martes, 4 de junio de 2013

ANGELINA,DOUGLAS Y EL MARKETING DE LA MEDICINA PARA RICOS,PORQUE LOS POBRES NI SABEN LO QUE ES

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Sexo escrito

David Torres

.Con una sola frase Michael Douglas ha inaugurado un nuevo deporte de riesgo. De seguir a este ritmo, va a acabar titulando sus memorias: “Por la boca muere el pez”, o mejor: “Con pelos en la lengua”. Ahora bien, si fuese verdad que el sexo oral provoca cáncer de garganta, casi todos los amigos que conozco llevarían un agujero en la tráquea. Luego, leyendo atentamente la entrevista al señor Douglas, comprendí que con la expresión “sexo oral”, el escriba se refería erróneamente a la esotérica práctica del cunnilingus, popularmente conocida en estos lares por amorrarse al pilón, bajar a la fuente o, como dicen los cubanos, hacer el fueraborda.
En realidad el auténtico sexo oral tiene muy poco que ver con el sexo. En España suele practicarse en grupos de cuatro o cinco tíos, todos ellos vestidos, sentados en diversas posturas, generalmente en bares o en sus casas, bebiendo, fumando, y sin más contacto físico que una esporádica y brutal palmada en la espalda de uno de ellos al concluir antológicamente el relato de sus proezas amatorias. Consiste en la narrativa pormenorizada y exagerada de una serie de fantasías sexuales con una o varias féminas, generalmente inaccesibles, en la que la cantidad sustituye a la calidad en todos los órdenes y que suele ser culminada por aplausos, gritos de burla o abucheos. Básicamente es muy parecido al parchís: te comes una y te cuentas veinte.
Uno de los primeros y más célebres practicantes del género fue Luis Miguel Dominguín, quien se ufanaba de que no había hecho más que rematar su primera noche de amor con Ava Gardner cuando ya estaba de pie al lado de la cama, anudándose la corbata. “¿A dónde vas?” le preguntó Ava, espléndidamente desnuda entre las sábanas. “¿A dónde voy a ir? Al bar, a contárselo a los amigos”. En buena ley, el alarde de Dominguín fue sexo oral a la segunda potencia porque, como explicó luego a algún biógrafo, había que ser muy necio para desperdiciar una juerga a solas con una señora como Ava por una sesión de pavoneo ibérico, por muy amigos que fueran. (Dicho sea de paso, Dominguín era famoso, aparte de por su muleta, por su valor insensato y su impenitente bocaza. Una vez le operaron de una cornada en el escroto y se negó a que el médico le pusiera anestesia por ese prurito tan torero de la cobardía. Dominguín apretó la boca para no gritar y se rompió varios dientes. Otra vez estaba de cacería con el Caudillo cuando a uno de los invitados, por gastarle una broma muy española, se le ocurrió preguntarle en voz alta cuál de sus otros dos hermanos era el comunista. Dominguín se fijó en que Franco parecía vagamente interesado y sin cortarse un pelo respondió: “Los tres, excelencia, los tres lo somos”.)
Lo del sexo oral también es algo muy español y bastante extendido en este gremio mío de escritores, poetas, periodistas y perdularios de la pluma. Eso sí, al único que le he oído contar que llamara a una puerta a las tres de la mañana para protestar por el ruido, le abriera una vecina estupenda que iba casi en pelotas, le agarrara de las solapas y se lo llevara a la cama sin apenas abrir la boca, fue a un novelista argentino. Todos nos quedamos sin saber qué decir, excepto otro novelista argentino: “Pero pibe, eso más que sexo oral, fue sexo escrito”.

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