pdf de “La coexistencia excluyente. Transgénicos en el Cono Sur – El caso uruguayo”.