Hormigas
El gran problema de un sistema democrático no es atender a las mayorías —para eso basta un contable— sino proteger a las minorías

Un filósofo muy próximo a la ciencia, Jesús Mosterín, sostiene una ética inspirada en la mecánica estadística. Esta disciplina de la física muestra que la temperatura de un vaso de agua, por ejemplo 30º en estos días de canícula atroz, no es más que el promedio de la agitación de las moléculas de agua que contiene. En el vaso hay moléculas tan estáticas que, si todas fueran como ellas, aquello estaría congelado en un bloque; y otras tan agitadas que, en cuanto pueden, se escapan al aire y se rebautizan como vapor de agua. Pero su promedio da 30º, un concepto estadístico. De modo similar, conceptos como “voluntad popular” no son más que abstracciones de los anhelos, confesables o no, de cada individuo. El gran problema de un sistema democrático no es atender a las mayorías —para eso basta un contable— sino proteger a las minorías. Ahí es donde se ve al político de casta (con perdón), al hombre o la mujer de Estado. Lo demás son contables de visera y brazalete.
La ciencia utiliza a menudo organismos modelo, sistemas en los que investigar lo que no se puede investigar en una persona, salvo que uno sea el doctor Mengele. Los organismos modelo para estudiar la creación de una estructura social no son las ovejas, como pensará algún nihilista, sino las hormigas. Junto a las abejas, son los insectos con un comportamiento colectivo más complejo, y algunos de los sistemas de inteligencia artificial más innovadores se basan de hecho en su comportamiento.
Las nuevas técnicas de edición genómica han permitido ahora a los científicos meter las narices en el mismísimo núcleo del comportamiento social de las hormigas. Y bastan cosas extremadamente simples, como la alteración de un solo gen, para destruirlo por completo.
¿Es posible que nuestro comportamiento social sea también flor de un día? Qué tontería, ¿no?
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