jueves, 30 de junio de 2011

Publicado por Miguel Jara

Hace unas semanas me enviaron un enlace con el blog de un doctor, Eduardo Cabau, psiquiatra, psicólogo y especialista en Medicina Ortomolecular, que se dedica a la Psicoterapia Integral Planificada, técnica terapéutica en la que se aúnan esas tres disciplinas. Escribía sobre tranquilizantes y sus verdades desconocidas para la mayoría. Le llamé, no hablamos mucho tiempo pero algunas de las cosas que me dijo corroboraron la seriedad que había leído en su página y su ausencia de dogmas -pese a haberlos sufrido- y su heterodoxia, algo que quienes me conocen saben que me gusta sí o sí:

“En la clínica diaria el DSM [Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales] no es realista –me diría-. Yo utilicé la versión III del manual en un hospital público en el que trabajé en mi época de residente. No tenía más remedio: ¡era la biblia! Pero luego, a lo largo de los años, me dí cuenta de que era una convención semántica útil en los congresos porque permitía llegar a ciertos consensos pero en la práctica clínica diaria no lo he echado de menos porque para entender qué problema puede tener una persona en el ámbito mental hay que conocer en profundidad sus circunstancias personales, sociales, familiares y laborales. Lo que el DSM está consiguiendo es que aunque toda la vida ha habido personas tímidas hoy se las diagnostica de fóbicas sociales. Siempre hubo personas tristes pero ahora se dice que sufren depresión. Y hoy a muchos niños se les considera hiperactivos cuando en la inmensa mayoría de los casos bastaría que dejaran de beber coca-cola para que les desapareciera esa ‘hiperactividad’. Y cada vez hay más personas bipolares o duales, es decir, diagnosticados de dos enfermedades psiquiátricas. ¿La consecuencia? Que cada vez hay más personas medicadas y con problemas de salud causados por los fármacos. De hecho la iatrogenia se ha convertido en la principal enfermedad con la que nos enfrentamos psiquiatras y médicos en general”.

Lo que más me llama la atención del artículo de Tubau es su excelente y realista análisis del proceso que sigue la fabricación y “penetración” en el mercado de un fármaco hasta su completa “perversión” (desviación de su fin), algo que hoy puede aplicarse a buena parte de los tratamientos, sobre todo los destinados a la “salud mental”. Todo ello me lo ha inspirado el debate surgido a raíz de los niños medicados por problemas de “conducta”:

1.- Fase de creación y prueba: Profesionales expertos, con casos bien estudiados, pero cuya evolución es negativa, prueban un determinado fármaco, para analizar su utilidad en dichos casos.

2.- Fase de campaña de marketing: Si la prueba es un éxito, arranca la campaña de marketing (información y difusión) del nuevo producto. Su objetivo, es descubrir nuevos casos y nuevas aplicaciones por parte de profesionales, que ya no tengan tanta experiencia y conocimientos en el tratamiento de la enfermedad en cuestión.

3.- Fase de penetración: A medida que el laboratorio difunde y expande más información sobre el producto, los profesionales que lo prescriben tienen un menor nivel de conocimientos especializados. La velocidad de “penetración”, es directamente proporcional a la “potencia” de la Industria Farmacéutica que haya detrás.

4.- Fase de banalización: En un determinado momento del proceso, si la presión expansiva continua, el fármaco franquea la barrera de la especialidad de origen y comienza a ser prescrito por especialistas de otras ramas clínicas. Es la llamada “banalización” (Dr. Aizpiri) del síndrome clínico y del fármaco en cuestión.

5.- Fase de explotación del éxito: Los laboratorios, a través de sus departamentos de marketing, empiezan a buscar otros síntomas o enfermedades diana a las que se les pueda aplicar el fármaco, para así aumentar su demanda y de paso, sus ingresos.

6.- Fase de descontrol: El fármaco puede llegar a ponerse de “moda”, siendo este el punto donde su diagnóstico y utilidad, está totalmente descontrolado, con el consiguiente aumento del daño potencial a sus consumidores.

Consultando con otras fuentes, en el caso de los antipsicóticos o neurolépticos parecen pensados para el control social, pero la realidad es que estos fármacos crean dos efectos superpuestos que son contrarios entre sí, por un lado producen apatía y aplanamiento psíquico, el paciente pierde el interés por todo y se convierte en un cero a la izquierda, una persona controlable, anula la personalidad, pero por otro lado ( y esto es lo que no reconocen los psiquiatras ni el fabricante) producen acatisia, una atosigante ansiedad de fondo y tensión interna (el paciente lo percibe como una tortura interna). La acatisia es el factor de fondo que provoca muchos suicidios, actos incontrolados de agresividad o incluso homicidios.

En el caso del metilfenidato (Ritalina, Rubifen, Concerta), ocurre algo parecido, lo venden oficialmente como un fármaco que mejora la concentración y disminuye la impulsividad, pero por otro lado es un estimulante. Muchos fármacos en psiquiatría producen el efecto contrario de lo que oficialmente se proclama, pero esto suele encubrirse. Por ejemplo, las pastillas para dormir inducen a dormir pero es un sueño de muy mala calidad, el paciente no obtiene un sueño reparador sino un duermevela que le va a hacer levantarse aun agotado.