lunes, 21 de mayo de 2018


El gen negro de los andaluces

Un colectivo promueve la visibilidad de la presencia permanente de africanos en el sur de la península

Ilustración de un hombre subsahariano frente a la bandera de Andalucía.Ampliar foto
Ilustración de un hombre subsahariano frente a la bandera de Andalucía. RAFFOLOGIA
La esencia de la negritud africana está en los andaluces. Forma parte de sus genes, queda acompasada junto al pálpito de la sangre gitana, cristiana, judía y musulmana. En el sur de la península Ibérica se mantiene una identidad forjada entre cinco fuentes culturales que unidas han enriquecido un territorio más considerado en el pasado como el norte de África. Esta es la diversidad que defiende el colectivo Asamblea de Andalucía, un grupo de intelectuales que, entre otras acciones, se ha marcado el objetivo de dar visibilidad a la historia de una comunidad fruto de la sinergia infinita de gentes.
"Estamos activando una parte de la historia silenciada intencionadamente. Las culturas cristiana, judía y musulmana siempre han sido las oficiales, pero hay que agregarle dos para hacer justicia; la negra y la gitana. No es casualidad que se hayan callado porque son las de abajo y por la vergüenza de la negritud vinculada a la esclavitud, pero llevan aquí siglos", apunta el catedrático de Antropología Isidoro Moreno, que pertenece al colectivo.
Un esclavo negro en un paso de la Semana Santa de Sevilla.
Un esclavo negro en un paso de la Semana Santa de Sevilla. 
Una vez recordado que la humanidad proviene de África, y en un somero repaso por la Historia, la presencia de africanos en Andalucía comienza durante el Imperio Romano, cuando llegaran a la bética como esclavos negros. "Una práctica incluso justificada y defendida en escritos filosóficos de tradición clásica que se extendió hasta la época medieval, cuando los árabes también compraban esclavos negros, y asumida igualmente por la tradición judaíca", resume Moreno, que ilustra como ejemplo que en los pasos de Semana Santa de Sevilla (esculturas que representan los pasajes de la vida de Jesucristo) aparecen esclavos negros sirviendo a los romanos.
Pero el punto de inflexión fue el final del siglo XIV, cuando las correrías de los portugueses por las costa occidental africana abrió durante cerca de cinco siglos la espita del mercado y la trata de esclavos negros hasta Lisboa, primero a Europa y posteriormente a las Américas. Pronto Sevilla y Cádiz se convirtieron en centros comerciales de trata de personas como mercancía, hasta que en estas ciudades andaluzas las población negra llegó a suponer más de un 10% de los residentes por periodos hasta el XIX.
Fueron cinco siglos de despoblación del África occidental, de secuestros de millones de personas desarraigadas de sus tierras, de capturas durante periodos de guerras, de ruptura de familias, de fractura de etnias como la wolof o la yoruba, de vidas arrasadas desde el Golfo de Guinea hasta el interior y el Congo.Se enriquecieron los blancos, y también los negros encargados de capturar por el continente esta valiosa pero gratuita mano de obra y recurso sexual. "Todos los blancos tenían esclavos, los nobles, los clérigos, los comerciantes, era lo normal", acuña Moreno. Una realidad que no se explica en los colegios ni en los libros de Historia.
Raúl Rodríguez (izquierda) y el músico maliense Habib Koité durante la grabación del proyecto 'The Song Summit', en Haití.
Raúl Rodríguez (izquierda) y el músico maliense Habib Koité durante la grabación del proyecto 'The Song Summit', en Haití.
“Es una verdad maravillosamente oculta. España ha tratado de esconder que hemos sido grandes esclavistas. Un delito contra la humanidad mantenido durante siglos que ha dado base a grandes fortunas y empresas capitalistas de países que hoy se consideran desarrollados”, declara Raúl Rodríguez, antropólogo y ponente en la charla Las cinco fuentes de la identidad andaluza, celebrada recientemente en Bollullos de la Mitación (Sevilla).
“Esto se ha borrado de todas las maneras, apenas hay vestigios oficiales que nos den en la escuela de nuestro pasado negro. Como la gente no nos ve oscura, se pregunta que dónde está. Pero es que somos nosotros. Yo tengo dos hijas mulatas y la más pequeña es prácticamente blanca. ¿Qué no sucederá varias generaciones después?”, añade el investigador y músico, especializado en la influencia cultural de la negritud en Andalucía.
"La evidencia más clara se ve en el compás madre de la bulería. Y hay una relación muy relevante también en la zarabanda, vinculada con los bailes de Sierra Leona, Liberia y otros países del Golfo de Guinea", apunta Rodríguez, que en un gesto de redimensionar estar realidades, enfatiza que cuando te quitan hasta las ropas, lo que queda de la persona es la cultura. "Aquí llegaron sus ritmos y sus músicas. Lo que tenían dentro", ilustra. Otros ejemplos de este legado cultural aparece en las menciones a la esclavitud en El Quijote de Cervantes, en los textos de Lope de Vega, o en figuras como Juan Latino, un esclavo que pasó a ser Catedrático en siglo XVI en Granada.
"Está fuera del sentido común que la presencia negra no influyera en las personas. Quizás no queda en lo que la gente considera alta cultura, y tampoco sale en los libros porque en su mayoría eran analfabetos. Incluso en las cofradías de negros había un blanco que era el que escribía las actas. Pero son poblaciones con siglos de antigüedad en Andalucía", aclara Moreno, que destaca su propio apellido como posible herencia de aquel pasado. "A la gente negra se le llamaba morena para no usar negro, y a los esclavos se les ponía apellido de blanco para marcar su propiedad", ejemplifica el catedrático.
Moreno asegura que en localidades onubenses de Niebla, Gibraleón o Cartaya todavía los mayores del lugar recuerdan los guetos de negros. Ya en la actualidad, la emigración ha devuelto las teces más oscuras a la bética desde la segunda mitad del siglo XX. "A la gente le puede resultar una novedad ver a negros por la calle, pero apenas hemos estado 200 años sin ellos. Si miramos varios siglos atrás, es una repetición, de otra manera por supuesto, y en menor número, de lo que ya ocurrió. Es un reflejo más del carácter pluriétnico de nuestra forma de ser y de nuestra identidad andaluza", concluye el profesor.

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El cerebro tiene una maduración muy larga
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El cerebro de los adolescentes: impaciente y estresado

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«El cerebro tiene una maduración muy larga y no acaba de formarse por completo hasta los veinte años», explica el profesor de los Estudios de Ciencias de la Salud de la
 UOC experto en neurociencia y psicobiología Diego Redolar. En cuanto al uso de las tecnologías que tanto preocupa a los padres, el experto recuerda que «puede modificar las estrategias que utilizamos en el procesamiento de la información» y que, por lo tanto, un niño que las haya utilizado desde muy pequeño tendrá un cerebro que trabajará «de forma diferente». No obstante, apunta que la estructura del cerebro no cambia, pero sí lo hacen las «estrategias cognitivas». «Aún no se sabe si esto es bueno o malo», considera Redolar, que añade que ahora los niños y los adolescentes «están acostumbrados a la inmediatez». En este sentido, apunta que cuando se produce una demora «su cerebro no está preparado para ello».Más estímulos y un contacto constante con las tecnologías: esta es una diferencia obvia entre los adolescentes actuales y los de hace veinte años, diferencia que a menudo preocupa a los padres por si puede afectar al desarrollo de los hijos. Sin embargo, ¿tienen que sufrir realmente por cómo pueden afectar las tecnologías al cerebro de los adolescentes? ¿Hay otros elementos que lo pueden afectar más? ¿Se puede proteger?
A su vez, Beatriz Gavilán, doctora en Neurociencias y neuropsicóloga y profesora colaboradora del máster universitario de Neuropsicología de la UOC, alerta que el uso excesivo de las tabletas o las redes sociales disminuye las exposiciones a una comunicación de tú a tú. «Si tú no te expones nunca a esta situación, es mucho más difícil que aprendas cómo se está en grupo», explica la doctora en Neurociencias, que recuerda que, si siempre te relacionas mediante las redes sociales, tendrás muchas más dificultades a la hora de estar en sociedad.
Si bien todavía no se sabe qué afectación exacta pueden causar las tecnologías en el desarrollo del cerebro, lo que sí se ha demostrado son las consecuencias negativas que produce el estrés. «Cuando se sufre estrés a largo plazo, el sistema da una respuesta a ello», explica el profesor, que afirma que esto puede afectar al desarrollo del cerebro. Mientras que el estrés en los adultos se suele relacionar con el trabajo, en los adolescentes se suele dar cuando perciben una falta de control en una situación que los preocupa. Algunos ejemplos podrían ser cuando los padres se separan, cuando hay desestructuración familiar y cuando se sufre acoso escolar (bullying). Ante estos hechos, el profesor recomienda a los padres que estén atentos a saber si su hijo sufre alguna situación vital estresante para poder intervenir en ella y evitar males mayores.

Otro de los factores que puede afectar al desarrollo del cerebro de un adolescente es el consumo de drogas, tanto las que se conocen como duras como las que se conocen como blandas. «Las drogas generan cambios en diferentes regiones cerebrales y modifican el funcionamiento de la corteza prefrontal, una parte de nuestro cerebro que en la adolescencia todavía no está completamente madura», alerta Redolar, que reivindica que se necesitan acciones dirigidas tanto a los adolescentes como a la sociedad para concienciar de los efectos negativos del consumo de alcohol, entre otras sustancias. Precisamente, el profesor recuerda que, aunque está muy aceptado socialmente, el alcohol es una droga depresora que puede afectar a algunas regiones importantes vinculadas a las capacidades cognitivas. En cuanto a la marihuana, el experto apunta que el tetrahidrocannabinol —más conocido como THC— puede tener efectos «muy marcados sobre la memoria». «Una vez el adolescente deja de consumir marihuana, es más difícil que su cerebro vuelva a la normalidad», expresa Redolar, que añade que puede tener un riesgo «más alto» de sufrir una enfermedad mental.