viernes, 16 de junio de 2017

SI BEBES,LA CAGASTES...QUE ES MI CASO


El beber y sus circunstancias

Sobre las dificultades y prejuicios para analizar el problema del alcohol y la salud


Autor: Gonzalo Casino Fuente: IntraMed / Fundación Esteve 
Hay pocos asuntos sobre el estilo de vida y la salud tan difíciles de considerar objetivamente como el consumo de alcohol. La dificultad no está en reconocer los riesgos del abuso agudo y, sobre todo, del consumo crónico, pues está probada su relación con diversos tipos de cáncer, daños en el hígado, la demencia alcohólica y una lista de 200 trastornos. Es sabido que el alcohol causa cada año 3,3 millones de muertes (el 5,9% de la mortalidad global) y que es una de las primeras causas de morbilidad y lesiones, según datos de la OMS. La dificultad está, entre otras cosas, en traducir el conocimiento en cambios de hábitos, en aclarar los efectos del consumo ligero y moderado (entre otras cosas, por la imposibilidad ética de realizar ensayos clínicos) y en definir el umbral del consumo de bajo riesgo, aunque probablemente esto sea una quimera. Uno de los escollos principales, pero no el único, es que existe un indisimulado anhelo social de que este límite esté lo más alejado posible de la abstinencia. Este anhelo tiene que ver con la milenaria relación que tiene el alcohol con muchas sociedades, su asociación con la comida y las celebraciones, los intereses económicos y los prejuicios de los investigadores.
Aunque el problema del alcohol tiene una dimensión global, Europa occidental es la región del mundo donde más alcohol se bebe proporcionalmente, mientras en el sur de Asia o el norte de África apenas se bebe (el mapa mundial del consumo de alcohol de Worldmapper ilustra gráficamente estas diferencias). Y es también la zona donde más bebidas alcohólicas se producen y más se investiga el problema del alcohol y la salud. Aunque la bibliografía tiene ya dimensiones oceánicas, todavía quedan muchas cuestiones por aclarar. Mientras la relación del consumo de alcohol con el cáncer y las enfermedades hepáticas está bien documentada, persiste, por ejemplo, un cierto debate sobre el supuesto efecto cardioprotector del consumo ligero o moderado de vino, si bien cada vez con evidencias en contra más sólidas. Los potenciales efectos negativos del alcohol sobre el cerebro y las funciones cognitivas son todavía más inciertos y difíciles de estudiar. Un reciente estudio publicado en BMJ señala que incluso el consumo moderado se asocia con cambios estructurales en el cerebro, pero esta investigación observacional, a pesar de su rigor y amplitud, no permite concluir que cause un deterioro cognitivo.
La ciencia puede considerarse como un poderoso instrumento que poco a poco va aportando una imagen más nítida sobre una cuestión. En el caso del alcohol y la salud, está claro que las mujeres embarazada y las personas con ciertas patologías deben abstenerse de consumirlo. También parece claro que no hay razones de salud para que las personas que no beben empiecen a hacerlo. Asimismo, se va imponiendo la idea de que una persona sana que bebe de forma ligera o moderada asume un riesgo que, aunque probablemente sea bajo, debe ser estimado con mayor precisión. Finalmente, parece definirse cada vez con mayor claridad que no hay ningún nivel de consumo de alcohol que sea beneficioso y esté exento de riesgos. Sin embargo, hay una pregunta impertinente que no se acaba de afrontar: ¿por qué algunas personas beben más de lo que es saludable para ellas? Beber demasiado, sea lo que sea demasiado, es un síntoma de algo que necesita ser estudiado mejor. Para enfocar el problema del alcohol hay que considerar las circunstancias sociales, culturales y económicas que influyen en su consumo, pero también las psicológicas de cada individuo. E incluso las médicas y científicas, pues no olvidemos que la actitud de los médicos hacia el alcohol ha oscilado entre la aprobación del consumo controlado y la condena, y que en 1977 The Lancet sugería que el alcoholismo era más una etiqueta que una enfermedad.

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