miércoles, 10 de agosto de 2011

CUIDANDO LA ALMEJITA


La vulva ideal y la belleza de lo que pende

JAVIER SALAS

Espejo en mano, las mujeres descubrieron sus vaginas en los años setenta de hace un siglo. Y tardaron dos décadas en darse cuenta de que podían retocarlas. Vaginoplastia, labioplastia y, en suma, el denominado rejuvenecimiento de la vulva, se popularizó a finales de los noventa. Uno de los principales arreglos que demandan las mujeres es el de meterle tijera a sus labios menores porque cuelgan demasiado. Demasiado, en este contexto, supone una media de 3,5 centímetros de labio en suspensión entre las mujeres que acuden al cirujano. Las mujeres también acuden al especialista para poner remedio a su sensación de excesiva amplitud de la vagina, con la intención de incrementar la fricción durante el coito, para adecentar el aspecto de su perineo y para recortar el tamaño de la capucha del clítoris para exponerlo más al goce.

Las mujeres que acercan su entrepierna hasta un bisturí o un láser no son maduras devoradoras de hombres y señoras Robinson detrás de graduados, conocidas ahora como MILF y cougars. En muchos casos, son mujeres jóvenes las que reclaman estos rejuvenecimientos: en torno al 80% de las pacientes que se operan para realizarse una labioplastia tiene entre 16 y 30 años. Esta es una de las razones que ha motivado que diversas asociaciones médicas, como la de obstetras y ginecólogos de EEUU, critiquen esta moda por “falta de seguridad y de datos sobre la verdadera eficacia” de estas operaciones. La literatura científica habla de que en torno a un 90% de las mujeres se quedan satisfechas al poco de pasar por quirófano, pero ni está probado que mejore a largo plazo la vida sexual ni parece que se informe suficiente sobre los riesgos: hipersensibilidad, problemas urinarios, incapacidad para el coito…

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