domingo, 17 de abril de 2016

Confieso que he rajado

Confieso que un día te vi en el metro y tu niño de tres años no paraba de gritar y llorar, y te miré con cara de odio porque me estaba molestando. Que sólo podía pensar en lo mal que lo estabas educando, en por qué no hacías aparentemente nada por callarlo, en que así no podía uno leer en paz, en que le dieras lo que fuera pero que se callase, que no había derecho, que yo no tenía por qué tragarme las rabietas de tu hijo. Que a mí eso no me pasaría.
Confieso que he cenado con tu hijo y contigo y que he pensado que qué mal se portaba el pequeño. Que no se estaba quieto, que ya no se educa a los niños como antes. Que vaya cuajo tenías, que qué mal lo estabas haciendo, que si no tienes a los niños más derechos que una vela se te suben a la chepa. Que hay que ver lo mal que comía y que vaya drama que tuvieras tú que estar encima para que cenara algo, que eso era que no habías sido firme, que era culpa tuya. Que a mí eso no me pasaría.
Confieso que pensaba que los hijos eran el reflejo 100% de lo bien o mal que lo hicieran sus padres, que no tenían más personalidad que la que tú les inculcaras, que cómo se te podía descontrolar un enano de dos años. Que hay que ser vago para darles una tablet y ponerles a ver Pocoyó una hora, que los niños se atontan,que qué te costaba estar con él en vez de empaquetarlo, que qué poco afán por cuidarlo. Que a mí eso no me pasaría.
Confieso que me he reído de ti cuando decías lo mucho que querías a tu hijo, que te he llamado pesado, que he pensado que los padres os volvíais gilipollas, que cómo era posible que se os acabaran tanto los temas de conversación en cuanto teníais un hijo. Que yo al mío no le iba ni a cantar canciones infantiles: iba a ser un padre guay y mi niño cantaría Extremoduro. Que en mi casa no entrarían los mamarrachos del Cantajuegos. Que a mí eso no me pasaría.
Confieso que, cuando te oía quejarte, pensaba que eras un blando, que para eso no tengas hijos, que tan malo no será si quieres tener otro. Que te criticaba cuando decías lo muy bueno y también cuando expresabas lo muy cansado y desconcertante que es ser padre. Que te criticaba siempre. Yo, que no soy de criticar.
Te pido perdón, padre o madre. Os pido perdón a todos. Ahora sé lo que es y sé lo que rajan de mí los que no tienen críos. Los entiendo porque yo era así. Es lo lógico. Pero una cosa os advierto: me ha ocurrido casi todo lo que critiqué. Y a vosotros os pasará.

No hay comentarios: