miércoles, 20 de diciembre de 2017


El azar del cáncer (y lo que usted puede hacer para no favorecerlo)

El azar del cáncer (y lo que usted puede hacer para no favorecerlo)

Uno de los factores más determinantes del cáncer es el azar. Pero asumir esta realidad no quiere decir que no podamos hacer nada. Hay causas evitables, que se pueden prevenir, como la ingesta abusiva de ciertos alimentos y los malos hábitos.
LA LOTERÍA DE Babilonia’ es uno de los cuentos más inquietantes e hipnóticos de Jorge Luis Borges. Publicado en el libro Ficciones, el relato narra cómo este juego de azar se inició por un interés pecuniario de los participantes, pero al principio no tuvo mucho éxito. Entonces los organizadores decidieron intercalar números que, en vez de premiar al afortunado, suponían perder el dinero o sufrir castigos físicos. Esa incertidumbre relanzó el sorteo. Al ir popularizándose, la organización va adquiriendo poder y haciéndose más hermética. Al final acaba controlando el destino de todos sus participantes. Aunque el cuento puede enmarcarse dentro del género fantástico, hay veces que la ficción describe mucho mejor la realidad que la información veraz.
En la vida, sin quererlo, estamos sujetos a la suerte. Como cantaba Silvio Rodríguez en Causas y azares, el simple hecho de salir de casa supone la posibilidad de encontrarse con un amigo y pasar una tarde de cervezas y risas con la que no contabas, pero también arriesgarse a que te caiga un árbol en la cabeza, te atropelle un coche o alcance un meteorito. Todos son hechos con tan poca verosimilitud que lo más normal es que no sucedan. Por si acaso, cruzamos la calle con cuidado, respetamos los semáforos y esquivamos a las bicicletas por la acera. Hay veces que la probabilidad es difícil de evaluar y tomamos decisiones erróneas. Hay mucha gente que no coge un avión por miedo, sin embargo no tiene inconveniente en subirse a un ­automóvil. Las estadísticas nos dicen que es más factible sufrir una colisión en un desplazamiento corto, pero como los accidentes aéreos tienen más cobertura e impacto mediático que los de carretera, a la gente les da más respeto.
.
Hay otra lotería terrible a la que juegan todos los seres humanos y de la que no somos muy conscientes: el cáncer. Algunos estudios recientes demuestran algo que ya se sospechaba: uno de los factores más determinantes a la hora de sufrirlo es el azar. El cáncer no es una enfermedad, sino un conjunto de diferentes enfermedades que tienen en común que una ­determinada célula escapa del control general y empieza a proliferar. Ese aumento puede ser benigno e irrelevante, como un lunar o una verruga, o maligno; tanto que haga metástasis y se extienda a diferentes órganos. La causa que origina que una célula normal mute puede estar determinada por diferentes factores. Y uno de los principales es la (mala) suerte de que la mutación afecte a un gen determinado que controla su crecimiento. Asumir esta circunstancia ayuda a explicar ciertas cosas, como que a medida que ­envejecemos tenemos más papeletas de sufrirlo, ya que jugamos a la lotería más tiempo, o que una persona alta tenga más probabilidad que una de menor estatura, ya que tiene más células.
Hay que tener en cuenta que el azar también es cuantificable, y si tenemos muchos números, más nos puede tocar. La Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer, perteneciente a la OMS, elabora una lista de todos los compuestos y actividades en función de su carcinogenicidad. En la posición 1 se encuentran el tabaco, los materiales radiactivos, algunos productos químicos, pero también la carne procesada, incluyendo hamburguesas, salchichas y embutidos. Esto debería hacernos pensar: ¿es tan peligroso el plutonio como el jamón serrano? La respuesta es obvia, no. La lista solo dice qué compuestos aumentan la probabilidad de padecer esta terrible enfermedad, pero no cuánto la aumentan. Cincuenta gramos de plutonio pueden matar a toda su escalera de vecinos, pero la misma cantidad de jamón le puede sentar genial en un bocadillo. Lo que pasa es que si uno abusa de este rico manjar puede aumentar la probabilidad de contraer un cáncer colorrectal. Así que aunque el azar influye, eso no quiere decir que no podamos hacer nada. Por lo tanto, mi consejo es sortear las causas evitables; por ejemplo, ponerse crema solar para protegerse de la fuerte radiación solar, hacer ejercicio, no fumar, llevar una dieta equilibrada y, ante la menor duda, ir al médico. No juegue a la lotería de Babilonia, que si le toca, es peor.

Chimpancés y niños quieren ver que se hace justicia

Si alguien perjudica a otros, los humanos tendemos a querer que se le castigue para que no se vuelva a repetir su mala acción. Un equipo de científicos ha analizado los orígenes de esta motivación en unos experimentos con niños y con chimpancés y concluye que tanto los grandes simios como los niños a partir de los seis años quieren ver cómo el otro recibe el castigo.

<p>A partir de los seis años, los niños tienen la motivación de ver cómo el actor antisocial recibe la corrección. / ©Fotolia</p>
A partir de los seis años, los niños tienen la motivación de ver cómo el actor antisocial recibe la corrección. / ©Fotolia
Cuando una persona hace algún tipo de daño a otros, nace en los adultos la motivación de ver cómo se castiga a ese individuo para que no se vuelvan a producir situaciones de injusticia. Pero ¿qué sienten los niños y otras especies de primates ante estos casos? 
Un equipo internacional, liderado por el Max Planck Institute for Human Cognitive and Brain Sciences, ha estudiado los orígenes filogenéticos de esta motivación que subyace a la acción de castigar al que ha obrado mal. Por ello, han realizado una serie de experimentos con niños de cuatro a seis años y chimpancés. 

“Las raíces filogenéticas de la motivación por la venganza parecen comunes entre chimpancés y humanos a partir de seis años, ya que ambos están dispuestos a correr costes para continuar viendo cómo se castiga a un actor que previamente les ha retirado un elemento valioso”, señala a Sinc Nereida Bueno-Guerra, coautora del estudio e investigadora ahora en la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid. 
Los resultados, publicados en la revista Nature Human Behaviour, demuestran que tanto los chimpancés como los niños de seis años (pero no los menores de esa edad) escogen ver el castigo hacia el actor que ha actuado mal, incluso si esto supone un coste para ellos. Ambas especies compartimos mecanismos psicológicos similares destinados a buscar el castigo de aquellos que nos dañan. 
Según los científicos, el origen de los sistemas jurídicos, legales y morales se encuentra en una necesidad de castigo compartida entre ambas especies, que en algún momento de nuestra historia evolutiva se amplió para cubrir las situaciones en que son otros (y no solo nosotros) los afectados por un daño. “Esta ampliación tal vez se debe a los efectos de una larga historia de educación en valores empáticos y de cooperación”, recalca Bueno-Guerra, que era investigadora en la Universidad de Barcelona mientras se realizó el trabajo. 
Sin embargo, a diferencia de los humanos, los chimpancés no comparten la motivación de ver aplicar los castigos cuando ellos no han sido los perjudicados. En este caso, “la motivación de las personas por el castigo merecido incluye las situaciones que sufren terceras personas, lo que lleva a establecer mecanismos sociales como tribunales o declaraciones universales de derechos humanos”, apunta la experta. 
Experimentos en busca de venganza 
Para llegar a estas conclusiones, el equipo de científicos realizó unos experimentos en los que el sujeto (niño o chimpancé) aprendía que existían un actor prosocial (que le daba juguetes o comida) y otro antisocial (que le quitaba juguetes o comida). En el caso de los niños, estos actores eran marionetas y en el caso de los chimpancés eran personas (experimentadores). 

Para comprobar si los niños y los chimpancés realmente querían seguir viendo el castigo en la situación “invisible” –aquella en la que la acción desaparecía de su vista–, los científicos les pidieron que depositaran unas monedas en una caja para seguir viéndolo o en otra para dejar el telón caído, sabiendo que en el primer caso las perderían. Los animales tuvieron que abrir una puerta muy pesada que les daba acceso a otra sala. 
“Una vez que habían aprendido esto, veían como un tercer sujeto (otra marioneta/otro investigador) entraba en escena y comenzaba a pegar a cada uno de ellos por separado. En el momento de pegarle, en la condición "invisible" la acción podía desaparecer de la vista de los sujetos (en el caso de los niños, las marionetas desaparecían tras un telón tipo teatro, y en el caso de los chimpancés, los experimentadores se desplazaban hacia un sitio de la sala desde la cual el chimpancé no podía seguir viendo la acción) y en la condición "visible" el castigo continuaba sucediendo a la vista de los sujetos”, explica Bueno-Guerra. 
Así comprobaron que los niños de seis años y los grandes simios eligen seguir viendo el castigo hacia el actor antisocial. Los niños además mostraron una mezcla de expresiones faciales tanto de emociones positivas como negativas (sonreír y fruncir las cejas).
Los menores de seis años  comprendían la situación pero tenían dificultades para tomar decisiones al enfrentarse a situaciones morales complejas, seguramente por el entorno o el desarrollo cerebral. Estos hallazgos brindan una nueva perspectiva sobre la evolución del castigo como una forma de hacer cumplir las normas sociales y garantizar la cooperación. 
Referencia bibliográfica: 
Natacha Mendes et al. “Preschool children and chimpanzees incur costs to watch punishment of antisocial others” Nature Human Behaviour 18 de diciemb