viernes, 20 de julio de 2012

FARMAFFIA

Publicado por Miguel Jara el 18 de julio de 2012
El sábado por la mañana me leí de una sentada el último libro, ¡A dormir!, de Eduard Estivill, que con su apellido ha dado nombre a un “método” para hacer dormir a los bebés y también ha apellidado durante años la polémica.
No había leído otros libros suyos. Entiendo que este resume su método. De momento, como comentaba ayer en mi facebook me quedo con Ibón Olza. Estivill pone mucho cuidado en que su texto sea “científico” e intenta no herir sensibilidades pero en mi opinión no lo consigue. Lo que no puede ocultar el autor es cierto afán medicalizador. Estivill escribe en un capítulo sobre una de las enfermedades inventadas o exageradas, el Síndrome de las Piernas Inquietas (SPI).
Lo define bien: “una inquietud que origina una necesidad imperiosa de mover las piernas“. Se suele dar sobre todo por las noches por lo que a algunas personas les cuesta dormir. Comenta que es un problema “muy nuevo” pero no lo es tanto, yo recuerdo que a mi padre cuando yo era niño ya le sucedía eso, luego debe ser algo antiguo. Otra cosa es que haya ciertos intereses en convertir en enfermedad “formal” lo que es un “problema” menor en la mayoría de las personas que lo padecen, sin conocer además su origen (primero se crea el concepto, luego se medica para ello y ya averiguaremos si el problema es real y cómo surge). A esto es a lo que Estivill da validez en el par de páginas que dedica al asunto:
“Afortunadamente, hoy tenemos medicamentos específicos para el síndrome”. Estivill se muestra partidario de medicar a un niño que no se sabe qué es lo que le ocurre por mucho que se le haya puesto una etiqueta. “Es muy importante diagnosticar la enfermedad correctamente”, indica. Bueno, yo creo que lo que hay que hacer es averiguar de dónde viene el problema para intentar atajar sus causas. En el camino lo mismo nos encontramos que a lo mejor ni merece la pena ponerle un nombre. Que con el debido conocimiento se hará un buen diagnóstico y se decidirá qué tratamiento se ofrece. Vete tú a saber, lo mismo no hace falta tomar nada.
Es útil conocer cómo nació el Síndrome de las Piernas Inquietas en el año 2003 (¿es a esto a lo que se refiere con “muy nuevo” Estivill?). Steven Woloshin y Lisa Schwartz, de la Escuela de Medicina de Dartmouth (New Hampshire) lo han documentado. Los medios de comunicación comenzaron a publicar temas relacionados con el SPI justo después de que en 2003 la farmacéutica GlaxoSmithKline (GSK) lanzara una campaña para promocionar esta dolencia en un encuentro de la Academia Americana de Neurología. GSK estaba estudiando entonces el medicamento Requip (ropinirol), utilizado para tratar el Parkinson, en pacientes con Síndrome de las Piernas Inquietas y al tiempo lanzaba notas de prensa en las que aludía al gran número de personas que padecen este síndrome sin que los médicos lo diagnosticaran.
Woloshin y Schwartz analizaron los 33 artículos que trataban sobre el SPI publicados en la prensa tras la campaña de Glaxo y detectaron que los periodistas daban por buenas cifras de prevalencia muy elevadas no contrastadas. Además, exageraban los beneficios del tratamiento. Los periodistas no pararon de repetir cifras exageradas de prevalencia y la existencia de un fármaco mágico.
Estivill escribe que “es muy frecuente; un 10% de los niños de entre 3 y 12 años pueden padecerla en algún momento de su vida”.
También es interesante conocer cómo se ha difundido la enfermedad en España. En un correo electrónico publicado en la lista de discusión sobre medicamentos esenciales e-farmacos, Joan-Ramon Laporte, farmacólogo catalán de prestigio, catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona y jefe del Servicio de Farmacología del Hospital Vall d’Hebron proponía:
“como interesante ejemplo de algunas estrategias utilizadas para inventar o exagerar enfermedades (…) una visita a la web de la Asociación Española de Pacientes con Síndrome de las Piernas Inquietas, donde llaman la atención varias cosas: En la página inicial hay una totalmente ilegal oferta de atención gratuita a cambio de participar en estudios clínicos. El video muestra opiniones de dos supuestos expertos que son contradictorias en muchos aspectos; uno de ellos insiste mucho en mecanismos moleculares que implicarían la racionalidad de un tratamiento farmacológico. La vaguedad o ausencia de definición de una enfermedad. La generación de confusión entre síntoma, síndrome o enfermedad. La exageración del problema con imágenes de un caso extremo del síntoma. El abultamiento de la prevalencia de la supuesta dolencia y las citas de porcentajes sin población de referencia. La previsión, en los estatutos de la asociación, de acuerdos con instituciones privadas con relación directa o indirecta con el supuesto síndrome. La falta de citas bibliográficas consultables. A falta de citas de trabajos científicos, la referencia a la aprobación por la FDA [agencia de medicamentos estadounidense] de fármacos para el Síndrome de las Piernas Inquietas”.
En el libro La salud que viene narro las estrategias de marketing del miedo que la citada asociación de pacientes y los laboratorios, GSK entre ellos, desarrollaron en nuestro país para introducir la enfermedad y la medicación ad hoc. Claro que hay personas que pueden presentar síntomas similares a los descritos por la “literatura científica”. Pero lo que advertimos quienes escribimos sobre el fenómeno del disease mongering o tráfico de enfermedades es precisamente que hay laboratorios que crean nuevos conceptos de enfermedad para “explicar” -y tratar de medicar- lo que sienten algunas personas -ni mucho menos la mayor parte de las diagnosticadas con estas denominaciones-. Muchas de ellas están sanas. Y cuando se trata de niños jugar con esto es muy peligroso.

EN CUBA


Los retos de la Salud

Estudiantes extranjeros de la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas de La Habana. (Foto: Raquel Pérez)
Estudiantes extranjeros de la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas de La Habana. (Foto: Raquel Pérez)
Este jueves 5.694 jóvenes de 59 países de América Latina, Asia y África recibieron en Cuba el título que los acredita como médicos. La última vez que estuve en esa escuela internacional me encontré desde un compatriota tomando mate hasta una chica de Mongolia lavando su ropa.
Este año va a la cabeza Bolivia con 2.400 graduados, seguida de Nicaragua, Perú, Ecuador, Guatemala y Colombia. Pronto estos médicos regresarán a sus comunidades con la ilusión de sumarse a la lucha contra las enfermedades, aunque realmente sólo algunos lo lograrán.
En muchos países los colegios médicos ponen fuertes obstáculos para reconocer los títulos de la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas (ELAM). Conozco a una chica salvadoreña que lleva años esperando la convalidación a pesar de haber estudiado incluso una especialidad.
Debido a estas limitaciones algunos graduados dejan sus naciones y emigran a países desarrollados donde los reconocen como médicos generales, les permiten hacer una especialidad y más tarde trabajar con los mismos derechos que un galeno local.
La situación hace que el efecto del proyecto sea más modesto de lo esperado. Además ninguno de los países beneficiados lo apoya económicamente por lo que la carga de miles estudiantes extranjeros es para Cuba cada vez más pesada.
Por lo pronto, fuentes de la Salud Pública cubana me confirmaron que la matrícula de la ELAM se reducirá a la mitad y nadie sabe con seguridad cuántas graduaciones más se podrán celebrar.
Es una lástima porque sacar un chico o chica de su comunidad, convertirlos en médicos y regresarlos para que atiendan a los suyos es un proyecto muy humano. Lo comprobé cuando vi a los graduados de la ELAM atendiendo enfermos entre los kunas.
El problema es que Cuba lo financia con el presupuesto de la Salud Pública y allí las cosas no andan tan bien como para tirar manteca al techo. Los hospitales sufren de una escasez crónica producto de la falta de dinero, la dilapidación de los recursos y la corrupción.
En este mismo momento el director de un importante hospital de la capital y decenas de sus subalternos están presos por montarse "el negocio por cuenta propia" pero con los recursos del Estado, cobrando por servicios que incluían desde abortos hasta cirugía estética.
El asunto no debería sorprender a nadie porque toda la clase política tiene alguna parienta o amiga que se ha hecho una liposucción o puesto implantes mamarios. Hasta la Aduana -tan estricta para otras cosas- deja pasar las prótesis sin cobrar aranceles.
Viendo cómo queda la silicona se puede pensar que vale la pena, pero seguramente no cree lo mismo el enfermo que espera por un salón quirúrgico mientras las chicas de la farándula y las amantes de la gente importante se quitan barriga para volver a usar bikini.
Parece que en la Salud Pública no bastará un simple "ajuste del modelo", en realidad necesita una reforma de fondo que termine con las construcciones inútiles, la compra de equipos inservibles, el robo de los alimentos, el mercado negro de medicinas y la corrupción.
Ayudaría mejorar los salarios de los médicos, respetar las promesas económicas que les hicieron a los que cumplían misión en el extranjero, facilitar el ingreso de sus pertenencias al regreso, darles la posibilidad de comprar automóviles nuevos y crear cooperativas de viviendas.
Los recursos no hay que buscarlos muy lejos, basta con dedicar una pequeña parte de lo que los mismos cooperantes generan con su trabajo en otros países. Sobran razones para que el personal cubano de la Salud sea el sector "mimado" de la sociedad.
Y, si hace falta ahorrar más, bastaría aplicar los acuerdos del Congreso del Partido Comunista que orientan a realizar un análisis del gasto que implica cada campaña de solidaridad cubana y propone que dicha colaboración reciba, cuando sea posible, la compensación de los costos.
Con 70 mil médicos, Cuba tiene el capital humano para apoyar a otros pueblos tras una catástrofe, pero sus recursos económicos son tan escasos que parece lógico buscar financiamiento. El intercambio con Venezuela y la coordinación con Noruega en Haití son ejemplos de que eso es posible.
Esta premisa podría servir también para prolongar la vida de la Escuela Latinoamericana de Medicina. No parece excesivo solicitar a los gobiernos que cubran los gastos de manutención de sus alumnos y, sobre todo, que garanticen la convalidación de los títulos.