Salvar la patata
Jacqueline Fowks*
Cinco comunidades andinas usan conocimientos
ancestrales y científicos para proteger más de 1.300 variedades de papa de las
plagas y el cambio climático
Felícitas, una de las mujeres que siembra papa en su huerto en la comunidad
Amaru. Uno de las consecuencias del cambio climático es que los hombres empiezan
a procurar trabajos adicionales a la agricultura y las mujeres asumen más
responsabilidades en las tareas de la tierra, además de las domésticas.
A las siete menos cuarto de la mañana, Martha –con su bebé en la espalda– y
su hermano menor Josué deben sacar al toro Anselmo del establo de unos vecinos y
llevarlo al suyo para alimentarlo. “Era gordo pero ha bajado de peso porque no
había pasto: es que no llegaba la lluvia”, explica la joven mamá, aludiendo a lo
impredecible del clima, uno de los efectos más comunes del cambio climático en
el mundo. Su comunidad, Amaru, es una de las cinco de Cusco, en la sierra sur de
Perú, que forman parte del Parque de la Papa, donde campesinos trabajan con
científicos para prevenir y afrontar los daños en los cultivos de más de 1.300
variedades del tubérculo.
Para entrar al invernadero, donde preservan y cultivan más de 1.000
variedades de papa, es necesario desinfectarse con alcohol y limpiar los zapatos
en cal.
El Parque de la Papa abarca 9.200 hectáreas entre los 3.200 y 5.000 metros
sobre el nivel del mar y protege la mayor cantidad de variedades de papa nativa
en el mundo. Unas 6.200 personas viven en ese espacio y cultivan en tres pisos
ecológicos: el bajo, medio y alto. La papa, que crecía en el medio, a 3.800
metros se ha movido a los 4.000 buscando el frío: el calentamiento de la tierra
ha generado ese desplazamiento y nuevas plagas, entre otros perjuicios.
“Hace dos años hacemos reuniones y talleres de conservación de la papa
nativa (no híbrida) y para contrarrestar el cambio climático”, explica Walter
Quispe Huillca, uno de los campesinos y técnicos bilingües (quechua-español) del
Parque de la Papa. “El calentamiento de la tierra nos ha afectado mucho porque
hay nuevas enfermedades y plagas que controlamos tradicionalmente. Aquí dejamos
descansar la tierra siete años porque los virus sobreviven debajo de la tierra:
todas las comunidades tienen ese sistema de rotación del terreno”, añade. Quispe
explica que han hecho varios experimentos, con el apoyo del Centro Internacional
de la Papa y la ONG Andes, y han descubierto que al colocar yeso donde siembran
el tubérculo, crecen menos gorgojos o ninguno.
“La pachamama tiene fiebre, pero estos trabajos los hacemos para la
futura generación”
“Sembramos 15 variedades entre los 3.700 y 4.515 metros y las parcelas más
bajas ya no eran aptas, aparecieron gorgojos, rancha negra y verruga de la papa.
Cinco variedades las sembramos con yeso —que aumenta el calcio del tubérculo— o
con guano (excremento) de corral, y resistieron más la sequía y las
enfermedades”, describe el técnico.
“En el transecto de la siembra a 4.100 metros de altura hallamos 62
gorgojos con unas trampas tradicionales para capturar, a 4.250 metros dos
gorgojos y en el de 4.350 metros de altura ningún gorgojo. Pero en el de 4.450
la papa fue muy afectada por la helada, no es apto para sembrar”, precisa.
“Nuestra preocupación es que la papa nativa está subiendo y vemos que las
variedades tienen que resistir las inundaciones, granizo, heladas y fuertes
lluvias. Es un laboratorio vivo de cambio climático en el campo”, continúa
Walter Quispe.
Los técnicos y comuneros del Parque de la Papa participan en un estudio de
IIED (International Institute for Envrironment and Development) para registrar
los efectos del cambio climático en la agricultura y otras actividades. En un
taller, revisan y adaptan el cuestionario de una encuesta aplicada en la
Polinesia Francesa. Ellos luego la aplicarán en cinco comunidades de las alturas
de Cusco.
Martha comenta que cuando van a las partes altas a sembrar tienen que
llevar su almuerzo: “Son como dos horas de camino de ida, tenemos que salir muy
temprano”. Mientras muestra una construcción prehispánica de piedra, relata que
eso es de los antiguos, “del tiempo en que no caía el sol”. La joven de Amaru ha
estado preparando la tierra para plantar unas legumbres, pero, con la
interrupción de otras tareas, el sol ya se ha hecho intenso a las diez de la
mañana y su madre, Felícitas, le indica en quechua, que ya no se puede. “Va a
quemar las plantas si sembramos ahora, tendrá que ser en la tarde”, traduce
Martha.
La semilla botánica y la cámara fría
En el invernadero de la comunidad de Paruparu los papa arariwa (guardianes,
en quechua) reproducen y guardan cientos de variedades en tubérculos y semillas.
“Además de las 778 variedades de colecta local, tenemos 410 que hemos repatriado
del Centro Internacional de la Papa, y 56 que vienen de Ayacucho (departamento
colindante a Cusco)”, precisa el comunero y técnico Pedro Condori.
En décadas pasadas, el Centro Internacional de la Papa recogió muestras sin
autorización de la población local y en 2008 las comunidades del Parque de la
Papa hicieron un convenio para que se las devuelvan. "Llegaron en tubitos in
vitro. Hemos hecho trasplante. Nos faltaba conocer del trabajo en invernadero:
todo eso hemos aprendido”, agrega Condori. El técnico comenta otra consecuencia
del cambio climático que los afecta: “La siembra tardía o adelantada”.
Variedades nativas del Parque de la Papa en la comunidad de Paruparu.
El vecino Adrián Chipa asegura que siguen usando herramientas tradicionales
fáciles de cargar porque en esos caminos no es posible subir con vehículo: “La
Pachamama tiene fiebre, pero estos trabajos los hacemos para la futura
generación”.
El distrito de Pisac, donde se encuentran las cinco comunidades del Parque
de la Papa sufrió el primer desastre climático asociado al calentamiento global
en 2010, un puente quedó dañado después de lluvias torrenciales e inundaciones.
El relato se repite en los testimonios de los encargados del Parque de la
Papa.
Sin embargo, una de las novedades que los arariwas revelan con más
entusiasmo es que ahora cuentan con semillas botánicas. “Antes veíamos estas
bayas y no les dábamos importancia, pero cada pepita que contiene es una
planta”, cuenta Nazario Quispe al sacarlas de un sobre de manila pequeño,
mientras otro de sus compañeros enseña las bayas. Ya cuentan con semillas para
362 variedades de papa.
En otra comunidad, en Pampallacta, al comunero Lino Mamani lo llaman
guardián de las papas nativas porque está a cargo de la cámara fría que protege
del calor las semillas y los tubérculos para plantar. Es una casa construida con
barro, madera y techo de paja. En los anaqueles de madera guardan los tubérculos
en bolsas de papel, y el piso ha sido diseñado con desniveles que acumulan
bolsones de agua para enfríar el lugar. Refiere que ahora los tubérculos pueden
almacenarse allí de diez meses a un año, antes duraban unos cuatro meses, y las
semillas botánicas de diez a 20 años.
En uno de los eventos paralelos de la Cumbre del Clima en Lima, COP20, a
inicios de diciembre, uno de los técnicos del Parque de la Papa presentó en
quechua los resultados de esta experiencia, junto con científicos de Bolivia,
Vietnam y Filipinas, quienes mencionaron efectos similares a los que viven en
Cusco, en la agricultura y la soberanía alimentaria de esos países.
Los encargados del Parque de la Papa ya han entregado casi 200 variedades
del tubérculo a campesinos de otra provincia de Cusco que lo solicitaron: “No
les vendemos, es parte del ayni (colaboración, en quechua). Cuando necesitemos,
si algo pasa aquí, ellos las tendrán y nos podrán devolver”.
*Periodista. Colaboradora del El País de Madrid en
Perú. Artículo escrito en Cusco (Perú), publicado el 13 ENE
2015.-
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