domingo, 7 de junio de 2015

Diario de una madre inexperta

Mi vagina bien, gracias

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Recuerdo que hace unos meses me preguntaba angustiada qué iba a ser de mi aspecto, visto como me encontraba tras el post parto. Mi cuerpo en aquel momento era como una cama deshecha, un escombro, como si al muñeco de Michelín de repente le hubiesen pinchado con una aguja y al salir el aire hubiese quedado como un sharpei, un cúmulo de pliegues. Esta desazón se incrementó con la incertidumbre sobre cómo iba a ser mi pecho tras la lactancia. Pues bien, nueve meses después del parto debo decir que hay de todo.
Mi cuerpo no ha vuelto a ser el mismo, mantengo cierta tendencia extraña a acumular grasa en mi cintura y caderas (al parecer debido a que tengo que tener depósitos de grasa suficientes para alimentar a mi retoño, aunque ya haya dejado de dar el pecho), mis piernas si bien ya no son dos flanes no han recuperado su tersura (es más, debería hacer algún ejercicio de tonificación o me da que no van a mejorar por sí solas) y recuperé mi peso muy rápido (en dos meses) aunque ahora fluctúo como un yo-yó enloquecido.
Lo peor ha sido el pecho. No es que antes yo tuviese unos pechos enormes, pero eran bonitos, firmes, de tamaño mano (que diría mi marido) y con los pezones sonrosados y pequeños. Ahora no solo han menguado de tamaño, sino que se han quedado como dos lenguados aplastados donde sobresalen mis pezones como dos pitorros de botijo, de un color marrón oscuro y más grandes que antes. Desde luego, mi pecho ha perdido mucho y eso le quita calidad a la película (que diría el gran Sanchidrián)
¿Debería hacer algo de dieta y mucho gimnasio? Desde luego. ¿Tengo ganas de hacerlo? Ninguna. No puedo pedir milagros si no estoy dispuesta a hacer algo, todo se consigue con esfuerzo, así me educaron, aunque a veces se pueden coger atajos. Así que en vez de dieta he pasado a cenar un yogur, una sopa o un gazpacho, y he notado que algo hace (por favor nutricionistas del mundo no os lancéis encima de mí)
En vez del gimnasio que me aburre y no me gusta, voy un día a la semana a que una chica muy simpática me haga una sesión de cavitación y radiofrecuencia, y algo hace también (tampoco os lancéis encima de mi todos los monitores de fitness). Ahora que se acerca el verano, iré un par de veces a la semana a la playa y caminaré por la orilla del mar, que eso tonifica mucho y encima te pones morena.
Debo decir que lo que más me preocupaba que era el estado de mi vagina, ha dado un giro para bien en los últimos dos meses. Aún no la noto al 100% de su capacidad, pero hemos pasado de unos primeros meses donde al ver el pene de mi marido automáticamente cogía el tubo de vaselina, rezaba para que no doliese y buscaba la postura más cómoda, a no notar casi molestia y probar posturas nuevas...
Por desgracia sigo teniendo un problema (grave) con la libido. Al principio no tenía ganas de hacerlo por culpa de las hormonas post parto, muy deprimidas porque se les había acabado la fiesta del embarazo. Ahora porque me he pinchado un par de veces medroxiprogesterona, una inyección para no quedarme embarazada cuyo efecto dura tres meses (no debe usarse como anticonceptivo habitual). Dicha inyección al parecer deja mi libido tirada por el suelo y pisoteada, así que estoy rezando para que llegue julio y se me pase el efecto, a ver si así de una vez mi cuerpo vuelve a su ser.
Lo que esta claro es que parir es una revolución tremenda, que tu cuerpo ya no es lo que era y que si me planteo un segundo embarazo, automáticamente me viene a la cabeza un cirujano plástico amigo de mis padres, que cuando me vio embarazada me dijo: "tu pare todo lo que tengas que parir y da todo el pecho que quieras, y luego vienes y yo te recompongo y te dejo como nueva". Para pensárselo muy seriamente...

O TE HACES EL LOCO O TE HACE LA SOCIEDAD

La doble tragedia de la salud mental

  • La atención a las necesidades psicológicas ha sido tradicionalmente obviada en las crisis

  • Todavía hoy, muy pocas agencias y ONG proporcionan este tipo de atención

  • No obstante, las necesidades mentales durante o un conflicto o un desastre son enormes

Un refugiado de Chad llora en un campo de refugiados en República...
Un refugiado de Chad llora en un campo de refugiados en República Centroafricana. LABAN MATTEL UNHCR
 
En el sur del Chad, justo en la frontera que linda con República Centroafricana, se hacinan decenas de miles de refugiados que han escapado de la violencia de su país. Uno de ellos es Musa (nombre ficticio), un hombre de 35 años que huyó hasta Chad desde la capital del país centroafricano, Bangui. Allí, él y su mujer llevaban una vida tranquila: Musa tenía un pequeño negocio y era bastante conocido como boxeador amateur.
Sin embargo, un día, la dureza del conflicto que su país está viviendo llegó hasta su propia casa, y la mujer de Musa fue asesinada delante de sus ojos. Musa huyó al país vecino. Se sentía terriblemente culpable de estar vivo mientras su esposa había muerto. Presentaba síntomas de depresión severa: tenía pesadillas por la noches y no tenía ninguna esperanza en el futuro.
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Pero eso fue hace tres meses. Por aquel entonces, uno de los médicos que trabajan en el campo de refugiados en el que ahora Musa intenta empezar una nueva vida lejos del conflicto de su país, le derivó a uno de los trabajadores psicosociales locales, que había sido formado para tratar a gente traumatizada. Él le recetó un antidepresivo que costaba menos de un dólar al mes, y tramitó su ingreso en una clínica durante su período más crítico, en el que llegó a tener fuertes pensamientos suicidas.
Hoy Musa sigue estando triste y afectado por la muerte de su mujer, pero ve las cosas de otra manera: tiene más esperanza, e incluso ha empezado a dar clases de boxeo a algunos de los chicos del campo. Historias como la suya no son raras, y demuestran que, en ocasiones, la atención médica más necesaria no es la más evidente. "Con recursos limitados se puede hacer mucho, incluso salvar vidas. Pero, desafortunadamente, esto no es una prioridad política", cuenta desde Chad a EL MUNDO Pieter Ventevogel, asesor de salud mental de ACNUR, quien ha conocido a Musa.
Hoy, en un mundo en el que 50 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares, son muchos los escenarios en los que la seguridad, el bienestar y la salud de la gente ha saltado por los aires. Desde Siria hasta Nepal, todas estas emergencias llevan aparejadas, desde el minuto uno, unas altísimas demandas de asistencia sanitaria: traumatología, cirugía, atención pediátrica, ginecológica... Son pilares que no pueden faltar cuando se atiende a las víctimas de un conflicto armado o de un desastre natural. Sin embargo, hay un factor que suele quedarse aparcado, a pesar de ser igual de importante, o incluso más, que los demás: la salud mental. Las secuelas psicológicas que puede provocar lo soportado durante un conflicto o los momentos de pánico vividos en un terremoto pueden condicionar a una persona de por vida.

Ha empezado a tomarse en serio

No obstante, a pesar de que los beneficios de la atención psicológica quedan demostrados con la historia de Musa y otras tantas, a día de hoy, todavía son pocas las agencias humanitarias que proporcionan servicios clínicos para los problemas mentales. "La salud mental durante las emergencias ha sido, hasta hace poco, una de las grandes olvidadas, pero en los últimos cinco años se ha empezado a tomar en serio", explica a este periódico Carmen Viciana, responsable de salud mental de Médicos Sin Fronteras.
Sabiendo esto, y con la idea de intentar paliar ese déficit de atención que tradicionalmente ha tenido la salud mental en los contextos humanitarios, la OMS y ACNUR han elaborado una guía conjunta en la que pretenden orientar a los sanitarios no especializados en salud mental (justamente, los primeros en atender a las víctimas de una emergencia) sobre cómo tratar las secuelas soterradas que deja, por ejemplo, un terremoto como el de Nepal.
El objetivo era darle un enfoque no especialista, es decir, que no estuviera enfocada a psicólogos o psiquiatras, sino a todo aquel profesional médico que trabaje en una emergencia. "Si se observa la pirámide de necesidades de salud mental, con la aplicación de esta guía, manejas el 70 o el 80% de esas necesidades. Esto disminuye mucho la carga total, y puedes dejar el resto a los especialistas", explica en conversación con EL MUNDO Jorge Castilla, asesor de la OMS y uno de los participantes de esta guía.
¿Y cuáles son esas necesidades? ¿Qué consecuencias psicológicas tiene para una persona, por ejemplo, haber sobrevivido al terremoto de Nepal? Castilla, quien no ha estado en Nepal pero sí estuvo en Haití en el año 2010, cuenta que "las secuelas son las mismas que sufriríamos cualquiera de nosotros: el miedo a regresar a cualquier estructura sólida, la tristeza por la pérdida de posesiones personales o familiares, el pánico a cualquier réplica..."
Precisamente porque todo esto no deja de ser lo que le pasaría a cualquier ser humano al que de un día para otro se le cae la casa encima, Ventevogel, uno de los autores principales de la guía de la OMS, aclara que " hay que distinguir entre las reacciones normales que disminuyen con el tiempo, si se tiene el apoyo adecuado, y los trastornos mentales que sí requieren una atención más específica".

Distintas emergencias, distintas necesidades

En una emergencia humanitaria, en general, tal y como explica Ventevogel, "la mayoría de la gente sentirá angustia, estrés, y miedo, pero no tendrá un problema mental. Después, un grupo significativo de personas desarrollará, con el tiempo, trastornos mentales moderados, como depresión, ansiedad y estrés postraumático; y finalmente, un grupo pequeño desarrollará un trastorno mental grave. Muchos de ellos serán gente que ya tenía problemas previos, y cuyas condiciones se deterioran durante la emergencia al interrumpirse la atención médica".
En cualquier caso, no todas las emergencias son iguales, y por tanto, la atención tampoco debe ser la misma. Las necesidades mentales de una madre que acaba de perder a su hijo por culpa de un terremoto son distintas a las del hombre que lleva cinco años malviviendo en un campo de refugiados.
En los primeros momentos de una crisis, cuenta Ventevogel "la gente tendrá estrés agudo y reacciones a la pérdida de sus seres queridos". En esos momentos, como podrían ser los actuales en Nepal, "se intenta hacer una intervención poco intrusiva que ayude a las personas a reactivar sus propios mecanismos de superación", explica Viciana.

La fragilidad de los niños

Los niños son un público al que siempre hay que prestar especial atención, pues su fragilidad, especialmente si han perdido a sus padres, es extrema. La estrategia de UNICEF, tal y como explica desde Nepal a EL MUNDO Mariana Palavra, es desplegar lo que llaman en la organización los "espacios amigos de la infancia", donde los niños pueden jugar, pintar, cantar y recibir apoyo psicológico. "Si nuestros voluntarios se percatan de que hay algún niño demasiado afectado emocionalmente (porque está pasivo, no habla, o no puede dormir), será derivado a los psicólogos", explica.
Castilla pone un ejemplo muy claro del potencial que tiene la atención a nivel mental para que los más pequeños puedan superar las dificultades: "Hay crisis en las que se han visto malnutriciones en niños que no tenían una causa aparente, y a veces, se ha probado que dar asistencia psicológica les ayuda más que darles comida", dice Castilla.

El silencioso sufrimiento de los hombres

Pero no sólo los niños están necesitados de atención psicológica. Ventevogel alerta de que, muchas veces, se subestima el sufirimiento de los hombres. Ellos son uno de los grandes perjudicados cuando lo que era una crisis momentánea se acaba alargando: "para muchos hombres, convertirse en un refugiado les afecta profundamente a su rol, ya que muchos estaban acostumbrados a ser quienes traían los ingresos a casa, pero en los entornos humanitarios, esto no es posible, y acaban muy frustrados", explica.
En una crisis humanitaria, el tiempo puede jugar a favor de las personas, pero también en contra. Y no son pocas las emergencias que se han cronificado. Siria o Palestina son sólo algunos ejemplos. "En una emergencia crónica, las personas sufren el doble de enfermedades de salud mental que la población general", explica Castilla, que cuenta cómo nuestra mente se adapta a esta situación: "Cuando se tiene una tensión, el cuerpo se adapta a ella y responde de manera temporal, pero, cuando la tensión no cesa, tu cuerpo se adapta, la respuesta es más baja, y esto desemboca en un estrés crónico", asegura Castilla.
Tal y como relata a EL MUNDO Ventevogel, "cuando una situación se prolonga, la gente empieza a perder la esperanza, se convierten en dependientes de la ayuda y se desmoralizan. Las consecuencias de esto son muy claras: "más niveles de depresión, de violencia de género, y de abuso del alcohol y otras sustancias". Es algo que Castilla llama la teoría de la patada al perro: "el hombre está frustrado porque no tiene trabajo, así que bebe, llega a casa y pega a su mujer. La mujer, que también está desesperada, acaba pegando al hijo..."
Es evidente que la solución a estos problemas no existe, ya que ésta sólo pasaría por que el conflicto en sí mismo se acabara. Pero todos los especialistas coinciden en que, mientras que las personas estén bajo unas condiciones tan límite como las que se soportan durante una emergencia humanitaria, sería un gran error menospreciar el valor que puede tener la salud mental. Es esencial, concluye Ventevogel, "garantizar que la asistencia humanitaria se organiza de manera que promueva la dignidad y la autosuficiencia". Y añade: "hay que ayudar a la gente a que se ayuden a sí mismos. Muchos supervivientes tienen la capacidad de ayudarse los unos a los otros una vez que se les da la oportunidad de hacerlo, y es importante animarles a ello".