miércoles, 1 de junio de 2011



(Un artículo de la Dra. Concepción Rojo).-


Ya hemos comentado en otras ocasiones que hay corrientes dentro de los movimientos de izquierda que tienden a considerar los determinantes económicos y culturales como causas invariables de nuestros problemas de salud; es lo que se ha venido en llamar reduccionismo cultural (1). El problema fundamental de este modo de determinismo que postula que todas las formas de conocimiento y expresión de lo humano están determinadas por el modo de producción económica, y que las causas de los problemas de salud individuales se encuentra de forma inmutable e inevitable en nuestra sociedad capitalista, patriarcal y opresora de los pueblos, es su tendencia a ignorar lo biológico. De ahí su incapacidad para considerar y comprender las causas físico-químicas y biológicas que también forman parte del origen de los fenómenos y procesos de la naturaleza, como los de la salud de los individuos. Además, esta tendencia a ignorar lo biológico ha provocado, en bastantes ocasiones, que estos movimientos se hayan deslizado hacia planteamientos místicos e idealistas en el análisis y explicación del binomio salud-enfermedad.

En este contexto no es extraño encontrar grupos de opinión que reivindican una medicina “alternativa” junto al uso de remedios y medicamentos también “alternativos” en un marco de crítica radical al sistema capitalista y opresor. El campo se encuentra abonado, en tiempos de la crisis global que padecemos, por una población impotente ante sus dolencias y enfermedades diversas, muchas de ellas incurables o producidas por la insatisfacción y frustración de una sociedad enferma de todo tipo de valores, y que buscan desesperadamente remedios rápidos y esperanzadores que les alivie ahí donde la medicina “oficial” ha fracasado.

Esta situación provoca que en nuestras sociedades coexistan los llamados medicamentos “oficiales” (los prescritos por los servicios sanitarios públicos o privados) junto a los “alternativos” (prescritos, salvo contadas excepciones, en consultas privadas y basados fundamentalmente en medicamentos a base de plantas, sustancias vegetales y homeopáticos). Lo que suele ocurrir es que las personas combinan ambos tipos de asistencias, acudiendo a la medicina “oficial” para patologías traumatológicas, odontológicas o ginecológicas, por ejemplo, pero no para otras dolencias cronificadas que difícilmente se curan. Muchos plantean que lo que no me soluciona la medicina “oficial” me lo solucionará la medicina “alternativa”, aunque lamentablemente tampoco con ésta se suelen resolver satisfactoriamente muchos de sus males. Además, es un hecho la proliferación de negocios ilegales a base de “hierbas” sin base científica alguna que se aprovechan de la ansiedad e impotencia de la gente cuando padecen enfermedades graves e incurables. Y es que ante la falsa creencia de que “lo natural es sano”, se debe recordar los letales y perjudiciales efectos sobre la salud humana de muchas plantas, incluidas aquellas de las que se obtienen productos medicinales, la digitalis o la cicuta son dos de las más conocidas de una larga lista de plantas tóxicas (2).

La cuestión es, ¿la medicina, sea del tipo que sea, está basada en conocimientos y verdades objetivas? Nosotros creemos que sí, que todo el saber milenario de la humanidad, del que la ciencia médica actual forma parte, está basado en verdades objetivas (que no completas) obtenidas a través de la práctica. Descubrirlas, e ir avanzando en su conocimiento mediante la experimentación y la práctica social, es el deber de la verdadera ciencia al servicio del pueblo. En el tema que tratamos, intentar contestar a esta pregunta es tratar de distinguir cuánto de verdad objetiva o subjetiva tienen muchos remedios medicinales que proliferan y se ofertan en nuestra sociedad de consumo. Desde una visión materialista, y también dialéctica, debemos intentar reconocer la objetividad de la verdad en todos los aspectos de los cuidados y reparación de la salud, y rechazar las corrientes idealistas y místicas que consideran la verdad como puramente subjetiva y que terminan oponiéndose a la ciencia. Como se acaba de comentar, la impotencia y el sufrimiento de las personas ante enfermedades incurables suponen un terreno propicio a la aparición de negocios que se mueven dentro de un submundo esotérico y mistérico que no solo es idealista sino que se desarrolla bajo planteamientos claramente reaccionarios. Tampoco podemos olvidar el carácter de clase del conocimiento, que es trasgredido y utilizado por la clase que detenta el poder, por la clase dominante que dirige y condiciona la investigación científica al servicio de sus intereses. Y es que aunque el conocimiento y la verdad objetiva es una, la propiedad de dicho conocimiento es de una minoría que la mercantiliza y la degrada.

En la actualidad, y desde hace ya bastantes años, las multinacionales del sector farmacéutico, ávidas de ganancia fácil y rápida avanzan a costa de engullir y apropiarse del conocimiento secular de los pueblos para incorporarlo a la maquinaria de sus grandes corporaciones. Y esto ocurre en todos los posibles escenarios, desde los más cercanos a los más lejanos. En el primer caso tenemos el proceso de Bolonia en el que nos encontramos las universidades europeas que estrecha aún más la investigación de “lo público” con los intereses mercantilistas de las grandes empresas. De esta forma, la investigación en medicamentos y otros productos sanitarios se ve claramente condicionada por estos intereses del mercado en vez de por las necesidades reales de la población. Esta apropiación de lo que se debe priorizar en investigación a costa de los impuestos de todos en beneficio de unos pocos, es coincidente con otra apropiación aún más dramática en otros contextos más distantes. Nos referimos a lo que se ha venido en llamar biopiratería, la apropiación del conocimiento ancestral de las poblaciones indígenas sobre las semillas, sus características genéticas y los productos derivados de las plantas por parte de las grandes compañías, tanto farmacéuticas como productoras y comercializadoras de semillas, para luego ser patentadas y cobrar por su uso. Es conocido que muchos remedios farmacéuticos, tópicos y orales fundamentalmente, provienen de las plantas. A lo largo de los años las industrias de los medicamentos, incluidos los medicamentos llamados tradicionales a base plantas (y otras industrias relacionadas como las de la alimentación o la cosmética) han terminado siendo asimiladas por las grandes empresas capitalistas. El hecho es que estas multinacionales van a la caza de los principios activos de las plantas medicinales indígenas, apropiándose del conocimiento adquirido por la experimentación de estos pueblos a lo largo de cientos y miles de años, que redundan posteriormente en jugosos negocios. La historia que sigue es de sobra conocida: los productos posteriormente desarrollados se protegen con los derechos de propiedad intelectual privada mediante patentes. Y, lo que es aún peor, la transformación de monocultivos para producir en serie las plantas más cotizadas con todas las consecuencias de pérdida de biodiversidad de los terrenos que en el caso de las semillas tiene repercusiones dramáticas para la supervivencia de estos pueblos. Por ejemplo, desde hace años se viene denunciando esta biopiratería en América Central y del Sur, por parte de las grandes empresas farmacéuticas y de semillas transgénicas de plantas medicinales que la población indígena ha utilizado durante siglos y que son sus verdaderas propietarias y depositarias (3).

En esta situación de desigualdad política, económica y financiera en relación con la industria de medicamentos asistimos a una superproducción y a un fomento de su consumo en nuestras sociedades que no tienen una real correspondencia con una valoración adecuada de sus verdaderos efectos beneficiosos y de seguridad. Las industrias del sector invaden la Unión Europea con todo tipo de medicamentos, muchos de ellos no totalmente avalados, lo que ha creado una confusión y falta de control normativo, especialmente en relación con los medicamentos tradicionales a base de plantas, mientras son autorizados y reconocidos en unos estados miembros, no lo están en otros (4). Un ejemplo paradigmático lo tenemos con los medicamentos homeopáticos que llevan tiempo siendo muy cuestionados por distintas instancias y comités, incluso en países donde la industria homeopática supone un ingente negocio como Gran Bretaña, ante la ausencia de ensayos clínicos u otros tipos de estudios concluyentes sobre su efectos farmacológicos (5, 6). Las nuevas normativas de la Unión Europea se esfuerzan por conseguir un total control empresarial de la comercialización de todo tipo de medicamentos (4, 7), y en relación con el conocimiento sobre sus principios activos, mecanismos de acción, indicaciones, contraindicaciones y efectos secundarios (claramente necesarios por otro lado), lo que ya está produciendo luchas de intereses entre los diferentes sectores de la industria farmacéutica.

Y mientras tanto, ¿cuales son las alternativas a plantear, a exigir, por parte de la población y las organizaciones de izquierdas? En primer lugar, la denuncia de la incompatibilidad que existe entre una industria sanitaria privada que mira por los beneficios de unos pocos y la necesidad de abogar por una salud para todos. Esta contradicción básica tiene varias consecuencias negativas que giran en torno a las situaciones de desigualdad que generan:

1) Se tiende a orientar la investigación científica hacia sustancias paliativas antes que curativas. De esta forma se propicia una dependencia de los fármacos, no exentos casi nunca de efectos indeseables, que debemos tomar durante un largo periodo de tiempo en las sociedades donde predominan las enfermedades crónicas e incurables.

2) La tendencia a obtener patentes rápidamente lleva a investigar nuevos fármacos con poco valor añadido respecto a otros ya comercializados. Consideremos un solo apunte: la OMS estima en su última lista de marzo de 2009 (8) que solamente unos 350 medicamentos son catalogados como “esenciales”, mientras que en 2010 se registraron y autorizaron en España 1393 nuevos medicamentos (como cosa “curiosa”, el mayor porcentaje corresponde al grupo terapéutico del Sistema nervioso central, el 27,25%) (9)

3) Nuestro sistema nacional de salud convive con la industria privada farmacéutica. Pero un sistema sanitario realmente público debe garantizar, además de una atención sanitaria gratuita y de calidad, un uso racional del medicamento que abogue por utilizar aquellos realmente necesarios o esenciales y promueva la prescripción y el uso de medicamentos genéricos. Pero estas últimas circunstancias no se llevan a la práctica precisamente por esa connivencia del sistema sanitario controlado por el estado capitalista con las multinacionales farmacéuticas.

4) A nivel mundial se propicia una investigación de fármacos únicamente para las enfermedades más frecuentes y prevalentes en el “Primer” Mundo. No se prioriza en las denominadas “enfermedades raras” (el albinismo, acondroplasia o espina bífida, por poner unos pocos ejemplos) que sufren cientos de miles de personas en los países enriquecidos, o en atender al tratamiento y prevención de las enfermedades prevalentes en los países y zonas empobrecidos del planeta (como la malaria, el dengue o la meningitis meningocócica). Las corporaciones farmacéuticas investigan y promocionan aquello que es rentable, por lo que no es de extrañar que un altísimo porcentaje de sus ventas se realicen en los Estados Unidos, Canadá, Europa y Japón, ensayándose los medicamentos con más cuota de mercado (insistimos, fundamentalmente sintomáticos y paliativos), y se despreocupan de investigar medicamentos que alivien las enfermedades que afectan a las masas empobrecidos del planeta (10).

5) Las profundas transformaciones del sector farmacéutico de las últimas décadas propiciadas por la OMC y los gobiernos de los Estados Unidos y Gran Bretaña, junto a la pasividad generalizada de los demás gobiernos, han tenido como fin la fuerte protección de los productos farmacéuticos bajo patente que se aplican de forma generalizada desde el año 2000. Esto ha provocado que junto a un aumento enorme de los beneficios de la industria farmacéutica se viva una situación dramática en los países que más sufren epidemias mortales como el sida o la tuberculosis y otras enfermedades de la pobreza al no tener acceso económico a los medicamentos esenciales para su tratamiento (10).

6) Tampoco se prioriza en investigar y conocer las causas de las enfermedades, de las lesiones físicas y psicológicas para su autentica prevención. Y cuando hablamos de causas incluimos esas causas externas que nuestro sistema capitalista, cada vez más agresivo con el medio ambiente, incluido el social y laboral, provoca. Sobre las causas medio ambientales, la muestra más reciente y palpable son las terribles consecuencias presentes y futuras del accidente de la planta nuclear de Fukushima en Japón. Sobre los determinantes sociales y económicos, se destaca el paro, la pobreza y la explotación laboral y doméstica que ahora más que nunca se deja sentir en los sectores más deprimidos de nuestra sociedad y en amplias zonas del mundo que generan enfermedad y muerte prematura (11).

Esta es la verdadera lucha que en este aspecto del campo sanitario se debería plantear y que solo podrá ser culminada cuando se consiga una sociedad más justa y libre que nos libere realmente de las consecuencias de la explotación asalariada y patriarcal de los pueblos. Los medicamentos, del tipo que sean, deben servir a la salud y a la calidad de vida de las personas, y no a elitistas intereses mercantiles. Y si han mostrado sus beneficios y demostrado su eficacia deben ser ofrecido gratuitos a la población, pero reclamando al mismo tiempo seguridad y calidad. Debemos seguir defendiendo una sanidad para todos, que incluya también vacunas infantiles seguras y medicamentos esenciales y genéricos (vengan de la cultura que vengan) para todos. Ahora que la sanidad pública está más amenazada que nunca (12), no debemos desviar nuestro punto de mira, pues, aquí y ahora, esta es la batalla que hay que librar en el campo de la salud y la enfermedad.

CITAS:

(1) Cruz C. “No está en los genes. La vigencia del materialismo dialéctico en las ciencias de la vida”. 2010. Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=112399

(2) ORDEN SCO/190/2004, de 28 de enero, por la que se establece la lista de plantas cuya venta al público queda prohibida o restringida por razón de su toxicidad. BOE nº 32, de 6 de febrero de 2004.

(3) Eckart Boege. Protegiendo lo nuestro-Manual para la gestión ambiental comunitaria, uso y conservación de la biodiversidad de los campesinos indígenas de América Latina. 2004. Disponible en: http://www.ambiente.gov.ar/infotecaea/descargas/boege01.pdf

(4) Directiva sobre los Productos Tradicionales de Plantas Medicinales (THMPD), Directiva 2004/24/EC.

(5) Are the clinical effects of homoeopathy placebo effects? Comparative study of placebo-controlled. Shang, Aijing;Huwiler-Müntener, Karin;Nartey, Linda;Jüni, Peter;et al. The Lancet; Aug 27-Sep 2, 2005.

(6) The end of homoeopathy. Anonymous. The Lancet; Aug 27-Sep 2, 2005; 366, 9487

(7) Directiva 2001/83/CE en lo relativo a la prevención de la entrada en la cadena de suministro legal de medicamentos que son falsificados en cuanto a su identidad, su historial o su origen.

(8). Organización Mundial de la Salud. Disponible en: http://www.who.int/selection_medicines/committees/expert/17/sixteenth_adult_list_en.pdf

(9) Memoria de actividades del año 2010 de la Agencia Española de Medicamentos y Productos sanitarios (AEMPS). En: http://www.aemps.es/actividad/nosotros/docs/memoria2010.pdf

(10) Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública. Globalización y Salud. Disponible en: http://www.fadsp.com/

(11) Joan Benach, Francesc Belvis, María Buxó et alia. La salud en tiempos de reformas laborales. Disponible en: http://www.rebelion.org/noticias/2011/1/119623.pdf

(12) Ángeles Maestro. Datos concretos sobre el copago sanitario. Disponible en:

http://www.kaosenlared.net/noticia/datos-concretos-sobre-copago-sanitario

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