sábado, 29 de noviembre de 2014


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Un identikit de los hombres violentos


Como piensan quienes golepean  a las mujeres y por que actúnan de ese modo..   Cuatro profesionales que trabajan con hombres violentos cuentan sus experiencias y los desafíos de su trabajo. Las resistencias a los tratamientos. Los cambios que se pueden lograr.
Creen en la superioridad del hombre sobre la mujer y ven como “peligroso” que ella tenga autonomía y tome sus propias decisiones. Están convencidos de que si su pareja desafía su autoridad o los contradice tienen derecho a imponerle un correctivo, y que ella es parte de sus posesiones. Dicen que si la empujan, le tiran del pelo, la pellizcan o no le pegan “tan fuerte”, no la están agrediendo. Y que, en todo caso, si le pegan es porque ella los provocó o se lo merece. Incluso, argumentan que la violencia “es cruzada”, que ella también es violenta y ellos sólo “reaccionan” para defenderse.
Así piensan y actúan hombres que ejercen violencia de género en el ámbito doméstico. El conjunto responde a lo que expresan ellos mismos en distintos grupos, a los que concurren mayoritariamente obligados por la Justicia, a modo de probation, para recibir tratamientos “psicosocioeducativos” que los ayuden a modificar su conducta. ¿Cambian o son irrecuperables? En el marco de la conmemoración del Día Internacional de la No Violencia hacia las Mujeres, cuatro profesionales que trabajan en distintas instituciones con hombres violentos cuentan sus experiencias, los desafíos y frustraciones.
Saben que hay “mucha resistencia institucional y social” para apoyar terapias que pongan el foco en los victimarios. Porque hay quienes sostienen que no vale la pena, dado que el porcentaje que logra “reeducarse” suele ser bajo y que entonces hay que priorizar los recursos y el presupuesto –generalmente escaso– en atender a las víctimas. Los especialistas responden: “Nosotros trabajamos con hombres pensando en las mujeres y niños”.
Y reclaman que se implemente un Programa Nacional de Asistencia a Varones Agresores, con perspectiva de género y de derechos humanos, en el marco de un plan nacional para prevenir, sancionar y erradicar la violencia hacia las mujeres, previsto en la Ley 26.485, sancionada en 2009. “Por cada hombre que atendés, estás ayudando al menos a dos mujeres”, destacan.

Aníbal Muzzín y Sebastián Kikuchi son psicólogos. Muzzín coordina grupos de hombres que ejercen violencia machista en el Equipo de Violencia del Hospital Alvarez, de la ciudad de Buenos Aires, Kikuchi en la Dirección de Políticas de Género de la municipalidad de La Matanza; Liliana Carrasco y Carmen Umpierrez son trabajadoras sociales. Carrasco se desempeña en el servicio de Abordaje Integral en Violencias de Género del Sanatorio Municipal Julio Méndez, de la obra social de empleados municipales de Buenos Aires (ObSBA); Umpierrez, en la Asociación Civil Pablo Besson, dedicada a la Prevención y Asistencia en Violencia Familiar, donde trabajan fundamentalmente con hombres de comunidades religiosas, principalmente miembros de iglesias evangélicas.
Las cuatro instituciones forman parte de la Red de Equipos de Trabajo y Estudios en Masculinidades, creada en 2011 por el precursor del trabajo con varones violentos en la Argentina, Mario Payarola, quien comenzó en 1995 en el municipio de Vicente López y luego fue creando otros espacios. Pero trabajó durante años “en completa soledad”, dice Muzzín. “La mayoría nos formamos con él”, agrega. Hay más instituciones y profesionales que forman parte de la red: decidieron agruparse con el objetivo de unificar criterios en el tratamiento de la problemática. Y además, “para no estar tan solos en una temática que necesita un abordaje colectivo. Hay mucha resistencia institucional y social para trabajar con varones”, reconoce Carrasco. “Y también nos agrupamos por la resistencia de los mismos varones a asistir a este tipo de grupos, si los encuentros no se adecuan a sus horarios.
Trabajar en red nos permite cubrir distintas bandas horarias”, agrega Umpierrez. Hace pocas semanas se realizó el primer encuentro de la red en la ciudad de Buenos Aires.

Las otras ONG que forman parte de la red son el Grupo Buenos Aires, de Lomas de Zamora, y la Asociación Civil Decidir, de Moreno. También la integran otros profesionales que trabajan en Jujuy y en Escobar.

“El trabajo con varones requiere un reconocimiento esencial: hombres y mujeres se relacionan en el marco de un sistema patriarcal y por ello debemos reconocer que la perspectiva de género implica reconocer las relaciones de poder que se dan entre los géneros, en general favorables a los varones como grupo social y discriminatorias hacia las mujeres. Que esas relaciones han sido constituidas social e históricamente y son constitutivas de las personas. Que atraviesan todo el entramado social y se articulan con otras relaciones sociales, como las de clase, etnia, edad, preferencia sexual y religión”, señala Muzzín.
Abandono
En cada uno de los grupos que coordinan los cuatro profesionales hay alrededor de 10 varones. Llegaron mayoritariamente por orden judicial: tienen denuncias, órdenes de exclusión o prohibiciones de acercamiento a su pareja o ex pareja, causas por lesiones leves, amenazas, hostigamiento. Con excepción de los varones que pertenecen a comunidades religiosas, el resto está separado ya de la mujer a la que maltrataban. “Venimos por el papelito”, dicen en referencia a la orden del tribunal que los manda a “reeducarse”. El tratamiento grupal dura un año, con un encuentro semanal. Lo ideal, coinciden en la red, sería poder continuarlo más tiempo, como ocurre en el municipio de La Matanza –donde la terapia se extiende por tres años– pero tienen limitaciones en términos de apoyo institucional para abrir otros espacios. De hecho, Muzzín trabaja sin cobrar ningún sueldo desde hace casi un año y cobró un solo año de los cuatro que lleva coordinando grupos de varones en el Hospital Alvarez, que depende del gobierno de Mauricio Macri.

En La Matanza se encuentran con otro problema: hay deserción importante. En el primer año, actualmente, hay 10 varones que ejercen violencia hacia su pareja; en el segundo, 5, y en el último, donde ya no hay encuentro semanal, sino un seguimiento personalizado, apenas 2. Esa, dicen, es una de las grandes frustraciones que enfrentan. El abandono del tratamiento ronda el 40 por ciento en los distintos dispositivos terapéuticos. Los cuatro profesionales coinciden en que sería más fácil que pudieran sostener la asistencia a los grupos si la Justicia los obligara a concurrir por más tiempo o se ocupara que hacer un seguimiento más comprometido sobre el imputado. “Cuando desde el tribunal se olvidan de hacer el seguimiento, de pedir informes sobre si experimentó cambios en su conducta, el hombre automáticamente deserta. Es lamentable, pero lo que le importa al juzgado es si está viniendo, no sus cambios”, cuestionó Muzzín.
–¿Qué cambios en la conducta logran cuando terminan el primer año de tratamiento grupal?
Muzzín: –Hay cambios en los pensamientos que originan las conductas violentas. Entonces, disminuyen sus comportamientos violentos, sus justificaciones, minimizaciones y las negaciones de esos comportamientos violentos.

Carrasco: –Básicamente mejoran su calidad de vida. En ese año, trabajan fundamentalmente para romper ciertos mitos.

Umpierrez: –A lo largo de los encuentros van viendo una postura diferente a la que traen: que la mujer no es parte de sus posesiones, que puede haber otra mirada de la realidad. Pero el primer mito que tenemos que trabajar es el de la superioridad del hombre sobre la mujer. Están convencidos de que tienen que imponer un correctivo en caso de que se falte a su autoridad. Argumentan que se les quita autoridad cuando se los contradice.

Kikuchi: –Un mito habitual que reproducen es que la violencia es sólo física. Entonces dicen: “Sólo la empujé” o “No le pegué tan fuerte”.

Carrasco: –Dicen: “Ella también es violenta” porque en determinado tiempo de relación ella puede reaccionar ante tanta violencia. Ese es un argumento fuertísimo que repiten. Pero cuando analizás la situación ves claramente que hubo previamente un abuso de poder en la relación ejercido por él hacia su pareja, que hace que ella reaccione y ella a veces termina convencida de que también es violenta. Ellos se sienten provocados. Tienen un concepto de autoridad distorsionado: que ellos están siempre por encima y ellas, por debajo.

Umpierrez: –Además, ven peligroso que las mujeres tengan autonomía económica. Los mayores de 50 o 60 años sostienen que el problema es que la mujer salió a trabajar y dejó la casa.
Violencia espiritual
En el municipio de La Matanza tienen diez años de experiencia brindando tratamiento a hombres violentos. “Algunos repiten el primer año”, cuenta Kikuchi, quien trabaja en ese dispositivo desde hace tres años. “Es tan arraigada la conducta violenta que los cambios se ven a través del tiempo. En el segundo nivel buscamos fijar esa no justificación de la conducta violenta, y que se hagan responsables de sus actos. Por más mínimo que sea el cambio, impacta en su vida social y en sus relaciones de manera importante. El tercer año, ya es individual el abordaje”, explicó el psicólogo.

En la Asociación Pablo Besson trabajan hace dos décadas desarmando la ideología patriarcal dentro de las comunidades religiosas, mayoritariamente evangélicas. Observan que además de violencia física y psicológica contra sus parejas, los varones que asisten a sus grupos ejercen “violencia espiritual”. El 32 por ciento de los varones, en este caso, llegan a la institución derivados por sus líderes religiosos.
–¿Cómo se expresa la violencia espiritual? –le preguntó este diario a Umpierrez.

–Utilizan el dogma o la doctrina que está en la Biblia para mantener en sujeción a su esposa. Sacan frases bíblicas para imponerse. Por eso trabajamos sobre la ideología del patriarcado. Ellos sostienen que “el hombre es padre de familia”; que “la autoridad es del hombre”, que “la mujer no puede negar el cuerpo al hombre”. Son todos recortes de la Biblia –contó la trabajadora social, que hace nueve años se ocupa de esa tarea. Destacó que empezaron con esta experiencia veinte años atrás, al darse cuenta de que las iglesias tenían que “hacer algo más que mandar a la gente a orar”.

Mariana Carbajal

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