Carta abierta a Rosa Montero

Señora Montero:
A estas alturas
ya habrá leído los varios artículos de científicos, médicos y
periodistas que le recriminan el nulo rigor de su columna ' Consumidores engañados y cautivos' publicada en El País Semanal.
Siendo usted una escritora respetada y querida, su texto
ha reverberado como una bomba lanzada sobre la labor de miles de
divulgadores científicos. Una bomba cargada de errores y falsas
causalidades que solo puede entenderse por eso mismo que usted menciona
en su texto: porque vivimos en una sociedad acientífica. De ahí, sin
duda, que en este país se conciba la ciencia como algo ajeno a la
cultura, un terreno en el que se puede alardear de una cierta incultura
que en ningún caso sería admisible en otros campos del conocimiento
como, por ejemplo, la geografía o la historia.
Empieza su texto con un error flagrante. Dice que la Revolución Verde
fue posible gracias a la ingeniería genética. Falla por dos décadas (el
primer transgénico es de principios de los 80), y relaciona fenómenos
que nada tienen que ver. Dice usted que comemos transgénicos que, en
realidad, nadie come (porque no están en el mercado), y los relaciona
con la intolerancia al gluten (cuando, fíjese qué paradoja, si se
comercializase la harina transgénica, podríamos tener ya harina sin
gluten en los supermercados).
Carga usted contra
quienes tratan de desacreditar la homeopatía, una pseudoterapia sin más
propiedades curativas demostradas que la oración o las patas de conejo.
Se pregunta a qué se debe esta "campaña" que, de un tiempo a esta parte,
se esfuerza en acorralar la homeopatía y sacarla de las farmacias y los
centros médicos. ¿No será que la (indudablemente) poderosa industria
farmacéutica está moviendo los hilos, pagando por unos estudios,
saboteando otros y manipulándonos, en definitiva, a todos?
La homeopatía, eso es cierto, carece de efectos secundarios, como
también carece de ellos el beso de una madre o las palabras cariñosas de
un amigo. Y, de la misma manera que los demás placebos, tampoco la
homeopatía ha superado un ensayo clínico, jamás ha pasado un test de
doble ciego en condiciones rigurosas. En definitiva: la homeopatía nunca
ha demostrado poseer unas propiedades curativas superiores a un abrazo.
La diferencia, y de ahí la "campaña", es que nadie cobra por los
abrazos. Esa y que a ningún enfermo se le ocurre abandonar una terapia
científica para ver si el cariño le cura por más que se lo recomiende el
médico de cabecera.
Pero lo que motiva este
artículo no es la detallada revisión de las imprecisiones del suyo, eso
lo harán otros mucho mejor. Lo que motiva este texto es aquello que le
decía al principio: el reverberar de la bomba.
Verá, en este país hay mucha gente que se dedica, de forma profesional o amateur,
a popularizar la cultura científica. Muchos son periodistas; otros, la
mayoría, son profesores universitarios que, entre su labor docente y la
investigadora, sacan tiempo de donde no lo tienen para explicar a niños y
adultos que la ciencia es una arquitectura intelectual enormemente
compleja que ha hecho posible buena parte de los grandes avances de
nuestro mundo. Una herramienta que resultará decisiva para afrontar los
grandes retos del futuro de la humanidad, como la superpoblación o el
calentamiento global y sus consecuencias.
Es, me
parece, una labor importante porque, en una sociedad científica y
tecnológica como la nuestra, un mínimo conocimiento en estos campos
resulta fundamental para no ser manipulados por unos y por otros. Cada
vez que votamos, entran en juego conceptos estrechamente relacionados
con la ciencia como son el modelo productivo (¿conocimiento o sol y
playa?), el modelo energético, la política alimentaria, el desarrollo
urbanístico, la educación o la sanidad.
Hay miles de
personas, le decía, escribiendo artículos, realizando programas de radio
y de televisión, haciendo podcast y blogs con el objetivo de que esta
sociedad acientífica lo sea un poco menos. Es, en muchos casos, una
labor exasperante porque la resistencia de la sociedad es enorme (por
culpa, entre otras cosas, de artículos imprecisos que se diseminan por
las redes sociales de manera mucho más efectiva que su desmentido). Es
una labor exasperante porque implica luchar contra la fe, y la fe, ya se
sabe, desprecia las pruebas. Igual que la medicina alternativa. De lo
contrario, como canta el gran Tim Minchin, sería simplemente medicina.
Un saludo y gracias por su tiempo.