jueves, 15 de septiembre de 2011

EL NEGOCIO DE ENFERMAR AL SANO

Molesto, impertinente

Uno de los grandes temas que venimos puntualizando es lo que llamamos la medicalización de la infancia. Pero la medicalización de la vida cotidiana rebasa la clínica con niños y se ha instalado como nuevo poder. Robert Castel, en El orden psiquiátrico, denuncia el papel que la psiquiatría viene a ocupar: el de un nuevo orden que regula las estructuras de poder: “La intromisión del orden psiquiátrico en las prácticas sociales relativas a la locura aparece en el siglo XVIII y su objeto serán aquellos sujetos que no puedan adaptarse a la sociedad normal”. Más allá de las mejores intenciones y de los métodos científicos más rigurosos, el objetivo final es remodelar, racionalizar, rentabilizar en lo económico, aumentar la eficacia y la moralidad. Encontramos algo predictivo en este texto de Castel, de 1980, respecto de la psiquiatrización imperante en el momento actual. El orden psiquiátrico, además, no es sólo cosa de psiquiatras, sino que nos afecta a todos los que trabajamos en el campo de la salud mental y de la educación. El ser distinto es inmediatamente cualificado como signo de enfermedad, sin que haya una interrogación previa por el papel de la familia, de la escuela, por nuestro propio papel.

El ADD/ADHD (“trastorno por déficit de atención con hiperactividad”) es una de las formas bien actuales, un caso testigo de lo que Robert Castel denominó “el orden psiquiátrico”: cuando un niño molesta en la escuela, inmediatamente es clasificado, rotulado con una nueva forma de rotulación: el ADD. El niño que supuestamente padece este síndrome –al que el discurso imperante adjudica un origen de características puramente biológicas– deberá ser separado (vigilado y castigado, diría Foucault) en función de distintas medidas profilácticas. La primera de ellas es la consulta inminente y sin mediación alguna, por pedido de la escuela, generalmente con el psiquiatra o con el neurólogo, quien habitualmente prescribe una medicación.

Entonces, se lo normaliza, pero ¿el niño tiene que ser como un adulto, que se queda sentado ocho horas trabajando? ¿O un niño tiene que ser espontáneo, ruidoso, creativo, juguetón, molesto, impertinente?

Un niño que molesta al adulto suele ser un niño saludable. Entonces, se lo normaliza, se lo vigila, se lo castiga dándole medicación, pero quizá no aprenda más que antes en la escuela. Sólo deja de molestar, y con ello se establece el “orden”, “la normalidad”; el niño se incorpora a los patrones que le marca la cultura de su tiempo. Cuando uno va a una escuela y, de 35 niños, 28 son sospechosos de ADD y 15 ya están medicados, la pregunta es: ¿qué estamos haciendo con nuestros niños?

Y no se trata sólo de un problema de los psiquiatras, no es solo un problema de los grandes laboratorios que han ido avanzando. Un niño que molesta tiende a ser inmediatamente profesionalizado, término que prefiero porque resulta más abarcativo que “psiquiatrizado”. No se trata sólo del discurso psiquiátrico o del discurso médico. Cuántas veces distintos profesionales pueden colaborar con la institución escolar o con la institución familiar tomando en tratamiento a un niño que no lo necesita, por ejemplo por estar simplemente atravesando situaciones vitales o por ser un síntoma de algo que pasa en la institución familiar o en la escolar.

No hay comentarios: