jueves, 11 de enero de 2018



Marx y la medicina

Viento Sur


En su discurso ante al 19º Congreso Nacional del Partido Comunista de China, celebrado el pasado mes de octubre, el presidente Xi Jinping habló de "la verdad científica del marxismo-leninismo". El marxismo (con rasgos chinos), como siguió declarando el presidente Xi, ha de ser el fundamento de una China saludable. ¿Quién se atrevería hoy en día, en Occidente, a ensalzar a Karl Marx como garante de nuestra buena salud?
Marx murió hace tiempo. Falleció físicamente el 14 de marzo de 1883. Falleció metafísicamente en 1991, cuando la Unión Soviética desapareció dando lugar a un Estado ruso de nuevo independiente. El experimento comunista había trastabillado, flaqueado y, finalmente, quebrado. ¿Su legado? Como escribió Michel Kazatchkine en The Lancet el mes pasado, el sistema sanitario de la era soviética "se deterioró rápidamente" en sus últimos años, dando lugar a una "disponibilidad insuficiente de medicamentos y tecnologías médicas, instalaciones mal mantenidas, calidad menguante del servicio sanitario y descenso de la esperanza de vida".
Sin embargo, ¿es justo condenar a Marx a la cuneta de la historia de la salud? El 5 de mayo de 2018 se conmemora el bicentenario de su nacimiento. Es un buen momento para reevaluar la contribución de Marx a la medicina y descubrir si su influencia es tan nociva como parece sugerir el sentido común contemporáneo.
La medicina y el marxismo tienen historias imbricadas, cercanas y respetables. La salud pública fue la comadrona del marxismo. La condición de la clase obrera en Inglaterra (1845), de Friedrich Engels, contribuyó a desvelar el coste humano del capitalismo. El ex redactor jefe del New England Journal of Medicine, Bud Relman, acuñó el término "complejo médico-industrial", haciéndose eco de los temores marxistas sobre la mercantilización de todo lo que con más esmero cuidamos en la vida. Howard Waitzkin lo formuló de este modo en un artículo de 1978 publicado en Annals of Internal Medicine, titulado "Una visión marxista de la atención médica":
El enfoque marxista duda de que puedan producirse importantes mejoras en el sistema sanitario sin un cambio fundamental del orden social en general.The Economist, difícilmente calificable de bastión del pensamiento de izquierda, escribió hace unos meses que "hay muchísimo que aprender de Marx. En efecto, gran parte de lo que dijo Marx parece adquirir mayor relevancia en nuestros días." Wolfgang Streeck, en su libro titulado con ánimo provocador How Will Capitalism End? (2016), emplea metáforas médicas para describir las "multipatologías" a que se enfrenta el capitalismo desde la crisis financiera mundial de 2007. El capitalismo ha acumulado un montón de flaquezas y ha agotado su arsenal de remedios, señala.
Fue un ex economista del Fondo Monetario Internacional, Ken Rogoff, quien escribió en 2005 que "la próxima gran batalla entre el socialismo y el capitalismo se librará en torno a la salud humana y la esperanza de vida". La primera ministra británica, Theresa May, ha dicho que el capitalismo es "el mayor agente de progreso humano colectivo que jamás se ha creado". Sin embargo, cada vez más personas, especialmente las generaciones más jóvenes, creen que una economía basada exclusivamente en el libre mercado no es necesariamente el mejor medio para crear sociedades más justas o más sanas. La nueva primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, afirmó el mes pasado que "si permites que los mercados decidan el destino de tu pueblo…, no le estás haciendo un favor al país o al pueblo". Las ideas marxistas han vuelto a entrar en el debate político.
Como expone Terry Eagleton en Why Marx Was Right (2011), el marxismo no trata de la revolución mundial violenta, dictaduras tiránicas ni fantasías utópicas irrealizables. Pienso que Marx interesa a la medicina por tres razones. En primer lugar, Marx plantea una crítica de la sociedad, un método de análisis, que permite explicar tendencias inquietantes de la medicina moderna y de la salud pública: la privatización de la sanidad, el poder de las élites profesionales conservadoras, el crecimiento del tecnooptimismo, el filantrocapitalismo, la importancia de los factores políticos determinantes de la salud, las tendencias neoimperialistas de la salud mundial, definiciones de la enfermedad en función del producto y la exclusión de comunidades estigmatizadas de nuestras sociedades. Estos aspectos de la sanidad del siglo XXI se estudian e interpretan mejor con una lente marxista.
En segundo lugar, el marxismo defiende un conjunto de valores. La libre autodeterminación del individuo, una sociedad igualitaria, el fin de la explotación, mayores posibilidades de participación pública en la adopción de decisiones colectivas, la negativa a aceptar la predeterminación de la naturaleza humana y la afirmación de nuestra capacidad de cambiar y un sentido de la interdependencia e indivisibilidad de nuestra humanidad común. Finalmente, el marxismo es un llamamiento a comprometerse, una invitación a unirse a la lucha por proteger los valores que compartimos. No hace falta ser marxista para apreciar a Marx. Ahora que se aproxima el bicentenario de su nacimiento, podemos estar de acuerdo en que la medicina tiene mucho que aprender de Marx.

Conmovedor mensaje a los jóvenes que se incian en la profesión | 05 ENE 18

Carta a los médicos residentes

Las palabras del Dr. Jorge Dietsh a los residentes del Hospital Regional de Mar del Plata Dr Oscar Alende en la despedida del año son un llamado a la consciencia de toda la comunidad profesional. ¿Cómo podemos disfrutar de una profesión que nos sumerge en el padecimiento y el dolor humanos
Autor: Dr. Jorge Dietsch Fuente: IntraMed 
Una escritora canadiense, Anne Michaels, en un hermoso libro, hace plantar flores a su protagonista.  De noche, a la luz de una lámpara y como si cometiera un delito, Jean coloca plantas en lugares públicos.  Lo hace para que, cuando florezcan, quien pase por allí perciba un aroma que le recuerde algún momento feliz de su vida.  Lo hace pensando en los inmigrantes, para que recuerden a su patria, a su infancia.
El Pastor, un personaje del libro “Todos los nombres”, de José Saramago, tiene una conducta extraña: en un cementerio, cambia las lápidas de lugar.  Y dice que hace eso para que los vivos se confundan.  Rezarían entonces ante la tumba de un muerto que no es el suyo, y ese muerto recibiría una oración inesperada.  Ninguno de ellos se quedaría sin una plegaria.
Llamé a esto, “algunas formas distintas de dar”. 
Yo no vi a los residentes de nuestro hospital plantar flores ni cambiar lápidas de lugar, pero sí los vi correr por los pasillos con un paciente en la camilla, buscando desesperadamente un ascensor para bajarlo a Terapia o al Shock Room. Los vi preparar un ateneo mientras controlaban, al mismo tiempo, el goteo de un suero con dopamina.  Los vi intentar devolver el alma que había huido del cuerpo de un paciente, pero que aún estaba allí, como esperando que ellos la pusieran de nuevo en su lugar.  Los vi comprometerse a fondo con los pacientes y pelear por ellos para conseguirles un turno en el quirófano, un estudio que el hospital no tiene, un medicamento necesario. Ese compromiso que se adquiere con firmeza cuando se trabaja en un medio adverso, en el que uno pone al paciente sobre  sus espaldas y avanza con él a cuestas. Cuando el esfuerzo por conseguir algo le otorga valor a lo que se obtiene. Cuando se construye con ese esfuerzo el interior de la persona, un interior apasionado, (por lo que hace y por lo que ama).
Los vi vestirse de alegría a pesar de la pena. Celebrar la vida aún en el dolor. Y los vi ponerse de novios y tener hijos, y los vi crecer y madurar...
Varias veces les mencioné al escritor checoeslovaco Julius Fucik, que en la cárcel, condenado a muerte por el nazismo, escribió en unos papeles que le daba a su mujer con la complicidad de un carcelero, un libro que ella publicó más tarde.  En ese libro dice: “Por la alegría he vivido, por la alegría he ido al combate, por la alegría muero, que nunca la tristeza sea atada a mi nombre”. Yo les mencioné a Fucik, simplemente por el temor de que algún día perdieran la alegría.   Porque sin ella, es muy difícil ser profesional de la salud.  Uno puede serlo, pero ser médico y al mismo tiempo ser feliz, sin la alegría es casi imposible.
¿Pero cómo podemos disfrutar de una profesión que nos sumerge en el padecimiento y el dolor humanos?  
Y aquí quiero recordar al queridísimo amigo y maestro Paco Maglio, que tanto nos enseñó, y que falleció hace pocos días, el 16 de este mes de mayo.  El decía que en la Historia Clínica, el sustantivo es la historia.  Que la clínica es el adjetivo.  Que lo esencial es la historia.  En la historia de un paciente está su vida, y si aprendemos a escucharla, en una sola vida, la nuestra, podremos vivir muchas vidas.  Tenemos la gracia de haber recibido ese don.  De poder escuchar al otro.  Paco decía que el consultorio debía de llamarse escuchatorio.
Hace pocos días les leí a los residentes de clínica el poema de Konstantinos Kavafis(1863-1933, Alejandría, Egipto) “Itaca”. Itaca, la isla de la que partió y a la que volvió Ulises, después de muchos años de aventuras y peripecias.  El poema dice así:
Si vas a emprender el viaje hacia Itaca,
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencia, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes,
o al airado Poseidón nunca temas,
no hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones y a Cíclopes,
ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.
Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer, felizmente
arribes a bahías nunca vistas;
detente en los emporios de Fenicia
y adquiere hermosas mercancías,
madreperla y coral, y ámbar y ébano,
perfumes deliciosos y diversos,
cuanto puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes;
visita muchas ciudades de Egipto
y con avidez aprende de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Más no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Itaca te enriquezca.
Itaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.
Aunque pobre la encuentres, no te engañará Itaca.
Rico en saber y en vida, como has vuelto,
comprendes ya qué significan las Itacas.

No teman a Lestrigones ni a Cíclopes, ellos no existen.  Sólo existen dentro del alma de uno, si uno les da un lugar y los construye.  Y de las personas, ahí sí, existen los malvados.  Cuando se enfrenten a uno, tampoco teman.  Piensen que debajo de su ropa está desnudo.
En Mar del Plata hubo un obispo, Monseñor Eduardo Pironio, hoy en proceso de beatificación, que en un artículo (Meditación para los tiempos nuevos) de 1977, escribió:“…vivamos con intensidad y amor esta única hora nuestra.  Ni nos debe asustar, ni podemos dejarla pasar sin asumirla plenamente con la alegría de la fidelidad.  …Es la alegría de vivir ahora y de preparar para las generaciones nuevas tiempos fuertes y fecundos”.  (Y él decía estas cosas en tiempos en que era amenazado de muerte por la triple A).     
Quiero decir con esto que no debemos tener temor de intentar que el mundo, o la pequeña parte del mundo en que nos toque estar, sea del tamaño de nuestros sueños.  Y vivir con intensidad y amor nuestra única hora.
Hagamos las cosas que nos proponemos. “Demos a los demás, al menos, la posibilidad de que nos critiquen”. (Kübler Ross).
José Saramago le dijo a Pilar del Río, la mujer que lo acompañó en los últimos 25 años:
“Se eu tiresse morrido aos sesenta e tres anos antes de te conhecer, eu teria morrido muito mais velho do que serei quando eu morrer”            
“Si yo hubiera muerto a los sesenta y tres años antes de conocerte, habría muerto mucho más viejo de lo que seré cuando me muera”.
Es decir que, para el querido José, el amor lo hizo más joven. Y agreguemos que no sólo el amor de la pareja, el amor erótico, sino el amor en general, el amor evangélico (“Un solo mandamieno os dejo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado”), será nuestra manera de vivir siempre con un corazón joven, con un alma joven. Creyendo siempre que el amor y la solidaridad nos harán no sólo trabajar mejor sino también más felices.
Y al fin, unas breves palabras del poeta mexicano, Jaime Sabines.
“No les deseo nada para el porvenir.  Deseo que puedan hacerse un pasado feliz.”  

  
El Dr. Jorge Dietsch se ha desempeñado como jefe de docencia e investigación del Hospital General de Agudos Dr. Alende de Mar del Plata, es un incansable educador en valores humanísticos en medicina. Ha escrito libros de literatura, trabajos científicos y columnas de opinión.