Las hay finas, largas, aguileñas, torcidas, chatas o respingonas.
Pero toda clase de nariz tiene algo en común: puede desvelarle síntomas
de su estado de salud. El órgano nasal no es solo el centro de la cara y
la base de los cánones de belleza. La forma, el color, la textura, el
olfato y la temperatura tienen mucho que decir a la hora de detectar
trastornos y patologías. El color verde o amarillo de la mucosidad es la
señal inconfundible de fiebre o sinusitis, tanto como que el tamaño
prominente de la nariz masculina invite a perpetuar la especie o que la
temperatura nasal se enfríe a causa de un trastorno de ansiedad o porque
miente buscando excusas.
Color y grosor: no confunda mucosa y moco
La
mucosa corresponde a la piel que recubre la nariz por dentro, y la
mucosidad son las secreciones, conocidas como mocos. La mucosa nasal
aporta mucha información sobre el estado de salud. El tejido interno de
la nariz puede ser defectuoso como síntoma de casos de enfermedad
genética, como la fibrosis quística —con abundante moco, sinusitis y
pólipos internos— o una enfermedad rara como la
disquinesia ciliar primaria. El color y turgencia de la mucosa pueden sugerir infecciones virales generalizadas, como los catarros, o trastornos alérgicos.
En condiciones normales, el revestimiento nasal interno presenta un
color rosado y es fino, está hidratado y deja espacio suficiente para el
paso del aire y para que las moléculas odoríferas lleguen a los
receptores. “Una coloración pálida, azulada o blanquecina, con un
aumento del grosor, es muy típica de pacientes alérgicos al polen, los
ácaros o por rinitis, que sufren una inflamación crónica de la nariz
acompañada de estornudos, mucha mucosidad y lagrimeo ocular, además de
mala respiración y pérdida del olfato. En estos casos se recomienda un
estudio alérgico completo y un tratamiento médico que puede ser
complementado con cirugía”, detalla Javier Galindo, cirujano
especializado en rinoplastia, de la clínica
Beauty One Center (Madrid).
Como todas las cavidades corporales, el órgano nasal también produce
secreciones. En personas sanas, la mucosidad es escasa y, más o menos,
transparente, y la nariz está preparada para batir todas las partículas
contaminantes, dirigiendo el fluido de manera natural hacia atrás, a la
garganta y al estómago. Cuando alguien padece una infección, fiebre o
sinusitis, el moco se vuelve amarillento o verdoso y espeso. “En los
pacientes alérgicos el moco es muy abundante y líquido, y sienten la
necesidad constante de utilizar pañuelos. Cuando la persona no tiene
apenas ningún síntoma pero con frecuencia expulsa costras duras, debemos
pensar en sequedad ambiental o problemas estructurales como la
desviación o perforación del tabique”, observa Galindo, quien añade:
“Las infecciones por determinados microorganismos en el interior de la
nariz también pueden indicar inmunodeficiencia, y en ocasiones son la
pista para el diagnóstico del VIH, la diabetes o tumores malignos que
causan bajadas bruscas de las defensas”.
Cuando el olfato falla: malnutrición o enfermedades neurodegenerativas
La pérdida de olfacción puede tener causas muy diversas: desde un
síntoma asociado a la pérdida de apetito, a la disminución de peso o la
malnutrición o incluso a problemas con el
riñón.
La relación entre el deterioro de la función olfativa y trastornos
psiquiátricos (ansiedad o depresión), está poco fundamentada por
hallazgos científicos. En cambio, sí lo está su vinculación con las
fases preclínicas de algunas enfermedades
neurodegenerativas durante el
envejecimiento.
“En cualquiera de los casos, es importante descartar previamente
cualquier condición que pudiera afectar a la capacidad olfativa del
paciente, como infecciones de las vías respiratorias superiores, rinitis
alérgica o sinusitis crónica”, advierte José Luis Cantero, profesor de
Fisiología y director del
Laboratorio de Neurociencia Funcional
de la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla). Por otra parte, “la
relación entre las disfunciones olfativas y determinadas enfermedades
neurodegenerativas, como las enfermedades de
Alzheimer y
Parkinson, es cada vez más evidente”, explica Cantero.
Mire el termómetro: delata su estado de ánimo
La temperatura de la nariz puede subir o bajar por factores tan
diversos como la nicotina del tabaco, beber alcohol, la edad, el peso,
el sexo —suele ser más fría en las mujeres— o efectos hormonales como el
nivel de estrógenos en la menopausia. Y, claro, también por la
temperatura ambiente. Además, puede variar en función del estado
emocional. “Tiende a subir con las emociones positivas y a bajar con las
emociones negativas”, sobre todo si el nivel de activación fisiológica
es bajo. A más baja la temperatura de la cavidad nasal, peor es la
respuesta inmune y más proliferan los virus, los resfriados y la
sinusitis. Por eso la alegría, que calienta la nariz, puede potenciar la
respuesta inmune”, indica Emilio Gómez, investigador de Psicología
Experimental de la Universidad de Granada y coautor de un
estudio que relaciona el estado emocional con la temperatura nasal.
En cambio, “la ansiedad y la mentira hacen descender, en personas
saludables, la temperatura nasal, produciendo vasoconstricción. Los
olores agradables suben la temperatura perinasal y los olores
desagradables cierran la nariz, esto es, hacen descender su temperatura
por vasoconstricción. Lo interesante es que todo esto es subjetivo. Por
ejemplo, el olor a gasolina para una persona puede ser desagradable y
muy agradable para otra, produciendo efectos distintos en la temperatura
de la nariz”, señala Gómez.
Tener la nariz especialmente fría podría estar asociado a una
reducida variedad de síndromes como el Parkinson o el de Ryanaud y
enfermedades como la fibromialgia o la anosmia (pérdida de olfato),
patologías en cierto grado psicosomáticas. “También se ve en la
esclerosis múltiple, pero se debe al fallo a la hora de adaptarse a la
temperatura externa, mostrando la misma temperatura nasal similar en
condiciones de frío y de calor. La nariz también se enfría en el
hipotiroidismo, que implica un déficit metabólico hormonal
hipotalámico”, anota Gómez.
Nariz roja no es sinónimo de bebedor
Una nariz roja le puede hacer pensar en que alguien se ha pasado con
las copas. Sin embargo, el enrojecimiento de la punta nasal es, contra
el tópico, una condición de la
piel,
no un efecto del abuso de alcohol. “Puede exacerbar los síntomas, pero
es injusto y equivocado pensar que los pacientes que sufren rosácea o
rinofima (el estado extremo de la rosácea en la nariz) son bebedores”,
aclara Galindo, quien añade: “La mucosa nasal en los pacientes bebedores
suele ser rojiza y engrosada, debido a los efectos que
alcohol ocasiona en los vasos sanguíneos”.
Tampoco deben olvidarse otros excesos que también afectan al aspecto
de nuestra nariz. “Los pacientes fumadores presentan mucosas secas, con
tendencia a la formación de costras. El abuso de drogas por vía nasal,
como la cocaína, al principio genera inflamación de la nariz, para poco a
poco producir una necrosis de los tejidos por afectación del aporte
sanguíneo, que provoca perforaciones del tabique nasal, costras, mala
respiración. En casos de abuso crónico, la posibilidad de
recuperación
con tratamiento médico o quirúrgico es cada vez más baja, y con
frecuencia vemos narices realmente catastróficas muy complejas de
reparar”, asegura Galindo.
¿Hemorragia nasal? No se alarme
Las hemorragias suponen uno de los motivos
habituales
de consulta. La nariz es uno de los órganos que más sangre recibe, ya
que es responsable de calentar y humedecer el aire que inspiramos,
aportando calor de la sangre circulante. Al estar expuesta a golpes y
cambios de temperatura, no es extraño que se produzca mucosidad con
tonos rojizos que pueden indicar pequeñas hemorragias que no suelen
revestir gravedad. No obstante, recuerde que si perduran unos días,
conviene consultar al médico.
“La mayoría son epistaxis (sangrados nasales) leves que proceden de
la parte anterior de la nariz, debidas al hurgado, la sequedad ambiental
o ambientes laborales específicos. También son frecuentes durante el
embarazo por fenómenos hormonales, y en rinitis víricas y alérgicas. Sin
embargo, pueden ser la manifestación clínica de otros procesos como la
hipertensión arterial,
trastornos de la coagulación, la toma de anticoagulantes o
antiagregantes, enfermedades sistémicas y tumores nasales”, señala
Miguel Armengot, jefe de Servicio de Otorrinolaringología del Hospital
Universitario y Politécnico la Fe de Valencia y presidente de la
Comisión de Rinología y Alergia de la Sociedad Española de
Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello (
SEORL CCC).
Otras causas menos habituales pero más graves de hemorragia
corresponden a los tumores, tanto benignos como malignos. “Se trata de
hemorragias de poca cuantía y repetidas en el tiempo. En algunos casos,
puede que se desarrolle un tumor intranasal”, advierte Galindo.
Tamaño y función sexual
Por su evidente ubicación y como órgano saliente, la forma tiene una
importancia incontestable en la estética facial y en la belleza en
mayúsculas. Más aún lo demuestra el hecho de ocupar el segundo puesto,
junto con los parpados, entre las cinco cirugías estéticas más
demandadas, después de la de los senos. “Cuando está bien, las personas
no nos miramos a la nariz, sino a los ojos, pómulos y labios. La nariz
llama la atención cuando está deformada. Los rasgos simétricos se
asocian a la
belleza,
y las personas con rasgos atractivos son percibidas como exitosas y
sanas. Por eso las diversas partes de la nariz deben estar
proporcionadas y acordes con las otras estructuras de la cara y al resto
del cuerpo”, explica el cirujano Javier Galindo.
Un
estudio
noruego en 2014 concluía que el atractivo de una persona es claramente
sensible a la centralidad de la punta de su nariz, relacionándolo con
nuestro modo de percibir la simetría, y si se compara nuestra nariz con
la del resto de primates, nuestro apéndice es largo y fácil de romper
como fruto de la
evolución
de la selección sexual. Es decir, que una bonita nariz podría ser un
indicador de la capacidad de la persona como pareja. Por supuesto, eso
no confirma el mito de que, a nariz grande,
todo grande. “Solo es una percepción inconsciente de asociar una nariz grande a estar bien dotado”, matiza Galindo.