martes, 14 de junio de 2016

ESTO ES UNA LOCURA TOTAL

Réplica a Peter Gøtzsche y su ataque a la psiquiatría

Peter Gøtzsche es un médico internista que publicó un primer libro contra la industria farmacéutica, 'Medicamentos que matan', y acaba de publicar ahora otro contra la psiquiatría y los psiquiatras, 'Psicofármacos que matan y denegación organizada'. 
.Foto: Pixabay
Foto: Pixabay

Peter Gøtzsche no tiene formación ni experiencia psiquiátrica asistencial y cuando un psiquiatra con experiencia oye lo que dice o escribe este autor, tiene una sensación que yo supongo que tiene que ser parecida a la que tiene un padre o una madre cuando un sacerdote les dice cómo educar a los hijos o cómo vivir la sexualidad; la sensación de que no sabe de lo que habla, vamos.
Gøtzsche tiene una ideología y busca los datos que le convienen para servir a esa ideología, en un claro ejemplo de lo que se llama 'sesgo de confirmación', es decir, de coger los estudios o datos que coinciden con su planteamiento ideológico mientras se rechazan o ignoran los que no concuerdan. He criticado anteriormente su falta de rigor, que se demuestra claramente en la diferente forma en que trata a los psicofármacos y a la psicoterapia.
Los datos que tenemos indican actualmente que la psicoterapia no es más eficaz que los antidepresivosque existe un sesgo de afiliación, es decir, que los terapeutas favorecen en los estudios a la terapia que ellos practican, y que el sesgo de publicación (es decir que cuando en los estudios no sale lo que queremos, los guardamos en un cajón) es similar en estudios de psicoterapias al que existe en estudios de antidepresivos.
El mismo Gøtzsche reconoce en este nuevo libro que todas las psicoterapias funcionan igual, incluidas las que realizan estudiantes sin ninguna formación en Psicología. A pesar de eso, como es partidario de la psicoterapias, rechaza los antidepresivos y perdona a las psicoterapias todas sus carencias. Para una crítica más extensa ver esta entrada. Aquí voy a argumentar que, además de poco riguroso, Gøtzsche es incoherente.
En la entrevista que ha publicado ConsumoClaro, defiende el tratamiento de las psicosis con benzodiacepinas: "Todos los pacientes, hasta el momento, me han dicho que preferirían una benzodiazepina. Y les comprendo, ya que las benzodiazepinas no son tan tóxicas y peligrosas como antipsicóticos". Sin embargo, voy a transcribir a continuación lo que el propio Gøtzsche dice de las benzodiacepinas en su libro 'Medicamentos que matan' (pag.315):
"En la década de los sesenta los médicos creían que las benzodiacepinas eran inofensivas, por eso las recetaban para prácticamente cualquier dolencia. En el punto álgido de su uso, las ventas eran equivalentes a que el 10% de la población danesa las tomara, algo extraordinario debido a que sus efectos desaparecen al cabo de unas semanas porque se genera dependencia al fármaco y porque son altamente adictivas y provocan un gran número de daños. 
Los ensayos son sesgados, pero lo que nos permiten observar es que si se toman como somníferos -cuando aún tienen efecto, es decir, antes de que generen tolerancia- se produce un aumento del tiempo del sueño de quince minutos en los ancianos que padecen insomnio pero a la vez se multiplican por cinco los pacientes que presentan accidentes cerebrales, por tres los problemas psicomotrices y por cuatro los casos de fatiga durante el día.
Los pacientes que toman estos fármacos tienen también un riesgo elevado de sufrir caídas y accidentes de tráfico; un estudio descubrió, además, que las benzodiacepinas hacen aumentar asimismo el riesgo de demencia en cerca de un 50%."
Bueno, celebro que ahora esté dispuesto a que los psicóticos tomen un veneno como las benzodiacepinas, que parece que no lo era tanto; tal vez en el próximo libro nos diga que los antipsicóticos no son tan malos... Pero lo que ya es una afirmación esperpéntica es esto: "Sé de psiquiatras eminentes en varios países que nunca han usado un antipsicótico para tratar una psicosis. Solo han aplicado la psicoterapia, la empatía y el amor.”
Por supuesto, hay psicosis que pueden remitir espontáneamente o que responden a psicoterapia, benzodiacepinas o simplemente a placebo, pero también hay psicosis que se cronifican y no responden a ningún tratamiento de los conocidos hasta la fecha. Y en medio de estos dos extremos hay una mayoría en los que es imposible evitar el uso de antipsicóticos, especialmente en las fases agudas de descompensación. 
Cuando Gøtzsche publique en alguna revista científica un estudio en el que demuestre cómo cura las psicosis graves con amor y empatía, deberemos hacerle caso. No antes.
Es un tema abierto y discutible cuánto tiempo usarlos, pero nadie que trate psicosis graves puede dejar de reconocer que no hay alternativa a los antipsicóticos en muchas fases de la enfermedad. Decir que las psicosis graves se curan con empatía y amor es un insulto no ya a los psiquiatras -que según el estereotipo somos todos idiotas o malvados, o ambas cosas- sino a la ciencia, a la inteligencia, a la historia, a los pacientes y a sus familias. 
Puedo dar fe de que a la mayoría de los pacientes que he tratado a lo largo de mi carrera no es precisamente amor lo que les ha faltado y sigo siendo testigo delsufrimiento de sus familias. Pero el problema de Gøtzsche es que no cree en el fondo que exista la enfermedad mental grave, un trastorno de la mente que el paciente no puede controlar, que genera un gran sufrimiento y que justifica el empleo de medicamentos que tienen efectos secundarios, sin duda, y que ojalá fueran mejores de lo que son, pero que son la mejor alternativa disponible. 
Personalmente no entiendo que Peter Gøtzsche sea un gurú para mucha gente y reciba el bombo y platillo que se le está dando. Escribir libros es muy fácil, pero otra cosa muy distinta es atender a los pacientes y sus familias. Cuando Gøtzsche publique en alguna revista científica un estudio en el que demuestre cómo cura las psicosis graves con amor y empatía, deberemos hacerle caso. No antes. 


El rápido viaje del miedo en la amígdala cerebral

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Por primera vez, un equipo internacional de científicos ha demostrado que la amígdala cerebral humana es capaz de extraer información de manera ultrarrápida sobre posibles amenazas que aparecen en la escena visual. Con el estudio de amígdalas de pacientes que tenían implantados electrodos en estas regiones para diagnosticar epilepsia, los expertos han conseguido nuevos datos sobre cómo viaja la información entre el circuito visual y el emocional. 

<p>Imagen cerebral en la que aparecen coloreadas la amígdala (azul) y el hipocampo (amarillo). / Stephan Moratti</p>
Imagen cerebral en la que aparecen coloreadas la amígdala (azul) y el hipocampo (amarillo). / Stephan Moratti
La amígdala es una estructura clave en el procesamiento de las emociones que forma parte del sistema límbico. A diferencia de la corteza –parte externa que cubre los dos hemisferios y donde se localizan las funciones cognitivas superiores como el procesamiento visual o el lenguaje–, la amígdala se sitúa en la parte interna del cerebro. “Su localización es privilegiada; es una de las estructuras más populares, al conectar y recibir conexiones de varias áreas en distintos niveles, y ser capaz de desencadenar cambios fisiológicos o respuestas del sistema nervioso autónomo”, explica Constantino Méndez-Bértolo, investigador del Campus de Excelencia Internacional Moncloa de la Universidad Complutense (UCM) y la Universidad Politécnica de Madrid (UPM). Sin embargo, esta ubicación, en la parte interna del cerebro, dificulta su estudio con las técnicas habituales de neuroimagen. 
Para diagnosticar dolencias como la epilepsia, los neurocirujanos implantan electrodos en la amígdala. En un estudio publicado en Nature Neuroscience, los científicos han contado con la colaboración de once pacientes ingresados en el Hospital Ruber Internacional (Madrid) que tenían implantados electrodos en esta región cerebral. 
El análisis de las amígdalas les ha permitido conseguir la primera prueba directa en seres humanos de que esta área, por sí misma, puede ser capaz de extraer información muy rápido respecto a posibles amenazas o estímulos biológicamente relevantes en la escena visual, antes de recibir la información visual más fina procesada en el neocórtex. 

Además de la emoción, los investigadores tuvieron en cuenta la frecuencia espacial de las imágenes, que representa la magnitud de los cambios de luz de un punto a otro. Los autores proyectaron fotografías normales –en todo el espectro de frecuencias– junto con imágenes formadas solo por los componentes de baja o de alta frecuencia espacial. 
Para llegar a estas conclusiones, los científicos realizaron dos experimentos. En el primero, los pacientes tenían que responder, mediante dos botones, si la imagen que les presentaban con una emoción determinada (miedo, alegría o neutra) pertenecía a un hombre o a una mujer. 
Las de baja frecuencia aparecen como borrosas –se distingue si los ojos o la boca están abiertos o cerrados, pero no los detalles–, mientras que en las de alta frecuencia se aprecian muy marcados los rasgos faciales. 
Un camino con dos rutas 
Para que toda esta información viaje desde el circuito visual al emocional existen dos vías. Una va directamente del tálamo a la amígdala, compuesta por neuronas magnocelulares y por la que solo viajan componentes de baja frecuencia espacial. La otra viaja del tálamo a la corteza occipital, donde comienza el procesamiento visual clásico, y está compuesta por neuronas tanto magnocelulares como parvoceluares, en las que se analizan ambos tipos de frecuencia. 
Lo que los autores han descubierto es que la información gruesa que la amígdala maneja sobre la escena visual –antes de que le llegue la información desde la corteza– la hace sensible a estímulos biológicamente relevantes, como podría ser la expresión de miedo de una persona que se encuentre cerca, que pone en alerta al individuo para buscar dónde está el peligro.
“Partíamos de la hipótesis de que, si la amígdala presenta una respuesta emocional temprana, esta será mayor para la emoción negativa y ocurrirá siempre que haya frecuencias espaciales bajas en la imagen, ya que la información llegaría desde el núcleo del tálamo a través de neuronas magnocelulares, que no transportan información de alta frecuencia”, señala Méndez-Bértolo, autor principal del trabajo.
Aplicación en el trastorno de ansiedad 

En el segundo de los experimentos, los pacientes observaron imágenes neutras y otras extremadamente desagradables y tenían que indicar si las escenas transcurrían en interior o exterior. Los resultados, comparados con los de la primera prueba donde solo se procesaban caras, reflejaron que, en el caso de escenas visuales más complejas, no se registraba una respuesta temprana.
Mediante los registros eléctricos intracraneales, los investigadores comprobaron que la amígdala, además de dar una respuesta emocional tradicional ante las imágenes de bajo y alto nivel de frecuencia, presenta una respuesta emocional muy rápida (anterior a los 100 milisegundos) ante los estímulos negativos con bajas frecuencias espaciales.
Estos nuevos datos sobre cómo viaja la información entre el circuito visual y el circuito emocional pueden ayudar al tratamiento de trastornos emocionales como la ansiedad, donde la amígdala desempeña un papel fundamental.
“Gracias a este estudio podemos considerar con más importancia el procesamiento visual temprano e inconsciente y los efectos que puede tener en nuestro organismo. Nos permite entender mejor por qué el miedo, muchas veces, está fuera de nuestro control voluntario”, mantienen los autores.
En la investigación, dirigida por el Laboratorio de Neurociencia Clínica de la UPM y en la que participa el departamento de Psicología Básica I de la UCM, también han colaborado la Universidad de Londres (Reino Unido), la Universidad de Ginebra (Suiza) y el Centro de Investigación de Alzheimer Reina Sofía (Madrid).
Referencia bibliográfica:
Constantino Méndez-Bértolo, Stephan Moratti, Rafael Toledano, Fernando López-Sosa, Roberto Martínez-Álvarez, Yee H Mah, Patrik Vuilleumier, Antonio Gil-Nagel y Bryan A Strange. “A fast pathway for fear in human amygdala”, Nature Neuroscience, 13 de junio de 2016. DOI: 10.1038/nn.4324.
Bryan Strange y Stephan Moratti dirigieron a Constantino Méndez-Bértolo en su beca predoctoral PICATA desarrollada en el Campus de Excelencia Internacional Moncloa (UCM-UPM).