domingo, 25 de junio de 2017

CAGAR AFUERA

Es un debate callado pero existente: mucha gente solo se alivia en su domicilio

Hay guías más o menos completas sobre la oferta de lavabos decentes en Barcelona

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Defecar fuera de casa
Un hombre mira el móvil en un lavabo.
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TONI SUST.
Es probable que no sea una cuestión agradable de tratar, pero es una realidad: hay gente que tiene problemas graves para defecar fuera de su domicilio, gente que a menudo se ve obligada a hacerlo y eso les sitúa en una posición dramática: ¿dónde afrontar el trámite? ¿Qué ofrece Barcelona a quienes se encuentren en esta situación?
Para empezar, según datos suministrados por el ayuntamiento, este pone a disposición de ciudadanos y  visitantes 250 lavabos públicos: 119 en parques y jardines y 131 en las playas. Por distritos, Ciutat Vella es el que tiene más: 53. Nou Barris, el que menos: uno. 73 son lavabos de obra y hay cinco automáticos, a 50 céntimos el servicio, en las zonas más turísticas.
Pero es un hecho que los barceloneses que no pueden aliviarse en casa difícilmente elegirán un lavabo público de los citados, cuestión de

El ayuntamiento cifra en 250 los lavabos públicos que ofrece en la ciudad: 119 en parques y 131 en playas

hábitos. Recurrir a los lavabos del puesto de trabajo suele ser una segunda opción. Luego están los bares, restaurantes, bibliotecas. El Mc Donalds es un destino claro para mucha gente que vive en la calle.
Existen ideas originales, como la de que se escuchen chistes mientras se expulsa lo indeseable. También hay instalaciones curiosas y análisis vitriólicos de la oferta existente. En el 2012, Òscar Broc publicó una guía al respecto de donde deshacerse de las deposiciones: ‘Barcelona és una merda’.

NAVEGACIÓN SILENCIOSA

Afrontando la cuestión con un enfoque universal, cagar fuera de la intimidad del hogar puede llevar a situaciones incómodas. En la oficina, los efectos secundarios son incontables. Por ejemplo, cuando hay dos o tres váteres juntos y el riesgo de contaminación acústica es absoluto. Así, uno puede imaginar al usuario sentado, en ocasiones ni siquiera ejecutando, solo huyendo del estrés en un lugar que nadie puede violentar.
Es probable, en esta era, que el individuo en cuestión esté provisto de un ‘smarthpone’ que consulte plácidamente. Y también lo es que de pronto un vecino inesperado llegue a la taza contigua y perturbe la paz: ¿cómo afrontar el torrente potencial de sonidos que se acerca? Hay quien tose para informar de la presencia de testigos. Y hay quien emula a los submarinos e inicia una navegación silenciosa para no ser identificado. No se engañe: si usted es de los que no se lava las manos al salir del lavabo sus compañeros de trabajo lo saben. Consuélese sin embargo: lamentablemente, es algo frecuente.
Una pequeña encuesta de urgencia revela diferentes enfoques. “Soy capaz de cagar en cualquier sitio”, explica Antonio, ufano y sonriente.  Pablo dice que siempre deja sus nalgas un par de centímetros en suspenso para no contactar con el váter. Hay quien lo cubre laboriosamente de papel con el mismo fin. Pedro, que trabaja a 35 kilómetros de su casa, sostiene que hace décadas que ha logrado no ir a ningún váter que no sea el suyo.

TURISMO Y DEFECACIÓN

No es cosa de la Barcelona gentrificada, los bares se llenaron hace años de avisos de que el inodoro es solo para clientes. Algunos toman la medida drástica de no poner papel de váter en el de hombres: impera la convicción de que el género masculino es más guarro en esas lides. Otra forma de disuasión contundente es que no se pueda cerrar la puerta. Una pintada lo denunciaba hace años en el lavabo de un bar de la plaza de la Virreina, en Gràcia: “Poned un pestillo, miserables”. Luego están las situaciones de presión extrema: ir al lavabo en un concierto o evento multitudinario cualquiera con 12 personas haciendo cola detrás que miran fijamente al que entra con cara de desconfianza.
Es inevitable cruzar los fenómenos del turismo y la defecación. En Barcelona caminan hoy miles de personas a diario que no lo hacían hace tres décadas. Personas sin domicilio propio, que suelen alejarse tanto de los hoteles y pisos turísticos (legales e ilegales) en los que pernoctan que suponen una competencia letal para los lugareños. Hay bares y tiendas de ropa exclusiva del paseo de Gràcia que matarían por atender solo a foráneos, si no lo hacen ya (atender solo a turistas, matar, todavía no). Imaginen el disgusto que supone para ellos que entre un barcelonés cualquiera a dejar lo peor que puede ofrecer.
Quizá iría bien un PEUAT del cagar, que en vez de proponerse redistribuir los hoteles por la ciudad prevea que barceloneses y turistas vayan también a defecar en los barrios menos céntricos y enriquecidos. Aunque eso, metafóricamente, es lo que ha ocurrido casi siempre.

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