domingo, 19 de junio de 2011

CUANDO NO SIRVEN LOS ANTIBIOTICOS

Hábitos peligrosos: por el mal uso, ya hay antibióticos que fallan en uno de cada cinco pacientes


El abuso genera bacterias resistentes, y eso está reduciendo su capacidad de curar. No es todo: en los próximos años no habrá con qué reemplazarlos. La automedicación, las recetas mal hechas y el descontrol en el ganado son clave.

PorClaudio Savoia

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Cualquier día de invierno, en un consultorio médico cualquiera: “doctora, hace cuatro días que mi hijo tiene tos y fiebre, por favor recéteme un antibiótico”. O también: “no se me van los síntomas, doctor. Deme un antibiótico, que mata todo”. En la oficina, en el bar: “estás destruido, andá a la farmacia y pedite una amoxicilina, que seguro te la venden. Y te olvidás”. A la salida del colegio de los chicos: “¿Te duele la garganta? Tomá, yo siempre llevo un antibiótico en la cartera, porque no quiero caer en cama”. En casa: “amor, guardo estas pastillas, así tenemos para otra vez. El médico me recetó para diez días, pero ya me siento mejor. Se ve que ayer hice bien: me tomé dos juntas”. Aunque sean habituales y parezcan inocuas, escenas como éstas no son más que piezas sueltas de un mecanismo alarmante: a causa de su uso indebido o abusivo, algunos antibióticos van convirtiéndose en golosinas inútiles, que en ciertos casos ya fallan para curar a una de cada cinco personas. ¿Suena muy trágico? Este año, la Organización Mundial de la Salud definió a la resistencia de algunas bacterias a los antibióticos como uno de los problemas de salud pública más graves del mundo.

La historia moderna de la lucha contra las infecciones es la de la carrera permanente de los antibióticos contra la habilidad de las bacterias de tornarse resistentes a ellos. El antimicrobiano más antiguo, la penicilina, fue descubierto por Alexander Fleming en 1928 y todavía es uno de los más efectivos. Pero el propio Fleming ya había advertido sobre los peligros potenciales del uso indiscriminado de antibióticos, y de la posibilidad de que el uso en dosis y tiempo equivocados generaran bacterias resistentes. Y tenía razón: cuando se utiliza un antibiótico, éste actúa sobre todas las bacterias que habitan el organismo –la mayoría de las cuales cumple un rol beneficioso para la salud– y no sólo sobre aquéllas que están causando una enfermedad. Esto desata mecanismos de defensa de las bacterias, que luchan por sobrevivir: las más débiles mueren, y aquellas que son más resistentes logran reproducirse. Así se conforma una población bacteriana sobre la que los antibióticos no tienen efecto. Estas bacterias, a su vez, no sólo infectan a la persona que recibió el tratamiento: a través de las múltiples vías de diseminación, también terminan colonizando a otras personas.

El doctor Rodolfo Quirós, que es jefe de Infectología del Hospital Austral, deshace la madeja de errores que componen este sombrío panorama: “el mal uso de los antibióticos crece debido a cuatro factores clave. El primero es la variabilidad del nivel de los médicos argentinos: mientras algunos están entre los mejores del mundo, otros dan antibióticos cuando no van, los eligen mal o prescriben tratamientos más cortos o más largos que lo indicado. Otro eslabón flojo es el de los farmacéuticos, que a veces escuchan los síntomas que les cuentan sus clientes y enseguida les venden remedios que contienen antibióticos, como algunos analgésicos y antifebriles. La tercera pata es la de la industria: los laboratorios aconsejan no consumir antibióticos sin receta, pero con el lanzamiento de productos “combinados” favorecen el ataque a gripes virales con antimicrobianos (ver infografía). El cuarto elemento es la falta de cultura del público, que ingiere antibióticos sin prescripción, lo hace para combatir cualquier dolencia o, cuando su consumo responde a una orden médica, los toma en forma desordenada o interrumpe el tratamiento cuando ya se siente bien. Se cree que el antibiótico ‘mata todo’ y no es tóxico: una doble mentira. Estos medicamentos no actúan contra los virus, y además pueden causar diarreas y alergias.”

Gabriel Levy Hara, infectólogo argentino de prestigio internacional, dispara algunos datos para despertar conciencias: “Cuanto más amplio espectro tienen, más se usan y para curar más cosas, los antibióticos causan más resistencia. Aunque la penicilina sigue siendo buena para combatir las anginas infecciosas, en los 90 salió un grupo de drogas nuevas, como la azitromicina, que revolucionaron el mercado: sólo había que tomar una pastilla diaria durante tres días.

Ahora ese antimicrobiano ya tiene una resistencia del 20%, puede fracasar en uno de cada cinco pacientes. Esto es grave, porque la azitromicina también se utiliza para curar neumonías, y una neumonía mal tratada en ancianos o personas débiles tiene una mortalidad superior al 40%”, advierte el médico.

“También aumentó la resistencia a la norfloxacina, ciprofloxacina y otras drogas del grupo de las quinolonas, que se usan para tratar infecciones urinarias y respiratorias, y también gonorreas. Y habría que tener mucho cuidado en el uso de antibióticos para tratar diarreas porque, al igual que con las enfermedades respiratorias, la mayoría son de origen viral”.

¿Cuándo es necesario tomar un antibiótico? Veamos algunas estadísticas: el porcentaje de infecciones bacterianas sólo es superior al 50% en las otitis agudas medias (93,7%), las neumonías (92,6%), las sinusitis agudas (85%) y las amigdalitis agudas (75,5%). En las bronquitis agudas, la posibilidad de que su origen sea bacteriano o viral es mitad y mitad, y las faringitis agudas sólo deberían atacarse con antibióticos en tres de cada diez casos. En cambio, el origen viral es casi absoluto en el resfrío común, las gripes y otras infecciones del tracto respiratorio.

Sin embargo, algunos estudios recientes muestran que los médicos recetan muchísimos más antibióticos de los que deberían. Entre diciembre de 2002 y abril de 2003, tres investigadores del Programa de Medicina Interna General del Hospital de Clínicas relevaron la prescripción de antimicrobianos en cuatro hospitales y clínicas porteñas representativos de los diferentes estratos sociales de la ciudad, y se encontraron con que el 70 por ciento de las infecciones respiratorias altas (que masivamente son virales) había sido tratada con antibióticos. ¿Qué síntomas decidieron a los médicos? La presencia de mocos y de tos.

Para saber cómo se trataban los casos de bronquiolitis en el primer nivel de atención público del país, los médicos Ricardo Bernztein y Susana Elordi analizaron junto a un sociólogo quince millones de recetas prescriptas en el marco del Plan Remediar, entre marzo de 2005 y febrero de 2006. ¿El resultado? El 48% de todos los remedios recetados en los Centros de Atención Primaria de Salud fueron antibióticos, que están “desaconsejados” para ese mal.
Pero la prueba más concluyente del uso inapropiado de estos medicamentos –causa fundamental de la resistencia bacteriana– la ofrece hoy Clarín: con datos oficiales de enfermedades respiratorias registradas en 2010, cruzados con información del mercado farmacéutico, este diario comprobó que las ventas del antibiótico amoxicilina combinado con mucolíticos (que sólo combaten síntomas) acompañan en forma casi exacta la curva de incidencia de las gripes y otras dolencias virales (ver infografía).

Otro dato curioso: en un paper que analizó las tendencias en el uso de antibióticos de ocho países de América Latina entre 1997 y 2007, la curva argentina de consumo anual acompañó puntillosamente los vaivenes de la economía nacional, con un piso de 8,11 dosis diarias definidas cada mil habitantes en 2002 y un salto a 16,64 en 2007. El doble en sólo cinco años. Y el primer puesto en toda la región (ver infografía).

Esta trabajosa recopilación de investigaciones y estudios puntuales –cuya selección ofrece hoy Clarín– intenta paliar la falta de estadísticas oficiales sobre la cantidad de antibióticos autorizados en Argentina (la ANMAT tiene esos datos dispersos), la proporción nacional de recetas indebidas y los costos sanitarios y económicos de la creciente resistencia bacteriana. La Confederación Farmacéutica asegura que el año pasado las farmacias tuvieron a su disposición unos 330 antibióticos generales. Pero casi el 80% de las ventas le corresponde a un puñado de ellos. El best seller de los antibióticos es, por lejos, la amoxicilina, que el año pasado representó un tercio de todos los antibióticos utilizados. En orden, le siguen azitromicina, cefalexina, ciprofloxacina, claritromicina, norfloxacina, penicilina, sulfametoxazol y cefadroxilo.

El doctor Marcelo Galas es jefe del departamento de Bacteriología del Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas y, según el voto unánime de las fuentes consultadas por Clarín, el especialista mejor calificado para describir los resultados del agrio combate contra la resistencia bacteriana. “Latinoamérica y Asia son las dos regiones del mundo con más elevados niveles de resistencia a los antibióticos”, dispara para empezar. Y sigue: “Por la concentración de pacientes críticos en los hospitales, los porcentajes de resistencia más altos se dan en las grandes ciudades. Hay enormes diferencias –que en algunos casos llegan al 100%– con respecto a los pueblos o parajes rurales.” Con las estadísticas y cientos de informes en la mano, Galas afirma que los antibióticos de uso público que más resistencias generaron son la ciprofloxacina (muy utilizada para combatir infecciones en las vías urinarias), la azitromicina y claritromicina (neumonías, otitis medias, infecciones intestinales, urinarias y odontológicas).

El Infectólogo Gustavo Lopardo, coordinador de la comisión de uso adecuado de recursos de la Sociedad Argentina de Infectología, ofrece su experiencia: “Además de las bacterias que causan infecciones respiratorias, las productoras de infecciones urinarias, gastroenteritis o infecciones de la piel y tejidos blandos también desarrollaron resistencias a las antibióticos utilizados contra ellas”.

La salvaguarda de los antibióticos actuales también cuenta con otras razones de peso: si perdieran su efectividad, será muy difícil reemplazarlos. El presidente del Colegio de Farmacéuticos bonaerense, Néstor Luciani, advierte que “cada vez que son necesarios antibióticos nuevos o de última generación para hacer frente a patologías rebeldes, los costos son mayores, y eso repercute en toda la economía, ya sea del paciente o del sistema de salud”. Pongamos un solo ejemplo para ilustrar las palabras de Luciani: el tratamiento de diez días con una nueva generación del antibiótico fosfomicina, necesario para tratar diarreas o infecciones urinarias graves causadas por gérmenes multirresistentes, sale 14.130 pesos.

Aunque prohibitivo, el costo no es la única fuente de preocupación. En los próximos años no habrá antibióticos innovadores, porque los laboratorios no están haciendo una gran inversión para desarrollarlos, como la que mantienen para crear nuevos remedios para el Sida o las enfermedades cardiorrespiratorias.

¿Datos? En 2008, ocho de los quince laboratorios más grandes abandonaron sus investigaciones al respecto, y otros dos las redujeron. Un estudio publicado en 2004 reveló que sobre 506 drogas en desarrollo por esos quince laboratorios y las siete empresas de biotecnología más importantes del mundo, sólo seis eran antibióticos. Y un sondeo realizado en 2008 entre laboratorios grandes y chicos mostró que sólo 15 entre 167 antibióticos bajo desarrollo contienen nuevos mecanismos de acción. Hay más cifras, más desaliento: en Estados Unidos, la aprobación de nuevos antibióticos cayó un 56% entre 1998 y 2002. Por todo esto, la Organización Mundial de la Salud impulsa el programa “20x20”, con el objetivo de que en los próximos 20 años aparezcan 20 nuevos antibióticos. Pero los especialistas creen que es muy difícil que esta meta se alcance.

Lo dicho: en Argentina no hay estadísticas que midan los costos sanitarios ni económicos que implica el combate contra bacterias que en varios casos ya son multirresistentes (es decir que no responden al ataque con cuatro antibióticos distintos). Pero los países desarrollados pulieron estimaciones que hielan la sangre: en la Unión Europea, cerca de 25.000 pacientes mueren cada día a causa de infecciones provocadas por bacterias multirresistentes. Además, se estima que los costos asociados a este problema alcanzan los 1.500 millones de euros. En Estados Unidos, el sistema de salud gasta cada año un excedente de 20.000 millones de dólares, y se generan ocho millones de días de hospitalización adicionales. En total, los costos sociales anuales superan los 35.000 millones de dólares.

El antídoto para alejar esta tragedia es conocido: no automedicarse ni intentar comprar atribióticos sin receta, no aceptar su prescripción sin una buena razón y completar los tratamientos como indicó el médico. ¿Podremos lograrlo?


FARMAFIA

Entrevista a Richard J. Roberts, Premio Nobel de Medicina
"Las farmacéuticas bloquean las medicinas que curan, porque no son rentables, impidiendo su distribución"

La Vanguardia


El ganador del Premio Nobel de Medicina Richard J. Roberts denuncia la forma en la que operan las grandes farmacéuticas dentro del sistema capitalista, anteponiendo los beneficios económicos a la salud y deteniendo el avance científico en la cura de enfermedades porque curar no es tan rentable como la cronicidad.

Hace unos días se publicó una nota sobre datos revelados que muestran que las grandes compañías farmacéuticas en Estados Unidos gastan cientos de millones de dólares al año pagando a doctores para que éstos promuevan sus medicamentos. Para complementar reproducimos esta entrevista con el Premio Nobel de Medicina Richard J. Roberts quien señala que los fármacos que curan no son rentables y por eso no son desarrollados por las farmacéuticas que en cambio sí desarrollan medicamentos cronificadores que sean consumidos de forma serializada. Esto, señala Roberts, también hace que algunos fármacos que podrían curar del todo una enfermedad no sean investigados. Y se pregunta hasta qué punto es válido y ético que la industria de la salud se rija por los mismos valores y principios que el mercado capitalista, los cuales llegan a parecerse mucho a los de la mafia. La entrevista originalmente fue publicada por el diario español La Vanguardia:

¿La investigación se puede planificar?

- Si yo fuera ministro de Sanidad o el responsable de Ciencia y Tecnología, buscaría a gente entusiasta con proyectos interesantes; les daría el dinero justo para que no pudieran hacer nada más que investigar y les dejaría trabajar diez años para sorprendernos.

- Parece una buena política.

- Se suele creer que, para llegar muy lejos, tienes que apoyar la investigación básica; pero si quieres resultados más inmediatos y rentables, debes apostar por la aplicada…

- ¿Y no es así?

- A menudo, los descubrimientos más rentables se han hecho a partir de preguntas muy básicas. Así nació la gigantesca y billonaria industria biotech estadounidense para la que trabajo. - ¿Cómo nació?

- La biotecnología surgió cuando gente apasionada se empezó a preguntar si podría clonar genes y empezó a estudiarlos y a intentar purificarlos.

- Toda una aventura.

- Sí, pero nadie esperaba hacerse rico con esas preguntas. Era difícil obtener fondos para investigar las respuestas hasta que Nixon lanzó la guerra contra el cáncer en 1971.

- ¿Fue científicamente productiva?

- Permitió, con una enorme cantidad de fondos públicos, mucha investigación, como la mía, que no servía directamente contra el cáncer, pero fue útil para entender los mecanismos que permiten la vida.

- ¿Qué descubrió usted?

- Phillip Allen Sharp y yo fuimos premiados por el descubrimiento de los intrones en el ADN eucariótico y el mecanismo de gen splicing (empalme de genes).

- ¿Para qué sirvió?

- Ese descubrimiento permitió entender cómo funciona el ADN y, sin embargo, sólo tiene una relación indirecta con el cáncer.

- ¿Qué modelo de investigación le parece más eficaz, el estadounidense o el europeo?

- Es obvio que el estadounidense, en el que toma parte activa el capital privado, es mucho más eficiente. Tómese por ejemplo el espectacular avance de la industria informática, donde es el dinero privado el que financia la investigación básica y aplicada, pero respecto a la industria de la salud… Tengo mis reservas.

- Le escucho.

- La investigación en la salud humana no puede depender tan sólo de su rentabilidad económica. Lo que es bueno para los dividendos de las empresas no siempre es bueno para las personas.

- Explíquese.

- La industria farmacéutica quiere servir a los mercados de capital…

- Como cualquier otra industria.

- Es que no es cualquier otra industria: estamos hablando de nuestra salud y nuestras vidas y las de nuestros hijos y millones de seres humanos.

- Pero si son rentables, investigarán mejor.

- Si sólo piensas en los beneficios, dejas de preocuparte por servir a los seres humanos.

- Por ejemplo…

- He comprobado como en algunos casos los investigadores dependientes de fondos privados hubieran descubierto medicinas muy eficaces que hubieran acabado por completo con una enfermedad …

- ¿Y por qué dejan de investigar?

- Porque las farmacéuticas a menudo no están tan interesadas en curarle a usted como en sacarle dinero, así que esa investigación, de repente, es desviada hacia el descubrimiento de medicinas que no curan del todo, sino que hacen crónica la enfermedad y le hacen experimentar una mejoría que desaparece cuando deja de tomar el medicamento.

- Es una grave acusación.

- Pues es habitual que las farmacéuticas estén interesadas en líneas de investigación no para curar sino sólo para convertir en crónicas dolencias con medicamentos cronificadores mucho más rentables que los que curan del todo y de una vez para siempre. Y no tiene más que seguir el análisis financiero de la industria farmacológica y comprobará lo que le digo.

- Hay dividendos que matan.

- Por eso le decía que la salud no puede ser un mercado más ni puede entenderse tan sólo como un medio para ganar dinero. Y por eso creo que el modelo europeo mixto de capital público y privado es menos fácil que propicie ese tipo de abusos.

- ¿Un ejemplo de esos abusos?

- Se han dejado de investigar antibióticos porque son demasiado efectivos y curaban del todo. Como no se han desarrollado nuevos antibióticos, los microorganismos infecciosos se han vuelto resistentes y hoy la tuberculosis, que en mi niñez había sido derrotada, está resurgiendo y ha matado este año pasado a un millón de personas .

- ¿No me habla usted del Tercer Mundo?

- Ése es otro triste capítulo: apenas se investigan las enfermedades tercermundistas, porque los medicamentos que las combatirían no serían rentables. Pero yo le estoy hablando de nuestro Primer Mundo: la medicina que cura del todo no es rentable y por eso no investigan en ella.

- ¿Los políticos no intervienen?

- No se haga ilusiones: en nuestro sistema, los políticos son meros empleados de los grandes capitales, que invierten lo necesario para que salgan elegidos sus chicos, y si no salen, compran a los que son elegidos.

- De todo habrá

- Al capital sólo le interesa multiplicarse. Casi todos los políticos –y sé de lo que hablo- dependen descaradamente de esas multinacionales farmacéuticas que financian sus campañas. Lo demás son palabras…