No pretendo con este texto debatir con el Sr. Noguera, aunque su entrevista haya sido el detonante. Para discutir sobre Psicoanálisis él debería saber algo del tema y no hay nada en su entrevista que lo haga suponer. Prefiero expresar, a mi modo de ver, la posición del Psicoanálisis en este tema que él ha suscitado.
Si la cuestión es si el Psicoanálisis es una ciencia, entonces habría que hacer también la pregunta de si las demás disciplinas psiquiátricas y psicológicas lo son. Hay un problema en este campo del saber, un problema epistemológico muy arduo, poco amable para un artículo periodístico, más cuando se trata de algo de lo que se podrían plantear las bases, pero para lo que no hay respuesta. Ni siquiera podemos decir si la habrá en el futuro, que suele ser la cantinela en ciertos espacios donde la ciencia se vuelve religión. No que sean lo mismo -¡Dios me libre!-, pero que en ciertos discursos, la ciencia funciona como una religión. No descartemos que en este problema, en este obstáculo epistemológico, se esté fraguando un cambio de paradigma, es solo una intuición.
Los neuro-científicos saben de este obstáculo -y los más honestos lo dicen-; saben que entre sus observaciones, sus experimentos y sus conjeturas del funcionamiento cerebral y la práctica psiquiátrica y psicológica, hay un abismo insalvado, no hay apenas nada en ese terreno que sea consecuencia de la investigación directa del cerebro. Se sabe bastante sobre el Alhzeimer o sobre el Parkinson gracias a esta investigación y alguna clínica hay para tratarlos, al menos sintomáticamente. Si se hacen autopsias, se ven los axones destrozados. Pero, cuando se habla de “esquizofrenia”, de “depresión”, etc…, ya no se ve nada, hay muchas conjeturas, pero no se sabe lo que pasa con eso. La mayoría de los psicofármacos han sido encontrados “de casualidad” –como tantas veces en la historia de la ciencia, por otra parte-. Buscando otras cosas, aparecían efectos. Pues, lo cierto es que, a veces, se producen efectos clínicamente interesantes, pero nadie sabe explicarlos. Los neurolépticos, la principal herramienta farmacológica para tratar las psicosis, tienen el mismo procedimiento funcional de hace 50 años: la intervención a nivel de la recaptación de los neurotransmisores. Además de que 50 años en cualquier especialidad médica es una enormidad, la intervención a ese nivel es tan vasta que difícilmente se puedan justificar los efectos que se asegura tienen. Porque, eso sí, tenerlos los  tienen. De hecho, los psicoanalistas que atendemos psicóticos los recomendamos (con ciertas precauciones, por supuesto, y como un apoyo a otro tipo de trabajo), pero nadie puede explicar seriamente por qué funcionan. Más allá del interés de vender medicamentos o cualquier otra cosa que se pueda convertir en mercancía, la ciencia tiene aquí un problema nada fácil de resolver. Por eso, decir así que el psicoanálisis no es científico es una banalidad si no entendemos en qué marco se deben plantear las cosas. Pero para eso hay que discutir en serio, no hacer propaganda.
Desde nuestra perspectiva, la cuestión del sujeto no tiene que ver con la biología, sino con el lenguaje. Hay corrientes en Neurociencia que están utilizando las premisas psicoanalíticas para orientar sus investigaciones: Eric Kandel (premio Nobel de Medicina 2000), Antonio Damasio o Pierre Magistretti, por citar algunos nombres prestigiados (ver A cada cual su cerebro. Plasticidad neuronal e inconsciente, de F. Ansermet y P. Magistretti). Nos honra y esto podría ser una credencial de prestigio y respeto para nuestra disciplina. Aun así, para el Psicoanálisis, el asunto sigue sin ser biológico. No que la biología no participe, claro, si no hay cerebro no hay humano, pero la cuestión la planteamos al revés: la enorme sensibilidad a los efectos del lenguaje que ese plano biológico tiene.
Es necesario aclarar que cuando digo lenguaje me refiero al lenguaje propiamente humano, tan diferente de cualquier lenguaje animal. La abeja exploradora trasmit e con un código a las obreras dónde están las flores, pero la exploradora no hace bromas, ni metáforas, su mensaje no suele fallar. El lenguaje humano está hecho de polisemias, lo que se dice siempre queda abierto al poder discrecional del oyente: no es sólo lo que se dice sino cómo se entiende. Aquí, probablemente, se encuentre el nudo del problema epistemológico: que el lenguaje en el que nos relacionamos las personas no puede convertirse en un lenguaje formal, donde cada concepto significa una y solo una cosa. La riqueza inabarcable del vínculo humano está fundada en esta capacidad de su lenguaje.
En otros términos, cómo hacer del sujeto un objeto (de conocimiento del sujeto mismo), sin que este objeto deje de ser un sujeto; porque si lo deja, ya no estamos conociendo un sujeto, sino un objeto. Lamento el galimatías, la culpa no es mía.
Que el asunto sea una cuestión de lenguaje quiere decir que hay una lógica que se encarna en el animal que habla, por el hecho de hablar. La gramática es una primera forma de esta lógica, y esta encarnación del lenguaje lo cambia todo; como mínimo hace que el animal humano, más que de un hábitat, esté rodeado de un contexto. Nuestra realidad es una realidad significativa: las situaciones nos afectan en tanto significan algo para nosotros en nuestra historia, en nuestro lugar social y familiar, que son otras tantas estructuras significantes que nos determinan, hasta cierto punto. Esto es clave. Los psicoanalistas trabajamos con esta perspectiva, con las significaciones inconscientes que las marcas de los otros nos han dejado y con la siempre posible respuesta del sujeto a esas determinaciones constituyentes. El discurso proferido por la persona las va poniendo en evidencia y su revelación abre la puerta a nuevas significaciones de esas experiencias que son el sujeto mismo. Historia y vínculo actual con el Otro se anudan en la sesión psicoanalítica. Tanto pensando en una consulta privada, como en una de los diferentes Servicios Públicos donde los psicoanalistas no faltan y hacen su labor sin renunciar a sus principios ni a las particularidades de la Pública.
Por todo esto, se puede decir que hay algo siniestro y profundamente reaccionario en muchas de estas perspectivas que proclaman la caducidad del Psicoanálisis (pese a quien pese, en España goza de buena salud, aunque no frecuente los candeleros) en nombre de la ciencia. Con ese modelo anticuado de ciencia se aspira a una utopía ominosa: el hombre y la mujer como máquinas bioquímicas, para las que se podrá encontrar la fórmula que las explique y cierre la cuestión de qué es ser humano o la descripción biológica acabada que permita manipularlo –con un algoritmo, con un adiestramiento o con una sustancia química-.
El enorme negocio que supone la idea de reducir todo lo que nos pasa a un desequilibrio bioquímico, que se pueda corregir con una pastilla que, a su vez, se pueda fabricar por millones, para todos igual, es la delicia del capitalismo y no hace falta que sea verdad, basta con que lo crea la mayoría. El Psicoanálisis no tiene esa posibilidad millonaria y masiva, sigue siendo una artesanía, caso por caso; un trabajo personal y comprometido de subversión de lo que nos viene dado, no para rechazarlo – cosa que no podría hacerse sin rechazarse a sí mismo- sino para reformularlo. Quizá por eso sea, últimamente, tan frecuente que recibamos estas críticas –por ser benevolente- virulentas e injustificadas. No ofrecemos un gran negocio, si alguien quiere ganar mucho dinero que se dedique a otra cosa.